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Viernes, 22 de noviembre de 2024

Fe

De Enciclopedia Católica

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El significado de la palabra

(Pistis, fides). En el Antiguo Testamento la palabra hebrea significa esencialmente firmeza, inmutabilidad, cf. Éxodo 17,12, donde se usa para describir la fuerza de las manos de Moisés; por lo tanto viene a significar fidelidad, lealtad, ya sea de Dios hacia el hombre (Deut. 32,4) o del hombre hacia Dios (Sal. 119(118),30). En la medida que denota la actitud del hombre hacia Dios significa confianza o “fiducia”. Sin embargo, sería ilógico concluir que en el Antiguo Testamento la palabra no puede y no significa creencia o fe, pues está claro que uno no puede confiar en las promesas de una persona sin previamente afirmar o creer en la pretensión de esa persona a tal confianza. Por lo tanto aun si no se puede probar que el hebreo no contiene en sí mismo la noción de creencia, necesariamente lo debe presuponer. Pero la palabra contiene en sí misma la noción de creencia, lo cual se deduce del uso del radical, el cual en la conjugación causal, o Hiph'il, significa “creer”, por ejemplo en Gén. 15,6 y Deut. 1,32, en cuyo último pasaje se combinan los dos significados: creer y confiar. Que el nombre en sí mismo significa fe o creer es claro por Habacuc 2,4, donde el contexto lo demanda. El testimonio de la Versión de los Setenta es decisivo; ellos traducen el verbo por “pisteuo”, y el nombre por “pistis”; y aquí de nuevo se denotan con el mismo término los dos factores, fe y confianza. Pero a partir de Eurípides (Helena, 710) es claro que incluso en el griego clásico “pisteuo” se usaba para significar “creer” “logois d’emoisi pisteuson tade”; y el “theon d’ouketi pistis arage” (Medea, 414; cf. Hip., 1007) del mismo dramaturgo demuestra que el “pistis” podía significar “creencia”

En el Nuevo Testamento surgen a la vista los significados de “creer” y “creencia” para “pisteon” y “pistis”; en el lenguaje de Cristo, “pistis” frecuentemente significa “confiar”, pero también “creencia” (cf. Mt. 8,10). En los Hechos se refiere objetivamente a los principios de los cristianos, pero a menudo se interpreta como “creencia” (cf. 17,31; 20,21; 26,8). En Romanos 14,23, tiene el significado de “conciencia”---“porque todo lo que no procede de la buena fe es pecado”---pero el apóstol lo usa repetidamente en el sentido de “creencia” (cf. Rom. 4 y Gál. 3). Para todos los que estén familiarizados con la literatura teológica moderna será evidente la gran necesidad de señalar esto; así, cuando un escritor en el “Diario Hibbert” (oct. 1907) dice “Desde un lado al otro de la Escritura, la fe es confianza y sólo confianza”, es difícil ver cómo él explicaría el pasaje en 1 Corintios 13,13 y Hebreos 11,1. La verdad es que muchos escritores teológicos se dan a un pensamiento muy laxo, y en nada es esto tan evidente como en su tratamiento de la fe. En el articulo citado leemos: “La confianza en Dios es fe, fe es creencia, creencia puede significar credo, pero credo no es equivalente a confiar en Dios.” Una vaguedad similar fue especialmente notable en la controversia “¿Creemos?”---un corresponsal dice---“Nosotros los no creyentes, si hemos perdido la fe, nos aferramos más fuertemente a la esperanza y, a la más grande de todas, la caridad” (“¿Creemos?, p. 180, ed. W. L. Courtney, 1905). Los escritores no católicos han rechazado toda idea de la fe como una aquiescencia intelectual, y en consecuencia, fracasan en percibir que la fe necesariamente debe resultar en un cuerpo de creencias dogmáticas. “¿Cómo y mediante cuál influencia”, dice Harnack, “fue la fe viva transformada en un credo a creerse, el rendimiento a Cristo en una cristología filosófica?” (citado en el Diario Hibbert, loc. Cit.).

La fe puede ser considerada objetiva o subjetivamente

Objetivamente, representa la suma de verdades reveladas por Dios en la Escritura y la tradición, y que la Iglesia nos presenta (ver regla de fe) de forma breve en sus credos. Subjetivamente, la fe representa el hábito o virtud por el cual obtemperamos a esas verdades. Es este aspecto subjetivo de la fe el que nos interesa principalmente aquí. Antes de proceder a analizar el término fe, debemos aclarar ciertas nociones preliminares:

(a) El doble orden del conocimiento: “La Iglesia Católica” dice el Concilio Vaticano I, III, IV, “siempre ha afirmado que hay un doble orden de conocimiento, y que estos dos órdenes se distinguen entre sí no sólo en su principio sino en su objeto; en uno conocemos por la razón natural, en el otro por la fe divina; el objeto de uno es la verdad obtenible por la razón natural, el objeto del otro es los misterios escondidos en Dios, pero los que tenemos que creer y que sólo podemos conocer por revelación divina.”

