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Lunes, 30 de diciembre de 2024

Beguinas; Begardos

De Enciclopedia Católica

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BEGUINAS; BEGARDOS: Sólo se puede conocer por conjeturas la etimología de los nombres Beghard y Beguine. Probablemente se derivan de la palabra beghen en flamenco antiguo, en el sentido de “orar” y no de "pedir limosna", ya que ninguna de las dos comunidades fueron en ningún momento órdenes mendicantes; tal vez de "Bega", santo patrón de Niveles, en donde, según una dudosa tradición, se estableció la primera comunidad de beguinas. Tal vez, de nuevo, se derive de Lambert Le Bègue, un sacerdote de Lieja, el cual murió en 1180 después de haber gastado una fortuna en la fundación, en su pueblo natal, de una iglesia y un claustro para viudas y huérfanos de los cruzados.

Tan temprano como el comienzo del siglo XXII había mujeres en los Países Bajos que vivían solas, y sin tomar los votos, se dedicaban a la oración y a las buenas obras. Al principio no había muchas de ellas, pero a medida que el siglo avanzaba, aumentaba su número; era la época de las Cruzadas, y la tierra abundaba de mujeres desoladas ---materia prima para una multitud de neófitos. Estas solitarias hacían sus hogares no en los bosques, donde los verdaderos ermitaños aman habitar, sino en la periferia del pueblo, en donde estaba su trabajo, pues servían a Cristo en sus pobres. Alrededor de comienzos del siglo XIII, algunas de ellas agruparon sus cabañas juntas; y así surgió la primera comunidad de beguinas.

La beguina apenas podía ser llamada monja; ella no tomaba votos, podía volver al mundo y casarse si podía, y no renunciaba a su propiedad. Si no tenía medios para mantenerse, no pedía ni aceptaba limosnas, sino que se mantenía a través de labores manuales o enseñando a los niños del vecindario. Durante su noviciado, vivía con la "Gran Dama" de su claustro, pero luego adquiría su propia morada, y si podía permitirse el lujo, era atendida por sus propios sirvientes. El mismo propósito de vida, actividades afines y comunidad de culto eran los lazos que la vinculaban a sus compañeras. No había casa-madre, ni regla común, ni general común de la orden; sino que cada comunidad estaba completa en sí misma, y organizaba su propia forma de vida, aunque más tarde muchas adoptaron la regla de la Tercera Orden de San Francisco.

Estas comunidades, eran tan variadas como el estatus social de sus miembros; algunas de ellas sólo admitían a señoras de alto nivel, otras se reservaban exclusivamente para personas en circunstancias humildes; otras además abrían sus puertas de par en par para mujeres de cualquier condición, y éstas eran las más densamente pobladas. Muchas de ellas, como el gran Beguinaje de Gante, contaban con miles de habitantes. Así era esta institución semi-monástica. Adaptada admirablemente a las necesidades espirituales y sociales de la época, se extendió rápidamente a través de la tierra y en poco tiempo comenzó a ejercitar una profunda influencia en la vida religiosa de la gente. Cada una de estas instituciones era un ardiente centro de misticismo, y no fueron los monjes, quienes vivían mayormente en las áreas rurales, ni tampoco el clero secular, sino las beguinas, los begardos y los hijos de San Francisco, quienes moldeaban el pensamiento de la población urbana de los Países Bajos. Había una comunidad de beguinas en Malinas ya para 1207, en Bruselas en 12r5,en Lovaina en 1234 y en Brujas en 1244, y para cierre del siglo apenas había una comunidad en los Países Bajos que no tuviese un beguinaje, mientras que muchas otras grandes ciudades tenían dos o tres o incluso más. La gran mayoría de estas instituciones fueron suprimidas durante los disturbios religiosos del siglo XV, o durante los tormentosos años que cerraron el siglo XVIII, pero aun así, pero unos pocos conventos de beguinas todavía existen en varias partes de Bélgica. Los más notables son los de Brujas, Malinas, Lovaina y Gante; éste último contaba con miles de miembros.

El renacimiento religioso generalizado del cual resultaron las beguinas trajo también al mismo tiempo muchas sociedades afines para hombres. De estas, la más importante y la más extendida fue la de los begardos. Los begardos eran todos laicos, y como las beguinas, no estaban ligados a votos, la regla de vida que observaban no era uniforme, y los miembros de cada comunidad estaban sujetos solo a sus propios superiores locales, pero, contrario a las beguinas, no poseían propiedad privada; los hermanos de cada claustro tenían un solo fondo común, vivían juntos habitaban bajo un mismo techo y comían todos en la misma mesa. En su mayoría, aunque no siempre, eran hombres de origen humilde ---tejedores, tintoreros, bataneros, etc.--- y por ende estaban íntimamente relacionados con los gremios de artesanos de la ciudad. De hecho, ningún hombre podía ser admitido al convento de begardos de Bruselas a menos que fuese un miembro de la compañía de tejedores, y este probablemente no haya sido un caso único.

