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Viernes, 22 de noviembre de 2024

Diferencia entre revisiones de «Papa San Víctor I»

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Durante esta época hubo disensiones internas que afectaron a la Iglesia en Roma. La disputa sobre la celebración de la Pascua (ver [[Controversia Pascual]]) se agudizó. Los cristianos en Roma, quienes venían de la provincia de [[Asia]], estaban acostumbrados a celebrar la [[Pascua]] el decimocuarto día de Nisan, sin importar en qué día de la semana cayese, tal como lo habían hecho en casa. Esta diferencia inevitablemente trajo problemas cuando apareció en la comunidad cristiana de Roma. El Papa Víctor decidió, por lo tanto, unificar la observancia del festival de la Pascua y persuadir a los cuartodecimanos a unirse a la práctica general de la Iglesia. Le escribió, entonces, al Obispo Polícrates de Éfeso y le indujo a llamar a los [[obispo]]s de la provincia de Asia para discutir el asunto. Así se hizo, pero en la carta enviada por Polícrates al Papa, declaró que él firmemente se adhería a la costumbre cuartodecimana observada por tantos célebres y [[Comunión de los Santos|santos]] obispos de esa región. Víctor convocó un encuentro de obispos italianos en Roma, el cual es el primer [[sínodo]] romano conocido. También escribió a los principales obispos de los distintos distritos, urgiéndoles a reunir a los obispos de sus secciones del país y a pedirles consejo sobre el asunto de la fiesta de la Pascua. Llegaron cartas de todas partes: del sínodo en Palestina, en el cual presidieron Teófilo de Cesarea y Narciso de Jerusalén; del sínodo del [[Ponto]], sobre el cual presidio Palmas, como el más anciano; de las comunidades de [[Galia}} cuyo obispo era [[San Ireneo de Lyons]]; de los obispos del Reino de Osrhoene; también de obispos individuales como Basilio de Corinto. Estas cartas unánimemente informaron que celebraban la Pascua en [[domingo]]. Víctor, quien actuó durante todo el asunto como cabeza de la [[cristiandad]], llamó ahora a los obispos de la provincia de Asia a abandonar su costumbre y a observar la práctica universal prevaleciente de celebrar siempre la Pascua en domingo. En caso de no hacerlo, los declararía fuera de la hermandad de la Iglesia.  
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Durante esta época hubo disensiones internas que afectaron a la Iglesia en Roma. La disputa sobre la celebración de la Pascua (ver [[Controversia Pascual]]) se agudizó. Los cristianos en Roma, quienes venían de la provincia de [[Asia]], estaban acostumbrados a celebrar la [[Pascua]] el decimocuarto día de Nisan, sin importar en qué día de la semana cayese, tal como lo habían hecho en casa. Esta diferencia inevitablemente trajo problemas cuando apareció en la comunidad cristiana de Roma. El Papa Víctor decidió, por lo tanto, unificar la observancia del festival de la Pascua y persuadir a los cuartodecimanos a unirse a la práctica general de la Iglesia. Le escribió, entonces, al Obispo Polícrates de Éfeso y le indujo a llamar a los [[obispo]]s de la provincia de Asia para discutir el asunto. Así se hizo, pero en la carta enviada por Polícrates al Papa, declaró que él firmemente se adhería a la costumbre cuartodecimana observada por tantos célebres y [[Comunión de los Santos|santos]] obispos de esa región. Víctor convocó un encuentro de obispos italianos en Roma, el cual es el primer [[sínodo]] romano conocido. También escribió a los principales obispos de los distintos distritos, urgiéndoles a reunir a los obispos de sus secciones del país y a pedirles consejo sobre el asunto de la fiesta de la Pascua. Llegaron cartas de todas partes: del sínodo en Palestina, en el cual presidieron Teófilo de Cesarea y Narciso de Jerusalén; del sínodo del [[Ponto]], sobre el cual presidio Palmas, como el más anciano; de las comunidades de [[la Galia cristiana|la Galia]] cuyo obispo era [[San Ireneo de Lyons]]; de los obispos del Reino de Osrhoene; también de obispos individuales como Basilio de Corinto. Estas cartas unánimemente informaron que celebraban la Pascua en [[domingo]]. Víctor, quien actuó durante todo el asunto como cabeza de la [[cristiandad]], llamó ahora a los obispos de la provincia de Asia a abandonar su costumbre y a observar la práctica universal prevaleciente de celebrar siempre la Pascua en domingo. En caso de no hacerlo, los declararía fuera de la hermandad de la Iglesia.  
  
  

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(189-198 ó 199) Se desconoce su fecha de nacimiento. El “Liber Pontificalis” lo sitúa como nativo de África y dice que su padre se llamaba Félix. Esta autoridad, tomando como base el “Catálogo Liberiano”, indica los años 186-197 como el periodo de su episcopado. El texto armenio de la “Crónica de Eusebio” (Leipzig, 1911, p. 223) coloca el comienzo del pontificado de Víctor en el año séptimo del reinado del emperador Cómodo (180-87) y le da una duración de doce años; en su “Historia de la Iglesia” (V, XXXII, Ed. Schwartz, Leipzig, 1902), Eusebio de Cesarea transfiere el principio de su pontificado al décimo año del reinado de Cómodo y dice que duró diez años.


