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Lunes, 25 de noviembre de 2024

San Juan Crisóstomo

De Enciclopedia Católica

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San Juan Crisóstomo. Icono griego.
(Chrisostomos “boca dorada” llamado así debido a su elocuencia). Doctor de la Iglesia, nació en Antioquía, cerca del año 347; murió en Comana en Ponto el 14 de septiembre de 407.
Mano derecha incorrupta de San Juan Crisóstomo
Juan, cuyo sobrenombre “Crisóstomo” aparece por primera vez en la “Constitución” del Papa Vigilio (cf. P.L., LX, 217) en el año 553, es generalmente considerado el más prominente doctor de la Iglesia Griega y el más grande predicador jamás escuchado en un púlpito cristiano. Sus dotes naturales, así como circunstancias externas, lo ayudaron a convertirse en lo que fue.

VIDA

Niñez

Mano izquierda, relicario en Regensburg, Alemania
Cuando Crisóstomo nació, Antioquía era la segunda ciudad de la parte oriental del Imperio Romano. Durante todo el siglo IV disputas religiosas perturbaron al imperio y encontraron su eco en Antioquia. paganos, maniqueos, gnósticos, arrianos, apolinaristas, judíos, hicieron sus prosélitos en Antioquia, y los católicos estaban ellos mismos separados por el cisma entre los obispos Melecio y Paulino. Por tanto la juventud de Crisóstomo acaeció en tiempos difíciles. Su padre, Segundo, era un oficial de alto rango en el ejército sirio. Murió poco después del nacimiento de Juan, y Antusa, su mujer, de solamente veinte años de edad, se hizo cargo sola de sus dos hijos, Juan y una hermana mayor. Afortunadamente era una mujer de inteligencia y carácter. No sólo instruyó a su hijo en la piedad, sino que además lo envió a las mejores escuelas de Antioquía, aún cuando se pudieran hacer sobre ellas muchas objeciones con relación a moral y religión. Además de las clases de Andragatio, un filósofo no conocido en otra parte, Crisóstomo fue alumno de Libanio, al mismo tiempo el más famoso orador de ese período y el más tenaz adherente al paganismo declinante de Roma. Como podemos observar en posteriores escritos de Crisóstomo, obtuvo en ese momento una considerable erudición griega y cultura clásica, que de ningún modo repudió en sus días posteriores. Su alegada hostilidad a la sabiduría clásica, es en realidad una mala interpretación de ciertos pasajes en los cuales defiende la filosofía del cristianismo contra los mitos de los dioses paganos, cuyos principales defensores en su tiempo eran los representantes y maestros de la sophia ellenike (ver A. Naegele en "Byzantin. Zeitschrift", XIII, 73-113; Idem, "Chrysostomus und Libanius" en Chrysostomika, I, Roma, 1908, 81-142).

Lector y Monje

Fue un punto crucial muy decisivo en la vida de Crisóstomo el día que conoció al obispo Melecio (alrededor de 367). El carácter sincero, gentil y encantador de este hombre cautivó a Crisóstomo de tal manera que pronto comenzó a apartarse de los estudios clásicos y profanos y a dedicarse a una vida religiosa y ascética. Estudió las Sagradas Escrituras y frecuentó los sermones de Melecio. Alrededor de tres años después recibió el Santo Bautismo y fue ordenado lector. Pero el joven clérigo, atraído por el deseo de una vida más perfecta, poco después entró en una de las sociedades ascéticas cerca de Antioquía, la que estaba bajo la dirección espiritual de Carterio y especialmente del famoso Diodoro, más tarde obispo de Tarso (ver Paladio, "Diálogo", v; Sozomeno, "Hist. eccles.", VIII, 2). La oración, el trabajo manual y el estudio de las Santas Escrituras eran sus principales ocupaciones, y podemos muy bien suponer que sus primeros trabajos literarios datan de aquella época, ya que prácticamente todos sus primeros escritos tratan temas de ascetismo y monaquismo [cf. abajo escritos de Crisóstomo: (1) "Opuscuia"]. Cuatro años después, Crisóstomo decidió vivir como anacoreta en una de las cuevas cercanas a Antioquía. Permaneció allí dos años, pero como su salud estaba bastante deteriorada por indiscretas vigilias y ayunos en heladas y frío, prudentemente regresó a Antioquia para recuperar su salud, y reasumió su oficio de lector en la Iglesia.

