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Miércoles, 18 de diciembre de 2024

Diferencia entre revisiones de «Apostolicidad»

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Apostolicidad es la marca por la que se reconoce que [[la Iglesia]] de hoy es idéntica a la Iglesia que [[Jesucristo]] fundó sobre [[los Apóstoles]].  Es de gran importancia porque es el más seguro indicio de la [[verdad]]era Iglesia de Cristo, es más fácil de examinar, y contiene prácticamente las otras tres marcas, es decir, [[unidad]], [[santidad]] y [[católico|catolicidad]].  Ambas palabras, "cristiana", o "apostólica", se pueden utilizar para expresar la identidad entre la Iglesia de hoy y la Iglesia primitiva.  Se prefiere el término "apostólica" debido a que indica una correlación entre Cristo y los Apóstoles, muestra la relación de la Iglesia tanto con Cristo, su fundador, como con los Apóstoles, sobre quienes la fundó.  "Apóstol" es un enviado, un mensajero; en este caso, el Apóstol es un enviado por autoridad de Jesucristo a continuar su misión en la tierra, especialmente un miembro del grupo original de los maestros conocidos como los Doce Apóstoles.  Por lo tanto, la Iglesia se llama Apostólica, porque fue fundada por Jesucristo sobre los Apóstoles.  Es necesaria la apostolicidad en la [[doctrina cristiana|doctrina]] y en la misión.
 
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Última revisión de 01:17 8 may 2019

MOLEIRO PANTOCRATOR 5.jpg

Apostolicidad es la marca por la que se reconoce que la Iglesia de hoy es idéntica a la Iglesia que Jesucristo fundó sobre los Apóstoles. Es de gran importancia porque es el más seguro indicio de la verdadera Iglesia de Cristo, es más fácil de examinar, y contiene prácticamente las otras tres marcas, es decir, unidad, santidad y catolicidad. Ambas palabras, "cristiana", o "apostólica", se pueden utilizar para expresar la identidad entre la Iglesia de hoy y la Iglesia primitiva. Se prefiere el término "apostólica" debido a que indica una correlación entre Cristo y los Apóstoles, muestra la relación de la Iglesia tanto con Cristo, su fundador, como con los Apóstoles, sobre quienes la fundó. "Apóstol" es un enviado, un mensajero; en este caso, el Apóstol es un enviado por autoridad de Jesucristo a continuar su misión en la tierra, especialmente un miembro del grupo original de los maestros conocidos como los Doce Apóstoles. Por lo tanto, la Iglesia se llama Apostólica, porque fue fundada por Jesucristo sobre los Apóstoles. Es necesaria la apostolicidad en la doctrina y en la misión.

La apostolicidad de doctrina exige que el depósito de la fe confiada a los Apóstoles permanezca inalterado. Puesto que la Iglesia es infalible en su enseñanza (véase infalibilidad), se deduce que si la Iglesia de Cristo aún existe, debe estar enseñando su doctrina. Por lo tanto la apostolicidad de misión es una garantía de la apostolicidad de doctrina. San Ireneo (Adv. Haeres., IV, XXVI, n. 2) dice: "Por lo cual debemos obedecer a los sacerdotes de la Iglesia que tienen la sucesión de los Apóstoles, como hemos demostrado, que, junto con la sucesión en el episcopado, han recibido la marca certera de la verdad según la voluntad del Padre; sin embargo, se debe sospechar de todos los demás, que se apartaron de la sucesión principal", etc. Al explicar el concepto de apostolicidad, entonces, se debe prestar especial atención a la apostolicidad de misión, o a la sucesión apostólica.

