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Viernes, 22 de noviembre de 2024

Perfección Cristiana y Religiosa

De Enciclopedia Católica

Revisión de 16:13 4 oct 2015 por Luz María Hernández Medina (Discusión | contribuciones)

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Una cosa es perfecta si no le falta nada a su naturaleza, propósito o fin. Puede ser perfecta en su naturaleza, aunque imperfecta puesto que aún no ha alcanzado su fin, ya sea éste en el mismo orden que ella misma, o si, por voluntad de Dios y su liberalidad gratuita, sea totalmente por encima de su naturaleza, es decir, en el orden sobrenatural. A partir de la revelación hemos aprendido que el fin último del hombre es sobrenatural, y que consiste en la unión con Dios aquí en la tierra por la gracia y en el más allá en el cielo por la visión beatífica. La unión perfecta con Dios no se puede lograr en esta vida, dado que el hombre es imperfecto en cuanto carece de la felicidad a la cual está destinado y sufre muchos males de cuerpo y alma. La perfección de este modo en sentido absoluto es reservada para el Reino de los Cielos.

La perfección cristiana

La perfección cristiana es la unión sobrenatural o espiritual con Dios, la cual es posible de alcanzar en esta vida, y la cual puede ser llamada perfección relativa, compatible con la ausencia de bienaventuranza, y la presencia de las miserias humanas, pasiones rebeldes, e incluso pecados veniales a los cuales está sujeto un hombre justo sin una gracia especial y privilegio de Dios. Esta perfección consiste en la caridad, en el grado en el cual esta es asequible en esta vida. (Mt. 22,36-40; Rom. 13,10; Gál. 5,14; 1 Cor. 12,31 y 13,13). Esta es la enseñanza universal de los Padres y de los teólogos. La caridad une el alma con Dios como su fin sobrenatural y remueve del alma todo lo que se opone a esa unión. “Dios es amor, y quien permanece en el amor permanece en Dios y Dios en él.” (1 Juan 4,16). Francisco Suárez explica que la perfección se puede atribuir a la caridad en tres formas:

  • (1) substancial o esencialmente, porque la esencia de la unión con Dios consiste en la caridad por el hábito, así como por el esfuerzo o la búsqueda de la perfección;
  • (2) principalmente, porque ésta tiene la principal participación en el proceso de la perfección;
  • (3) completamente, porque todas las otras virtudes necesariamente acompañan la caridad y son ordenadas por ella al fin supremo.

Es cierto que la fe y la esperanza son prerrequisitos para la perfección en esta vida, pero ellos no la constituyen, pues en el cielo, donde la perfección es completa y absoluta, la fe y la esperanza ya no permanecen. Las otras virtudes, por lo tanto, pertenecen a la perfección de un modo accidental y secundario, porque la caridad no puede existir sin ellas y su ejercicio, pero ellas sin la caridad no unen sobrenaturalmente el alma a Dios. (Lib. I, De Statu Perfectionis, Cap. III).

La perfección cristiana consiste no sólo en el hábito de la caridad, es decir, la posesión de la gracia santificante y el deseo constante de preservar tal gracia, sino también en la persecución o práctica de la caridad, lo cual significa el servicio de Dios y el apartarnos de aquellas cosas que se oponen a ello o lo impiden. “Que se recuerde siempre”, dijo Reginald Buckler, “ que la perfección del hombre está determinada por sus acciones, no por sus hábitos como tales. Así, un alto grado de caridad habitual no es suficiente para perfeccionar el alma si el hábito no pasa a la acción. Es decir, si se vuelve no operativa. Pues ¿para qué propósito el hombre posee la virtud si no la usa? Él no es virtuoso porque pueda vivir virtuosamente, sino porque lo es.” (The Perfection of Man by Charity. Ch. VII, p.77).

La perfección del alma aumenta en proporción con la posesión de la caridad. Quien posee la perfección que excluye pecado mortal obtiene la salvación, está unido a Dios y se dice que es justo, santo y perfecto. La perfección de caridad, que excluye además los pecados venales y todos los afectos que separan el corazón de Dios, significa un estado de servicio activo de Dios y de actos fervientes y frecuentes de amor a Dios. Este es el cumplimiento perfecto de la ley (Mt. 22,37), como Dios es el objeto primario de la caridad. El objeto secundario es nuestro prójimo. Esto no se limita a los deberes necesarios y obligatorios, sino que se extiende a los amigos, extraños y enemigos, y puede avanzar a un grado heroico, al llevar a un hombre a |sacrificar los bienes exteriores, las comodidades y la vida misma por el bienestar espiritual de los demás. Esta es la caridad enseñada por Cristo, con su palabra (Juan 15,13) y su ejemplo (vea Virtud Teologal del Amor).

Perfección religiosa

La perfección cristiana, o la perfección de la caridad como enseña nuestro Salvador, aplica a todos los hombres, tanto seculares como religiosos, aunque también existe la perfección religiosa. Al estado religioso se le llama escuela (disciplina) de la perfección e impone la obligación, más estricta que la del estado laico, de luchar por la perfección. Los seglares están obligados a la perfección por la observancia de los preceptos o Mandamientos solamente; mientras que los religiosos están obligados a observar también los consejos evangélicos a los que se obligan libremente por los votos de pobreza, castidad y obediencia. Los consejos son los medios o instrumentos de perfección tanto en un sentido negativo como positivo. Negativamente: los obstáculos en el camino de la perfección, que son (1 Juan 1,16), la concupiscencia de los ojos, concupiscencia de la carne y el orgullo de vida, se eliminan mediante los votos de pobreza, castidad y obediencia, respectivamente. Positivamente: la profesión de los consejos tiende a aumentar el amor de Dios en el alma. Los afectos, liberados de las ataduras terrenales, capacitan el alma para aferrarse a Dios y a las cosas espirituales más intensamente y más de buena gana, y así promover su gloria y nuestra propia santificación, al situarnos en un estado más seguro para alcanzar la perfección de la caridad.

Es cierto que los seglares que también tienden a la perfección tienen que realizar muchas cosas que no son de precepto, pero no se comprometen irrevocablemente a los consejos evangélicos. Sin embargo, es conveniente sólo para los que son llamados por Dios a asumir estas obligaciones. En ningún estado o condición de vida es obtenible tal grado de perfección que no sea posible el avance. Dios por su parte, siempre puede conferir al hombre un aumento de la gracia santificante, y el hombre, a su vez, al cooperar con ella puede crecer en la caridad y ser cada vez más perfecto al unirse más íntima y firmemente a Dios.


Bibliografía: BUCKLER, The Perfection of Man by Charity (Londres, 1900); DEVINE, A Manual of Ascetical Theology (Londres, 1902); IDEM, Convent Life (Londres, 1904); ST. FRANCIS DE SALES, Treatise on the Love of God (Dublín, 1860); SUAREZ, De religione, tr. 7, L. I.; ST. THOMAS, Summa, II-II, Q. clxxxiv; IDEM, Opus De perfectione vitæ spiritualis; VERMEERSCH, De religiosis institutis et personis tractatus canonico moralis (Roma, 1907); RODRIGUEZ, The Practice of Christian and Religious Perfection (Nueva York); HUMPHREY, Elements of Religious Life (London, 1905).

Fuente: Devine, Arthur. "Christian and Religious Perfection." The Catholic Encyclopedia. Vol. 11. New York: Robert Appleton Company, 1911. 9 Dec. 2012 <http://www.newadvent.org/cathen/11665b.htm>.

Traducido por Luz María Hernández Medina