Diácono y Sacerdote en Antioquia

Como las fuentes sobre Crisóstomo dan una cronología incompleta de su vida, no podemos sino determinar aproximadamente las fechas para este período Antíoco. Muy probablemente a comienzos de 381 Melecio lo ordenó diácono, antes de su propia partida hacia Constantinopla, donde murió como presidente del Segundo Concilio Ecuménico de Constantinopla. El sucesor de Melecio fue San Flaviano (con relación a cuya sucesión ver F. Cavallera, "Le Schime d'Antioche", Paris, 1905). Lazos de simpatía y amistad ligaban a Crisóstomo con su nuevo obispo. Como diácono tuvo que asistir en las funciones litúrgicas, cuidar a enfermos y pobres, y probablemente fue encargado en alguna medida de enseñar a los catecúmenos. Al mismo tiempo continuó con su trabajo literario, y podemos suponer que compuso su más famoso libro, “Sobre el Sacerdocio”, hacia el fin de este período (c.386, ver Sócrates, “Hist.eccl”, VI,3), o a más tardar en el comienzo de su sacerdocio (c. 387, como con buenas razones lo consigna Nairn en su edición de “De Sacerd.”, XII-XV). Puede haber alguna duda si fue ocasionado por algún hecho histórico real, viz., que Crisóstomo y su amigo Basilio fueron requeridos para aceptar obispados (c.372). Todos los primeros biógrafos griegos parecen no haberlo tomado en este sentido. En el año 386 Crisóstomo fue ordenado sacerdote por San Flaviano, y desde allí data su real importancia en la historia eclesiástica. Su principal tarea durante los siguientes doce años fue la de predicar, lo que debía ejecutar con el Obispo Flaviano, o en lugar del mismo. Pero no hay dudas que gran parte de la instrucción religiosa popular y la educación recayeron sobre él. La primera ocasión notable que mostró el poder de su oratoria y su gran autoridad fue la Pascua de 387, cuando dio sus sermones “Sobre las Estatuas” (P.G., XLVIII, 15, XXX.). El pueblo de Antioquia, excitado por la recaudación de nuevos impuestos, había volteado las estatuas del emperador Teodosio. En el pánico y temor al castigo que le siguió Crisóstomo brindó una serie de veinte o veintiún (el decimonoveno probablemente no es auténtico) sermones, llenos de vigor, consoladores, exhortativos, tranquilizadores, hasta que Flaviano, el obispo, trajo desde Constantinopla el perdón del emperador. Pero la prédica usual de Crisóstomo consistía en explicaciones consecutivas de las Santas Escrituras. A esa costumbre, desafortunadamente en desuso, debemos sus famosos y magníficos cometarios, que nos ofrecen tan inagotable tesoro de conocimiento dogmático, moral e histórico sobre la transición del siglo IV al V. Estos años 386-98, fueron el período de mayor productividad de Crisóstomo, un período que por si mismo podría haberle asegurado para siempre un lugar entre los primeros Doctores de la Iglesia. Un signo de esto podría ser visto en el hecho que ya en el año 392 San Jerónimo otorgara al predicador de Antioquia un lugar entre sus Viri illustres ("De Viris ill.", 129, in P.L., XXIII, 754), refiriéndose expresamente a la grande y exitosa actividad de Crisóstomo como escritor teológico. De este mismo hecho podemos inferir que durante esa época su fama se había esparcido lejos más allá de Antioquia, y que era bien conocido en el Imperio Bizantino, especialmente en la capital.

Obispo de Constantinopla

En el curso ordinario de las cosas Crisóstomo debió haberse convertido en el sucesor de Flaviano en Antioquia. Pero el 27 de septiembre de 397, muere Nectario, Obispo de Constantinopla. Había una rivalidad general en la capital, abierta o secreta, por la sede vacante. Después de algunos meses se supo, para desilusión de los competidores, que el Emperador Arcadio, por sugerencia de su ministro Eutropio, había enviado al Prefecto de Antioquia a llamar a Juan Crisóstomo fuera de la ciudad sin el conocimiento de la gente, y a enviarlo directamente a Constantinopla. De esta repentina manera Crisóstomo fue urgido hacia la capital, y ordenado Obispo de Constantinopla el 26 de Febrero de 398, en una gran asamblea de obispos, por Teofilo, Patriarca de Alejandría, quien había sido obligado a renunciar a la idea de asegurar la designación de Isidoro, su propio candidato. El cambio para Crisóstono fue tan grande como inesperado. Su nueva posición no era fácil, situado en medio de una advenediza metrópolis, mitad Occidental, mitad Oriental, en las cercanías de una corte en la que la lujuria y la intriga siempre jugaban la parte más prominente. y a la cabeza de un clero compuesto por los más heterogéneos elementos, y aún más (si no canónicamente, al menos prácticamente) a la cabeza de todo el episcopado Bizantino. El primer acto del nuevo obispo fue provocar la reconciliación entre Flaviano y Roma. La misma Constantinopla comenzó pronto a sentir el impulso de una nueva vida eclesiástica.

