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Martes, 3 de diciembre de 2024

Positivismo

De Enciclopedia Católica

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Definición

El positivismo es un sistema de doctrinas filosóficas y religiosas elaboradas por Auguste Comte. Como sistema o método filosófico, el positivismo niega la validez de las especulaciones metafísicas, y mantiene que los datos de la experiencia sensorial son el único objeto y el supremo criterio del conocimiento humano. Como sistema religioso, niega la existencia de un Dios personal y toma la humanidad, el “Gran Ser”, como objeto de su veneración y culto. Daremos un breve bosquejo histórico del positivismo, una exposición de sus principios fundamentales y una crítica de ellos.

Historia del Positivismo

El fundador del positivismo fue Auguste Comte (nació en Montpellier el 19 de enero de 1798; murió en París el 5 de septiembre de 1857). Entró a la Ecole polytechnique de París en 1814; fue discípulo de Saint-Simon hasta 1854; empezó a publicar su curso de filosofía en 1826. Alrededor de esa época padeció de perturbaciones mentales temporalmente (1826-1827). Después de recuperarse, fue nombrado instructor (1832-1852) y examinador en matemáticas (1837-1844) en la Ecole polytechnique, y mientras tanto impartía un curso de conferencias públicas sobre astronomía. La infelicidad de su vida matrimonial y su extraño enamoramiento de la señora Clotilde de Vaux (1845-1846), influenciaron grandemente su carácter naturalmente sentimental. Al dar por hecho que el mero desarrollo intelectual es insuficiente para la vida, y luego de presentar al positivismo como un método y doctrina científicos, pretendía hacerlo una religión, la religión de la humanidad.

Las principales obras de Comte son su "Cours de philosophie positive" [6 vols.: Phiosophie mathématique (1830), astronomique et physique (1835), chimique et biologique (1838), partie dogmatique de la philosophie sociale (1839), partie historique (1840), complément de la philosophie sociale et conclusions (1842); traducido por Harriet Martineau (Londres, 1853)] y su "Cours de politique positive" (3 vols., París 1815-54). Varias influencias concurrieron para formar el sistema de pensamiento de Comte: el empirismo de Locke y el escepticismo de Hume, el sensismo del siglo XVIII y la crítica de Kant, el misticismo de la Edad Media, el tradicionalismo de De Maistre y de Bonald y la filantropía de Saint Simon

Comte mantiene como una ley manifestada por la historia que cada ciencia pasa a través de tres sucesivas etapas: la teológica, la metafísica y la positiva; que la etapa positiva, que rechaza la validez de la especulación metafísica, la existencia de las causas finales, la cognoscibilidad de lo absoluto, y se limita al estudio de los hechos experimentales y sus relaciones, representa la perfección del conocimiento humano. Clasifican las ciencias de acuerdo a su grado de complejidad creciente, y las reduce a seis en el orden siguiente: matemática, astronomía, física, química, biología y sociología. La religión tiene por objeto, el “gran ser” (la humanidad), el “gran medio” (el espacio del mundo), y el “gran fetiche” (la tierra), que conforman la trinidad positivista. Esta religión tiene su sacerdocio jerárquico, sus dogmas positivos, su culto organizado, y aún, su calendario, sobre el modelo del catolicismo (cf. Comte, “Catéchisme positiviste”).

A la muerte de Comte, surgió una división entre los positivistas, y se formó el grupo disidente con Littré como su líder, y el grupo ortodoxo bajo la dirección de Pierre Laffitte. Emile Littré aceptó el positivismo en su aspecto científico: para él, el positivismo era esencialmente un método, es decir, ese método que limita el conocimiento humano al estudio de hechos experimentales y no afirma ni niega nada sobre lo que pueda existir fuera de la experiencia. Rechazó como irreal la organización religiosa y el culto del positivismo. Consideraba a todas las religiones desde el punto de vista filosófico, por lo tanto, igualmente vanas, mientras confesaba que, desde el punto de vista histórico, el catolicismo era superior a las otras religiones. Afirmaba que el verdadero fin del hombre era trabajar para el progreso de la humanidad, mediante el estudio (ciencia y educación), amándola (religión), embelleciéndola (bellas artes) y enriqueciéndola (industria).

