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Sábado, 23 de noviembre de 2024

Anarquía

De Enciclopedia Católica

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Anarquía (a privativo, y arche, gobierno) significa ausencia de ley. Sociológicamente es la teoría moderna que propone suprimir todas las formas existentes de gobierno y organizar una sociedad que ejercite todas sus funciones sin ninguna autoridad directiva o controladora. Asume como base que todo hombre tiene el derecho natural de desarrollar todas sus facultades, satisfacer todas sus pasiones y responder a todos sus instintos. Insiste en que el individuo es el mejor juez de su propia capacidad; de que el interés personal, bien entendido, tiende a mejorar las condiciones generales; que cada cual reconoce la ventaja de la justicia en las relaciones económicas; y de que la humanidad, en el hombre, tiene la razón en todo lo que hace. Como un ser humano es un agente libre e inteligente, cualquier restricción desde el exterior constituye una invasión de sus derechos y debe considerarse una tiranía.

Proudhon (1809-1865), cuyos escritos son difusos, oscuros y paradójicos, es considerado el padre del sistema; pero otros se lo adjudican a Diderot, y también a la asociación de los Enragés, o Hébertistes de la Revolución Francesa. Según Proudhon, “la anarquía es el orden” y, tomado prestado de J.J. Rousseau, sostiene que el hombre es naturalmente bueno, sólo las instituciones son malas. También, según él, “toda propiedad es un robo”. Como el delito se comete principalmente contra la propiedad, al abolirla, se evitan los delitos. No se debe castigar a los criminales sino tratarlos como lunáticos o como enfermos. No debe haber gobernantes ni en la Iglesia ni en el Estado; tampoco amos ni patronos. Se debe eliminar la religión, porque introduce a Dios como base de la autoridad, y degrada al hombre al inculcarle docilidad y sumisión, convirtiéndolo en esclavo y privándolo de su dignidad natural. El amor libre ha de reemplazar al matrimonio, y la vida de familia, con algunas restricciones, debe cesar.

A la objeción de que los hombres no pueden vivir juntos sin sociedad, tanto por la contradicción implícita en tal demanda como por el instinto social que le es propio, la respuesta es la siguiente: no destruimos la sociedad, pero excluimos la autoridad de ella. La anarquía presupone una asociación de individuos soberanos que actúan independientemente de ningún poder central o coercitivo. Tiene como objetivo una sociedad en la que todos los miembros están federados en grupos libres o corporaciones de acuerdo con las profesiones, artes, oficios, negocios, etc., que se adapten al gusto de cada cual, de modo que no solo todos sean copropietarios de todo –tierra, minas, máquinas, instrumentos de trabajo, medios de producción, intercambio, etc.– sino que cada uno pueda así seguir su inclinación individual. Además, como todos estarían unidos en una armonía de intereses, todos trabajarían al unísono para aumentar el bienestar general, igual que sucede en las corporaciones comerciales, en las que la unión se basa en el provecho mutuo, y se encuentra totalmente libre de cualquier presión exterior.

Las opiniones están divididas en cuanto a los medios que deberán emplearse para conseguir esta condición ideal; algunos se inclinan por el método evolutivo, otros por el revolucionario; los primeros proponen realizar su utopía con los medios que están a su disposición, sobre todo el sufragio universal; mientras que los segundos pretenden realizarlos inmediatamente mediante métodos violentos. En este aspecto, los primeros se transforman en socialismo colectivo y los segundos siguen siendo anarquistas puros. Sin embargo, ambos difieren del socialismo en un punto muy importante: pues aunque el socialismo coincida con los anarquistas en la conveniencia de abolir todas las instituciones existentes, tiende hacia lo que llaman una “sociedad socializada”. Postula un poder central que asignará las ocupaciones, distribuirá las retribuciones y supervisará y dirigirá los intereses colectivos. Absorbe al individuo a favor del Estado; la anarquía, en cambio, hace todo lo contrario.