La necesidad de reforma era innegable. Crisóstomo comenzó “barriendo las escaleras desde arriba” (Paladio, op- cit., V). El llamó a su oeconomus, y le ordenó reducir los gastos del mantenimiento de la sede episcopal; puso fin a los frecuentes banquetes, y vivió poco menos estrictamente de lo que antes había vivido como sacerdote y monje. Con relación al clero, Crisóstomo al comienzo tuvo que prohibirle tener en sus casas syneisactoe, es decir, mujeres que habían hecho votos de virginidad y atendían sus casas. También procedió contra otros que, por avaricia o lujuria, habían producido escándalo. Hasta tuvo que excluir del rango del clero a dos diáconos, uno por asesinato y otro por adulterio. De los monjes también, que ya por esa época eran muy numerosos en Constantinopla, algunos habían preferido vagar sin rumbo y sin disciplina. Crisóstomo los confinó a sus monasterios. Finalmente cuidó de las viudas eclesiásticas. Algunas de ellas estaban viviendo de manera mundana: las obligó a casarse nuevamente, o a observar las reglas del decoro exigidas por su estado. Después del clero, Crisóstomo volvió su atención a su rebaño. Como había hecho en Antioquia, tal hizo en Constantinopla y con más razón, frecuentemente predicó contra las extravagancias irrazonables de los ricos, y especialmente contra adornos en materia de vestimentas a que eran afectas mujeres cuya edad debía ponerlas más allá de tales vanidades. Algunas de ellas, las viudas Marsa, Castricia, Eugraphia, conocidas por tales ridículos gustos, pertenecían al círculo de la corte. Parece que las clases altas de Constantinopla no habían estado previamente acostumbradas a tal lenguaje. Sin duda algunos sintieron que la reprimenda les estaba dirigida a ellos, y la ofensa producida fue mayor en proporción a lo merecida que la reprimenda fuera. Por otra parte, el pueblo se mostraba deleitado con los sermones de su nuevo obispo, y frecuentemente lo aplaudían en la iglesia (Sócrates, "Hist. eccl." VI). Nunca olvidaron su cuidado por el pobre y el miserable, ni que en su primer año había construido un gran hospital con el dinero ahorrado de sus gastos domésticos. Pero Crisóstomo tenía también muy íntimos amigos entre las clases ricas y nobles. La más famosa fue Olympias, viuda y diácona, una familiar del Emperador Teodosio, mientras que en la Corte propiamente dicha estaba Brison, primer acompañante de Eudoxia, quien asistía a Crisóstomo en la instrucción de sus coros, y siempre mantuvo una verdadera amistad por él. La emperatriz misma fue, desde el principio de lo más amistosa con el nuevo obispo. Siguió las procesiones religiosas, asistió a sus sermones, y obsequió candelabros de plata para el uso de las iglesias (Sócrates, op. cit., VI, 8; Sozomeno, op. cit., VIII, 8).

Desafortunadamente, los sentimientos de amistad no duraron. Al principio Eutropio, el antes esclavo, entonces ministro y cónsul, abusó de su influencia. Privó a algunas personas ricas de sus propiedades, y persiguió a otros de los que sospechaba fueran sus adversarios o rivales. Más de una vez Crisóstomo fue él mismo a lo del ministro (ver "Oratio ad Eutropium" en P.G., Chrys. Op., III, 392) para protestar ante el, y a advertirle de los resultados de sus propios actos, pero sin éxito. Entonces las damas arriba nombradas, quienes inmediatamente rodearon a la emperatriz, probablemente no ocultaron su resentimiento contra el estricto obispo. Finalmente, la misma emperatriz cometió una injusticia privando a una viuda de su viñedo (Marcus Diac., "Vita Porphyrii", V, no. 37, en P.G., LXV, 1229). Crisóstomo intercedió por esta última. Pero Eudoxia se mostró ofendida. Desde entonces hubo una cierta frialdad entre la Corte imperial y el palacio episcopal, el cual, creciendo poco a poco, llevó a una catástrofe. Es imposible determinar exactamente en que período comenzó esta alienación, muy probablemente dató de comienzos del año 401. Pero antes que este estado de las cosas se tornara conocido para el público, ocurrieron eventos de la más alta importancia política, y Crisóstomo, sin buscarlo, fue implicado en ellos. Estos fueron la caída de Eutropio y la revuelta de Gainas.

En enero de 399, Eutropio, por una razón no exactamente conocida, cayó en desgracia. Conociendo los sentimientos de la gente y de sus enemigos personales, huyó a la iglesia. Como él mismo había intentado abolir la inmunidad del asilo eclesiástico no mucho tiempo antes, la gente pareció poco dispuesta a perdonarlo. Pero Crisóstomo interfirió, entregando su famoso sermón sobre Eutropio, y el caído ministro fue salvado por el momento. Como, sin embargo, trató de escapar durante la noche, fue capturado, exiliado, y poco tiempo después matado. Inmediatamente le siguió otro evento más excitante y más peligroso. Gainas, uno de los generales imperiales, había sido enviado a someter a Tribigild, quien se había rebelado. En el verano de 399 Gainas se unió abiertamente con Tribigild, y, para restaurar la paz, Arcadio tuvo que someterse a las más humillantes condiciones. Gainas fue nombrado comandante en jefe del ejército imperial, y hasta le tuvieron que ser entregados Aureliano y Saturnino, dos hombres del más alto rango en Constantinopla. Parece que Crisóstomo aceptó una misión ante Gainas, y que, debido a esta intervención Aureliano y Saturnino fueron perdonados por Gaínas y hasta puestos en libertad. Poco después, Gainas, que era un Godo Arriano, demandó una de las iglesias Católicas de Constantinopla para él y para sus soldados. Nuevamente Crisóstomo tuvo una oposición tan enérgica que Gainas cedió. Mientras tanto el pueblo de Constantinopla se había comenzado a excitar, y en una noche varios miles de Godos fueron asesinados. Gainas sin embargo escapó, fue derrotado y asesinado por los Hunos. Tal fue el fin en el lapso de pocos años de tres cónsules del Imperio Bizantino. No hay duda que la autoridad de Crisóstomo se había fortalecido grandemente por la magnanimidad y firmeza de carácter que había demostrado durante todos estos conflictos. Puede haber sido esto lo que aumentó los celos de aquellos que entonces gobernaban el imperio – una camarilla de cortesanos con la emperatriz a la cabeza. A estos se les unieron nuevos aliados de los rangos eclesiásticos incluyendo algunos obispos provinciales – Severiano de Gabala, Antíoco de Ptolemais, y, por algún tiempo, Acacio de Beroea, quienes preferían las atracciones de la capital a residir en sus propias ciudades (Sócrates , op. cit., VI, 11; Sozomeno, op. cit., VIII, 10). El más intrigante entre ellos era Severiano, quien se adulaba a sí mismo diciendo que era el rival de Crisóstomo en elocuencia. Pero hasta ese momento nada había sido revelado en público. Un gran cambio ocurrió durante la ausencia de Crisóstomo de Constantinopla por varios meses. Esta ausencia fue necesaria por un asunto eclesiástico en Asia Menor, en el cual estaba involucrado. Aceptando la expresa invitación de varios obispos, Crisóstomo, en el primer mes de 401, fue a Éfeso, donde designó un nuevo arzobispo, y con el consentimiento de la asamblea de obispos depuso a seis obispos por simonía. Tras haber fallado la misma sentencia sobre el Obispo Gerontio de Nicomedia, regresó a Constantinopla.

