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Sábado, 23 de noviembre de 2024

San Antonio

De Enciclopedia Católica

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San antonio abad 2.jpg
Fundador del monacato cristiano.

La principal fuente de información sobre San Antonio es la Vida Griega atribuida a San Atanasio, que se halla en cualquier edición de sus obras. Al final de este artículo se da una nota sobre la controversia respecto a esta “Vida”; baste aquí decir que hoy día los eruditos la aceptan prácticamente con unanimidad como un registro sólidamente histórico, y es probablemente una obra auténtica de San Atanasio.

Fuentes secundarias brindan información subsidiaria valiosa, como por ejemplo: la "Apophthegmata", principalmente aquellas recopiladas bajo el nombre de Antonio (a la cabeza de la colección alfabética de Cotelier P.G. LXV, 7]); Casiano, especialmente Coll. II; Paladio, "Historica Lausiaca", 3, 4, 21, 22 (ed. Butler). Todo este material probablemente puede ser aceptado como esencialmente auténtico, mientras que lo que se relata respecto a San Antonio en la “Vida de San Pablo el Ermitaño” de San Jerónimo no puede usarse con propósitos históricos.

Antonio nació en Coma, cerca de Heracleópolis Magna en Fayum, a mediados del siglo III. Era el hijo de padres acomodados, y cuando Antonio tenía veinte años ellos murieron y le dejaron todas sus posesiones. Él tenía deseos de imitar la vida de los apóstoles y de los cristianos primitivos, y un día al oír en la iglesia las palabras del Evangelio, “Si quieres ser perfecto, ve y vende lo que tienes”, las recibió como dichas para él, dispuso de todos sus bienes y propiedades, y se dedicó exclusivamente a ejercicios religiosos.

Mucho antes de esto era común entre los cristianos practicar el ascetismo, la continencia, ejercitarse en la abnegación, el ayuno, la oración, y obras de piedad; pero habían hecho esto en medio de su familia, sin dejar casa u hogar. Más tarde, en Egipto, tales ascetas vivieron en cabañas, en las inmediaciones de los pueblos y aldeas, y esta era la práctica común alrededor del año 270, cuando Antonio se retiró del mundo. Comenzó su carrera practicando la vida ascética de ese modo sin dejar su pueblo natal. Acostumbraba visitar a los varios ascetas, estudiar sus vidas y trataba de aprender de cada uno de ellos la virtud en la que parecían descollar. Entonces estableció su residencia en una de las tumbas, cerca de su aldea nativa, y es allí donde la “Vida” registra aquellos extraños conflictos con demonios en forma de bestias salvajes, que lo golpeaban y algunas veces lo dejaban casi muerto. . Tras quince años de esta vida, a la edad de treinta y cinco, Antonio resolvió retirarse de las moradas de los hombres a una soledad absoluta. Cruzó el Nilo, y en una montaña cerca de la rivera oriental, llamada entonces Pispir, ahora Der el Memum, encontró un viejo fuerte en el que se encerró y donde vivió por veinte años sin ver ningún rostro humano, y a donde le lanzaban la comida por encima de la pared. A veces lo visitaban los peregrinos, a los que se negaba a ver; pero gradualmente un número de aspirantes a discípulos se establecieron en cuevas y cabañas alrededor de la montaña---así se formó una colonia de ascetas---y le suplicaron a Antonio que saliera y fuera su guía espiritual. Al fin, cerca del año 305, cedió a sus importunidades y salió de su retiro, y para sorpresa de todos, estaba tal como había entrado, no demacrado, sino vigoroso de mente y cuerpo.

Durante cinco o seis años se dedicó a la instrucción y organización del gran cuerpo de monjes que se habían aglomerado a su alrededor; pero una vez más se retiró al desierto interior que se extiende entre el Nilo y el Mar Rojo, cerca de la orilla, y fijó su morada sobre una montaña donde todavía se eleva el monasterio que lleva su nombre, Der Mar Antonios. Aquí pasó los últimos cuarenta años de su vida, en reclusión, no tan estricta como en Pispir, pues recibía generosamente a sus visitantes, y acostumbraba frecuentemente cruzar el desierto hacia Pispir. La “Vida” dice que fue dos veces a Alejandría una vez después que salió del fuerte en Pispir, para fortalecer a los mártires cristianos en la persecución de 311, y una vez al final de su vida (c. 350) para predicar contra los arrianos. La “Vida” dice que murió a la edad de ciento cinco años, y San Jerónimo sitúa su muerte en los años 356 a 357. Toda su cronología se basa en la hipótesis de que esta fecha y las cifras en la “Vida” son correctas. Complaciendo su propia petición, los dos discípulos que lo enterraron mantuvieron en secreto el lugar de su tumba, para que su cuerpo no se convirtiese en objeto de reverencia.

