Sello
De Enciclopedia Católica
El uso de un sello por los hombres de riqueza y posición fue común antes de la era cristiana. Era natural entonces que los altos funcionarios de la Iglesia adoptasen el hábito tan pronto como llegaron a ser social y políticamente importantes. Una alusión incidental en una de las cartas de San Agustín (217 a Victorino) nos permite conocer que él utilizó un sello. Esa práctica se extendió y parece que Clodoveo la dio por sentado en el comienzo de la época merovingia (Mon. Germ. Hist: Leg., II, 2). Más tarde los sínodos eclesiásticos requirieron que se le diesen cartas con el sello del obispo a los sacerdotes que por alguna razón abandonasen legalmente su propia diócesis; así se promulgó en Chalon-sur-Saone en el año 813. El Papa Nicolás I en el mismo siglo se queja de que los obispos de Reims y Dole le habían enviado sus cartas contra morem sin el sello (Jaffe, "Regesta", nn. 2789, 2806, 2823).
Se puede asumir que desde esa fecha fue bastante generalizada la costumbre de los obispos de poseer sellos. Al principio sólo se usaban para sujetar el documento de la curiosidad impertinente y el sello se adjuntaba comúnmente a los lazos con los que se ataba. Cuando el destinatario abría la carta, necesariamente se rompía el sello. Más tarde, el sello sirvió como una autenticación y se pegaba a la cara del documento. Así, el documento sólo se consideraba válido siempre que tuviese el sello intacto. Pronto llegó a suceder a partir de este punto de vista que no sólo las personas reales como reyes y obispos, sino también todo tipo de persona jurídica, capítulos catedralicios, municipios, monasterios, etc., también requirieron un sello común para validar los actos que se ejecutaban en su nombre.
Durante la Alta Edad Media sellos de plomo, o más propiamente “bulas”), eran de uso común tanto en Oriente como en Occidente, pero excepto en el caso de la cancillería papal, estas autenticaciones en plomo pronto cayeron en desuso en la cristiandad occidental y se volvió una costumbre universal el hacer las impresiones en cera. En Inglaterra apenas ha sobrevivido cualquier sello de cera de fecha anterior a la conquista normanda. En la colección del Museo Británico los primeros sellos de obispo conservados son los de Guillermo de Saint Carileph, obispo de Durham (1081-1096) y de San Anselmo, arzobispo de Canterbury (1093-1109).
La importancia del sello como medio de autenticación requirió que cuando la autoridad pasaba a nuevas manos, había que destruir el sello viejo y hacer uno nuevo. Cuando el Papa muere, es el primer deber del cardenal camarlengo entrar en posesión del Anillo del Pescador, el sello papal, y asegurarse de que sea destruido. Una práctica similar prevaleció en la Edad Media y los historiadores la mencionan a menudo, ya que parece haber sido un asunto de cierta ceremonia. Así se nos dijo concisamente: "Murió en este año Robert de Insula, obispo de Durham Después de su entierro, su sello fue roto públicamente en presencia de todos por el maestro Robert Avenel.”. (Hist. Dunel. Scrip. Tres. P. 63). Mateo París ofrece una descripción similar de la ruptura del sello de Guillermo, abad de San Albano, en 1235.
Bibliografía: GIRY, Manuel de Diplomatique (Paris, 1894), 622-657; DEMAY, Inventaire des sceaux de la Normandie (Paris, 1881); BIRCH, Seals, Connoisseurs' Library (1907); BIRCH, Catalogue of Seals in British Museum (London, 1887-99); D'ARCQ, Collection de Sceaux (3 vols., Paris, 1868).
Fuente: Thurston, Herbert. "Seal." The Catholic Encyclopedia. Vol. 13. New York: Robert Appleton Company, 1912. 19 Dec. 2012 <http://www.newadvent.org/cathen/13649a.htm>.
Traducido por Luz María Hernández Medina