Mientras tanto habían ocurrido allí cosas desagradables. El Obispo Severiano, a quien Crisóstomo parece haberle encomendado el desempeño de ciertas funciones eclesiásticas, había entrado en abierta enemistado con Serapión, el archidiácono y oeconomus de la catedral y del palacio episcopal. Cualquiera pueda haber sido la razón real, Crisóstomo encontró el caso tan serio, que invitó a Severiano a que regresara a su propia sede. Fue solamente debido a la intervención personal de Eudoxia, cuya confianza poseía Serapión, que se le permitió volver de Calcedonia, donde se había retirado.

La reconciliación que siguió no fue sincera, al menos de parte de Severiano, y el escándalo público había excitado muchos sentimientos enfermizos. Los efectos pronto fueron visibles. Cuando en la primavera de 402, el Obispo Porfirio de Gaza (ver Marcus Diac., "Vita Porphyrii", V, ed. Nuth, Bonn, 1897, pp. 11-19) fue a la Corte de Constantinopla a obtener el favor para su diócesis, Crisóstomo le contestó que no podía hacer nada por él, ya que él mismo había caído en desgracia con la emperatriz. Sin embargo, el partido de los descontentos no era realmente peligroso, a menos que pudieran encontrar algún líder prominente e inescrupuloso. Tal persona se presentó más pronto de lo que podrían haberlo esperado. Fue el bien conocido Teófilo, Patriarca de Alejandría. Apareció bajo circunstancias bastante curiosas, lo que de ningún modo anunciaba el resultado final. Teófilo, hacia el fin del año 402, fue convocado por el emperador a Constantinopla para disculparse ante el sínodo, que debería presidir Crisóstomo, por varios cargos, que habían sido presentados en su contra por ciertos monjes Egipcios, especialmente por los llamados cuatro “hermanos altos”. El patriarca, su antiguo amigo, se había puesto repentinamente en su contra, y los había perseguido como Origenistas (Paladio, "Diálogo", XVI; Sócrates, op. cit., VI, 7; Sozomeno, op. cit., VIII, 12).

Sin embargo, Teófilo no se asustaba fácilmente. Siempre tenía agentes y amigos en Constantinopla, y conocía el estado de las cosas y los sentimientos en la corte. Entonces resolvió tomar ventaja de ellos. Escribió de inmediato a San Epifanio a Chipre, pidiendo que fuera a Constantinopla y convenciera a Crisóstomo de condenar a los Origenistas. Epifanio fue. Pero cuando se dio cuenta que Teófilo estaba meramente usándolo para sus propios propósitos, dejó la capital, muriendo en el regreso en 403. En ese tiempo Crisóstomo pronunció un sermón contra la vana lujuria de la mujer. Le fue reportado a la emperatriz como si ella hubiera estado aludida en él. De esta manera el terreno estaba preparado. Teófilo finalmente apareció en Constantinopla en Junio de 403, no solo, como se le había ordenado, sino con veintinueve de sus obispos sufragantes, como nos dice Paladio (ch.VIII), con una buena cantidad de dinero y todo tipo de regalos. Tomó alojamiento en uno de los palacios imperiales, y mantuvo conferencias con los adversarios de Crisóstomo. Luego se retiró con sus sufragantes y otros nueve obispos a una villa cerca de Constantinopla, llamada epi dryn (see Ubaldi, "La Synodo ad Quercum", Turin, 1902). Una larga lista de ridículas acusaciones fueron erigidas contra Crisóstomo (ver Focio, "Bibliotheca", 59, en P.G., CIII, 105-113), quien, rodeado por cuarenta y dos arzobispos y obispos reunidos para juzgar a Teófilo de acuerdo con las órdenes de emperador, fue ahora convocado a presentarse él mismo y disculparse. Crisóstomo naturalmente se rehusó a reconocer la legalidad de un sínodo en el cual sus abiertos enemigos fueran los jueces. Después de la tercera citación a Crisóstomo, y con el consentimiento del emperador, se declaró que fuera depuesto. A los efectos de evitar un inútil derramamiento de sangre, se rindió al tercer día a los soldados que lo esperaban. Pero las amenazas del excitado pueblo, y un repentino accidente en el palacio imperial, atemorizaron a la emperatriz (Paladio, "Diálogo", IX). Ella temió algún castigo del cielo por el exilio de Crisóstomo, y de inmediato ordenó su restauración. Después de alguna vacilación Crisóstomo re entró en la capital en medio de gran regocijo del pueblo. Teófilo y sus partidarios se salvaron huyendo de Constantinopla. El retorno de Crisóstomo fue, en si mismo, una derrota para Eudoxia. Cuando sus temores se fueron, revivió su rencor. Dos meses después, una estatua de plata de la emperatriz fue descubierta en la plaza justo frente a la catedral. Las celebraciones públicas que asistieron a este incidente, y que duraron varios días, se hicieron tan bulliciosas que molestaron los oficios en la iglesia. Crisóstomo se quejó al prefecto de la ciudad, quien le informó a Eudoxia que el obispo se había quejado de su estatua. Esto fue suficiente para excitar a la emperatriz más allá de todo límite. Convocó a Teófilo y a los otros obispos para que volvieran y depusieran a Crisóstomo nuevamente. Sin embargo, el prudente patriarca, no deseaba correr el mismo riesgo por una segunda vez. El solamente escribió a Constantinopla que Crisóstomo debía ser condenado por haber reentrado a su sede en oposición a un artículo del Sínodo de Antioquía mantenido en el año 341 (un sínodo Arriano). Los otros obispos no tenían ni la autoridad ni el coraje para hacerle un juicio formal. Todo lo que ellos pudieron hacer fue urgir al emperador a que firmara un nuevo decreto de exilio. Un doble atentado contra la vida de Crisóstomo fracasó. En Vísperas de Pascua de 404, cuando todos los catecúmenos estaban por recibir el bautismo, los adversarios del obispo, con soldados imperiales, invadieron el baptisterio y dispersaron a toda la congregación. Al final Arcadio firmó el decreto, y el 24 de junio de 404, los soldados condujeron a Crisóstomo una segunda vez al exilio.