El sucesor oficial de Comte, y líder del grupo ortodoxo de los positivistas, fue Pierre Laffitte, quien se convirtió en profesor de historia general de las ciencias en el Collège de Francia en 1892. Mantuvo la enseñanza científica y religiosa del positivismo con su culto, sacramentos y ceremonias. Se formaron otros grupos ortodoxos en Inglaterra con Harrison como su líder, Congreve, Elliot, Hutton y Morrison, como sus adherentes principales; en Suecia con A. Nystrom. También se fundó un grupo activo e influyente en Chile y Brasil con Benjamín Constant y Miguel Lemos como líderes, y se construyó un templo a la humanidad en Río de Janeiro en 1891.

Los principios del positivismo como sistema filosófico fueron aceptados y aplicados en Inglaterra por J. Stuart Mill, quien mantuvo correspondencia con Comte, Spencer, Bain, Lewes, Maudsley, Sully, Romanes, Huxley, Tyndall; en Francia por Taine, Ribot, De Roberty; en Alemania por Dühring, Avenarius. Así, los principios del positivismo invadieron el pensamiento científico y filosófico del siglo XIX, y ejercieron una influencia perniciosa en cada esfera. Tuvieron consecuencias prácticas en los sistemas de moral positiva (moralidad científica), y el utilitarismo en la ética, de neutralidad y naturalismo en la religión

Principios del Positivismo

El principio fundamental de positivismo es, como ya se dijo, que la experiencia sensorial es el único objeto del conocimiento humano, así como su único y supremo criterio. De ahí que las nociones abstractas o las ideas generales son sólo nociones más colectivas; los juicios son simples uniones empíricas de hechos. El razonamiento incluye la inducción y el silogismo: la inducción tiene para su conclusión una proposición que no contiene nada más que un conjunto de un cierto número de experiencias de los sentidos, y el silogismo, tomando esta conclusión como su proposición mayor, es necesariamente estéril o incluso se convierte en un círculo vicioso. Así, según el positivismo, la ciencia no puede ser, como la concibió Aristóteles, el conocimiento de cosas a través de sus causas últimas, dado que las causas materiales y formales no son conocibles, las causas finales son ilusión, y las causas eficientes simplemente antecedentes absolutamente invariables, mientras que la metafísica, bajo cualquier forma, es ilegítima.

El positivismo se convierte en una continuación del empirismo, asociacionismo y nominalismo crudos. Los argumentos presentados por el positivismo, además de la afirmación que las experiencias sensoriales son el único objeto de conocimiento humano, son esencialmente dos: el primero es que el análisis psicológico muestra, que todo el conocimiento humano puede reducirse a las experiencias de los sentidos y a las asociaciones empíricas; el segundo, enfatizado por Comte, es histórico, y está basado en su afamada “ley de las tres fases", de acuerdo a la cual, se supone que la mente humana, en su progreso, ha sido influenciada consecutivamente por las preocupaciones teológicas y la especulación metafísica, y que finalmente alcanzó al presente la etapa positiva que marca, según Comte, su desarrollo pleno y perfecto (cf. "Cours de philosophie positive", II, 15 ss.).

Crítica

El positivismo afirma que las experiencias de los sentidos son el único objeto de conocimiento humano, pero no demuestra su aserción. Es verdad que todo nuestro conocimiento tiene su punto de partida en la experiencia de los sentidos, pero no se demuestra que el conocimiento se detiene allí. El positivismo no demuestra que en los hechos particulares y las relaciones contingentes, no hay nociones abstractas, ni leyes generales, ni principios universales y necesarios, o aún, que no podemos conocerlos. Ni demuestra que las cosas materiales y corpóreas, constituyen el orden total de los seres existentes, y que nuestro conocimiento se limita a ellos. Los seres concretos y las relaciones individuales no sólo son perceptibles por nuestros sentidos, sino también sus causas y leyes de existencia y constitución, son inteligibles. Estas causas y leyes pasan por encima de las particularidades y contingencias de los hechos individuales, y son elementos tan fundamentalmente reales, como los hechos individuales que producen y controlan. Si no pueden ser percibidos por nuestros sentidos, ¿por qué no pueden ser explicados por nuestra inteligencia?