(b) Ahora bien, el conocimiento intelectual se puede definir de modo general como la unión entre el intelecto y el objeto inteligible. Pero una verdad nos es inteligible sólo en la medida que es evidente, y la evidencia es de diferentes clases; por lo tanto, según el carácter variable de la evidencia, tendremos varias clases de conocimiento. Así una verdad puede ser evidente en sí misma---por ejemplo, el todo es mayor que su parte---en cuyo caso se dice que tenemos conocimiento intuitivo de ella; o la verdad puede ser no evidente en sí misma, pero deducible de las premisas en las que está contenida---tal conocimiento se llama conocimiento razonado; o además una verdad puede no ser ni evidente en sí misma ni deducible de las premisas en las que está contenida, aun así el intelecto puede estar obligado a asentir a ella porque de otro modo tendría que rechazar otra verdad universalmente aceptada. Por último, se puede inducir al intelecto a asentir a una verdad por ninguna de las razones anteriores, sino solamente debido a que esta verdad, aunque no sea evidente en sí misma, descanse en una grave autoridad---por ejemplo, aceptamos la aseveración de que el sol está a 90,000,000 millas distante de la tierra porque autoridades competentes y veraces garantizan ese hecho. Esta última clase de conocimiento es lo que se llama fe, y es claramente necesario en la vida diaria. Si en la autoridad en la que basamos nuestro asentimiento es humana y por lo tanto falible, tendremos fe humana y falible; si la autoridad es divina, tendremos fe divina e infalible]. Si a esto se añade el medio por el cual se nos presenta la autoridad divina para ciertas declaraciones, por ejemplo, la Iglesia Católica, tenemos fe divina católica (vea regla de fe).

(c) De nuevo, sin importar de qué fuente provenga, la evidencia puede ser de varios grados y así causar mayor o menor firmeza de adhesión de parte de la mente del que asiente a la verdad. Así los argumentos o autoridades en pro y en contra de una verdad pueden ser escasos o parejamente balanceados, en este caso el intelecto no cede en su adhesión a la verdad, sino que permanece en un estado de duda o suspensión absoluta de juicio; o pueden predominar los argumentos de un lado, aunque sin excluir los del otro lado; en este caso no tenemos completa adhesión del intelecto a la verdad en cuestión, sino solamente una opinión. Por último, los argumentos o autoridades presentados pueden ser tan convincentes que la mente da su asentimiento categórico a la declaración propuesta y no tiene miedo a que no pueda ser cierta; este estado mental se llama certeza, y es la perfección del conocimiento. La fe divina, entonces, es esa forma de conocimiento derivado de la autoridad divina, y que consecuentemente engendra certeza en la mente del recipiente.

(d) La necesidad de tal fe divina se deduce del hecho de la revelación divina, pues revelación significa que la Verdad Suprema le ha hablado al hombre y le ha revelado verdades que no son en sí mismas evidentes a la mente humana. Debemos, entonces, o rechazar completamente la revelación, o aceptarla por fe; es decir, debemos someter nuestro intelecto a las verdades que no podemos entender, pero que nos llegan por autoridad divina.

(e) Llegaremos a un mejor entendimiento del hábito o virtud de fe si hemos analizado previamente un acto de fe; y este análisis se facilitará al examinar un acto de visión ocular y un acto de conocimiento razonado. En la visión ocular distinguimos tres cosas; el ojo o facultad visual, el objeto a colores y la luz que sirve como medio entre el ojo y el objeto. Es común llamar al color el objeto formal (objectum formale quod) de la visión, puesto que es lo que sólo y precisamente hace a una cosa el objeto de la visión, el objeto individual que se ve se puede llamar el objeto material, es decir, la manzana, el hombre, etc. Similarmente, la luz que sirve como medio entre el ojo y el objeto se llama la razón formal (objectum formale quo) de nuestra visión real. Del mismo modo, cuando analizamos un acto de asentimiento intelectual a cualquier verdad dada, debemos distinguir la facultad intelectual que produce el acto, el objeto inteligible al cual se dirige el intelecto, y la evidencia, ya sea intrínseca o extrínseca, que nos mueve a asentir a él. No se puede omitir ninguno de estos factores, pues cada uno coopera para realizar el acto, ya sea de visión ocular o de asentimiento intelectual.

(f) Por lo tanto, para un acto de fe necesitamos una facultad capaz de realizar un acto, un objeto proporcionado a la facultad, y evidencia---no intrínseca, sino extrínseca de ese objeto---que sirva como vínculo entre la facultad y el objeto. Comenzaremos nuestro análisis con el objeto.

Análisis del objeto o término en un acto de fe divina

Motivos de credibilidad

Análisis del acto de fe desde el punto de vista subjetivo

Definición de fe

El hábito de la fe y la vida de fe

La génesis de la fe en el alma individual

La fe en relación con las obras

Pérdida de la fe

La fe es razonable

La fe es necesaria

La unidad e inmutabilidad objetiva de la fe

Bibliografía

I. Patrística: Los Padres en general nunca intentaron ningún análisis de la fe, y la mayoría de los tratados patrísticos De fide consisten de exposiciones de la verdadera doctrina a sostener. Pero el lector ya habrá notado la enseñanza precisa de SAN AGUSTÍN sobre la naturaleza de la fe. Además de las gemas de pensamiento dispersas a través de sus obras, nos podemos referir a sus dos tratados De Utilitate Credendi y De Fide Rerum quae non videntur, en P.L., VI, VII.

