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Martes, 30 de abril de 2024

Diferencia entre revisiones de «Anacoretas»

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'''Anacoretas''' ('''anachoréo'', me retiro); también [[ermitaños]] (''èremîtai'', moradores del [[desierto]]; Latín, ''eremitæ'').  En la terminología  [[cristianismo|cristiana]], el término designa a aquellos [[hombre]]s que han intentado triunfar sobre los dos enemigos inevitables de la [[salvación]] [[hombre|humana]], la carne y el [[diablo]], al privarles de la ayuda de su aliado, el mundo.  El impulso natural de todas las [[alma]]s fervorosas de alejarse temporal o definitivamente del tumulto de la [[vida]] social fue [[sanción|sancionado]] por los ejemplos y enseñanzas de la [[Biblia|Escritura]]. [[San Juan Bautista]] en el desierto y [[Jesucristo|Nuestro Señor]], al retirarse de vez en cuando a la soledad, fueron ejemplos que indujeron a una multitud de hombres [[santidad|santos]] a imitarlos.  Puesto que estos hombres despreciaron y evitaron el mundo, no puede sorprendernos que el mundo les replicara con su correspondiente menosprecio. El mundo es un tirano arrogante y absolutamente egoísta; mezquino en su gratitud hacia esas almas sublimes, cuyas vidas están completamente dedicadas a su mejoramiento sin tener en cuenta su alabanza  o censura.  Persigue como rebeldes y ridiculiza como tontos a aquéllos que se sacuden de su yugo y esparcen a los vientos sus [[Uso de la Riqueza|riquezas]], [[honor]]es y placeres.
  
Anacoretas
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En su aislamiento más extremo, la vida del anacoreta cristiano no es nirvana.    El [[alma]], ocupada en divinas reflexiones, libre de todas las preocupaciones que distraen, lleva una existencia muy acorde a la [[naturaleza]] racional del [[hombre]], y por lo tanto, generadora del tipo más elevado de [[felicidad]] que se puede obtener en esta tierra. Por otra parte, no importa cuan profundamente el [[ermitaños |ermitaño]] se sepulte en la espesura o el [[desierto]], siempre está al fácil alcance del llamado de la [[caridad]].  En primer lugar, los [[espíritu]]s afines lo buscarán. Cientos de celdas se agruparán a su alrededor; se invocará su experiencia para la redacción de las reglas de orden y para la dirección espiritual; en resumen, su ermita se transforma gradualmente en un [[monasterio]], su vida solitaria en cenobítica.  Si de nuevo anhela la soledad y se sumerge más profundamente en el desierto, comenzará el mismo proceso, como vemos en el caso de [[San Antonio]] de [[Egipto]].   Más aún, aunque estos hombres [[Comunión de los Santos|santos]] han sacudido el yugo del mundo, permanecen sujetos a la autoridad de [[la Iglesia]], a cuya orden, en tiempos críticos, han salido de su retiro, como fuerzas de reserva frescas, para fortalecer las filas desanimadas de su ejército espiritual. Así vino Antonio (286-356) a [[Alejandría]], respondiendo al llamado de [[San Atanasio|Atanasio]]; así los [[Orden Benedictina|hijos de Benito]], [[San Romualdo|Romualdo]], [[San Bruno|Bruno]] y [[San Bernardo de Claraval|Bernardo]], hicieron el trabajo de labriegos en la batalla [[Edad Media|medieval]] contra la barbarie.  De hecho, sería difícil señalar un solo gran campeón de la civilización [[cristianismo |cristiana]] que no estuviese preparado para el combate espiritual en el desierto.
(`anachoréo, Me retiro), también ermitaños (èremîtai, habitantes del desierto, Lat., eremitæ).  
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Los principales refugios de los primeros de estos fugitivos de la [[sociedad]] humana fueron los vastos [[desierto]]s de Egipto y [[Siria]], cuyas cavernas y [[tumba]]s pronto albergaron un increíble número de [[ascetismo|ascetas]] [[cristianismo|cristianos]].  Los primeros intentos de autodisciplina efectuados por esta multitud ingenua fueron a veces rudos y teñidos de fanatismo oriental; pero en poco [[tiempo]] la autoridad de [[la Iglesia]] y las sabias máximas de los grandes maestros espirituales, especialmente [[San Pacomio|Pacomio]], [[San Hilarión|Hilarión]] y [[San Basilio el Grande|Basilio]], los convirtieron en un ejército bien disciplinado, con objetivos y métodos claros.  Pronto se estableció la norma de que solo se les autorizaría a llevar la [[vida]] solitaria a aquellos que previamente hubieran pasado un tiempo de prueba en un [[monasterio]] y hubiesen obtenido de su [[abad]] el permiso para retirarse.  Entre los [[monje]]s que vivían y trabajaban en común [[los llamados cenobitas) y los ermitaños, que pasaban sus vidas en soledad absoluta, había muchas gradaciones. Algunos vivían en celdas separadas y se reunían solamente para la [[oración]], algunos para las comidas, otros solamente los [[domingo]]s.  La más extraña forma de [[ascetismo]] fue la adoptada por los [[estilitas]], [[hombre]]s que vivieron durante años sobre el tope de altas [[columna]]s, desde las cuales exhortaban e instruían al atemorizado populacho.  
  