Exilio y Muerte

Cuando ellos habían escasamente dejado Constantinopla, una inmensa conflagración destruyó la catedral, el senado y otros edificios. Los seguidores del obispo exiliado fueron acusado del crimen y perseguidos. Apresuradamente Arsacio, un anciano, fue designado sucesor de Crisóstomo, pero fue pronto sucedido por el astuto Ático. Quienquiera que rehusara entrar en comunión con ellos era castigado con la confiscación de su propiedad y el exilio. En cuanto a Crisóstomo, fue conducido Cucuso, un aislado y escabroso lugar en la frontera este de Armenia, continuamente expuesto a las invasiones de los isáuricos. En el siguiente año tuvo hasta que huir por cierto tiempo al castillo de Arabiso para protegerse de esos bárbaros. Mientras tanto siempre mantenía correspondencia con sus amigos y nunca abandonó la esperanza de regresar. Cuando las circunstancias de esta deposición fueron conocidas en el Occidente, el Papa y los obispos italianos se declararon en su favor. El emperador Honorio y el Papa Inocencio I intentaron convocar un nuevo sínodo, pero sus delegados fueron apresados y enviados a casa. El Papa rompió toda comunión con los patriarcas de Alejandría, Antioquia (donde un enemigo de Crisóstomo había sucedido a Flaviano), y Constantinopla, hasta que (después de la muerte de Crisóstomo) consintieron admitir su nombre en los dípticos de la Iglesia. Finalmente todas las esperanzas para el exiliado obispo se desvanecieron. Aparentemente el estaba viviendo demasiado para sus adversarios. En el verano de 407 se dio la orden de llevarlo a Pithyo, un lugar en la frontera extrema del imperio, cerca del Cáucaso. Uno de los dos soldado que tuvo que llevarlo le causó todo tipo de sufrimientos posibles. Fue forzado ha hacer largas marchas, fue expuesto a los rayos del sol, a las lluvias y el frío de las noches. Su cuerpo, ya debilitado por varias enfermedades severas, finalmente se quebró. El 14 de septiembre la partida estaba en Comana en Ponto. En la mañana Crisóstomo había pedido descansar allí considerando el estado de su salud. En vano; fue forzado a continuar su marcha. Muy pronto se sintió tan débil que tuvieron que volver a Comana. Algunas horas después Crisóstomo murió. Sus últimas palabras fueron: Doxa to theo panton eneken (Gloria a Dios por todas las cosas) (Paladius, XI, 38). Fue enterrado en Comana. El 27 de enero de 438, su cuerpo fue trasladado a Constantinopla con gran pompa, y puesto en una tumba en la iglesia de los apóstoles donde Eudoxia había sido enterrada en el año 404 (ver Sócrates, VII, 45; Constantine Prophyrogen., "Cæremoniale Aul Byz.", II, 92, in P.G., CXII, 1204 B).

SUS ESCRITOS

Crisóstomo ha merecido un lugar en la historia eclesiástica, no simplemente como Obispo de Constantinopla, sino principalmente como Doctor de la Iglesia. No poseemos tantos escritos de ningún otro de los Padres Griegos. Podemos dividirlos en tres porciones, los “opúsculos”, las “homilías” y las “cartas”.