Apostolicidad de misión significa que la Iglesia es un cuerpo moral, que posee la misión confiada por Jesucristo a los Apóstoles y que se transmite a través de ellos y sus sucesores legítimos en una cadena ininterrumpida de los representantes actuales de Cristo sobre la tierra. Esta transmisión autoritativa del poder en la Iglesia constituye la sucesión apostólica. Esta sucesión apostólica debe ser tanto material como formal; la material que consiste en la sucesión real en la Iglesia, a través de una serie de personas desde la época apostólica hasta el presente; la formal añade el elemento de autoridad en la transmisión del poder; consiste en la transmisión legítima del poder ministerial conferido por Cristo sobre sus Apóstoles. Nadie puede dar un poder que no posea. Por al rastrear la localización de la misión de la Iglesia hasta los Apóstoles, no se puede permitir ningún vacío, no puede surgir ninguna misión nueva; sino que la misión conferida por Cristo debe pasar de generación en generación a través de una sucesión legal e ininterrumpida. Los Apóstoles la recibieron de Cristo y se lo dieron a su vez a aquellos legítimamente nombrados por ellos, y estos de nuevo seleccionaron a otros para continuar la obra del ministerio. Cualquier interrupción en esta sucesión destruye la apostolicidad, porque la ruptura significa el comienzo de una nueva serie que no es Apostólica. "¿Cómo predicarán si no son enviados?" (Rom. 10,15). Una misión docente autoritativa es absolutamente necesario, una misión encomendada por un hombre no es autoritativa. De ahí que cualquier concepto de apostolicidad que excluya la unión autoritativa de la misión apostólica le roba al ministerio su carácter divino. Apostolicidad, o sucesión apostólica, entonces, significa que la misión conferida por Jesús a los Apóstoles debe pasar de ellos a sus sucesores legítimos, en una línea ininterrumpida, hasta el fin del mundo. Esta noción de apostolicidad se desprende de las palabras de Cristo mismo, la práctica de los Apóstoles y la enseñanza de los Padres y teólogos de la Iglesia.

La intención de Cristo es evidente en los pasajes bíblicos que hablan de la atribución de la misión a los Apóstoles. “Como el Padre me envió, así también yo os envío.” (Jn. 20,21). La misión de los Apóstoles, como la misión de Cristo, es una misión divina; ellos son los apóstoles, o embajadores, del Padre Eterno. "Me ha sido dado todo poder en el cielo y en la tierra. Id, pues, y haced discípulos míos a todas las gentes…; enseñándoles a guardar todo lo que yo os he mandado. Y he aquí que yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo.” (Mt. 28,18-20) Esta misión divina debe continuar siempre igual, por lo que debe ser transmitida con su carácter divino hasta el fin de los tiempos, es decir, debe haber una sucesión ininterrumpida legítima que se llama apostolicidad. Los Apóstoles entendieron su misión en este sentido.

San Pablo en su Epístola a los Romanos (10,8-19), insiste sobre la necesidad de una misión divinamente establecida. “¿Cómo predicarán si no son enviados?” (10,15). En sus cartas a sus discípulos Timoteo y Tito, San Pablo habla de la obligación de preservar la doctrina apostólica, y de ordenar a otros discípulos para continuar la obra encomendada a los apóstoles. "Ten por norma las palabras sanas que oíste de mí en la fe y en la caridad de Cristo Jesús” (2 Tim. 1,13). “…y cuanto me has oído en presencia de muchos testigos confíalo a hombres fieles, que sean capaces, a su vez, de instruir a otros.” (2 Tim. 2,2). "El motivo de haberte dejado en Creta, fue para que acabaras de organizar lo que faltaba y establecieras presbíteros en cada ciudad, como yo te ordené.” (Tito 1,5). Así como los Apóstoles transmitieron su misión mediante el nombramiento legítimo de otros a la obra del ministerio, así sus sucesores deben ordenar sacerdotes para perpetuar la misma misión dada por Jesucristo, es decir, una misión apostólica siempre debe mantenerse en la Iglesia.

Los escritos de los Padres se refieren constantemente al carácter apostólico de la doctrina y la misión de la Iglesia. Ver San Policarpo, San Ignacio de Antioquía, (Epist. ad Smyrn., n. 8), Clemente de Alejandría, San Cirilo de Jerusalén, San Atanasio (Historia del arrianismo), Tertuliano (Lib. de Praescipt, n. 32, etc.). Citamos algunos ejemplos que son típicos de los testimonios de los Padres. San Ireneo (Adv. Haeres, IV, XXVI, n. 2): "Por lo cual hay que obedecer a los sacerdotes de la Iglesia, que tienen la sucesión de los Apóstoles", etc.---citado más arriba. San Clemente (Ep. I, ad. Cor., 42-44): "Cristo fue enviado por Dios, y los apóstoles por Cristo.... Ellos nombraron a los ya mencionados y luego les dieron órdenes de que cuando murieran otros hombres aprobados les sucederían en su ministerio.” San Cipriano (Ep. 76, Ad Magnum): Novaciano no está en la Iglesia, ni puede ser considerado obispo, porque en desprecio de la tradición apostólica se ordenó a sí mismo sin suceder a nadie". Por lo tanto la transmisión autoritativa del poder, es decir, la apostolicidad, es esencial.