Durante los últimos años de Cómodo (180-92) y los primeros de Septimio Severo (desde 193), la Iglesia Romana gozó en general de una gran paz externa. La opinión favorable de Cómodo para con los cristianos se adscribe a la influencia de una mujer llamada Marcia. De acuerdo con el testimonio de San Hipólito (Philosophumena, IX, 12) había sido presentada por el presbítero Jacinto y estaba muy favorablemente inclinada hacia los cristianos, tal vez incluso ella era cristiana (Hipólito, loc. cit., la llama philoteos “Amante de Dios”). Un día ella mandó llamar al Papa Víctor al palacio imperial y le pidió una lista de los cristianos romanos que habían sido condenados a trabajos forzados en las minas de Cerdeña, para ella poder obtenerles su libertad. El Papa le entregó la lista y Marcia, habiendo recibido el perdón requerido del emperador, envió al presbítero Jacinto a Cerdeña con una orden de liberación para los confesores cristianos. Calixto, quien luego sería Papa (v. Papa San Calixto I), quien estaba entre esos deportados, no volvió a Roma, sino que permaneció en Antio, donde recibió una pensión mensual de los cristianos romanos. San Ireneo (Adv. Haerses, IV.30.1) señala que los cristianos fueron empleados en este periodo como oficiales de la corte imperial. Entre estos oficiales estaba el liberto imperial Prosenes, cuya tumba y epitafio se han conservado (De Rossi, "Inscriptiones christ. urbis Romae", I, 9, no. 5). Septimio Severo también, durante los primeros años de su reinado, trató amablemente a los cristianos, así la influencia de los oficiales cristianos continuó. El emperador mantuvo en su palacio a un cristiano llamado Próculo quien una vez le había curado. Protegió a los hombres y mujeres cristianos de rango contra los excesos de la turba pagana y su hijo Caracalla tuvo una ama de cría cristiana (Tertuliano, “Ad Scapulam”, IV). El cristianismo tuvo grandes avances en la capital y también encontró adeptos entre las familias distinguidas por su riqueza y ascendencia noble (Eusebio, “Hist. Eccl.”, V.21).


Durante esta época hubo disensiones internas que afectaron a la Iglesia en Roma. La disputa sobre la celebración de la Pascua (ver Controversia Pascual) se agudizó. Los cristianos en Roma, quienes venían de la provincia de Asia, estaban acostumbrados a celebrar la Pascua el decimocuarto día de Nisan, sin importar en qué día de la semana cayese, tal como lo habían hecho en casa. Esta diferencia inevitablemente trajo problemas cuando apareció en la comunidad cristiana de Roma. El Papa Víctor decidió, por lo tanto, unificar la observancia del festival de la Pascua y persuadir a los cuartodecimanos a unirse a la práctica general de la Iglesia. Le escribió, entonces, al Obispo Polícrates de Éfeso y le indujo a llamar a los obispos de la provincia de Asia para discutir el asunto. Así se hizo, pero en la carta enviada por Polícrates al Papa, declaró que él firmemente se adhería a la costumbre cuartodecimana observada por tantos célebres y santos obispos de esa región. Víctor convocó un encuentro de obispos italianos en Roma, el cual es el primer sínodo romano conocido. También escribió a los principales obispos de los distintos distritos, urgiéndoles a reunir a los obispos de sus secciones del país y a pedirles consejo sobre el asunto de la fiesta de la Pascua. Llegaron cartas de todas partes: del sínodo en Palestina, en el cual presidieron Teófilo de Cesarea y Narciso de Jerusalén; del sínodo del Ponto, sobre el cual presidio Palmas, como el más anciano; de las comunidades de la Galia cuyo obispo era San Ireneo de Lyons; de los obispos del Reino de Osrhoene; también de obispos individuales como Basilio de Corinto. Estas cartas unánimemente informaron que celebraban la Pascua en domingo. Víctor, quien actuó durante todo el asunto como cabeza de la cristiandad, llamó ahora a los obispos de la provincia de Asia a abandonar su costumbre y a observar la práctica universal prevaleciente de celebrar siempre la Pascua en domingo. En caso de no hacerlo, los declararía fuera de la hermandad de la Iglesia.