  • 1. Los principales “opúsculos” datan todos de los tempranos días de actividad literaria. Los siguientes se ocupan de materias monásticas: "Comparatio Regis cum Monacho" ("Opera", I, 387-93, in P.G., XLVII-LXIII), "Adhortatio ad Theodorum (Mopsuestensem?) lapsum" (ibid., 277-319), "Adversus oppugnatores vitae monasticae" (ibid., 319-87). Aquellos que tratan materias ascéticas están en general en el tratado "De Compunctione" en dos libros (ibid., 393-423), "Adhortatio ad Stagirium" en tres libros (ibid., 433-94), "Adversus Subintroductas" (ibid., 495-532), "De Virginitate" (ibid., 533-93), "De Sacerdotio" (ibid., 623-93).
  • 2. Entre las “homilías” tenemos que distinguir comentarios sobre libros de las Sagradas Escrituras, grupos de “homilías” (sermones) sobre temas especiales, y un gran número de homilías aisladas.
    • a. Los principales “comentarios” sobre el Viejo Testamento son las sesenta y siete homilías “Sobre el Génesis” (con ocho sermones sobre el Génesis, que son probablemente una primera revisión (IV, 21 ss., y ibid., 607 sqq.); cincuenta y nueve homilías “Sobre los Salmos” (4-12, 41, 43-49, 108-117, 119-150) (V, 39-498), respecto a las cuales ver Chrys. Baur, "Der urspr ngliche Umfang des Kommentars des hl. Joh. Chrysostomus zu den Psalmen" en Chrysostomika, fase. i (Roma, 1908), 235-42, un comentario sobre los primeros capítulos de "Isaías" (VI, 11 sqq.). Los fragmentos de Job (XIII, 503-65) son espurios (ver Haidacher, "Chrysostomus Fragmente" en Chrysostomika, I, 217 sq.); la autenticidad de los fragmentos sobre Proverbios (XIII, 659-740), sobre Jeremias y Daniel (VI, 193-246), y la Sinopsis del Viejo y Nuevo Testamento (ibid., 313 sqq.), es dudosa. Los principales comentarios sobre el Nuevo Testamento son las primeras noventa homilías sobre “San Mateo” (alrededor del año 390, VII), ochenta y ocho homilías sobre “San Juan” (c. 389; VIII, 23 sqq – probablemente de una edición posterior), cincuenta y cinco homilías sobre “los Hechos” (como fuera preservada por estenógrafos, IX, 13 ss.), y homilías “Sobre todas las Epístolas de San Pablo” (IX, 391 ss.). Los mejores y más importantes comentarios son aquéllos sobre los Salmos, sobre San Mateo y sobre la Epístola a los Romanos (escrita c.391). Las treinta y cuatro homilías sobre la Epístola a los Gálatas también es probable que llegue a nosotros de un segundo editor.
    • b. Entre las “homilías formando grupos conexos”, podemos mencionar especialmente cinco homilías “Sobre Ana” (IV, 631-76), tres “Sobre David” (ibid., 675-708), seis "Sobre Ozias" (VI, 97-142), ocho "Contra los Judíos" (II, 843-942), doce "De Incomprehensibili Dei Natur " (ibid., 701-812), y las siete famosas homilías "Sobre San Pablo" (III, 473-514).
    • c. Un gran número de “homilías individuales” tratan de temas morales, de ciertas fiestas o santos. (3) Las “Cartas” de Crisóstomo (alrededor de un número de 238: III, 547 ss.) fueron todas escritas durante su exilio. De especial valor por sus contenidos naturaleza íntima son las diecisiete cartas a la diaconisa Olimpia. Entre los numerosos “Apócrifos” podemos mencionar la liturgia atribuida a Crisóstomo, quien quizás modificó, pero no compuso el antiguo texto. El más famoso apocryphon es la “Carta a Cesario” (III, 755-760). Contiene un pasaje sobre la santa Eucaristía que parece favorecer la teoría de “impanatio”, y las disputas sobre ella han continuado por más de dos siglos. El más importante trabajo espurio en Latín es el "Opus imperfectum", escrito por un arriano en la primera mitad del siglo V. (ver Th. , "Das Opus impefectum in Matthæum", Tübingen, 1907).

SU IMPORTANCIA TEOLOGICA

Como Orador

El éxito de Crisóstomo predicando se debe principalmente a su gran facilidad natural de palabra, la que era extraordinaria aún para los griegos, a la abundancia de sus pensamientos como así también a la popular forma de presentarlos y de ilustrarlos, y, por último pero no menos importante, la sinceridad de todo corazón y la convicción con el que entregaba el mensaje el cual sentía le había sido entregado a él. Las explicaciones especulativas no atraían su mente, ni se hubieran adecuado a los gustos de sus oyentes. Ordinariamente prefería materias morales y muy pocas veces seguía en sus sermones un plan regular, ni tampoco se cuidaba de evitar digresiones cuando cualquier oportunidad la sugería. De este modo, no es de ninguna manera modelo para nuestra moderna prédica temática, la cual, aunque podamos lamentarlo, ha suplantado en tan gran medida al viejo método homilético. Pero los frecuentes arrebatos de aplausos entre su congregación pueden haberle dicho a Crisóstomo que estaba en la senda correcta.

Como exégeta

Como exégeta Crisóstomo es de la mayor importancia, ya que es el principal y casi el único exitoso representante de los principios exegéticos de la Escuela de Antioquía. Diodoro de Tarso lo había iniciado en el método gramático-histórico de esa escuela, el que estaba en fuerte oposición a la interpretación excéntrica, alegórica y mística de Orígenes y la Escuela Alejandrina. Pero Crisóstomo correctamente evitó forzar sus principios hasta el extremo al que, más tarde los llevó, su amigo Teodoro de Mopsuestia, el maestro de Nestorio. Él ni siquiera excluyó todas las explicaciones alegóricas o místicas, pero las confino a casos en los cuales el propio autor inspirado sugería este significado.

