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Martes, 19 de marzo de 2024

Intención

De Enciclopedia Católica

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Intención (latín intendere, tender hacia, apuntar a) es un acto de la voluntad por la que dicha facultad desea eficazmente alcanzar un fin determinado empleando ciertos medios. Es evidente de esta noción que hay una diferencia claramente definida entre la intención y la volición o aún la veleidad. En el primer caso hay una concentración de la voluntad al punto de resolución totalmente ausente en los otras dos. Con el propósito de determinar el valor de una acción se acostumbra distinguir los diferentes tipos de intenciones que podrían haberla incitado.

Primero está la intención real que funciona, a saber, con la advertencia del intelecto. En segundo lugar, está la intención virtual, cuya fuerza proviene por completo de una volición previa que es considerada como la continuación de algún resultado producido por la misma. En otras palabras, la intención virtual no es un acto presente de la voluntad sino un poder (virtus) derivado de una acción anterior y que ahora obra para alcanzar el objetivo. Por lo tanto, lo que falta en una intención virtual a diferencia de una intención actual, no es desde luego el elemento de la voluntad, sino más bien la atención del intelecto, en particular de la clase refleja. Así, por ejemplo, una persona que ha decidido emprender un viaje puede estar durante el mismo completamente preocupada con otros pensamientos. Sin embargo, se podrá decir que en todo momento este individuo ha tenido la intención virtual de llegar a su destino. En tercer lugar, una intención habitual es aquella que existió alguna vez, pero de la que en el presente no se encuentra rastro alguno; lo más que se podría decir de la misma es que nunca se ha retractado. Y en cuarto lugar una intención interpretativa es aquella que en realidad nunca ha sido producida; no ha habido ni hay de hecho movimiento alguno de la voluntad; simplemente es el propósito que puede asumirse que un hombre habría tenido en una contingencia dada, si hubiera reflexionado en el asunto.

Es común entre los moralistas la idea de que la intención es el factor determinante principal de la moralidad concreta de un acto humano. De ahí que cuando el motivo es gravemente malo o incluso ligeramente malo, si esta es la razón exclusiva para hacer algo, entonces un acto que es de otro modo bueno se vicia y se considera malo. Un fin que sólo es venialmente malo y que al mismo tiempo no contiene la causa completa para actuar, deja que la operación que en otros respectos era inexpugnable, sea calificada como parcialmente buena y parcialmente mala. Una intención buena no puede nunca santificar una acción cuyo contenido es malo. Por lo tanto, la acción de robar jamás puede ser considerada legal, incluso aunque la intención sea ayudar a los pobres con las ganancias del robo. El fin no justifica los medios. Cabe notar aquí como pertinente a la materia en discusión, que ya no es necesaria la referencia explícita y frecuente de algunas acciones a Dios Todopoderoso, como comúnmente se piensa, para que las mismas se consideren moralmente buenas. La antigua controversia sobre este punto prácticamente ha muerto.

Además de afectar la calidad buena o mala de las acciones, la intención puede tener mucho que ver con su validez. ¿Se requiere esto, por ejemplo, para el cumplimiento de la ley? La [Doctrina Cristiana |doctrina]] aceptada es que mientras el sujeto tenga la firme intención de hacer lo prescrito, no necesita además tener la intención de cumplir su obligación; y mucho menos se requiere que haya sido inspirado por los mismos motivos que impulsaron al legislador a promulgar la ley. Los teólogos citan en este caso el refrán, "Finis præcepti non cadit sub præcepto" (el fin de la ley no cae bajo su fuerza vinculante). Lo que se ha sido dicho se aplica con más verdad a la clase de obligaciones llamadas reales que, por ejemplo, imponen el pago de deudas. Para el cumplimiento de éstas no se requiere ninguna intención, ni siquiera un acto consciente; basta que el acreedor reciba lo suyo.

La Iglesia enseña de manera inequívoca que para que los sacramentos sean válidos, el ministro debe tener la intención de hacer cuando menos lo que hace la Iglesia. Esto quedo enfáticamente establecido por el Concilio de Trento (sesión VII). Ya no tiene seguidores la opinión defendida alguna vez por teólogos como Catarino y Salmerón de que solo se requiere la intención de realizar deliberadamente el rito exterior propio de cada sacramento, y mientras que esto fuese cierto, el disentimiento interno del ministro de la mente de la Iglesia no invalidaría el sacramento. La doctrina común actual es que se requiere la intención real interna de actuar como ministro de Cristo, o llevar a cabo lo que Jesucristo instituyó que los sacramentos producirían, como por ejemplo bautizar, dar la absolución, etc. Esta intención no necesita ser del tipo llamada actual, lo cual sería a menudo prácticamente imposible. Basta con que sea virtual. Ni la intención habitual ni la interpretativa del ministro bastará para conferirle validez al sacramento. La verdad es que aquí y ahora cuando se confiere el sacramento no existe ninguna de estas dos intenciones y, por lo tanto, no pueden ejercer ninguna influencia determinante en lo que se está haciendo. Administrar los sacramentos con una intención condicional, que hace su efecto contingente a un evento futuro, es conferirlos de manera inválida. Esto se aplica a todos los sacramentos con excepción del matrimonio que, por ser un contrato, es susceptible de tal limitación.

En cuanto a los recipientes de los sacramentos, es cierto que no se requiere ninguna intención de parte de los menores que no han llegado a la edad de la razón, o que son retrasados mentales, para la validez de los sacramentos que son capaces de recibir. En el caso de los adultos, por otro lado, es indispensable tener algún tipo de intención para que el sacramento no sea inválido. La razón de esto es que nuestra justificación no se produce sin nuestra cooperación y ello incluye la voluntad racional de aprovechar los medios de santificación. No siempre es claro que tanta intención basta. En general, se requiere más intención en proporción a una mayor participación del recipiente en el sacramento mismo. Así podría parecer que en condiciones ordinarias se requiere una intención virtual en el caso de la confesión y del matrimonio; para los demás sacramentos es suficiente una intención habitual. En el caso de una persona en estado inconsciente y en peligro de muerte, la intención habitual puede estar implícita y bastar para conferirle validez a los sacramentos que en ese momento son necesarios o muy útiles; esto es, la intención habitual puede estar contenida en el propósito más general que el individuo tuvo en algún momento de su vida y del cual nunca se retractó para poder aprovechar estos medios de salvación en ese momento tan supremo. Una intención habitual es probablemente lo más que se puede exigir para la obtención de indulgencias.


Fuente: Delany, Joseph. "Intention." The Catholic Encyclopedia. Vol. 8, pp. 69-70. New York: Robert Appleton Company, 1910. 20 Sept. 2016 <http://www.newadvent.org/cathen/08069b.htm>.

Traducido por Mercedes Smith