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Jueves, 31 de octubre de 2024

Camino de la Cruz

De Enciclopedia Católica

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ESTE ARTÍCULO FUE ESCRITO EN 1912 Y ESTÁ EN PROCESO DE SER ACTUALIZADO.

Camino de la Cruz (también llamado “Estaciones de la Cruz”, “Vía Dolorosa” y “Vía Crucis”). Estos nombres se utilizan para denotar ya sea una serie de imágenes o cuadros que representan ciertas escenas de la Pasión de Cristo, cada uno correspondiente a un incidente en particular, o la forma especial de devoción relacionada con tales representaciones. Tomada en el primer sentido, las estaciones pueden ser de piedra, madera o metal, esculpidas o grabadas, o pueden ser simplemente pinturas o grabados. Algunas estaciones son valiosas obras de arte, como por ejemplo las de la catedral de Amberes, que han sido muy copiadas en otras partes. Por lo general están alineadas alrededor de las paredes de una iglesia, aunque a veces se encuentran al aire libre, sobre todo en las carreteras que conducen a una iglesia o santuario. En los monasterios se colocan a menudo en los claustros. La construcción y el uso de las estaciones no se generalizaron en absoluto antes del final del siglo XVII, pero ahora se encuentran en casi todas las iglesias.

Anteriormente su número variaba considerablemente en diferentes lugares, pero la autoridad ahora prescribe catorce, las cuales son los siguientes:

  • (1) Cristo es condenado a muerte,
  • (2) Jesús es cargado con la Cruz,
  • (3) su primera caída,
  • (4) se encuentra con su Santísima Madre,
  • (5) Simón de Cirene es obligado a cargar la cruz,
  • (6) la Verónica limpia el rostro de Cristo,
  • (7) su segunda caída,
  • (8) su encuentro con las mujeres de Jerusalén,
  • (9) su tercera caída,
  • (10) Jesús es despojado de sus vestiduras,
  • (11) su crucifixión,
  • (12) su muerte en la cruz,
  • (13) su cuerpo es bajado de la cruz, y
  • (14) es colocado en el sepulcro.

El objeto de las estaciones es ayudar a los fieles a hacer en el espíritu, por así decirlo, una peregrinación a las principales escenas de los padecimientos y muerte de Cristo, y ésta se ha convertido en una de las devociones católicas más populares. Se lleva a cabo mediante el paso de una estación a otra, recitando ciertas oraciones en cada una y con la devota meditación en los diversos incidentes en turno. Cuando la devoción se realiza en público, es muy usual cantar una estrofa del "Stabat Mater" mientras se pasa de una estación a la siguiente.

Puesto que el Camino de la Cruz, hecho de esta manera, constituye una peregrinación en miniatura a los lugares santos en Jerusalén, el origen de la devoción puede remontarse a la Tierra Santa. La Vía Dolorosa en Jerusalén (aunque no se le llamaba por ese nombre antes del siglo XVI) fue marcada con reverencia desde los primeros tiempos y ha sido la meta de piadosos peregrinos desde la época de Constantino. La tradición afirma que la Santísima Virgen solía visitar a diario las escenas de la Pasión de Cristo y San Jerónimo habla de la multitud de peregrinos de todos los países que visitaban los lugares santos en su día. Sin embargo, no hay evidencia directa de la existencia de cualquier forma establecida de la devoción a esa fecha temprana, y hay que destacar que Santa Silvia (c. 380) no dice nada acerca de ello en su "Peregrinatio ad loca sancta", a pesar de que ella describe minuciosamente todos los otros ejercicios religiosos que vio practicar allí.

El deseo de reproducir los lugares santos de otras tierras, con el fin de satisfacer la devoción de los que están impedidos de hacer la peregrinación real, parece haberse manifestado desde una fecha muy temprana. En el monasterio de San Stefano en Bolonia ya para el siglo V San Petronio, obispo de Bolonia, había construido un grupo de capillas conectadas que estaban destinadas a representar los santuarios más importantes de Jerusalén, y en consecuencia, este monasterio llegó a conocerse familiarmente como "Hierusalem". Estas tal vez pueden ser consideradas como el germen del que más tarde se desarrollaron las estaciones, aunque es bastante seguro de que nada de lo que tenemos de alrededor de antes del siglo XV pueda llamarse estrictamente un Vía Crucis en el sentido moderno. Es verdad que varios viajeros que visitaron la Tierra Santa durante los siglos XII, XII y XIV mencionan una "Via Sacra", es decir, una ruta establecida que conducía a los peregrinos, pero no hay nada en sus relatos que identifique esto con el Vía Crucis, tal como la entendemos, incluyendo lugares de parada especiales con indulgencias adjuntas; y, después de todo, dichas estaciones deben ser consideradas como el verdadero origen de la devoción como ahora se practica.