De nuevo, si los seres inmateriales no pueden percibirse por las experiencias de los sentidos, su existencia no es contradictoria a nuestra inteligencia; y, si su existencia se requiere como una causa y una condición de la existencia real de cosas materiales, ellos existen ciertamente. Podemos inferir su existencia y conocer algo de su naturaleza. Sin duda, no pueden ser conocidos, de la misma forma, como las cosas materiales, pero ésta no es razón para declararlos inconocibles a nuestra inteligencia (ver AGNOSTICISMO; ANALOGÍA)

Según el positivismo, nuestros conceptos abstractos o ideas generales son representaciones colectivas únicamente del orden experimental; por ejemplo, la idea de "hombre", es una imagen que es producto de la mezcla de todos los hombres observados en nuestra experiencia. Éste es un error esencial. Cada imagen lleva sus características individuales; una imagen de hombre siempre es una imagen de un hombre particular y sólo puede representar ese un hombre. Lo que se denomina una imagen colectiva no es más que una colección de diversas imágenes que se suceden una detrás de la otra, cada una representando un objeto individual concreto, como puede verse por una observación atenta.

Una idea, al contrario, con un contenido abstracto, puede aplicarse indistintamente a un número indefinido de objetos de la misma clase. Las imágenes colectivas son más o menos confusas, y lo son más, a medida que el conjunto representado sea mayor; una idea permanece siempre clara. Hay objetos que no podemos imaginar (una substancia, un principio), pero que podemos concebir claramente. Tampoco es la idea general, un nombre que sustituye, como una señal, todos los objetos individuales de la misma clase, como afirma Taine (De l'Intelligence, yo, 26).

Si una cierta percepción, dice Taine, coincide siempre con, o sigue otra percepción (por ejemplo, la percepción de humo y el fuego, el aroma de un olor dulce y la vista de una rosa), entonces el primero se convierte en la señal del segundo, de tal una forma que, cuando percibimos uno, nos anticipamos instintivamente a la presencia del otro. Esto es, Taine agrega, lo que pasa con nuestras ideas generales. Cuando percibimos varios árboles diferentes, permanecen en nuestra memoria una cierta imagen construida con todos los caracteres comunes a todos los árboles, la imagen de un tronco con sus ramas. Lo llamamos "árbol", y esta palabra llega a ser el signo exclusivo de la clase "árbol"; ella evoca la imagen de los objetos individuales de esa clase, como la percepción de cada uno de éstos evoca la imagen del signo sustituido para la clase entera.

El Cardenal Mercier, correctamente hace notar que esta teoría descansa en una confusión entre la analogía experimental y la abstracción (Critériologie Genérale) La analogía experimental toca, sin duda, una gran parte de nuestra vida práctica, y es un factor importante en la educación de nuestros sentidos (Santo Tomás) Pero debe comentarse que la analogía experimental se limita a los objetos individuales observados, a los objetos particulares y similares, por lo que su generalidad es esencialmente relativa. De nuevo, las palabras que designan los objetos corresponden a los caracteres de estos objetos, y no podemos hablar de "nombres abstractos", sólo cuando se nos han dado únicamente objetos individuales.

No es lo mismo con nuestras ideas generales, ya que son el resultado de una abstracción, no de una mera percepción de objetos individuales, sin embargo numerosos; son la concepción de un tipo aplicable, en su unidad e identidad, a un número indefinido de objetos de los que son el tipo. Así, tienen una generalidad sin límite e independiente de cualquier determinación concreta. Si las palabras, que los señalan, son el signo de todos los objetos individuales de la misma clase, es porque esa misma clase ha sido concebida primero como su tipo; estos nombres son abstractos porque ellos significan un concepto abstracto. De esta forma, la mera experiencia es insuficiente para tener en cuenta nuestras ideas generales. Un estudio cuidadoso de la teoría de Taine y las ilustraciones dadas, muestran que la plausibilidad de esta teoría precisamente viene del hecho que Taine introduce la abstracción inconscientemente y la emplea.

De nuevo, el positivismo, y éste es sobre todo el punto desarrollado por John Stuart Mill (que sigue a Hume), mantiene que lo que nosotros llamamos "las verdades necesarias" (incluso las verdades matemáticas, los axiomas, los principios), son meramente el resultado de la experiencia, una generalización de nuestras experiencias. Estamos conscientes, por ejemplo, que no podemos afirmar y al mismo tiempo negar una cierta proposición, que un estado de la mente excluye al otro; luego, generalizamos nuestras observaciones y expresamos, como un principio general, que una proposición no puede ser al mismo tiempo cierta y falsa. Tal principio simplemente es el resultado de una necesidad subjetiva basado en la experiencia.