De sus escritos, la más auténtica formulación de sus enseñanzas es sin duda la que aparece en los varios dichos y discursos puestos en su boca en la “Vida”, especialmente los largos sermones ascéticos (16-43) que pronunció cuando salió del fuerte en Pispir. Es una instrucción sobre los deberes de la vida espiritual, en la cual la lucha con los demonios ocupa el lugar principal. Aunque probablemente no es un discurso real proferido en ninguna ocasión particular, apenas puede ser una mera invención del biógrafo, y sin duda reproduce la verdadera doctrina de Antonio, reunida y organizada. Es probable que le pertenezcan muchas de las sentencias que se le atribuyen en la “Apophthegmata”, y lo mismo se puede decir de las historias contadas en Casiano y Paladio. Hay una homogeneidad acerca de estos registros, y una cierta dignidad y elevación espiritual que parece marcarlos con el sello de la verdad y justifican la creencia de que es esencialmente auténtica la imagen que nos da sobre la personalidad, carácter y enseñanzas de Antonio.

Hay que hacer un veredicto diferente sobre los escritos bajo su nombre que aparecen en P.G., XL. El consenso general declara completamente espurios los Sermones y veinte Epístolas del arábigo. San Jerónimo (Hombres Ilustres 88) conocía siete epístolas traducidas del copto al griego; parece que las griegas se perdieron, pero existe una versión en latín (ibid.), y existen fragmentos en copto de tres de estas cartas, que concuerdan cercanamente con el latín; pueden ser auténticos, pero sería prematuro decidir. Es mejor la posición de una carta griega a Teodoro, conservada en la "Epistola Ammonis ad Theophilum", sect. 20, y de la cual se dice ser una traducción del original copto; parece no haber suficiente fundamento para dudar que realmente fue escrita por Antonio (vea Butler, Historia Lausiaca de Paladio, Parte I, 223). Las autoridades concurren que San Antonio no conocía el griego y sólo hablaba copto.

Existe una Regla monástica que lleva el nombre de San Antonio, conservada en formas arábigas y latinas (P.G., XL, 1065). Mientras que no se puede aceptar como realmente compuesta por Antonio, probablemente en gran medida se remonta a él, estando su mayoría compuesta de declaraciones atribuidas a él en la “Vida” y la “Apophthegmata”; sin embargo, contiene un elemento derivado de los espurios y también de las “Reglas de Pacomio”. Fue compilada en una fecha temprana, y estaba muy en boga en Egipto y Oriente. Al día de hoy es la regla seguida por los Monjes Uniatos de Siria y Armenia, de los cuales los más importantes son los Maronitas, con sesenta monasterios y 1,100 monjes; también la siguen los remanentes dispersos del monacato copto.

Debe ser apropiado definir el lugar de San Antonio, y explicar su influencia en la historia del monacato cristiano. Probablemente él no fue el primer ermitaño cristiano; es más razonable creer que, a pesar de lo poco histórica que pueda ser la “Vita Pauli” de San Jerónimo, algún elemento fáctico subyace en ella (Butler, op. cit., Parte I, 231, 232), pero la existencia de Pablo fue completamente desconocida hasta mucho después que Antonio se convirtió en el líder reconocido de los ermitaños cristianos. San Antonio tampoco fue un gran legislador ni organizador de monjes, como su contemporáneo más joven, San Pacomio; pues, aunque las primeras comunidades de Pacomio surgieron unos diez o quince años después que Antonio salió de su retiro en Pispir, no se puede demostrar que Pacomio recibió la influencia directa de Antonio, realmente su instituto corrió en líneas completamente diferentes. Y aún así es muy evidente que desde mediados del siglo IV a través de Egipto, en otras partes, y entre los monjes de Pacomio mismo, se consideraba a San Antonio como el fundador y padre del monacato cristiano.

