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Viernes, 22 de noviembre de 2024

Caballería

De Enciclopedia Católica

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La caballería (derivada a través del francés cheval del latín caballus) como una institución se considerará desde tres puntos de vista: el militar, el social y el religioso. Consideraremos también la historia de la caballería como un todo.

Militar

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En el sentido militar, la caballería fue la caballería pesada de la Edad Media la cual constituyó la principal y más efectiva fuerza marcial. El caballero o chevalier era el soldado profesional de la época; en el latín medieval, la palabra ordinaria miles (soldado) era equivalente a "caballero". Esta supremacía de caballería fue correlativa con la decadencia de la infantería en el campo de batalla. Cuatro particularidades distinguieron al guerrero profesional: sus armas, su caballo, sus sirvientes y su bandera.
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Armas: El ejército medieval estaba pobremente equipado para combate a larga distancia, y todavía se usaban los arcos y ballestas, aún cuando la Iglesia se empeñaba en prohibir su uso, al menos entre ejércitos cristianos, como adverso a la humanidad. De todos modos el caballero medieval los consideraba injustos en combate. Sus únicas armas ofensivas eran la lanza para el encuentro y la espada para el combate cuerpo a cuerpo, armas comunes para ambas, caballería liviana y pesada. La característica distintiva de la última, lo cual realmente constituyó la caballería, estribaba en sus armas defensivas, las cuales variaron con las diferentes épocas. Estas armas fueron siempre costosas de obtener y pesadas para cargar, tal como la brunia o camisote de la época carlovingia, la cota de malla, que prevaleció durante las Cruzadas, y finalmente la plancha de blindaje que se introdujo en el siglo XIV.
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Caballos: No se consideraba a ningún caballero equipado adecuadamente sin al menos tres caballos: el caballo de batalla, o dexterarius, que se llevaba a mano, y se usaba sólo para el comienzo (de ahí el dicho, "montar el caballo grande” (tomar una actitud arrogante); un segundo caballo, palafrén o corcel, para el camino; y el caballo de carga para el equipaje.
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Sirvientes: El caballero requería de varios sirvientes:
  • uno para conducir los caballos,
  • otro para cargar las armas más pesadas, particularmente el escudo o escudo de armas (scutum, de aquí scutarius, francés escuyer, escudero);
  • otro más para ayudar a su amo a montar su caballo de batalla o para levantarlo si era desmontado;
  • un cuarto sirviente para custodiar a los cautivos, mayormente a aquellos de calidad, por quienes se cobraría un gran rescate.

Estos sirvientes, quienes eran de baja condición, no se debían confundir con los asistentes armados, quienes formaban la escolta de un caballero, Desde el siglo XIII los escuderos también iban armados y montados a caballo, y al pasar de un grado a otro, eran elevados finalmente a la caballería.

Banderas: Los estandartes fueron también una marca distintiva de la caballería. Eran fijados y llevados en la lanza. Había una clara definición entre el pendón, una bandera puntiaguda y ahorquillada en la extremidad, usada por un simple caballero o mancebo como una insignia personal, y el estandarte, de forma cuadrada, usado como la insignia de una banda y reservada al barón o baronet al mando de un grupo de al menos diez caballeros, llamado una guardia civil. Cada bandera o estandarte era blasonada con las armas de su dueño para distinguirla de las otras en el campo de batalla. Estos escudos de armas se volvieron luego hereditarios y dio lugar a la complicada ciencia heráldica

Social

La carrera de un caballero era costosa, y requería de recursos personales para ir al paso de la posición; por lo tanto el caballero tenía que sufragar sus propios gastos en una época cuando el monarca no tenía tesoro ni presupuesto de guerra disponible. Cuando la tierra era la única clase de riqueza, cada señor que deseaba formar un ejército dividía sus dominios en feudos militares, el inquilino era usado para el servicio militar con sus propios gastos personales por un número determinado de días (cuarenta en Francia y en Inglaterra durante el periodo normando). Estos honorarios, como otras concesiones feudales, llegaron a ser hereditarios, y de este modo se desarrolló una clase noble, para quienes la profesión caballeresca era la única carrera. Sin embargo, la caballería no era hereditaria, aunque sólo los hijos de un caballero eran elegibles para sus rangos. En su puericia eran enviados a la corte de algún noble, donde eran entrenados en el uso de los caballos y armas además de enseñarles clases de cortesía. Desde el siglo XIII, a los candidatos que habían obtenido la categoría de escudero se les permitía formar parte en las batallas; pero era sólo cuando habían llegado a la edad, comúnmente a los veintiún años, cuando eran admitidos al rango de caballero a través de una ceremonia peculiar llamada "armar caballero". Cada caballero era apto para conferir la caballería, siempre que el aspirante llenara las condiciones requeridas de linaje, edad y entrenamiento. Cuando faltaba la condición de linaje en el aspirante, el monarca únicamente podía crear un caballero, como parte de su prerrogativa real.