Ahora, es verdad que la experiencia nos da la materia de la que nuestros juicios se forman, junto con la ocasión para formularlos. Pero la experiencia sola no da ni la prueba, ni la confirmación de nuestra certeza, que involucra su verdad. Si fuese así, nuestra certeza debería aumentarse con cada nueva experiencia, y ese no es el caso, y no podríamos responder por el carácter absoluto de esta certidumbre en todos los hombres, ni por la aplicación idéntica de esta certeza a las mismas proposiciones, por todos los hombres. En realidad, afirmamos la verdad y necesidad de una proposición, no porque no podemos negarla subjetivamente o concebir su opuesto, sino debido a su evidencia objetiva, que es la manifestación de la verdad absoluta, universal, y objetiva de la proposición, la fuente de nuestra certidumbre, y la razón de nuestra necesidad subjetiva.

La ley llamada "de las tres etapas", no está confirmada por un estudio cuidadoso de la historia. Es verdad que encontramos ciertas épocas caracterizadas por la influencia de la fe, o por las tendencias metafísicas, o por el entusiasmo por la ciencia natural. Pero, aun así, no vemos que estas características se presenten en el orden expresado en la ley de Comte. Aristóteles fue un estudioso de la ciencia natural, mientras que después de él, la Escuela Neoplatónica se entregó, casi exclusivamente, a la especulación metafísica. En el siglo dieciséis se dio un gran reavivamiento de ciencias experimentales; lo que fue seguido por la especulación metafísica de la escuela idealista alemana. El siglo diecinueve fue testigo de un desarrollo maravilloso de las ciencias naturales, pero testimoniamos un reavivamiento del estudio de las metafísicas en la actualidad. No es verdad que estas diversas tendencias no puedan existir durante la misma época. Aristóteles fue un metafísico y un científico. Aún en la Edad media, que en general es considerada, como exclusivamente dedicada a las metafísicas, las observaciones y los experimentos ocupaban un gran lugar, como se demuestra por los trabajos de Roger Bacon y Albertus Magnus. El propio Santo Tomás manifiesta un espíritu notablemente perspicaz para la observación psicológica en sus "Comentarios" y en su “Suma Teológica”, sobre todo en su admirable tratado sobre las pasiones. Finalmente, vemos una combinación armoniosa de fe, razonamiento metafísico, y observación experimental en los hombres tales como Kepler, Descartes, Leibniz, Pascal. La así llamada ley "de las tres etapas", es una asunción gratuita, no una ley de la historia.

La religión del positivismo es una consecuencia lógica de los principios del mismo. En realidad, la razón humana puede demostrar la existencia de un Dios personal y de Su providencia, y de la necesidad moral de revelación, mientras que la historia demuestra la existencia de tal revelación. El establecimiento de una religión por el positivismo simplemente muestra que para el hombre la religión es una necesidad.


Bibliografía: ROBINET, Notice sur l'œuvre et la vie d' A. Comte (París, 1860); Testament d' A. Comte (París, 1884); MILL, A. Comte and Positivism (Londres. 1867, 1882); CARE, Littré et le positivisme (París, 1883); CAIRD, The Social Philosophy and Religion of Comte (Glasgow, 1885); LAURENT, La philos. de Stuart Mill (París. 1886); GRUBER, A Comte, der Begrunder d. Positivismus (Friburgo, 1889); IDEM, Der Positivismus vom Tode A. Comte's bis auf unsere Tage (Friburgo, 1891); Stimmen aus Maria-Laach, supplements xiv and lii; RAVAISSON, La philos. en France, au XIXe Siécle (París, 1894); MERCIER, Psychologie (6th ed., Lovaina, 1894); IDEM, Critériologie générale (4ta. ed., Lovaina, 1900); PEILLLAUBE, La théorie des concepts (París, 1895); PIAT, L'idée (París, 1901); MAHER, Psychology (5th ed., Londres, 1903); BALFOUR, Defense of Philosophic Doubt (Londres, 1895); TURNER, Hist. of Philos. (Boston, 1903); DEHERME, A. Comte et son œuvre (París, 1909).

Fuente: Sauvage, George. "Positivism." The Catholic Encyclopedia. Vol. 12, págs. 312-315. New York: Robert Appleton Company, 1911. 25 agosto 2021. <http://www.newadvent.org/cathen/12312c.htm>.

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