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Llegando a tiempos más modernos, los canonistas distinguen cuatro diferentes especies de [[ermitaños]]: (1) Aquellos que han tomado los tres [[votos]] [[monacato|monásticos]] en alguna [[Vida Religiosa|orden religiosa]] aprobada por la Iglesia.  Tales son los [[Ermitaños de San Agustín]], los ermitaños de [[San Jerónimo]], etc.  (2)  Aquellos que viven en común con una forma de vida aprobada por el [[obispo]].  (3) Aquellos que sin [[votos]] o vida en comunidad adoptan un hábito peculiar con la [[aprobación]] del obispo, y son delegados por él para el servicio de una [[Edificaciones Eclesiásticas|iglesia]] u [[Oratorio (Lugar de Oración)|oratorio]].  (4) Aquellos que, sin ninguna autoridad [[la Iglesia|eclesiástica]], adoptan el “habitus eremiticus” y viven sin sujeción a una regla. Para obviar posibles abusos de parte de esta clase de ermitaños, la [[Santa Sede]] ha emitido promulgado en diferentes momentos legislación estricta, que puede leerse en [[Papa Benedicto XIV|Benedicto XIV]] "De Syn. Dioec." VI, III, 6, o en [[Lucio Ferraris|Ferraris]], "Bibliotheca", s. v. "Eremita".
  
En terminología  Cristiana, hombres que han buscado triunfar sobre los dos enemigos ineludibles de la salvación humana, el demonio y la carne, privándolos de la colaboración de su aliado, el mundo. El impulso natural de todas las almas ardientes de alejarse temporal o definitivamente del tumulto de la vida social, se hace patente en los ejemplos y enseñanzas de la Escritura. San Juan Bautista en el desierto y Nuestro Señor, apartándose una y otra vez a la soledad, fueron ejemplos que indujeron a una multitud de hombres santos a imitarlos. Puesto que estos hombres despreciaron y evitaron el mundo, no puede sorprendernos que el mundo les replicara con su correspondiente menosprecio. El mundo es un tirano imperioso, absolutamente egoísta; mezquino en su gratitud hacia esas almas sublimes, cuyas vidas están completamente consagradas a su mejoramiento, sin importar su desaprobación o encomio. Persigue como rebeldes y ridiculiza como tontos, a aquellos que se sacuden de su yugo y esparcen a los vientos sus riquezas, honores y placeres. En su aislamiento más extremo, la vida del anacoreta Cristiano, no es Nirvana. El alma, ocupada en divinas reflexiones, libre de preocupaciones distractoras, lleva una existencia muy acorde a la naturaleza racional del hombre, y consecuentemente generadora del tipo más elevado de felicidad que se puede obtener en esta tierra. Además, no importa qué tan profundamente el hermitaño se sepulte en la montaña o el desierto, siempre está al alcance del llamado de la caridad. Primero que todo, espíritus afines lo buscarán. Cientos de celdas se agruparán a su alrededor; su experiencia será invocada para la redacción de las reglas de orden y para la dirección espiritual; en breve, su refugio aislado se transforma gradualmente en un monasterio, su vida solitaria en vida en común. Si de nuevo anhela la soledad y se sumerge más profundamente en el desierto, comenzará el mismo proceso, como vemos en el caso de San Antonio de Egipto. Más aún, si bien estos hombres santos se han liberado del yugo del mundo, permanecen sujetos a la autoridad de la Iglesia, a cuya orden, en tiempos críticos, ellos han salido de su retiro, como fuerzas frescas de reserva, para fortalecer las filas desanimadas de su ejército espiritual. Así vino Antonio (286-356) a Alejandría, respondiendo al llamado de Atanasio; así los hijos de Benito, y Romualdo, y Bruno y Bernardo, hicieron el trabajo de labriegos en la batalla medieval contra la barbarie. Realmente, sería difícil señalar un solo gran campeón de la civilización Cristiana que no se haya preparado para el combate espiritual en el desierto.
 