No se puede decir con certeza cuando se comenzó a otorgar tales indulgencias, pero es muy probable que se deban a los franciscanos, a quienes se les confió la custodia de los Santos Lugares en 1342. Ferraris menciona las siguientes estaciones a las que se le adjudicaron indulgencias: el lugar donde Cristo encontró a su Santísima Madre, donde habló con las mujeres de Jerusalén, donde encontró a Simón de Cirene, donde los soldados echaron suertes sobre sus vestiduras, donde fue clavado en la Cruz, en la casa de Pilato y en el Santo Sepulcro. Análogo a esto cabe mencionar que en 1520 León X concedió una indulgencia de cien días a cada una de un conjunto de estaciones esculpidas, que representan los Siete Dolores de Nuestra Señora, en el cementerio del convento franciscano de Amberes, pues la devoción relacionada con ellas era muy popular.

El primer uso de la palabra “Estaciones”, tal como se aplica a los acostumbrados lugares de parada en la Vía Sacra, en Jerusalén, se encuentra en la narración de un peregrino inglés, William Wey, quien visitó Tierra Santa en 1458 y nuevamente en 1462, y que describe la forma en que era la costumbre entonces de seguir las huellas de Cristo en su doloroso viaje. Parece que hasta ese momento había sido la práctica general el comenzar en el Monte Calvario, y proceder desde allí, en dirección opuesta a Cristo, para marchar hacia la casa de Pilato. En la primera parte del siglo XVI, sin embargo, la manera más razonable de atravesar la ruta, comenzando en la casa de Pilato y terminando en el Monte Calvario, había llegado a ser considerada como más correcta, y se convirtió en un ejercicio especial de devoción completo en sí mismo.

Durante los siglos XV y XVI, se establecieron varias reproducciones de los lugares santos en diferentes partes de Europa. El Beato Álvarez (m. 1420), a su regreso de Tierra Santa, construyó una serie de pequeñas capillas en el convento dominico de Córdoba, en las que se pintaron las principales escenas de la Pasión según el modelo de estaciones separadas. Casi al mismo tiempo la Venerable Eustoquia, clarisa pobre, construyó un conjunto similar de estaciones en su convento en Mesina. Otras que se pueden enumerar fueron las de Gorlitz, construidas por G. Emmerich, alrededor de 1465, y en Nuremberg, por Ketzel, en 1468. Peter Sterckx hizo imitaciones de éstas en Lovaina (1505); en San Getreu, en Bamberg (1507), en Friburgo y en Rodas, cerca de la misma fecha, siendo estos dos últimos en las encomiendas de los Caballeros de Rodas. Los de Nuremberg, que fueron tallados por Adam Krafft, así como algunos de los otros, consistían de siete estaciones, conocidas popularmente como "las siete caídas", porque en cada uno de ellas se representa a Cristo como realmente postrado o hundido bajo el peso de su Cruz.

Romanet Bofin creó en 1515 un famoso conjunto de estaciones en Romanos, en Daufiné, a imitación de los de Friburgo, y un conjunto similar fue erigido en 1491 en Varallo por los franciscanos allí, cuyo tutor, el Beato Bernardino Caimi, había sido custodio de los lugares santos. En varios de estos primeros ejemplos se hizo un intento, no sólo por duplicar los lugares más sagrados de la Vía Dolorosa original en Jerusalén, sino también por reproducir los intervalos exactos entre ellas, medidos en pasos, para que la gente devota pudiera cubrir exactamente la misma distancia como lo habrían hecho si hubieran hecho la peregrinación a Tierra Santa. Boffin y algunos de los otros visitaron Jerusalén con el propósito expreso de obtener las medidas exactas, pero, por desgracia, aunque cada uno reclamaba estar en lo correcto, hay una divergencia extraordinaria entre algunos de ellos.