Sin duda esta gran posición se debió a su personalidad autoritaria y su carácter de altura, cualidades que sobresalen claramente en todos los registros de él que nos han llegado. El mejor estudio sobre su carácter es el de Newman en la “Iglesia de los Padres” (reimpresa en “Esbozos Históricos”). El siguiente es su juicio: “Seguramente su doctrina era pura e intachable; y su temperamento era alto y celestial, sin cobardía, sin penumbra, sin formalidad, sin auto complacencia. La superstición es abyecta y servil, está llena de sentimientos de culpabilidad; desconfía de Dios, y teme a los poderes del mal. Por lo menos Antonio no tenía nada de esto, pues estaba lleno de confianza, paz divina, gozo y valor, siendo él (como juzgan algunos) tan entusiasta” (op. cit., Antonio en Conflicto). Tan lleno de entusiasmo como estaba, pero esto no lo volvía fanático o moroso; su urbanidad y gentileza, su moderación y sensatez sobresalen en muchas de las historias relatadas sobre él. El abad Moisés en Casiano (Coll. II) dice que él había oído a Antonio afirmar que de todas las virtudes la discreción era la más esencial para lograr la perfección; y la poco conocida historia de Eulogio y el Cojo, conservada en la Historia Lausiaca (XXI), ilustra la clase de consejo y dirección que daba a aquéllos que buscaban su guía.

El monacato establecido bajo la influencia directa de San Antonio se convirtió en la norma en el Norte de Egipto, desde Licópolis (Asyut) hasta el Mediterráneo. En contraste con el sistema completamente cenobítico que estableció Pacomio en el sur, continuó siendo de carácter semi-eremítico, los monjes vivían en común pero en celdas o cabañas separadas, y se reunían sólo ocasionalmente para servicios religiosos; se les dejaba a sus propios consejos, y la vida que vivían no era una vida comunitaria de acuerdo a la regla, como se entiende hoy día (Butler, op. cit., Parte I 233-238). Esta fue la forma de vida monástica en los desiertos de Nitria y Escitia, según descritos por Paladio y Casiano. Tales grupos de ermitaños semi-independientes fueron luego llamados Lauras, y habían existido siempre en Oriente a lo largo de los monasterios basilianos; en Occidente el monacato de San Antonio es en alguna medida representado por los Cartujos. Tal fue la vida y carácter de San Antonio, y tal fue su rol en la historia cristiana. Él es justamente reconocido como el padre no sólo del monacato, estrictamente hablando, sino de la vida religiosa técnica en toda forma y figura. Pocos nombres han ejercido sobre la raza humana una influencia más profunda y duradera, más diseminada, o en general, más beneficiosa.

Queda por decir una palabra sobre la controversia surgida durante el siglo XIX respecto a San Antonio y la “Vida”. En 1877 Weingarten negó la autoría de Atanasio y el carácter histórico de la “Vida”, la que declaró ser un mero romance; él afirmó que hasta el año 340 no hubo monjes cristianos, y que por lo tanto, las fechas del Antonio “real” tenían que ser movidas cerca de un siglo. Algunos imitadores en Inglaterra fueron aún más lejos y cuestionaron, incluso negaron, la existencia misma de San Antonio. Para cualquiera versado en la literatura del Egipto monástico, puede parecer una paradoja fantástica la noción de que el héroe ficticio de una novela pudiera alguna vez ocupar la posición de San Antonio en la historia monástica. De hecho, estas teorías han sido abandonadas por todos; la “Vida” es aceptada como verdaderamente histórica en substancia, y como obra de Atanasio, y el relato tradicional de los orígenes monásticos es restablecido a sus esbozos generales. El episodio es de interés ahora como un curioso ejemplo de la teoría que fue introducida, se puso de moda y luego fue completamente abandonada, todo dentro de una sola generación (sobre la controversia vea Butler, op. cit. Parte I, 215-228, Parte II, IX-XI).


Fuente: Butler, Edward Cuthbert. "St. Anthony." The Catholic Encyclopedia. Vol. 1. New York: Robert Appleton Company, 1907. <http://www.newadvent.org/cathen/01553d.htm>.

Traducido por L H M.