Los principales refugios de los primeros de estos fugitivos de la sociedad humana, fueron los vastos desiertos de Egipto y Siria, cuyas cavernas y tumbas pronto albergaron un increíble número de ascetas cristianos. Los primeros intentos de autodisciplina efectuados por esta multitud ingenua, fueron algunas veces rudos y teñidos de fanatismo Oriental; pero más temprano que tarde, la autoridad de la Iglesia y los sabios preceptos de los grandes maestros espirituales, principlamente Pacomio, Hilario y Basilio, los formaron en un ejército bien disciplinado, con claros objetivos y métodos. Pronto se estableció la norma de que solo se les autorizaría a llevar la vida solitaria a aquellos que previamente hubieran pasado un tiempo de prueba en un monasterio y hubiesen obtenido de su abad el permiso para retirarse. Entre los monjes que vivieron y trabajaron en común (los así llamados cenobitas) y los hermitaños, que pasaban sus vidas en soledad absoluta, había muchas gradaciones. Algunos vivían en celdas separadas y se reunían solamente para la oración, algunos para las comidas, otros solamente los Domingos. La forma más singular de ascetismo fue la adoptada por los Estilitas (q.v.), hombres que vivieron durante años sobre las cimas de altas columnas, desde las cuales exhortaban e instruían al atemorizado populacho. Llegando a tiempos más modernos, los canonistas distinguen cuatro diferentes especies de Hermitaños.: (1) Aquellos que han tomado los tres votos monásticos en alguna orden religiosa aprobada por la Iglesia. Tales son los Hermitaños de San Agustín, los Hermitaños de San Jerónimo, etc. (2) Aquellos que viven en común con una forma de vida aprobada por el obispo. (3) Aquellos que sin votos o vida en comunidad adoptan un hábito peculiar con la aprobación del obispo, y son delegados por él para el servicio de la iglesia o el oratorio. (4) Aquellos que, sin ninguna autoridad eclesiática, adoptan el “habitus eremiticus” y viven sin sujeción a una regla. Para obviar posibles abusos de parte de esta clase de hermitaños, la Santa Sede ha promulgado en diferentes momentos legislación estricta, que puede leerse en Benedict XIV "De Syn. Dioec." VI, iii, 6, o en Ferraris, "Bibliotheca", s. v. "Eremita".
 
 
JAMES F. LOUGHLIN
 
 
Transcrito por WGKofron
 
  
Con agradecimientos a la Iglesia de Santa María, Akron, Ohio
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'''Fuente''':  Loughlin, James. "Anchorites." The Catholic Encyclopedia. Vol. 1. New York: Robert Appleton Company, 1907. 9 Dec. 2012 <http://www.newadvent.org/cathen/01462b.htm>.
  
Traducido por Daniel Reyes V.
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Traducido por Jorge Daniel Reyes Virviescas. lhm

Última revisión de 01:17 10 nov 2016

Anacoretas ('anachoréo, me retiro); también ermitaños (èremîtai, moradores del desierto; Latín, eremitæ). En la terminología cristiana, el término designa a aquellos hombres que han intentado triunfar sobre los dos enemigos inevitables de la salvación humana, la carne y el diablo, al privarles de la ayuda de su aliado, el mundo. El impulso natural de todas las almas fervorosas de alejarse temporal o definitivamente del tumulto de la vida social fue sancionado por los ejemplos y enseñanzas de la Escritura. San Juan Bautista en el desierto y Nuestro Señor, al retirarse de vez en cuando a la soledad, fueron ejemplos que indujeron a una multitud de hombres santos a imitarlos. Puesto que estos hombres despreciaron y evitaron el mundo, no puede sorprendernos que el mundo les replicara con su correspondiente menosprecio. El mundo es un tirano arrogante y absolutamente egoísta; mezquino en su gratitud hacia esas almas sublimes, cuyas vidas están completamente dedicadas a su mejoramiento sin tener en cuenta su alabanza o censura. Persigue como rebeldes y ridiculiza como tontos a aquéllos que se sacuden de su yugo y esparcen a los vientos sus riquezas, honores y placeres.