En cuanto al número de estaciones, no es nada fácil determinar cómo llegó a fijarse la totalidad de catorce, ya que parece haber variado considerablemente en diferentes momentos y lugares. Y, naturalmente, con un número variable los incidentes de la Pasión conmemorados también variaban en gran medida. El relato de Wey, escrito a mediados del siglo XV, da catorce, pero sólo cinco de ellas corresponden con las nuestras, y de las otras, sólo siete están remotamente relacionadas más o menos con nuestro Vía Crucis, a saber:

Cuando Romanet Boffin visitó Jerusalén en 1515 con el propósito de obtener detalles correctos para su conjunto de estaciones en Romanos, dos frailes allí le dijeron que debía haber treinta y una en total, pero en los manuales de devoción publicados posteriormente para el uso de los que visitan estas estaciones se dan variamente como diecinueve, veinticinco y treinta y siete; así que parece que incluso en el mismo lugar el número no estaba determinado muy definitivamente. Un libro titulado "Jerusalen sicut Christi tempore floruit", escrito por un tal Adricomio y publicado en 1584, da doce estaciones que corresponden exactamente con las primeras doce de las nuestras, y algunos consideran que esto apunta en forma concluyente al origen de la selección particular posteriormente autorizada por la Iglesia, especialmente puesto que este libro tenía una gran difusión y fue traducido a varios idiomas europeos. No podemos decir con certeza si esto fue así o no. En cualquier caso, durante el siglo XVI, en los Países Bajos se publicó una serie de manuales de devoción, que daban oraciones para ser recitadas al hacer las estaciones, y algunas de nuestras catorce aparecieron en ellos por primera vez.

Pero mientras esto se hacía en Europa en beneficio de aquellos que no podían visitar la Tierra Santa y aún podían llegar a Lovaina, Nuremberg, Romanos, o una de las otras reproducciones de la Vía Dolorosa, parece dudoso que, incluso hasta el finales del siglo XVI, hubiese alguna forma establecida de la devoción que se realizase públicamente en Jerusalén; pues a pesar de que Zuallardo escribió un libro sobre el tema, publicado en Roma en 1587, en el que da una serie completa de oraciones, etc., para los santuarios dentro del Santo Sepulcro, que estaban bajo el cuidado de los franciscanos, no proporciona ninguna para las estaciones mismas. Él explica la razón de esta manera: "no se permite hacer ninguna parada, ni rendirles veneración con la cabeza descubierta, ni hacer cualquier otra manifestación". De esto parece que después que Jerusalén pasó a estar bajo la dominación turca los ejercicios piadosos del Camino de la Cruz se podían realizar mucho más devotamente en Nuremberg o Lovaina que en la misma Jerusalén. Por consiguiente, puede conjeturarse, con suma probabilidad, que nuestra presente serie de estaciones, junto con las acostumbradas series de oraciones para ellas, nos viene, no de Jerusalén, sino de algunas de las imitaciones del Camino de la Cruz en diferentes partes de Europa, y que debemos la propagación de la devoción, así como el número y la selección de nuestras estaciones, mucho más a la piadosa ingenuidad de algunos escritores devocionales del siglo XVI que a la práctica real de los peregrinos a los lugares santos.

En cuanto a los temas particulares que se han retenido en nuestra serie de estaciones, cabe señalar que muy pocos de los relatos medievales hacen ninguna mención ni de la segunda (Cristo es cargado con la cruz) ni de la décima (Cristo es despojado de sus vestiduras), mientras que otras que se han abandonado aparecen en casi todas las primeras listas. Una de las más frecuentes es la estación que antes se hacía en los restos del arco Ecce Homo, es decir, el balcón desde donde se pronunciaron estas palabras. Las adiciones y omisiones como éstas parecen confirmar la suposición de que nuestras estaciones se derivan de los manuales de devoción piadosa y no de la propia Jerusalén. Las tres caídas de Cristo (estaciones tercera, séptima y novena) son aparentemente todo lo que queda de las Siete Caídas, según descritas por Krafft en Nuremberg y sus imitadores, en todos los cuales se representaba a Cristo como en la caída o caído en realidad. En las explicaciones de ésta, se supone que las otras cuatro caídas coincidieron con sus reuniones con su Madre, Simón de Cirene, Verónica y las mujeres de Jerusalén, y que en éstas cuatro se ha abandonado la mención de la caída mientras que sobrevive en las otras tres que no tienen nada para distinguirlas.