Como Teólogo Dogmático

Como ya ha sido dicho, Crisóstomo no era una mente especulativa, ni estuvo durante su vida involucrado en grandes controversias dogmáticas. No obstante sería un error menospreciar los grandes tesoros teológicos que esconden sus escritos. Desde los comienzos fue considerado por los griegos y los latinos como un muy importante testigo de la fe. Aún en el Concilio de Éfeso (431) ambos partidos, San Cirilo y los antioquenos, ya lo invocaban en favor de sus opiniones, y en el Séptimo Concilio Ecuménico, cuando un pasaje de Crisóstomo había sido leído en favor de la veneración de imágenes, el Obispo Pedro de Nicomedia exclamó: “Si Juan Crisóstomo habla de ese modo de las imágenes, ¿quién se atrevería a hablar contra ellas?” lo que muestra claramente el progreso que había hecho su autoridad para esa fecha.

Curiosamente, en la Iglesia Latina, Crisóstomo fue invocado aún antes como una autoridad en materia de fe. El primer escritor que lo citó fue Pelagio, cuando escribió su perdido libro "De Naturæ" contra San Agustín (c. 415). El propio Obispo de Hipona, poco tiempo después (421) reclamó por la enseñanza Católica de Crisóstomo en su controversia con Julián de Eclana, quien le había opuesto un pasaje de Crisóstomo (de "Hom. ad Neophytos", conservado solamente en latín) como si estuviera contra el pecado original (ver Chrys. Baur, "L'entrée littéraire de St. Jean Chrys. dans le monde latin" e la "Revue d'histoire ecclés.", VIII, 1907, 249-65). Nuevamente, en tiempo de la Reforma, crecieron largas y ácidas discusiones sobre si Crisóstomo era un protestante o un católico, y esas polémicas no han cesado nunca totalmente. Es cierto que Crisóstomo tiene algunos extraños pasajes en nuestra Bendita Señora [ver Newman, "Ciertas dificultades de los Anglicanos respecto a Enseñanzas Católicas”, Londres, 1876, pp. 130 ss.], que parece ignorar la confesión privada a un sacerdote, que no hay ningún pasaje claro y directo en favor de la primacía del Papa. Pero debe ser recordado que ninguno de los respectivos pasajes contiene nada positivo contra la actual doctrina católica. Por otro lado, Crisóstomo explícitamente reconoce como una regla de fe a la tradición (XI, 488), como prescripta por la enseñanza autorizada de la Iglesia (I, 813). Esta Iglesia, dice, es sólo una, por la unidad de su doctrina (V, 244; XI, 554); está esparcida por todo el mundo, es la única Novia de Cristo (III, 229, 403; V, 62; VIII, 170). Con relación a la Cristología, Crisóstomo sostiene claramente que Cristo es Dios y hombre en una persona, pero nunca entra en un más profundo examen del modo de esta unión. Su doctrina con relación a la Eucaristía es de gran importancia. No puede haber la más leve duda de que enseña la Presencia Real, y sus expresiones sobre el cambio forjado por las palabras del sacerdote son equivalentes a la doctrina de la transubstanciación (ver Naegle, "Die Eucharistielehre des hl. Joh. Chry.", 74 sq.).


Bibliografía: Un completo análisis y crítica de la enorme literature de Crisóstomo (del siglo XVI al XX) se halla en BAUR, S. Jean Chrysostome et ses oeuvres dans l'histoire litt raire (París y Lovaina, 1907), 223-297.

