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Martes, 3 de diciembre de 2024

Diferencia entre revisiones de «Cabello (en la Antigüedad Cristiana)»

De Enciclopedia Católica

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(Sin diferencias)

Última revisión de 15:09 30 oct 2016

La materia de este artículo es tan extensa que no puede haber ningún intento de describir los tipos de peinados en uso sucesiva o simultáneamente en la Iglesia Católica. Se puede formar una idea solo a partir de los textos y monumentos citados; aquí simplemente indicaremos las características principales de los peinados en diferentes épocas y entre las diferentes clases.

Las pinturas en las catacumbas permiten la creencia de que los primeros cristianos se limitaban a seguir la moda de su tiempo. Hacia finales del siglo II, el cabello corto de los hombres y los ondulados bucles de las mujeres eran ensortijados, rizados con hierros y dispuestos en capas, mientras que para las mujeres el cabello trenzado alrededor de la cabeza formaba una diadema alta sobre las cejas. Algunos bucles se reservaban para que cayeran sobre la frente y sobre las sienes. La iconografía religiosa aún ahora continúa de acuerdo con los tipos creados en los inicios del cristianismo. Las imágenes de Cristo retienen el cabello largo partido a la mitad y cayendo sobre los hombros. Las de la Santísima Virgen llevan aún el velo que tapa una porción de las cejas y confina el cuello.

Los orantes, que representan la generalidad de los fieles, tienen el pelo cubierto por un velo integral que cae sobre los hombros. La iconografía bizantina difiere poco de la de las catacumbas respecto al arreglo de la cabeza. Hay mosaicos y marfiles que representan a emperadores, obispos, sacerdotes y los fieles que llevan el pelo de mediana longitud, cortado recto a través de la frente. En ese entonces las mujeres llevaban un tocado redondo que rodeaba la cara. Los emperadores y emperatrices usaban una corona grande y baja, ancha arriba y ornamentada con piedras preciosas cortadas en cabujón (cabochon), y pendientes enjoyados que caían sobre los hombros, como los que pueden verse en los mosaicos de San Vitalis en Rávena y en un gran número de dípticos. El cabello de los patriarcas y obispos era de longitud media y usaban una corona cerrada o una doble tiara. Los bárbaros permitían que su pelo creciera libremente y que cayera sobre los hombros sin restricción. Después de la caída de los merovingios, y mientras los invasores bárbaros se adaptaban más y más al gusto y moda bizantinos en boga, no aceptaron inmediatamente la moda de cortarse el cabello. A Carlomán, el hermano de Carlomagno, se le representa a la edad de catorce años con su cabello largo cayendo en largas trenzas por detrás.

Los concilios reglamentaron el tocado de clérigos y monjes. La "Statuta antiqua Ecclesiae" (can. XLIV) prohibió que se dejaran crecer el pelo o la barba. Un sínodo celebrado por San Patricio (can. VI) en 456 prescribió que los clérigos deberían arreglar su cabello a la manera de los clérigos romanos, y que los que se dejaran crecer el cabello fueran expulsados de la Iglesia (can. X). El Concilio de Agde (506) autorizó al archidiácono a emplear la fuerza para cortar el cabello de los recalcitrantes; el de Braga (572) ordenó que el cabello debiera llevarse corto, dejando ver las orejas; mientras que el Concilio de Toledo (633) denunció a los lectores en Galicia que usaban una pequeña tonsura y permitían que el cabello creciera desmesuradamente; y dos Concilios de Roma (721 y 743) anatematizaron a quienes ignoraran las reglas sobre este asunto. Esta legislación sólo muestra cuan inveterada estaba la costumbre contraria. La insistencia de los concilios se explica fácilmente si recordamos las ridículas fantasías a que se dejaron llevar las sectas heréticas. Ya sea por amor a la mortificación o por el gusto por lo bizarro, vemos, de acuerdo al testimonio de San Jerónimo, monjes barbudos como cabras, y la "Vita Hilarionis" también indica que algunas personas consideraban meritorio cortarse el cabello cada año por Pascua.

En el siglo IX hay más distinción entre hombres libres y esclavos respecto al cabello. De ahí en adelante los esclavos no serían rapados excepto en castigo por ciertas ofensas. Bajo Luis el Debonnaire y Carlos el Calvo el cabello se cortaba en las sienes y en la parte posterior de la cabeza. En el siglo X el cabello cortado a la altura de las orejas caía en forma regular alrededor de la cabeza. A finales del siglo XII el cabello era cortado corto en la parte superior de la cabeza y caía en grandes bucles hacia atrás.

Así que la gente pasaba de una moda a otra, de cabello suave en la parte de arriba y que se levantaba abruptamente en una onda al frente, un mechón de pelo en forma de flama, o el más ordinario nudo en la parte superior. No todos siguieron estas modas, pero las excepciones se consideraban ridículas. Si alguien quiere formarse una idea de los peinados de la época más moderna, encontrará imágenes, estampas y libros que dan tantos ejemplos, que sería inútil intentar su descripción. El clero siguió con una especie de timidez la moda de la peluca, pero, excepto prelados y capellanes de la corte, se abstuvieron de los modelos excesivamente lujosos. Los sacerdotes se contentaron con usar la peluca in folio, o cuadrada, o la peluca á la Sartine. Se dejaban descubierta la parte correspondiente a la tonsura. La decadencia de las órdenes religiosas se ha notado siempre en los peinados. La tonsura desde muy temprano interpuso un obstáculo a estilos fantásticos, pero la tonsura misma era ocasión de muchas combinaciones.


Bibliografía: Información relativa al peinado de los regulares se encuentra en HÉLYOT, Histoire des ordres religieux. Vea también DAREMBERG AND SAGLIO, Dict. des Antiques grecques et lat., s.v. Coma; BAUMEISTER, Denkmäler des klass. Alterthums, I, 615 ss.; KRAUSE, Plotina, oder die Kostüme des Haupthaares bei den Völkern der Alten Welt (Leipzig, 1858); RACINET, Le costume historique (1882).

Fuente: Leclercq, Henri. "Hair (in Christian Antiquity)." The Catholic Encyclopedia. Vol. 7. New York: Robert Appleton Company, 1910. 20 Dec. 2012 <http://www.newadvent.org/cathen/07113a.htm>.

Traducido por Javier L. Ochoa Medina. lhm