Algunos escritores medievales colocan como simultáneas la reunión con Simón y las mujeres de Jerusalén, pero la mayoría de ellos los representan como eventos separados. El incidente con la Verónica no aparece en muchos de los primeros relatos, mientras que casi todos los que lo mencionan lo colocan como ocurrido poco antes de llegar al Monte Calvario, en lugar de temprano en el viaje, como en nuestra presente disposición. Una variación interesante se encuentra en el conjunto especial de once estaciones ordenadas en 1799 para su uso en la diócesis de Vienne. Es como sigue:

  • (1) la Agonía en el Huerto,
  • (2) la traición de Judas,
  • (3) la flagelación,
  • (4) la coronación de espinas,
  • (5) Cristo condenado a muerte,
  • (6) Encuentro con Simón de Cirene,
  • (7) las mujeres de Jerusalén,
  • (8) Él prueba la hiel;
  • (9) Él es clavado en la cruz
  • (10) Su muerte en la cruz, y
  • (11) Su cuerpo es bajado de la cruz.

Se notará que sólo cinco de ellas se corresponden exactamente con nuestras estaciones. Las otras, aunque comprenden los principales acontecimientos de la Pasión, no son estrictamente incidentes de la Vía Dolorosa misma.

Otra variación que se produce en diferentes iglesias se refiere al lado de la iglesia en el que comienzan las estaciones; el más usual es el lado del Evangelio. En respuesta a una pregunta la Sagrada Congregación para las Indulgencias, en 1837, dijo que, aunque nada se ordenó en este punto, comenzar en el lado del Evangelio parece más apropiado. Sin embargo, al decidir la cuestión, la disposición y la forma de una iglesia pueden hacer que sea más conveniente ir del otro lado. La posición de las figuras de los retablos, también, a veces puede determinar la dirección de la ruta, ya que parece más acorde con el espíritu de la devoción que la procesión, al pasar de una estación a otra, deba seguir a Cristo en lugar de toparse con Él.

La colocación de las estaciones en las iglesias no se hizo nada común hasta finales del siglo XVII, y la popularidad de la práctica parece haber sido principalmente debido a las indulgencias adjuntas. La costumbre se originó con los franciscanos, pero su relación especial con esa orden ya ha desaparecido. Ya se ha dicho que antes se le adjudicaban numerosas indulgencias a los lugares santos en Jerusalén. Al darse cuenta de que pocas personas, comparativamente, podían ganarlas por medio de una peregrinación personal a la Tierra Santa, Inocencio XI, en 1686, en respuesta a la petición de los franciscanos, les concedió el derecho de erigir las estaciones en todas sus iglesias, y declaró que todas las indulgencias que se habían dado siempre por visitar devotamente los escenarios reales de la Pasión de Cristo, a partir de entonces podrían ser adquiridas por los franciscanos y todos los demás afiliados a su orden si hacían el Camino de la Cruz en sus propias iglesias de la manera acostumbrada. Inocencio XII confirmó el privilegio en 1694 y Benedicto XIII en 1726 lo extendió a todos los fieles. En 1731 Clemente XII lo extendió aún más al permitirles las estaciones con indulgencias a todas las iglesias, siempre y cuando fuesen erigidas por un padre franciscano con la sanción del ordinario. Al mismo tiempo, fijó definitivamente el número de estaciones en catorce. En 1742 Benedicto XIV exhortó a todos los sacerdotes a enriquecer sus iglesias con tan gran tesoro, y hay pocas iglesias ahora que no tengan las estaciones. En 1857 los obispos de Inglaterra recibieron facultades de la Santa Sede para erigir estaciones ellos mismos, con las indulgencias adjuntas, donde no hubiese franciscanos disponibles, y en 1862 se removió esta última restricción y se facultó a los obispos para erigir las estaciones ellos mismos, ya fuese personalmente o a través de un delegado, en cualquier lugar dentro de su jurisdicción. Estas facultades son quinquenales.

Existe cierta incertidumbre en cuanto a cuáles son las indulgencias precisas pertenecientes a las estaciones. Se acuerda que todo lo que alguna vez se concedió a los fieles por visitar los lugares santos en persona ahora puede obtenerse al hacer el Vía Crucis en una iglesia donde las estaciones se hayan erigido en la forma debida, pero las instrucciones de la Sagrada Congregación, aprobado por Clemente XII en 1731, prohíben a los sacerdotes y a otras personas el especificar qué o cómo se pueden ganar muchas indulgencias. En 1773 Clemente XIV le adjudicó la misma indulgencia, bajo ciertas condiciones, a los crucifijos debidamente bendecidos al efecto, para el uso de los enfermos, los que están en el mar o en prisión, y otros legalmente impedidos de hacer las estaciones en la iglesia. Las condiciones son que, mientras se sostiene el crucifijo en las manos, hay que decir el "Padrenuestro" y "Avemaría" catorce veces, y luego el "Pater", "Ave" y "Gloria" cinco veces, y lo mismo de nuevo una vez cada una por las intenciones del Papa. Si una persona sostiene el crucifijo, los presentes pueden ganar la indulgencia siempre que todos cumplan las demás condiciones. Estos crucifijos no pueden ser vendidos, prestados o regalados, sin perder la indulgencia.