Religioso

En la ceremonia de conferir la caballería, la Iglesia participaba a través de la bendición de la espada, y en virtud de esta bendición la caballería asumió un carácter religioso. En el cristianismo primitivo, aunque la enseñanza de Tertuliano de que el cristianismo y la profesión de las armas eran incompatibles fue condenada como herética, la carrera militar era considerada con poco agrado. En la caballería, la religión y la profesión de las armas se reconciliaron. Este cambio de actitud de parte de la Iglesia data, según algunos, desde las Cruzadas, cuando los ejércitos cristianos por primera vez se dedicaron a un propósito sagrado. Aún antes de las Cruzadas, sin embargo, un anticipo de esta actitud se encontró en la costumbre llamada "Tregua de Dios". Fue entonces que el clero aprovechó la oportunidad ofrecida por estas treguas para exigir a los rudos guerreros de los tiempos feudales un voto religioso de usar sus armas principalmente para la protección de los débiles e indefensos, especialmente mujeres, huérfanos y de las Iglesias. La caballería, en el nuevo sentido, se sustentó en un voto, fue este voto el que dignificó al soldado, le elevó su auto-estima, y lo elevó casi al nivel del monje en la sociedad medieval. Como correspondencia a este voto, la Iglesia decretó una bendición especial para el caballero en la ceremonia llamada en el Pontificale Romanum, "Benedictio novi militis". Al principio muy simple en su forma, este ritual gradualmente se desarrolló en una ceremonia elaborada. Antes de la bendición de la espada sobre el altar, se le requería al aspirante muchos exámenes preliminares, tales como la confesión, una vigilia de oración, ayuno, un baño simbólico y la investidura con una túnica blanca, con el propósito de imprimir en el candidato la pureza del alma con la cual entraría a tan noble carrera. Arrodillado, en la presencia del clero, pronunciaba el voto solemne de la caballería, al mismo tiempo muchas veces renovaba las promesas bautismales; el escogido como padrino lo golpea levemente en la nuca con una espada (armar caballero) en el nombre de Dios y San Jorge, el patrono de la caballería.

Historia

Existen cuatro períodos distintos en la historia de la caballería. El periodo de la fundación, es decir, el tiempo cuando estaba vigente la Tregua de Dios, atestiguó la larga lucha de la Iglesia contra la violencia de la época, antes de que triunfara en refrenar el espíritu salvaje de los guerreros feudales, quienes antes sólo reconocían la ley de la fuerza bruta.

Primer periodo: Las Cruzadas: Las Cruzadas introdujeron la época de oro de la caballería y el cruzado era el modelo del caballero perfecto. El rescate de los lugares sagrados de Palestina de la dominación musulmana y la defensa de los peregrinos llegaron a ser el nuevo objetivo de su voto. A cambio, la Iglesia lo acogía bajo su protección de una forma especial, y le confería privilegios espirituales y temporales excepcionales, tales como la remisión de todas sus penitencias, la dispensa de la jurisdicción de las cortes seculares, y como una forma de sufragar los gastos de la jornada a la Tierra Santa, a los caballeros se les concedía la décima parte de todos los ingresos de la iglesia. El voto del cruzado estaba limitado a un período específico. Para las distantes expediciones a Asia, el tiempo promedio fue de dos a tres años.

Segundo periodo: Las órdenes militares: Después de la conquista de Jerusalén, la necesidad de un ejército permanente llegó a ser apremiante para prevenir la pérdida de la Ciudad Santa a manos de las naciones hostiles circundantes. De esta necesidad surgieron las órdenes militares, las cuales adoptaron como un cuarto voto monástico el del combate permanente contra los infieles. La caballería alcanzó su apogeo en estas órdenes, donde se realizó la perfecta fusión de lo religioso y el espíritu militar. Este espíritu heroico tuvo también sus notables representantes entre los cruzados seglares, como Godofredo de Bouillon, Tancredo de Normandía, Ricardo Corazón de León y sobre todo Luis IX de Francia, en quien la caballería estuvo coronada por la santidad. El voto caballeresco, al igual que el monástico, unía con lazos comunes a guerreros de toda nación y condición, y los alistaba en una enorme fraternidad de maneras, ideales y metas. Al igual que la regular, la hermandad seglar tuvo su regla imponiendo a sus miembros fidelidad a sus señores y a su palabra, juego limpio en el campo de batalla y la observación de las máximas de honor y cortesía. Además, la caballería medieval abrió un nuevo capítulo en la historia de la literatura. Preparó el camino y le dio una pronta circulación a un movimiento épico y romántico en la literatura que reflejaba el ideal de la caballería y celebraba sus hazañas y logros. Provenza y Normandía fueron los centros principales de esta clase de literatura, la cual divulgaron por toda Europa los trovadores y compositores de poemas.