En general, también, el socialismo reprueba los métodos violentos y busca su fin mediante una evolución gradual a partir de las condiciones actuales. De una manera general, puede decirse que el socialismo, también, reprueba los métodos violentos y pretende alcanzar sus fines por medio de una evolución gradual de las condiciones presentes. Su alejamiento público de los métodos anárquicos se evidencia en el trato al ruso Bakounin, quien se hizo notable por su actividad durante la Revolución Francesa de 1848, y quien, al ser entregado a Rusia, escapó de Siberia y fomentó los desórdenes rusos de 1869, principalmente a través de su agente Netschaïeff, y que, finalmente, se asoció con Cluseret y Richard en las atrocidades de la Comuna Francesa de 1871. En 1868, había establecido la Alianza Internacional de la Democracia Social, e intentó unirla con la Asociación Internacional de Trabajadores fundada por el socialista Marx en 1864. La coalición fue de corta duración. En el Congreso de La Haya de 1872 se desató un violento cisma, y puede decirse que entonces el partido de la anarquía comenzó como una organización distinta. A continuación, Bakounin organizó la Fédération Jurassienne. Publicó un periódico llamado Avant Garde, pero no se hizo mucho más hasta que Elisée Reclus y Kropotkin fundaron La Révolte.

Los principios de la anarquía fueron de nuevo repudiados en el Congreso Socialista de París de 1881 (del cual se expulsó a los anarquistas) y en los congresos de Zürich (1893) y de Hamburgo y Londres (1897). Fue en el sexto Congreso de los Marxistas, celebrado en Ginebra en 1863, que el término anarquista se aplicó a una sección autónoma de esa Convención. Pero es difícil determinar hasta qué punto las teorías y prácticas de cada uno coincidían con las del otro; pues independientemente de los pronunciamientos oficiales de los diversos congresos, las líneas de demarcación entre ambos movimientos resultan frecuentemente oscuras. Así, según algunos escritores, los anarquistas pueden ser clasificados, primero, como individualistas extremos; aquellos que consideran la intervención del Estado como una “molestia” –esa es la palabra empleada– que debe reducirse al mínimo lo más pronto posible. Esta fue la posición de Herbert Spencer y de Auberon Herbert, a quienes probablemente les habría molestado ser colocados en la categoría de anarquistas. La doctrina de Spencer sobre minimización de la autoridad gubernamental la tomó de la “Justicia Política” de Goodwin (1793).

En segundo término estarían lo que podrían describirse como de los “Expectantes”; aquellos que admiten un control central hasta que la opinión pública esté suficientemente educada para prescindir de ella. William Morris abandonó a los Nihilistas Socialdemócratas cuando advirtió que él mismo estaba inclinándose en esa dirección. Finalmente, están los Negativos Universales, o Nihilistas, quienes creen en el asesinato de los gobernantes y en otras manifestaciones violentas de odio contra las condiciones imperantes. La primera exposición científica – así llamada - de este anarquismo nihilista parece haber sido la obra del eminente geógrafo francés Elisée Reclus y del Príncipe ruso Kropotkin, que la incorporó a un sistema definitivo, aunque se le atribuye lo mismo a Hess, quien en 1843 publicó dos volúmenes sobre “Philosophie der That und Sozialismus”. Grün y Stern también formularon sus teorías seguidas de hechos horrorosos cometidos por anarquistas confesos, tanto en Europa como en América; no sólo el asesinato de gobernantes – el de McKingley es un ejemplo de ellos – sino la colocación de bombas en parlamentos, la destrucción de iglesias, el asesinato de policías, como sucedió en Chicago, etc. Esta era la forma de hacer propaganda de lo actos propugnados por Bakunin¸ pero tanto Reclus como Kropotkin protestaron aduciendo que su concepto de la anarquía no contemplaba la comisión de tales excesos. Si hablaban la verdad o lo hacían por temor al odio público, deberá dejarse al juicio de cada uno. Sólo después del intento de asesinato del Emperador Guillermo, en 1878, los socialistas alemanes Bebel y Liebeknecht, se declararon contra la anarquía. En Francia, actualmente, el partido no sólo ha suprimido la Iglesia, sino que pide a voces la supresión del ejército mientras predica la rebelión a los soldados, ridiculizando la idea de patriotismo y reclamando la abolición de las fronteras nacionales; son anarquistas, pero al mismo tiempo parecen afiliarse al partido socialista ahora en el gobierno. Si es por simpatía o con el propósito de dejar que la anarquía hiciera el trabajo de destrucción sobre el cual el socialismo intenta edificar su Estado futuro, no es tema de controversia, por lo menos entre los conservadores franceses. Actualmente la anarquía está mostrándose en Francia, donde ejerce el mayor poder, aunque no se la conoce por su nombre distintivo. En realidad, donde el socialismo profesa el ateísmo impera la anarquía.

Hasta ahora los anarquistas no parece que tuvieran una organización central; aunque publican catorce diarios en francés, no todos impresos en Francia; dos lo están en inglés, uno en Londres y el otro en Nueva York; tres en alemán; diez en italiano; cuatro en español; uno en hebreo; dos en portugués y bohemio; uno en holandés. Como no existe una organización compacta, y como sus principios son también a menudo admitidos por aquellos que no son anarquistas confesos, es casi imposible formarse una idea exacta del número de sus miembros.