Las siguientes eran las principales normas universalmente vigentes en 1912 respecto a las estaciones de:

  • (1) Si un pastor o un superior de un convento, hospital, etc. desea tener las estaciones erigidas en su lugar, debe pedir permiso del obispo. Si hay padres franciscanos en el mismo pueblo o ciudad, se le debe pedir a su superior que bendiga las estaciones o delegue a un sacerdote ya sea de su propio monasterio o a un sacerdote secular. Si no hay padres franciscanos en ese lugar, los obispos que han obtenido de la Santa Sede las facultades extraordinarias de la Forma C pueden delegar a cualquier sacerdote para erigir las estaciones. Esta delegación de un sacerdote para la bendición de las estaciones debe hacerse necesariamente por escrito. El pastor de tal iglesia, o el superior de dicho hospital, convento, etc. debe tener cuidado al firmar el documento que el obispo o el superior del monasterio franciscano envía, para que pueda así expresar su consentimiento para que las estaciones se erijan en su lugar, pues antes de bendecir las estaciones se debe tener el consentimiento del obispo y el respectivo pastor o superior, pues de otro modo la bendición es nula e inválida.
  • (2) No son necesarias las pinturas o los cuadros vivos; es a la cruz situada sobre ellas que se le concede la indulgencia. Estas cruces deben ser de madera; no se permite ningún otro material. Si están sólo pintadas en las paredes la erección es nula (Cong. Ind., 1837, 1838, 1845).
  • (3) Si se mueven las cruces para la restauración de la iglesia, para colocarlas en una posición más conveniente o por cualquier otra causa razonable, esto se puede hacer sin que se pierda la indulgencia (1845). Si por alguna razón alguna de las cruces tiene que ser reemplazada, no se requiere una nueva bendición, a menos que se sustituya más de la mitad (1839).
  • (4) Si es posible, debe haber una meditación sobre cada uno de los catorce incidentes del Vía Crucis, no una meditación sobre la Pasión en general ni sobre otros incidentes no incluidos en las estaciones. No se ordena ninguna oración en particular.
  • (5) La distancia requerida entre las estaciones no está definida. Aun cuando sólo el clero pase de una estación a otra los fieles todavía pueden ganar la indulgencia sin movimiento.
  • (6) Es necesario hacer todas las estaciones sin interrupción (SCI, 22 de enero de 1858). Oír la Misa o ir a confesarse o a comulgar entre las estaciones no se considera una interrupción. Según muchos las estaciones pueden hacerse más de una vez en el mismo día, y se ganará la indulgencia cada vez, pero esto no es en absoluto seguro (SCI, 10 de septiembre de 1883). No son necesarias la confesión y la comunión el día de hacer las estaciones siempre que la persona que los hace esté en un estado de gracia.
  • (7) Por lo general las estaciones deben estar instaladas en una iglesia u oratorio público. Si el Vía Crucis se hace afuera, por ejemplo, en un cementerio o claustro, si es posible, debería ser comenzado y terminado en la iglesia.

En conclusión, se puede afirmar con seguridad que no hay devoción más ricamente dotada de indulgencias que el Camino de la Cruz, y ninguna que nos permita más literalmente obedecer el mandamiento de Cristo de tomar nuestra cruz y seguirlo. Una lectura de las oraciones dadas generalmente para esta devoción en cualquier manual le mostrará cuan abundantes gracias espirituales, además de las indulgencias, se pueden obtener a través de un uso correcto de ellas; y el hecho de que las estaciones se pueden hacer ya sea en público o en privado, en cualquier iglesia, hace a la devoción especialmente adecuada para todos. Uno de los Viacrucis a los que se asiste más popularmente es el del Coliseo en Roma, donde cada viernes (en 1912) un padre franciscano conduce públicamente la devoción de las estaciones.


Fuente: Alston, George Cyprian. "Way of the Cross." The Catholic Encyclopedia. Vol. 15. New York: Robert Appleton Company, 1912. 8 Jan. 2013 <http://www.newadvent.org/cathen/15569a.htm>.

Traducido por Luz María Hernández Medina.