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Martes, 19 de marzo de 2024

Purgatorio y oposición Protestante

De Enciclopedia Católica

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Por purgatorio entendemos un estado intermedio entre el cielo y el infierno, en que sufren las almas justas que murieron antes de haber satisfecho completamente sus pecados. Dos cosas nos enseña a creer la Iglesia Católica acerca del purgatorio: Primera, que el purgatorio existe, y segunda, que en el purgatorio las almas pueden ser aliviadas por los sufragios de los fieles, sobre todo por el santo Sacrificio de la Misa.

La Iglesia proclamó estos dogmas por boca de sus concilios, porque eran muchos los que los habían negado.

Los adversarios del Purgatorio: Ya antiguamente Aerio negaba la utilidad de la oración por los muertos, lo cual equivalía a negar la existencia del purgatorio. En el siglo XIII, los albigenses, como creyesen que toda purificación de las almas había de ser en esta vida, negaron también el purgatorio. Mas los enemigos sistemáticos del purgatorio fueron los protestantes. Lutero en sus tesis del año 1517 arremete contra las indulgencias, mas no ataca aún el purgatorio. En 1519 declara firmemente creer “en los sufrimientos de las pobres almas a las cuales se debe socorrer con ruegos, ayunos, limosnas y otras buenas obras”. Mas ya en sus cartas privadas se trasluce que su doctrina sobre la justificación por la fe y sobre la inutilidad de las obras buenas, no le permite seguir defendiendo una expiación de los pecados. En la disputa de Lepizig con Juan Eck, obligado por éste a declarar si admitía aún el purgatorio, Lutero respondió que la Escritura no dice una palabra de él. Si se le opone el texto del 2º Libro de los Macabeos se contenta con rechazarlo, alegando que los dos libros de los Macabeos son contados por error en el canon de la Escritura. A medida que su popularidad aumenta toma una posición más definida. En su “De abroganda missa” (1524) enseña abiertamente que no se engaña negando el purgatorio. En los artículos de Esmalcalda se establece definitivamente la doctrina negativa de Lutero. En adelante, Lutero no hablará del purgatorio sino para mofarse de él, se reirá del Papa, que a precio de plata vende las Misas, las indulgencias a favor de las almas del purgatorio que no conoce.

Melanchton dice que las penas debidas por el pecado no están comprendidas en el poder de las llaves. Por consiguiente son imposibles las indulgencias y los sufragios. El sacrificio de la Misa no puede aplicarse por otro. Calvino niega resueltamente la doctrina del purgatorio. En lo tocante a sus pruebas, explica el fin de Judas Macabeo al hacer rogar por los muertos. Este fin era para que los vivos cobrasen estima de los que habían caído. Ataca el texto de 1 Cor. 3,12-15, diciendo que el “fuego” no es más que la cruz y tribulación por la cual el Señor examina a los suyos a fin de purificarlos de todas sus manchas. El fuego es una metáfora, como el oro, la plata, las piedras preciosas. El día del Señor no es otra cosa que su presencia que se revela en cada tribulación. El fundamento “sobre el cual se construye el edificio, son los principales artículos de la fe”. Los que edifican con madera, paja, heno, son los que se engañan en otras cosas: su obra perecerá. Es más difícil para Calvino el desentenderse del argumento de la tradición, es decir, de la práctica de rogar por los muertos. Sin duda, confiesa Calvino, esta costumbre “fue introducida trece siglos antes, pero yo les preguntaría en qué palabra de Dios o revelación se funda”.

El pensamiento de Zuinglio está expresado en las tesis de 1523, de las cuales la 57ª dice: “La verdadera Escritura no conoce ningún purgatorio después de esta vida”. Las confesiones de la iglesia reformada reproducen la doctrina de los fundadores del protestantismo. El artículo vigésimo tercero de los cuarenta y dos de la Confesión anglicana de 1522, reza: “la doctrina de los escolásticos sobre el purgatorio, las indulgencias, la veneración y adoración de las imágenes, las reliquias y también la invocación de los santos es una cosa fútil, vanamente fingida, que no se funda en ningún testimonio de las Escrituras y contraría perniciosamente la palabra de Dios.

Los protestantes, después del Concilio de Trento, siguieron defendiendo la última sentencia de Lutero sobre el purgatorio. Brentz, Brucero oponen al dogma católico una negación basada en la suficiencia de la redención de Cristo. Un argumento, sin embargo, les es molesto; la práctica de la oración por los difuntos desde los primeros tiempos de la Iglesia, a lo cual responde Chemnicio, “que ello no era porque se creyese en los tormentos sufridos de los cuales los difuntos serían liberados por nuestros sufragios; sino que era únicamente para la formación moral de los vivos, para su aliento, para su consuelo”.

Antes que el racionalismo hubiera penetrado en las filas de los protestantes, la doctrina era simple: no existe purgatorio después de la muerte; o la visión beatífica para los buenos, o el infierno para los impíos.

No faltan teólogos protestantes que se esfuerzan para encontrar una solución media entre la fe católica y la negación demasiado radical de los luteranos rígidos. Muchos admiten el infierno eterno y rechazan el purgatorio; pero aceptan, con todo, un nuevo tiempo de prueba en la otra vida, y es posible que este tiempo dure hasta el juicio universal. Algunos llegan hasta a afirmar que las oraciones de los vivos pueden aliviar a los muertos en este tiempo de prueba. Finalmente los unos aceptan una purificación posible para algunos, y otros para todos los pecados sin excepción.

Tomado de Juan Rosanas S.J., El Purgatorio (Tratado Dogmático), Colección Vida Espiritual, Editorial Poblet, Buenos Aires, 1949. Transcrito por José Gálvez Krüger para la Enciclopedia Católica.