Este severo proceder no agradó a todos los obispos. Ireneo de Lyon y otros escribieron al papa Víctor, le reprocharon su severidad, le urgieron a mantener la paz y la unidad con los obispos de Asia y a tener sentimientos afectuosos hacia ellos. Ireneo le recordó que sus predecesores habían en efecto mantenido la observancia dominical de la Pascua, como era lo correcto, pero no habían roto las amistosas relaciones y comunión con los obispos debido a que mantuvieran otra costumbre (Eusebio, Historia de la Iglesia V.23-25). No tenemos más información con respecto a como siguió el asunto bajo Víctor I con lo que respecta a los obispos de Asia. Todo lo que se sabe es que en el curso del siglo III la práctica romana de la observancia de la Pascua se hizo gradualmente universal. En la misma Roma, donde el papa Víctor naturalmente reforzó la observancia de la Pascua en domingo por todos los cristianos en la capital, un oriental llamado Blasto, con unos cuantos seguidores se opuso al Papa y generó un cisma, el cual, sin embargo no creció en importancia (Eusebio, loc. Cit., B,XX). Víctor también tuvo dificultades con un sacerdote romano llamado Florino, quien probablemente vino del Asia Menor. Como oficial de la corte imperial, Florino se había relacionado en Asia Menor con San Policarpo y posteriormente fue presbítero de la Iglesia romana. Cayó en la herejía gnóstica y defendió la falsa enseñanza de Valentino. San Ireneo escribió dos tratados contra él: “Sobre la Monarquía [de Dios] y que Dios no es el Autor del Mal” y “Sobre el Ogdoad.” Ireneo también llamó la atención de Víctor sobre los peligrosos escritos de Florino, quien fue probablemente degradado de sus funciones sacerdotales y expulsado de la Iglesia (Eusebio, “Historia de la Iglesia, V.25.20).


Durante el pontificado de Víctor, un rico cristiano, Teodoto el vendedor de cueros, vino de Constantinopla a Roma y enseñó falsas doctrinas concernientes a Jesucristo, al cual declaró ser sólo un hombre investido del Espíritu Santo, en el bautismo, con poderes sobrenaturales. El Papa condenó esta herejía y excluyó a Teodoto de la Iglesia. Éste, sin embargo, no desistió, sino que, junto con sus seguidores formó un partido cismático, el cual se mantuvo durante un tiempo en Roma. Víctor también puede que haya entrado en contacto con los montanistas. Tertuliano informa (“Ad Praceam”, 1) que un obispo romano, cuyo nombre no da, había declarado su aceptación de las profecías de Montano, pero había sido persuadido por [[Praxeas[[ a retractarse. Duchesne ("Histoire ancienne de l'église", I, 278) y otros historiadores piensan que Tertuliano se refiere al Papa San Eleuterio, pero muchos investigadores consideran más probable que se refería al Papa Víctor, porque el último había tenido mucho que ver con los habitantes del Asia Menor y, porque entre el 190 y el 200, Praxeas había ido de Roma a Cartago, en donde se le opuso Tertuliano. El asunto no puede ser decidido positivamente.


San Jerónimo llama al Papa Víctor el primer escritor latino en la Iglesia (Chronicon, ad an. Abr. 2209); menciona pequeños tratados (mediocria de religione volumina, loc. cit.; cf. "De viris illustribus", XXXIV: "Victor, décimo tercer obispo de la ciudad Romana, el escritor de ciertos opúsculos sobre la cuestión pascual y otros, rigió a la Iglesia diez años bajo Severo”). Además de las cartas concernientes a la controversia pascual, no se conoce ninguna de las obras de San Víctor. Harnack trató de probar que fue el autor del tratado contra los jugadores de dados (“De alcatoribus”), erróneamente atribuido a San Cipriano (vea "Texte und Untersuchungen," V, Leipzig, 1899), aunque la opinión es universalmente rechazada (cf. Harnack, "Geschichte der altchristl. Literatur", II, pt. II, 370).. Fue quizás durante la administración de Víctor que se redactó el canon de la Escritura usado en Roma, el cual ha sido parcialmente conservado en el Canon Muratorio. En la nota concerniente a él en el “[[Liber Pontificalis[[” (ed. Duchesne, I, 137) también se menciona la controversia de la Pascua; además, también se le atribuye a él la introducción de sequentes entre el clero. No se sabe con certeza qué significa esto, si aplica a los acólitos o a los asistentes que aparecieron posteriormente en Roma dado que dicho clero se encontraba muy ocupado con la administración de sus curatos. En cualquier caso la nota es una de ésas que el autor arbitrariamente insertó en las biografías de los varios Papas y, consecuentemente, no tiene valor histórico. Lo mismo se aplica a la ordenanza concerniente a la administración del bautismo en casos de necesidad adjudicada al Papa Víctor por el mismo autor.


Bibliografía: EUSEBIO, Historia de la Iglesia, V, XX-XXVII; Liber Pontificalis, ed. DUCHESNE, I, 137-138; Acta SS., julio, VI, 534-542; LANGEN, Geschichte der römishen Kirche, I (Bonn, 1881), 176 sqq., 179 sq., 182 sqq.; DUCHESNE, Histoire ancienne de l'église, I (Paris, 1906), 251 sq., 277 sq., 289 sqq.

Kirsch, Johann Peter. "Pope St. Victor I." The Catholic Encyclopedia. Vol. 15. New York: Robert Appleton Company, 1912. <http://www.newadvent.org/cathen/15408a.htm>.

Transcrito por Michael T. Barrett. Traducido por Antonio Hernández Baca. Rev Corr L H M.