La raíz de todo este mal es la apostasía del Cristianismo, tan marcada en algunas naciones, y la aceptación, o influencia, del ateísmo. Una vez que se acepta que Dios no existe, inmediatamente se vuelve injusto e imposible exigir obediencia o sumisión de nadie. Si no hay Dios, no puede haber quien mande. La conclusión del anarquista es lógica. De igual modo, todos los mandamientos de Dios quedan necesariamente abolidos, y la reclamación de que el hombre tiene el derecho de satisfacer todas sus propensiones y pasiones queda justificada. No puede existir la familia, ni el Estado, ni la Iglesia, ni tampoco ninguna sociedad. El individuo es el centro y el poder determinante de todo. El culto que profesan al individuo, originado en el egoísmo de la filosofía de Hegel, y quizás culminando en Nietzsche, con su atroz “superman”, es el medio que se ha utilizado para acelerar la propagación de las doctrinas anárquicas. Los conceptos distorsionados de libertad de pensamiento, libertad de prensa, libertad de palabra, libertad de conciencia, que se reivindican como derechos, y que se consideran esenciales en la civilización moderna, cualquiera sea la extravagancia a la que conduzcan – incluso a la difusión de las doctrinas más revolucionarias e inmorales – han magnificado la importancia y el carácter sagrado del individuo hasta el punto de que se ha convertido para sí mismo en la ley, en ética y religión, y está prácticamente persuadido de su independencia absoluta del Creador en su conducta en la vida. En mucha de la literatura actual existe casi una idolatría del poder humano, no importa con cuantos crímenes se asocie. Nuevamente, el método de educación en algunos países, que excluyen absolutamente hasta el nombre de Dios de los colegios, y que no admite ninguna instrucción religiosa, o solamente un código ético sin sanción ni autoridad, no podría dejar de desarrollar una generación de anarquistas. Los padres conservan algunos recuerdos de la religión y un sentido de la obligación unido a ella; la generación siguiente no tendrá ninguno. Finalmente, la acumulación excesiva de riquezas en las manos de unos pocos por métodos supuestamente deshonestos, y el uso pretendido de ellas para corromper las asambleas con la finalidad de que perpetúen los abusos, proveen material para que los demagogos sin principios levanten las peores pasiones en la población. Más aun, aunque la condición de los pobres no es tan mala como solía serlo, el contraste con el lujo de los ricos es suficiente para excitar la codicia y la ira, mientras que la ausencia de motivos religiosos hacen que la pobreza y el sufrimiento sean no sólo insoportables, sino, a los ojos de las víctimas, innecesarios e injustos.

La teoría de la anarquía va contra toda razón. Aparte del hecho de que se opone a algunos de los instintos más apreciados de la humanidad, como, por ejemplo, la vida de familia y el patriotismo, es evidente que una sociedad sin autoridad no podría mantenerse ni un momento. Los hombres cuyo único propósito fuera satisfacer sus inclinaciones se encuentran, por este mismo hecho, muy cerca del nivel animal. Los métodos que ya usan para la prosecución de sus designios muestran de qué manera los instintos animales se hacen sentir en ellos. El único remedio para este desorden es evidentemente un retorno a la recta razón y a la práctica de la religión; y, como protección para el futuro, inculcar moralidad cristiana en la educación de los jóvenes.


Bibliografía: BAKOUNIN, Dieu et l'état (París, 1895); PROUDHON, Œuvres (París, 1851); HERZEN, De l'autre rive; TCHEMCHEWSKY, L'économie politique jugée par la science; ELISÉE RECLUS, Evolution et Revolution (París, 1891); SPENCER, The Individual vs. the State; EMILE GAUTIER, Propos anarchistes; Heures de travail; KROPOTKIN, Aux jeunes gens; Parole d'un révolté; TUCKER, Instead of a Book (Nueva York, 1893); ELY, The Labor Movement in America (Londres, 1890); KERKUP, A History of Socialism (Londres, 1892); Revue des Deux Mondes (Nov. 15, 1893).

Fuente: Campbell, Thomas. "Anarchy." The Catholic Encyclopedia. Vol. 1, págs. 452-453. New York: Robert Appleton Company, 1907. 30 julio 2021 <http://www.newadvent.org/cathen/01452a.htm>.

Traducido por Estela Sánchez Viamonte. lmhm