A menudo los begardos eran hombres a quienes la fortuna no les había sonreído --- hombres que habían sobrevivido a sus amigos, o cuyos lazos familiares se habían quebrado por algún evento adverso, y quienes, por razones de salud pobre o de avanzada edad, o tal vez por algún accidente, no podían mantenerse o vivir solos. Si, como dice un escritor reciente, "las ciudades medievales de los Países Bajos encontraron en el beguinaje una solución a su cuestión femenina", el establecimiento de estas comunidades les proveyó al menos una solución parcial de otro problema que requería una respuesta: el difícil problema de cómo tratar con el trabajador agotado. Si bien el objeto principal de estas instituciones no era temporal, sino espiritual, se habían juntado en primer lugar para construir al hombre interior. Tampoco mientras trabajaban por su propia salvación, no descuidaban a sus vecinos en el mundo, y gracias a su íntima relación con el gremio de artesanos, fueron capaces de influenciar abundantemente la vida religiosa, y en gran medida moldear la opinión religiosa de las ciudades y pueblos de los Países Bajos, en todo caso, en el caso del proletariado, durante más de doscientos años.

Teniendo en cuenta las desdichadas y pisoteadas clases sociales de las cuales los begardos eran generalmente reclutados, y el hecho de que estaban tan poco impedidos por el control eclesiástico, no es sorprendente que el misticismo de algunos de ellos se convirtiera rápidamente en una especie de panteísmo místico, o que algunos de ellos gradualmente desarrollaran opiniones que no armonizaban con la fe católica; opiniones que, de hecho, si podemos confiar en Ruysbroek, parece haber diferido poco de las opiniones religiosas y políticas que profesan los anarquistas de hoy.

Las tendencias heréticas de los begardos y beguinas necesitaban medidas disciplinarias, a veces severas, de parte de la autoridad eclesiástica. Los Sínodos de Fritzlar (1259), Maguncia (1261), Eichstätt (1282) les impusieron varias restricciones; y el Sínodo de Béziers (1299) declaró que “no tienen aprobación”. El Concilio de Vienne (1312) los condenó, pero esta sentencia fue mitigada por Juan XXII en 1321, quien permitió a las beguinas que continuaran con su estilo de vida, ya que “habían enmendado sus formas”. Los begardos eran más obstinados. Durante el siglo XIV fueron condenados repetidamente por la Santa Sede, los obispos (notablemente en Alemania) y la Inquisición. Se debe señalar, por otro lado, que a pesar de los abusos generalizados, entre los begardos había hombres de fe y piedad. En beneficio de ellos Gregorio XI (1374-77) y Bonifacio IX (1394) les dirigieron Bulas a los obispos de Alemania y de los Países Bajos. En la doctrina del quietismo se puede encontrar un eco de los errores teológicos en los que cayeron los begardos.

Las comunidades de begardos de los Países Bajos no escaparon el destino que tarde o temprano sufren todas las instituciones humanas: antes del final de la Edad Media, la mayoría de ellos estaba en plena decadencia. Sus vidas no fueron aplastadas por el peso del oro, como tantas veces sucede; aunque con el transcurso del tiempo adquirieron dotes, nunca fueron ricos; sino que decayeron con la decadencia del comercio de tela, y, cuando esa industria murió, ellos se redujeron gradualmente. Sus locas naves fueron penosamente puestas a prueba por las tormentas de los años 1500; algunas se fueron al fondo, algunas resistieron su furia, pero quedaron tan maltrechas que luego se hundieron en las calmadas aguas. Algunos pocos, de una forma u otra, consiguieron mantenerse a flote hasta que el huracán de la Revolución Francesa, finalmente los partió en pedazos. El número más alto de estas fundaciones medievales en Bélgica fue de 94. Se redujeron a 34 (1734) y a 20 (1856). Su membresía en 1631 era 2,487; en 1828, 1010; en 1856, cerca de 1600.


Fuente: Gilliat-Smith, Ernest. "Beguines; Beghards." The Catholic Encyclopedia. Vol. 2. New York: Robert Appleton Company, 1907. 30 Aug. 2016 <http://www.newadvent.org/cathen/02389c.htm>.

Traducido por Brenda M. Whitton.