  • 1. VIDA DE CRISOSTOMO:
    • a. Fuentes: PALADIO, Dialogue cum Theodoro, Ecclesioe Romanoe Diacono, de vit et conversatione b. Joh. Chrysostomi (escrito cerca de 408; major fuente; ed. BIGOT, París, 1680; P.G., XLVII, 5-82) MARTYRIUS, Panegírico sobre San Juan Crisóstomo (escrito cerca de 408; ed. P.G., loc. cit., XLI-LII); SOCRATES, Historia de la Iglesia VI.2-23 y VII.23, 45 (P.G., LXVII, 661 sqq.); SOZOMENO, Historia de la Iglesia VIII.2-28 (P.G., ibid., 1513 ss.), más completa que la de Sócrates, de quien dependía; TEODORETO, Historia de la Iglesia V.27; P.G., LXXXII, 1256-68, no siempre confiable; ZOSIMO, V, 23-4 (ed. BEKKER, p. 278-80, Bonn. 1837), no digno de confianza.
    • b. Autores Posteriores: TEODORO DE TRIMITo, (P.G., XLVII, col. 51-88), sin valor, escrito cerca de fines del siglo VII; (PSEUDO-) GEORGIUS ALEXANDRINUS, ed. SAVILE, Chrys. opera omnia (Eton, 1612), VIII, 157-265 (siglos VIII - IX); LEO IMPERATOR, Laudatio Chrys. (P.G., CVII, 228 sqq.); ANONYMUS, (ed. SAVILE, loc. cit., 293-371); SYMEON METAPHRASTES, (P.G., CXIV, 1045-1209).
    • c.) Biografías Modernas:
      • Inglés: STEPHENS, San Juan Crisóstomo, su vida y tiempos, un esquema de la Iglesia y el Imperio en el siglo IV (Londres, 1871; 2da ed., Londres, 1880), la mEjor biografía en ingles, pero anglicaniza la doctrina de Crisóstomo; BUSH, La Vida y Época de Crisóstomo (Londres, 1885), un tratado popular.
      • Francés: HERMANT, La Vie de Saint Jean Chrysostome . . . divis e en 12 livres (París, 1664; 3ra ed., París, 1683), la primera biografía científica; DE TILLEMONT, M moires pour servir l'histoire eccl siastique des six premiers si cles, XI, 1-405, 547-626 (importante para la cronología); STILTING, De S. Jo. Chrysostomo . . . Commentarius historicus in Acta SS., IV, Sept., 401-700 (1st ed., 1753), mejor biografía científica en latín;; THIERRY, S. Jean Chrysostome et l'imp ratrice Eudoxie (Paris, 1872; 3rd ed., Paris, 1889), "más romance que historia"; PUECH, San Juan Crisóstomo (París, 1900); 5ta ed., Paris, 1905), popular y debe ser leída con precaución.
      • Alemán: NEANDER, Der hl. Joh. Chrysostomus und die Kirche, besonders des Orients, in dessen Zeitalter, 2 vols. (Berlin, 1821 - 22; 4ta ed., Berlín 1858); el primer volumen traducido al inglés por STAPLETON (Londres, 1838), da una descripción de la doctrina de Crisóstomo con opiniones protestantes; LUDWIG, Der hl. Joh. Chrys. in seinem Verh liniss zum byzantinischen Hof. (Braunsberg, 1883), cientifica.
      • Crisóstomo como orador: ALBERT, S. Jean Chrysostome consid r comme orateur populaire (Paris, 1858); ACKERMANN, Die Beredsamkeit des hl. Joh. Chrys. (W rzburg, 1889); cf. WILLEY, Crisóstomo, el Orador (Cincinnati, 1908), ensayo popular.
  • 2. ESCRITOS DE CRISOSTOMO
    • a. Cronología: Vea TILLEMONT, STILTING, MONTFAUCON, Chrys. Opera omnia; USENER, Religionsgeschichtliche Untersuchungen, I (Bonn, 1889), 514-40; RAUSCHEN, Jahrb cher der christl. Kirche unter dem Kaiser Theodosius dem Grossen (Freiburg im Br., 1897), 251-3, 277-9, 495-9; BATIFFOL, Revue bibl., VIII, 566-72; PARGOIRE, Echos d'Orient, III 151-2; E. SCHARTZ, J dische und chrisl. Ostertafeln (Berlin, 1905), 169-84.
    • b. Autenticidad: HAIDACHER, Zeitschr. für Kath. Theologie, XVIII-XXXII; IDEM, Deshl. Joh. Chrys. Buchlein ber Hoffart u. Kindererziehung (Freiburg, im Br., 1907).
  • 3. DOCTRINA DE CRISÓSTOMO: MAYERO, Chrysostomus Lutheranus (Grimma, 1680: Wittenberg, 1686); HACKI, D. Jo. Chrysostomus . . . a Lutheranismo . . . vindicatus (Oliva, 1683); F RSTER, Chrysostomus in seinem Verh ltniss zur antiochen. Schule (Gotha, 1869); CHASE, Crisóstomo, un Estudio sobre la Historia de la Interpretación Bíblica (Londres, 1887); HAIDACHER, Die Lehre des hl. Joh. Chrys. ber die Schriftinspiration (Salzburg, 1897); CHAPMAN, San Juan Crisóstomo acerca de San Pedro en Revista de Dublín (1903), 1-27; NAEGLE, Die Eucharistielehre des hl. Johannes Chrysostomus, des Doctor Eucharisti (Freiburg im Br., 1900).
  • 4. EDICIONES
    • a. Completas: SAVILE (Eton, 1612), 8 volúmenes (el mejor texto); DUCAEUS, (París, 1609-1636), 12 vols.; DE MONTFAUCON, (Paris, 1718-1738), 13 vols.; MIGNE, P.G., XLVII - LXIII.
    • b. Parciales: FIELD, Homilías en Matth. (Cambridge, 1839), 3 vols., major texto reimpreso actual en MIGNE, LVII - LVIII; IDEM, Homilioe in omnes epistolas Pauli (Oxford, 1845-62), VII. La última edición crítica de la De Sacerdotio fue editada por NAIRN (Cambridge, 1906). Existen acerca de 54 ediciones completas (en cinco lenguajes), 86 por ciento ediciones especiales de De Sacerdotio (en doce lenguajes), y el número completo de todas (completas y especiales) ediciones es mucho más de 1,000. Las ediciones más antiguas son el latín; de las cuales existen cuarenta y una diferentes ediciones incunabula (antes del año 1500) Vea Diodoro de Tarso, Melecio de Antioquía, Origenismo, Paladio, Teodoro de Mopsuestia.

Fuente: Baur, Chrysostom. "St. John Chrysostom." The Catholic Encyclopedia. Vol. 8. New York: Robert Appleton Company, 1910. <http://www.newadvent.org/cathen/08452b.htm>.

Traducido por Luis Alberto Alvarez Bianchi.