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Martes, 3 de diciembre de 2024

Nahúm

De Enciclopedia Católica

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Uno de los profetas del Antiguo Testamento, el séptimo en la lista tradicional de los doce Profetas Menores.

Nombre

El nombre hebreo, probablemente en la forma intensiva, Nahhum, significa principalmente “lleno de consolación o consuelo”, (San Jerónimo, consolador), o “confortador”. El nombre Nahúm aparentemente era un nombre de ocurrencia frecuente. Ciertamente, sin hablar de un cierto Nahúm nombrado en la Vulgata y la Biblia de Douay (Neh. 7,7) entre los compañeros de Zorobabel, y cuyo nombre parece haber sido más bien Rehúm (Es. 2,2; Heb. tiene Rehúm en ambos lugares), San Lucas menciona en su genealogía de Jesús a un Nahúm, hijo de Eslí y padre de Amós (3,25); el Mishna también se refiere ocasionalmente a Nahúm el Medo, un famoso rabí del siglo II (Shabb., II, 1, etc.), y otro Nahúm que era un escriba o copista (Peah, II, 6); inscripciones asimismo muestran que el nombre era común entre los fenicios (Gesenio, "Monum. Phoen.", 133; Boeckh, "Corp. Inscript. Graec.", II, 25, 26; "Corp. Inscript. Semitic.", I, 123 a3 b3).

El Profeta

Lo poco que se sabe respecto al Profeta Nahúm es lo que se puede recoger de su libro, pues su nombre no aparece en ningún otro sitio en las Escrituras canónicas, y los escritores judíos extra-canónicos son apenas menos reservados. La información positiva dispersa que otorgan estas fuentes no está sabiamente suplementada por las historias sin valor respecto al profeta puestas en circulación por los traficantes de leyendas. Este artículo bregará sólo con lo que se puede recoger del libro canónico de Nahúm, el único documento de primera mano disponible. De su título (1,1) se desprende que Nahúm fue un elcesita (según B.D.; V.A. elcosita). Los comentaristas nunca han estado de acuerdo sobre el verdadero significado de esta declaración. En el prólogo a su comentario del libro, San Jerónimo dice que alguien entendió “elcosita” como una indicación patronímica “el hijo de Elcós”; él, sin embargo, afirma la opinión comúnmente aceptada de que la palabra elcosita muestra que el profeta era nativo de Elcós.

Pero aún entendida de este modo, los estudiosos bíblicos han discutido la insinuación dada por el título. ¿Dónde se puede buscar este Elcós, que no se menciona en ninguna otra parte de la Biblia?

  • Algunos han tratado de identificarlo con Alcosh, 27 millas al norte de Mosul, donde aún se muestra la tumba de Nahúm. Según esta opinión, Nahúm nació en Asiria, lo cual explicaría su perfecta familiaridad con la topografía y costumbres de Nínive mostrada en su libro. Pero tal familiaridad puede haber sido adquirida de otro modo; y es un hecho que la tradición que conecta al profeta Nahúm con ese lugar no puede remontarse hasta el siglo XVI a.C., como ha sido probado concluyentemente por Assemani. Los eruditos generalmente han abandonado esta opinión.
  • Aún más reciente y apenas más creíble es la opinión defendida por Hitzig y Knobel, quienes afirman que Elcós fue el nombre antiguo del pueblo llamado Cafarnaún (es decir, “la villa de Nahúm”) en el siglo I. Ellos reclaman que un origen galileo muy bien podría explicar ciertas leves peculiaridades con dejos de provincialismo en la dicción del profeta. Aparte de la algo precaria etimología, se puede objetar contra esta identificación que Cafarnaún, no importa cuan bien conocida fuese en el Nuevo Testamento, nunca se mencionó en períodos anteriores, y hasta donde sabemos, debió haber sido fundada en una fecha relativamente reciente. Además, los sacerdotes y los fariseos hubiesen muy probablemente afirmado menos enfáticamente “de Galilea no sale ningún profeta” (Jn. 7,52) si Cafarnaún hubiese estado asociado con nuestro profeta en la mente popular.
  • No obstante, es en Galilea que San Jerónimo localizó el lugar de nacimiento de Nahúm ("Comment. in Nah." in P.L., XXV, 1232), supuesto Elcós, en el norte de Galilea; pero, podemos preguntar de nuevo “¿sale algún profeta de Galilea?”
  • El autor de la “Vidas de los Profetas”, por mucho tiempo atribuida a San Epifanio, nos dice que “Elcós estaba más allá de Beth-Gabre, en la tribu de Simeón (P.G., XLIII, 409). Indiscutiblemente quiere decir que Elcós estaba en la vecindad de Beth-Gabre (Beit Jibrin), la antigua Eleuterópolis, en las fronteras de Judá y Simeón. Esta opinión fue adoptada en el Martirologio Romano (1 de diciembre; “Begabar” es sin duda una pronunciación corrupta de Beth-Gabre), y halla más y más aceptación entre los eruditos modernos.