En su aislamiento más extremo, la vida del anacoreta cristiano no es nirvana. El alma, ocupada en divinas reflexiones, libre de todas las preocupaciones que distraen, lleva una existencia muy acorde a la naturaleza racional del hombre, y por lo tanto, generadora del tipo más elevado de felicidad que se puede obtener en esta tierra. Por otra parte, no importa cuan profundamente el ermitaño se sepulte en la espesura o el desierto, siempre está al fácil alcance del llamado de la caridad. En primer lugar, los espíritus afines lo buscarán. Cientos de celdas se agruparán a su alrededor; se invocará su experiencia para la redacción de las reglas de orden y para la dirección espiritual; en resumen, su ermita se transforma gradualmente en un monasterio, su vida solitaria en cenobítica. Si de nuevo anhela la soledad y se sumerge más profundamente en el desierto, comenzará el mismo proceso, como vemos en el caso de San Antonio de Egipto. Más aún, aunque estos hombres santos han sacudido el yugo del mundo, permanecen sujetos a la autoridad de la Iglesia, a cuya orden, en tiempos críticos, han salido de su retiro, como fuerzas de reserva frescas, para fortalecer las filas desanimadas de su ejército espiritual. Así vino Antonio (286-356) a Alejandría, respondiendo al llamado de Atanasio; así los hijos de Benito, Romualdo, Bruno y Bernardo, hicieron el trabajo de labriegos en la batalla medieval contra la barbarie. De hecho, sería difícil señalar un solo gran campeón de la civilización cristiana que no estuviese preparado para el combate espiritual en el desierto.

Los principales refugios de los primeros de estos fugitivos de la sociedad humana fueron los vastos desiertos de Egipto y Siria, cuyas cavernas y tumbas pronto albergaron un increíble número de ascetas cristianos. Los primeros intentos de autodisciplina efectuados por esta multitud ingenua fueron a veces rudos y teñidos de fanatismo oriental; pero en poco tiempo la autoridad de la Iglesia y las sabias máximas de los grandes maestros espirituales, especialmente Pacomio, Hilarión y Basilio, los convirtieron en un ejército bien disciplinado, con objetivos y métodos claros. Pronto se estableció la norma de que solo se les autorizaría a llevar la vida solitaria a aquellos que previamente hubieran pasado un tiempo de prueba en un monasterio y hubiesen obtenido de su abad el permiso para retirarse. Entre los monjes que vivían y trabajaban en común [[los llamados cenobitas) y los ermitaños, que pasaban sus vidas en soledad absoluta, había muchas gradaciones. Algunos vivían en celdas separadas y se reunían solamente para la oración, algunos para las comidas, otros solamente los domingos. La más extraña forma de ascetismo fue la adoptada por los estilitas, hombres que vivieron durante años sobre el tope de altas columnas, desde las cuales exhortaban e instruían al atemorizado populacho.

Llegando a tiempos más modernos, los canonistas distinguen cuatro diferentes especies de ermitaños: (1) Aquellos que han tomado los tres votos monásticos en alguna orden religiosa aprobada por la Iglesia. Tales son los Ermitaños de San Agustín, los ermitaños de San Jerónimo, etc. (2) Aquellos que viven en común con una forma de vida aprobada por el obispo. (3) Aquellos que sin votos o vida en comunidad adoptan un hábito peculiar con la aprobación del obispo, y son delegados por él para el servicio de una iglesia u oratorio. (4) Aquellos que, sin ninguna autoridad eclesiástica, adoptan el “habitus eremiticus” y viven sin sujeción a una regla. Para obviar posibles abusos de parte de esta clase de ermitaños, la Santa Sede ha emitido promulgado en diferentes momentos legislación estricta, que puede leerse en Benedicto XIV "De Syn. Dioec." VI, III, 6, o en Ferraris, "Bibliotheca", s. v. "Eremita".


Fuente: Loughlin, James. "Anchorites." The Catholic Encyclopedia. Vol. 1. New York: Robert Appleton Company, 1907. 9 Dec. 2012 <http://www.newadvent.org/cathen/01462b.htm>.

Traducido por Jorge Daniel Reyes Virviescas. lhm