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Jueves, 21 de noviembre de 2024

Don de milagros

De Enciclopedia Católica

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El don de milagros es uno de aquellos mencionados por San Pablo en su Primera Epístola a los Corintios (12,9,10) entre las gracias extraordinarias del Espíritu Santo. Estos han de distinguirse de los siete dones del Espíritu Santo enumerados por el profeta Isaías (11,2 ss.) y de los frutos del Espíritu dados por San Pablo en su Epístola a los Gálatas (5,22). Los siete dones y los doce frutos del Espíritu Santo son siempre infundidos por la gracia santificante en las almas de los justos. Pertenecen a la santidad ordinaria y están al alcance de todo cristiano. Los dones mencionados en la Epístola a los Corintios no están necesariamente relacionados con la santidad de vida. Son poderes especiales y extraordinarios otorgados por Dios a sólo algunos y principalmente para el bien espiritual de otros y no para el recipiente. En griego eran llamados charismata, cuyo nombre fue adoptado por los autores latinos. En el lenguaje técnico teológico también se les llama gratiae gratis datae (gracias dadas gratuitamente) para distinguirlos de la gratiae gratum facientes, que significa gracia santificante o cualquier otra gracia actual dada para la salvación del recipiente.

Cristo prometió expresamente a sus discípulos el don de milagros, como uno de estos carismas (Juan 14,12; Mc. 16,17-18), y San Pablo lo menciona como permanente en la Iglesia. “a otros, carismas de curaciones… a otro, poder de milagros” (1 Cor. 12,9-10), Cristo les imparte este don a servidores escogidos como hizo con los Apóstoles y discípulos, para que su doctrina pudiera ser creíble y para que los cristianos puedan ser confirmados en su fe, lo cual fue declarado en el Concilio Vaticano I en el capítulo III “De Fide”. Este don no es dado a ningún ser creado como un hábito permanente o cualidad del alma. El poder de realizar obras sobrenaturales tales como los milagros es de la Divina Omnipotencia, la cual no puede ser comunicada ni a los hombres ni a los ángeles. El más grande taumaturgo que jamás haya aparecido en este mundo no pudo obrar milagros a voluntad, ni tampoco tuvo ningún don de esa clase permanentemente en su alma. Los Apóstoles preguntaron en una ocasión sobre la curación de una posesión demoníaca: “¿Por qué nosotros no pudimos expulsarle?” Cristo replicó, que este tipo no puede ser echado fuera sino a través de la oración y el ayuno (Mt. 17,18 ss.). Eliseo no pudo resucitar al hijo de la sunamita con su bastón.

La gracia de hacer milagros es, por lo tanto, sólo un don transitorio por el cual Dios mueve a una persona a hacer algo que resulta en una obra maravillosa. A veces Dios hace uso instrumental de contacto con las reliquias de los santos, o visitas a los santuarios sagrados con este propósito. La obra milagrosa siempre es efecto de la omnipotencia, sin embargo, se puede decir que los hombres y los ángeles obran milagros en un sentido triple:

  • por medio de sus oraciones al invocar un efecto milagroso;
  • al disponer o acomodar los materiales, como se dice de los ángeles que en la resurrección recogerán el polvo de los cuerpos muertos para que sean reanimados por el poder Divino;
  • a través de la realización de algún otro acto en cooperación con la agencia divina, como en el caso de la aplicación de reliquias, o la visita a los lugares santos que Dios ha marcado para favores especiales y extraordinarios de este tipo.

A Cristo, incluso como hombre, o a su Humanidad, le fue otorgado un constante y perpetuo poder de milagros. El era capaz por libre albedrío de obrarlos tan a menudo como lo juzgase oportuno. Para esto tuvo el siempre listo consentimiento de su Divinidad, aunque en su humanidad no tenía ninguna cualidad permanente que pudiese haber sido la causa física de los milagros.

El Papa Benedicto XIV nos habla suficientemente sobre los milagros en su relación con la santidad de vida cuando explica su estimación en las causas de beatificación y canonización de los santos. El dice:

”Es la opinión común de los teólogos que la gracia de milagros es una gracia gratis data, y, por lo tanto, es dada, no solo a los justos, sino también a los pecadores (aunque sólo raramente). Cristo dice que Él no conoce a aquellos que han hecho mal, aunque hubiesen profetizado en su Nombre, echado demonios en su Nombre, y haber realizado muchas obras maravillosas. Y el Apóstol dijo que sin la caridad él no era nada, aunque pudiese haber tenido la fe que mueve montañas. En este pasaje del Apóstol, Estio señala: 'Pues no le ofrece contradicción al Apóstol que un hombre pueda tener el don de lenguas o profecía, o conocimiento de misterios, o exceda en conocimiento, que son los primeros que se mencionan; o ser liberal con los pobres, o dar su cuerpo para ser quemado en nombre de Cristo, que son los mencionados luego, y, sin embargo, no tener caridad, así también no hay contradicción en un hombre que tiene fe para remover montañas y no tiene caridad.'” (Tratado de la Virtud Heroica, III, 130).

Estas gracias se manifiestan de dos formas. Una, como habitando en la Iglesia, enseñando y santificándola como, por ejemplo, cuando incluso un pecador en quien no mora el Espíritu Santo realiza obras milagrosas para mostrar que la fe de la Iglesia que predica es verdadera. Por eso el Apóstol escribe: “testificando también Dios con señales y prodigios, con toda suerte de milagros y dones del Espíritu Santo repartidos según su voluntad.” (Heb. 2,4). De otra forma, la manifestación es realizada por las gracias del Espíritu Santo como pertenecientes a aquel que realiza las obras. Por eso en los Hechos se dice que San Esteban, lleno de gracia y fortaleza, hizo grandes maravillas y señales entre el pueblo (Hch. 6,8). Aquí tenemos una distinción claramente marcada en cuanto a la manera en la cual la gratiae gratis datae puede ser para ventaja de la persona que las recibe como asimismo de utilidad a otros, y cómo es que a través de estas gracias las personas sin gracia santificante pueden realizar señales y maravillas por el bien de otros. Pero estos son casos raros y excepcionales y los milagros reales nunca pueden ser realizados por un pecador como prueba de su propia santidad personal o como prueba de error, porque eso sería una decepción y derogación a la santidad de Dios quien es el único que puede realizar milagros.


Fuente: Devine, Arthur. "Gift of Miracles." The Catholic Encyclopedia. Vol. 10. New York: Robert Appleton Company, 1911. <http://www.newadvent.org/cathen/10350a.htm>.

Traducido por Carolina Eyzaguirre A., L H M.