El Libro

Contenido

El Libro de Nahúm contiene sólo tres capítulos y puede ser dividido en dos partes distintas.

La primera, que incluye los capítulos 1 a 2,2 (Hebreo, 1 - 2,3), y la otra consiste de 2,3 a 3,19 (Heb., 2,4 a 3,19). La primera parte es más incierta en tono y carácter. Después del doble título que indica el asunto y el autor del libro (1,1), el escritor entra a su asunto con una solemne afirmación de lo que él llama los celos y ansias de venganza del Señor (1,2.3), y una descripción más enérgica del miedo que embarga a toda la naturaleza a la vista de Yahveh que viene a enjuiciar (1,3-6). Contrasta admirablemente con este horroroso cuadro la reconfortante afirmación de la amorosa bondad de Dios hacia sus verdaderos y fieles siervos (7-8); luego sigue el anuncio de la destrucción de sus enemigos, entre los cuales una ciudad traicionera, cruel y que se deshizo de Dios, sin duda Nínive (aunque este nombre no se halla en el texto), es señalada e irremediablemente condenada a la ruina permanente (8-14); las buenas noticias de la caída del opresor es la señal de una nueva era de gloria para el pueblo de Dios (1,15; 2,2; Hebreos 2,1.3).

La segunda parte del libro es más directamente que la otra una “carga sobre Nínive”; se describen tan exactamente algunos de los rasgos de la gran ciudad asiria que cualquier duda se hace imposible, incluso si el nombre Nínive no se mencionara explícitamente en 2,9. En una primera sección (2), el profeta escribe en unos pocos trazos audaces tres bocetos: contemplamos la cercanía de los sitiadores, el asalto sobre la ciudad, y, dentro, la prisa de los defensores hacia las murallas (2,1.3 a 3; Heb. 2,2.4-6); luego las presas y esclusas del Tigris se abren con violencia, Nínive, presa del pánico, se ha convertido en presa fácil para el vencedor; sus muy sagrados lugares son profanados, sus vastos tesoros saqueados (6-9; Heb. 7-10); y ahora Nínive, una vez la guarida donde el león acumulaba ricos despojos para sus cachorros y sus leonas, ha sido barrida para siempre por la poderosa mano del Dios de los ejércitos (10-13; Heb. 11-13). La segunda sección (cap. 3) desarrolla con nuevos detalles el mismo tema. La sed de sangre, avaricia y astuta e insidiosa política de Nínive son la causa de su ruina, muy gráficamente representada (1-4); su caída será completa y vergonzosa y nadie pronunciará una palabra de piedad (5-7). Según No Amón fue aplastada sin piedad, así Nínive igualmente vaciará hasta las heces la amarga copa de la venganza divina (8-11). En vano ella confía en sus fortalezas, sus guerreros, sus preparativos para un sitio y sus oficiales y escribas (12-17). Su imperio está cerca de derrumbarse, y su caída será aclamada por el aplauso triunfante del universo entero (18-19).

Preguntas Críticas

Hasta fines del siglo XIX, tanto la unidad como la autenticidad del Libro de Nahúm eran indiscutibles, y las objeciones alegadas por unos pocos contra la autenticidad de las palabras “la carga de Nínive” (1,1) y la descripción de la caída de No Amón (3,8-10) eran consideradas como reparos insignificantes que no merecían una respuesta. Sin embargo, luego las cosas tomaron un nuevo giro; hechos hasta entonces desapercibidos añadieron a los viejos problemas respecto a autoría, fecha, etc. Será bueno tener en cuenta la doble división del libro, y comenzar con la segunda parte (2,1.3 - 3), la cual, según se ha observado, trata incuestionablemente sobre la caída de Nínive. Happel es el único que niega que estos dos capítulos de la profecía constituyen una unidad y deben ser atribuidos al mismo autor; pero su extraña opinión no puede ser considerada seriamente, pues está basada en las alteraciones no autorizadas del texto.