En todas las obras teológicas se halla la misma explicación de apostolicidad, basada en la Escritura y en el testimonio patrístico que acabamos de citar. Billuart (III, 306) concluye sus comentarios sobre apostolicidad con las palabras de San Jerónimo: "Tenemos que permanecer en esa Iglesia, que fue fundada por los Apóstoles, y que perdura hasta hoy día." Mazella (De Relig. et Eccl., 359), después de hablar de la sucesión apostólica como una sustitución ininterrumpida de personas en el lugar de los Apóstoles, insiste en la necesidad de la jurisdicción o la transmisión de autoridad; y excluye así la hipótesis de que una nueva misión podría originarse alguna vez por cualquier persona en el lugar de la misión conferida por Cristo y transmitida en la forma descrita. Billot (De Eccl. Christi, I, 243-275) enfatiza la idea de que la Iglesia, que es Apostólica, debe estar presidida por los obispos, que reciben su ministerio y su poder de gobierno de los Apóstoles. Apostolicidad, entonces, es esa sucesión apostólica mediante la cual la Iglesia de hoy es una con la Iglesia de los Apóstoles en su origen, doctrina y misión.

La historia de la Iglesia Católica desde San Pedro, el primer Pontífice, hasta el Papa Benedicto XVI, el actual jefe de la Iglesia, es una prueba evidente de su apostolicidad, pues no se puede ver ninguna ruptura en la línea de sucesión. El cardenal Newman (Diff. Of Anglicans, 369) dice: "Si quieres, di que no hay iglesia en absoluto, y por lo menos yo te entiendo; pero no te metas con un hecho atestiguado por la humanidad." Una vez más (393): "Ninguna otra forma de cristianismo, sino la actual comunión católica, pretende parecerse, incluso en la más mínima sombra, al cristianismo de la antigüedad, visto como una religión que vive en el escenario del mundo" y de nuevo ( 395): "La inmutabilidad y la acción ininterrumpida de las leyes en cuestión a lo largo del curso de la historia eclesiástica es una nota simple de identidad entre la Iglesia católica de los primeros siglos y la que ahora se conoce con ese nombre." Si hubiese ocurrido alguna vez una interrupción en la sucesión apostólica, podría ser fácilmente demostrada, pues en la historia del mundo no podría ocurrir ningún hecho de tal importancia, sin atraer la atención universal. Respecto a las cuestiones y disputas en la elección de ciertos Papas, no hay dificultad real. En los pocos casos en que surgieron controversias, el asunto fue resuelto siempre por un tribunal competente en la Iglesia, se proclamó al Papa legítimo, y él, como sucesor de San Pedro, recibió la misión apostólica y la jurisdicción en la Iglesia. (Tanquery, III, 446). Una vez más, los herejes de los primeros tiempos y las sectas de épocas posteriores han intentado justificar sus enseñanzas y prácticas apelando a la doctrina de la Iglesia Católica, o a su antigua comunión con ella. Su apelación demuestra que la Iglesia Católica es considerada apostólica incluso por aquellos que se han separado de su comunión.

La apostolicidad no se encuentra en ninguna otra Iglesia. Esta es una consecuencia necesaria de la unidad de la Iglesia. (Véase unidad). Si no hay más que una Iglesia verdadera, y si la Iglesia Católica, como acaba de señalarse, es apostólica, procede deducir de ello que ninguna otra Iglesia es Apostólica. (Véanse las citas de Newman, "Diff. Of Anglicans”, 369, 393.). Todas las sectas que rechazan el episcopado, por el hecho mismo hacen que la sucesión apostólica sea imposible, ya que destruyen el canal por el cual se transmite la misión apostólica. Históricamente, los inicios de todas estas iglesias se remontan a un período de tiempo después de la época de Cristo y los Apóstoles. En cuanto a la Iglesia Griega, basta señalar que perdió la sucesión apostólica al retirarse de la jurisdicción de los legítimos sucesores de San Pedro en la Sede de Roma. Lo mismo puede decirse de las reclamaciones anglicanas a la continuidad (MacLaughlin, "Divine Plan of the Church”, 213; y, Newman, "Diff. Of Angl.”, Lecture 12.), pues el hecho mismo de la separación destruye su jurisdicción. Han basado sus reclamos en la validez de los órdenes anglicanos. Sin embargo, éstos han sido declarados inválidos. Pero incluso si fueran válidos, la Iglesia Anglicana no sería apostólica, pues la jurisdicción es esencial para la apostolicidad de misión. Un estudio de la organización de la Iglesia Anglicana demuestra que es completamente distinta de la Iglesia establecida por Jesucristo.


Fuente: O'Reilly, Thomas. "Apostolicity." The Catholic Encyclopedia. Vol. 1. New York: Robert Appleton Company, 1907. <http://www.newadvent.org/cathen/01648b.htm>.

Traducido por Luz María Hernández Medina.