Tercer periodo: La caballería seglar: Después de las Cruzadas la caballería perdió gradualmente su aspecto religioso. En este, su tercer periodo, el honor permanece el culto peculiar de la caballería. Este espíritu se manifiesta en las muchas hazañas caballerescas que llenan los anales de la larga contienda entre Inglaterra y Francia durante la Guerra de los Cien Años. Las Crónicas de Jean Froissart dan una descripción vívida de esta época, donde las batallas sangrientas se alternan con torneos y suntuosos desfiles. Cada país contendiente tiene sus héroes. Si Inglaterra se ufanaba de las victorias del Príncipe negro, Caudos, y Talbat, Francia podía jactarse de las proezas de Du Guesclin, Boucicaut, y Dunois. Pero con toda la brillantez y hechizo de sus logros, el principal resultado era un inútil derramamiento de sangre, desperdicio de dinero y miseria para las clases más bajas. El carácter amoroso de la nueva literatura había contribuido mucho a desviar la caballería de su ideal original. Bajo la influencia de los romances, el amor se convirtió ahora en la causa principal de la caballería. Como consecuencia surgió un nuevo tipo de caballero, consagrado al servicio de alguna dama noble, quien podía incluso ser la esposa de otro hombre. Este ídolo de su corazón iba a ser reverenciado a la distancia. Desafortunadamente, a pesar de las obligaciones impuestas sobre el amante caballeresco, estas fantasías extravagantes a menudo llevaban a resultados lamentables.

Cuarto periodo: La caballería cortesana: En sus últimas etapas, la caballería llegó a ser un simple servicio cortesano. La Orden de la Jarretera, fundada en 1348 por Eduardo III de Inglaterra, la Orden del Vellocino de Oro (Toison d'or) de Felipe de Borgoña, que data de 1430, formó una hermandad, no de cruzados, sino de cortesanos, sin otra finalidad que contribuir al resplandor del soberano. Su más serio oficio fue el deporte de justas y torneos. Hacían sus votos no en capillas, sino en salones de banquetes, no sobre la cruz, sino sobre alguna ave emblemática. El "Voto del Cisne" de 1306, fue instituido durante la fiesta de armar caballero al hijo de Eduardo I. Fue ante Dios y el cisne que el anciano rey juró con sus caballeros tomar venganza de Escocia por el homicidio de su lugarteniente. Más famoso es el "Voto del Faisán", hecho en 1454 en la corte de Felipe de Borgoña. La razón era poderosa por cierto: nada más y nada menos que el rescate de Constantinopla, la cual había caído el año anterior en manos de los turcos. Pero la solemnidad del motivo no disminuyó la frivolidad de la ocasión. Se hizo un voto solemne ante Dios y el faisán en un banquete suntuoso, cuyo costo pródigo podía mejor haber sido dedicado a la expedición misma. No menos de ciento cincuenta caballeros, la flor de la nobleza, repitieron el voto, pero la misión no llegó a nada. La caballería había degenerado en un vano pasatiempo y en una promesa vacía.

La literatura, que en el pasado había contribuido tanto a la exaltación de la caballería, ahora reaccionó contra sus extravagancias. En la primera parte del siglo XIV este punto crucial se hace evidente en la poesía de Geoffrey Chaucer. A pesar de que él mismo había hecho muchas traducciones de los romances franceses, ridiculiza levemente su modo en su "Sir Thopas". El golpe final fue reservado para el inmortal trabajo de Cervantes, "Don Quijote", el cual suscitó la risa de toda Europa.

La infantería renació como una fuerza efectiva en el campo de batalla durante el siglo XIV y comenzó a disputar la supremacía que la caballería pesada había disfrutado por largo tiempo. La caballería, que descansó del todo en la superioridad del jinete en combate, soldado de caballería en combate, decayó rápidamente. En Crecy (1346) y Auicourt (1415) la caballería francesa fue diezmada por las flechas de los arqueros ingleses de Eduardo III y Enrique V. La nobleza austríaca en Sempach (1386) y la caballería borgoñesa en Morat (1476) fueron incapaces de sostener el opresor ataque furioso del campesinado suizo. Con la llegada de los rifles de pólvora y el uso general de armas de fuego en la batalla, la caballería rápidamente se desintegró y finalmente desapareció para siempre.


Fuente: Moeller, Charles. "Chivalry." The Catholic Encyclopedia. Vol. 3. New York: Robert Appleton Company, 1908. <http://www.newadvent.org/cathen/03691a.htm>.

Traducido por Ramón Terrazas. L H M