No se puede determinar el año de esta segunda parte; sin embargo, por la fecha suministrada por el texto, parece que se puede obtener una aproximación suficientemente exacta. Primero, hay un límite más alto del que no tenemos derecho a sobrepasar, es decir, la captura de No Amón mencionada en 3,8-10. En la Vulgata Latina (y la Biblia de Douay) No Amón se traduce como Alejandría, con la cual San Jerónimo quiso decir no la gran capital egipcia fundada en el siglo IV a.C., sino una ciudad más antigua que ocupaba el sitio donde luego se fundó Alejandría ("Comment. en Nah.", 3,8: P.L., XXV, 1260; cf. "Ep. CVIII ad Eustoch.", 14: P.L., XXII, 890; "En Is.", XVIII: P.L., XXIV, 178; "En Os.", IX, 5-6: P.L., XXV, 892). Sin embargo, él estaba equivocado y también los que pensaban que No Amón debía buscarse en el Bajo Egipto; descubrimientos asirios y egipcios no dejan lugar a dudas de que No Amón es la misma que Tebas en el Alto Egipto. Ahora bien, Tebas fue capturada y destruida por Asurbanipal en 664-663 a.C., de donde se deduce que deben ser rechazadas como imposibles la opinión de San Nicéforo (en la edición de Geo.Syncell, "Chronographia", Bonn, 1829, I, 759), haciendo a Nahúm un contemporáneo de Phacee, Rey de Israel, de acuerdo a cuya tradición temprana esta profecía fue pronunciada 115 años antes de la caída de Nínive (cerca de 721 a.C., Flavio Josefo, “Ant. Jud.”, IX, XI, 3), y las conclusiones de eruditos modernos que, como Pusey, Nagelsbach, etc., sitúan el oráculo en el reinado de Ezequías o en los primeros años de Manasés. El nivel más bajo permitido para asignarle a esta parte del libro de Nahum es, por supuesto, la caída de Nínive, la cual una muy conocida inscripción de Nabonido nos permite fijar en 607 ó 606 a.C., una fecha fatal para la opinión adoptada por Eutiquio, que Nahúm profetizó cinco años después de la caída de Jerusalén (por lo tanto 583-581; “Annal.” en P:G., CXI, 964).

Dentro de estos límites es difícil fijar la fecha más precisamente. Se ha sugerido que la frescura de la alusión al destino de Tebas indica una fecha más temprana, cerca de 660 a.C., según Schrader y Orelli; pero la memoria de un evento tan trascendental hubiese permanecido por largo tiempo en las mentes de los hombres, y hallamos en Isaías, por ejemplo, en uno de sus discursos pronunciados cerca de 702 ó 701 a.C. recordando con la misma viveza de expresión las conquistas asirias realizadas 30 ó 40 años antes (Is. 10,5-34). Por lo tanto, nada nos lleva a asignar, dentro de estos límites, el 664-606, una fecha más temprana para los dos capítulos, si hay razones convincentes para concluir una fecha posterior. Uno de los argumentos esgrimidos es que se dice que Nínive perdió una gran parte de su antiguo prestigio y se hundió en un horroroso estado de desintegración; además, se le representa como sitiada por enemigos poderosos e incapaz de evitar su destino inminente. Tales condiciones existieron cuando, luego de la muerte de Asurbanipal, Babilonia logró recuperar su independencia (625), y los medos intentan un primer golpe a Nínive (623). Los críticos modernos aparecen cada vez más inclinados a creer que la información suministrada por el profeta llevó a la admisión de una fecha aún más temprana, es decir, “el momento entre la invasión real de Asiria por una fuerza hostil y el comienzo del ataque a su capital” (Kennedy). El “maltratante”, ciertamente, ya está en camino (2,1; Heb. 2); las fortalezas fronterizas ya han abierto sus portones (3,12-13); Nínive está acorralada, y aunque el enemigo no ha envestido todavía a la ciudad, todo aparenta que su fatalidad está sellada.