II. Escolásticos: Los teólogos del siglo XIII trabajaron el análisis minucioso de la fe y de ahí en adelante siguieron principalmente las líneas trazadas por San Agustín, SANTO TOMAS, Summa, II-II, QQ. I-VII; Quaest. Disp., Q. XIV; HOLCOT, De actibus fidei et intellectus et de libertate Voluntatis (ParÍs, 1512); SUAREZ De fide, spe, et charitate, in Opera, ed. VIVES (ParÍs, 1878), XII; DE LUGO, De virtute fidei divinae (Venecia, 1718); JOANNES A S. THOMA, Comment. on the Summa especially on the De Fide, en Opera, ed. VIVES (París, 1886), VII; CAJETAN, De Fide et Operibus (1532), especialmente su Comentario sobre la Summa, II-II, QQ I-VII.

III. Escritores modernos: Los decretos del Concilio Vaticano I, edición de bolsillo por McNabb (Londres, 1907); cf. también Coll. Lacencis, VIII; PIUS X, Syllabus Lamentabili Sane (1907); id., Encyclical, Pascendi Gregis (1907); ZIGLIARA, Propaedeutica ad Sacram Theologiam (5th ed., Roma, 1906), 1, XVI, XVII; NEWMAN, Gramática del Asentimiento, Ensayo sobre el Desarrollo, y especialmente Los Riesgos de la Fe en Vol. IV de sus Sermones, en Paz al Creer y Fe sin Demostración, VI; WEISS, Apologie du Christianisme, Fr. tr., V, conf. IV, La Foi, y VI, conf. XXI, La Vie de la Foi; BAINVEL, La Foi et l'acte de Foi (París, 1898); ULLATHORNE, Las Bases de las Virtudes Cristianas, ch. XIV, La Humildad de la Fe; HEDLEY, La Luz de la Vida (1889), II; BOWDEN, El Asentimiento de la Fe, tomado principalmente de KLEUTGEN, Theologie der Vorzeit, IV, y sirve como capítulo introductorio a la traducción de HETTINGER, Religión Revelada (1895); MCNABB, Conferencias sobre la Fe de Oxford (Londres, 1905); Fe Implícita, en El Mes para abril 1869; Realidad del Pecado de la Incredulidad, ibid., Octubre 1881; Los Peligros Concebibles de la Incredulidad en Revista de Dublín, enero 1902; HARENT en VACANT Y MANGENOT, Dictionnaire de théologie catholique, s.v. Croyance.

IV. Contra las Opiniones racionalistas, positivistas y humanistas: NEWMAN, La Introducción de Principios Racionalistas a la Religión Revelada, en Tractos para los Teimpos (1835), republicado en Ensayos Históricos y Críticos como Ensayo II; San Pablo sobre el Racionalismo en El Mes para octubre de 1877; WARD, La Vestimenta de la Religión, una Respuesta al Positivismo Popular (1886); El Agnosticismo de la Fe en Revista de Dublín, julio de 1903.

V. Los motivos de la fe y su relación con la razón y la ciencia: MANNING, Las Bases de la Fe (1852, y a menudo desde entonces); Fe y Razón en la Revista de Dublín, julio de 1889; AVELING, Fe y Ciencia en las Conferencias de Westminster (Londres, 1906); GARDEIL, La crédibilité et l'apologétique (París, 1908); IDEM e VACANT YMANGENOT, Dictionnaire de théologie catholique, s.v. Crédibilite.

VI. Escritores No Católicos: Lux Mundi, I, Fe (10ma ed. 1890); BALFOUR Fundamentos de la Creencia (2da ed., 1890); COLERIDGE, Ensayo sobre la Fe (1838), en Ayudas para la Reflexión; MALLOCK, La Religión como una Doctrina Creíble (1903), XII.

VII. Obras Racionalistas: La correspondencia de “¿Creemos?”, sostenida en el Telégrafo Diario, ha sido publicada en forma de selecciones (1905) bajo el título, Un Registro de una Gran Correspondencia en el Telégrafo Diario, con Introducción por COURTNEY. Selecciones similares por la Imprenta Racionalista (1904); SANTAYANA, La Vida de la Razón (3 vols., Londres, 1905-6); Fe y Creencia en Revista Hibbert, octubre de 1907. Cf. también LODGE, ibid., para enero 1908 y julio 1906.


Fuente: Pope, Hugh. "Faith." The Catholic Encyclopedia. Vol. 5. New York: Robert Appleton Company, 1909. <http://www.newadvent.org/cathen/05752c.htm>.

Traducido por Luz María Hernández Medina.