Podemos ahora regresar a la primera parte del libro. El primer capítulo, debido a las ideas trascendentes de que trata y al entusiasmo lírico que lo impregna ha sido llamado apropiadamente un salmo. Su especial interés yace en el hecho de que es un poema alfabético. El primero en llamar la atención hacia este rasgo fue Frohnmeyer, cuyas observaciones, sin embargo, no se extendieron más allá de los versículos 3-7. Valiéndose de esta llave Gustav Bickell se esforzó en hallar si el proceso de composición se extendía al pasaje completo e incluía las veintidós letras del alfabeto, e intentó repetidamente restaurar el salmo a su integridad prístina, pero sin gran éxito ("Zeitschr. der deutsch. morg. Gesell.", 1880, p. 559; "Carmina Vet. Test. metrice", 1882; "Zeitschr. fur kath. Theol.", 1886). Este fracaso no desalentó a Gunkel, quien se declaró convencido de que el poema es alfabético en su totalidad, aunque es difícil, debido a la presente condición del texto, trazar las letras iniciales X a X (Zeitschr. fur alttest. Wissensch., 1893, 223 ss.). Esto fue para Bickell un incentivo para un nuevo estudio (Das alphab. Lied in Nah. 1 - 2,3, in "Sitzungsberichte der philos.-hist. Classe der kaiser. Akademie der Wissensch.", Viena, 894, 5 Abhandl.), cuyas conclusiones muestran una notable mejoría en los primeros intentos, y le sugirió a Gunkel unas pocas correcciones (Schopfung und Chaos, 120). Desde entonces Nowack (Die kleinen Propheten, 1897), Gray ("El Poema Alfabético en Nahúm" en "The Expositor" Sept. 1898, 207 sqq.), Arnold (Sobre Nahum 1,1 - 2,3, en "Zeitschr. fur alttest. Wissensch.", 1901, 225 sqq.), Happel (Das Buch des Proph. Nah., 1903), Marti (Dodekaproph. erklart, 1904), Lohr (Zeitschr. fur alttest. Wissensch., 1905, I, 174), y Van Hoonacker (Les douze petits proph., 1908), han emprendido más o menos exitosamente la difícil tarea de liberar el salmo original del de la mezcla textual en el cual está enredado. Hay suficiente acuerdo entre ellos en cuanto a la primera parte del poema; pero la segunda parte todavía permanece como una base clásica para disputas eruditas.

Wellhausen (Die kleinen Proph., 1898) sostiene que la diferencia notable entre las dos partes desde el punto de vista de la construcción poética se debe al hecho de que el escritor abandonó a medio camino su intento de escribir acrósticamente. Happel cree que ambas partes fueron trabajadas separadamente de un original no acróstico.

Los críticos están inclinados a afirmar que el desorden y corrupción que desfiguran el poema se deben mayormente al modo en que fue unido a la profecía de Nahúm; primero se usó el margen superior y luego el margen lateral; y como, en el último ejemplo, el texto debe haber sido apiñado y manchado, esto último causó en la segunda parte del salmo una confusión inextricable, de lo cual se libró la primera parte. Esta explicación de la condición textual del poema implica la asunción de que este capítulo no se le atribuye a Nahúm, sino que es una adición posterior. Lo mismo, ciertamente, concede Bickell, y Van Hoonacker también está inclinado a tal concesión (sin hablar de los eruditos no católicos). Por otro lado, el marcado contraste entre el tono abstracto de la composición y el carácter concreto de los otros dos capítulos denotan una diferencia de autoría; y, por otro lado, la artificialidad de la forma acróstica es característica de una fecha posterior. Estos argumentos, sin embargo, no son discutibles. En todo caso no se puede negar que el salmo en un prefacio muy adecuado para la profecía.

En la enseñanza del libro de Nahúm se puede hallar poco que sea realmente nuevo y original. La originalidad de Nahúm es que su mente está tan absorta por las iniquidades e inminente destino de Nínive, que parece que él perdió de vista los defectos de su propio pueblo. Sin embargo, la fatalidad de Nínive fue en sí misma una lección que el apasionado lenguaje del profeta calculó muy bien para impresionar profundamente las mentes de los israelitas reflexivos. A pesar de la vaguedad del texto en muchos lugares, no hay duda de que el libro de Nahúm es verdaderamente “una obra maestra” (Kaulen) de literatura. Ya han sido señalados la viveza y lo pintoresco del estilo del profeta; en sus pocas cortas y destellantes oraciones, la mayoría imágenes gráficas de texto, oportunas y eficaces figuras, irrumpen expresiones grandiosas, enérgicas y patéticas, se impulsan vehementemente unas contra otras, pero dejando la impresión de perfecta naturalidad. Además el lenguaje permanece siempre puro y clásico, con un tinte de parcialidad por aliteración y el uso de modismos raros y precisos (1,10; 2,3.11) las frases son perfectamente equilibradas; en una palabra, Nahúm es un maestro consumado en su arte, y se encuentra entre los más perfectos escritores del Antiguo Testamento.


Fuente: Souvay, Charles. "Nahum." The Catholic Encyclopedia. Vol. 10. New York: Robert Appleton Company, 1911. <http://www.newadvent.org/cathen/10670a.htm>.

Traducido por Luz María Hernández Medina.