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Jueves, 21 de noviembre de 2024

Marcionitas

De Enciclopedia Católica

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Secta herética fundada en 144 d.C. en Roma por Marción y que continuó en Occidente por 300 años, pero en Oriente algunos siglos más, especialmente fuera del Imperio Bizantino. Ellos rechazaban los escritos del Antiguo Testamento y enseñaban que Jesucristo no era el Hijo del Dios de los judíos, sino el Hijo del Dios bueno, que era diferente del Dios de la antigua alianza. Ellos anticiparon el dualismo más consistente del maniqueísmo y fueron finalmente absorbidos por éste. Ya que surgieron en la misma infancia del cristianismo y adoptaron desde el principio una firme organización eclesiástica, paralela a la de la Iglesia Católica, fueron quizás el enemigo más poderoso que el cristianismo ha conocido jamás. El tema se tratará bajo los siguientes encabezados:

Vida de Marción

Marción era hijo del obispo de Sinope en Ponto, nació cerca de 110 d.C., evidentemente de padres adinerados. Rodón y Tertuliano, que escribieron cerca de una generación después de su muerte, lo describen como nautes, nauclerus, dueño de barcos. San Epifanio (Haeres., XLII, II) relata que Marción en su juventud declaraba que llevaría una vida de castidad y ascetismo, pero a pesar de sus intenciones, cayó en el pecado con una doncella. En consecuencia su padre, el obispo, lo expulsó de la Iglesia. Él le suplicó a su padre la reconciliación, es decir, ser admitido a la penitencia eclesiástica, pero el obispo se mantuvo firme en su negativa. No pudiendo resistir las burlas y desprecios de sus compueblanos, secretamente dejó Sinope y viajó a Roma. La historia del pecado de Marción es rechazada por muchos eruditos modernos (por ejemplo, G. Krüger) como una pieza de chisme malicioso el cual se dice que le gustaba a Epifanio; otros ven en la joven doncella una metáfora de la Iglesia, la entonces joven novia de Cristo, a quien Marción violó con su herejía, aunque había hecho grandes profesiones de castidad y austeridad corporal. Ningún escritor eclesiástico primitivo ha presentado ninguna acusación de impureza contra Marción, y su austeridad parece reconocida como un hecho.

San Ireneo establece que Marción floreció bajo el Papa San Aniceto (c. 155-166) [invaluit sub Aniceto]. Aunque este período puede marcar el mayor éxito de Marción en Roma, es cierto que él llegó allí más temprano, cerca de 140 d.C. después de la muerte del Papa San Higinio, quien murió en ese año y aparentemente antes de la accesión del Papa San Pío I. San Epifanio dice que Marción trató de ser admitido a la Iglesia Romana pero se le negó. La razón que se le daba era que no podían admitir a uno que había sido expulsado por su propio obispo sin previa autorización de esa autoridad. La historia ha sido asimismo señalada como extremadamente improbable, implicando, como lo hace, que la Iglesia Romana se declaraba incompetente para pasar sobre la decisión de un obispo local en el Ponto. Se debe tener en mente, sin embargo, que Marción llegó a Roma estando la sede vacante “después de la muerte de Higinio”, y que tal respuesta suena bastante natural en los labios de presbíteros que estaban todavía sin un obispo.

Además, es obvio que Marción ya había sido consagrado obispo. Un laico no podía haber discutido sobre las Escrituras con los presbíteros como él lo hacía, ni podía amenazar poco después de su arribo: “Dividiré su Iglesia y causaré dentro de ella una división que durará para siempre”, como se dice que hizo Marción; un laico no pudo haber fundado una institución tan vasta y universal, cuya principal característica era ser episcopal; a un laico no se pudieron haber referido orgullosamente sus discípulos como su primer obispo, un reclamo que no fue discutido por ninguno de sus adversarios, aunque se escribieron muchas y extensas obras contra ellos; un laico no hubiese sido expulsado permanentemente de la Iglesia por su propio padre sin esperanza de reconciliación, a pesar de sus ruegos, por un pecado de fornicación, ni después se hubiese vuelto un objeto de risa para sus compueblanos paganos, si aceptamos la historia de Epifanio. Un laico no se hubiese sentido contrariado por no ser nombrado Obispo poco después de llegar a una ciudad cuya sede estaba vacante, como se dice que se sintió Marción a su llegada a Roma tras la muerte del Papa Higinio.

Esta historia se ha mantenido como la cúspide del absurdo y así sería, si ignorásemos el hecho de que Marción era un obispo, y que según Tertuliano (De praeser., XXX) él le regaló a la comunidad romana doscientos mil sestercios poco después de su llegada. Este extraordinario regalo de 1,400 liras ($7,000), una gran suma para esos días, puede ser atribuido al primer fervor de fe, pero es por lo menos naturalmente adscrita a una esperanza viviente. Le devolvieron el dinero después de su ruptura con la Iglesia. Esto de nuevo es más natural si fue hecho con una condición tácita, que si fue sólo producto de la pura caridad. Por último, el informe de que Marción a su llegada a Roma tenía que hacer o renovar una confesión de fe (Tert., "De Praeser.," XXX; "Adv. Mar.", I, XX; "de carne Christi", II) encaja mejor con la suposición de que era un obispo, pero podría ser, como señala G. Krüger, extraño si hubiese sido un laico.

Podemos dar por sentado entonces que Marción era obispo, probablemente ayudante o sufragáneo de su padre en Sinope. Habiendo reñido con su padre, y siendo un navegante, dueño de barcos y un gran viajero, él viajó a Roma donde ya debía ser conocido y donde su riqueza le podía obtener influencia y posición. Si Tertuliano supone que él fue admitido a la Iglesia Romana y San Epifanio dice que a él se le negó a admisión, las dos declaraciones pueden ser fácilmente reconciliadas si entendemos la primera como una mera membresía o comunión, y la última como la aceptación de sus reclamos. Su dignidad episcopal ha sido mencionada por lo menos por dos escritores tempranos, quienes hablan de él como habiendo “de obispo pasado a ser un apóstata " (San Optato de Milevis, IV, V), y de sus seguidores al ser llamados como un obispo en lugar de ser llamados cristianos como Cristo (Adamantius, "Dial.", I, ed. Sande Bakhuysen). Se dice que Marción le preguntó a los presbíteros sobre una explicación de Mateo 9,16-17, la cual evidentemente él deseaba entender como que expresaba una incompatibilidad del Nuevo Testamento con el Antiguo, pero el cual ellos interpretaban en un sentido ortodoxo.

Su ruptura final con la Iglesia ocurrió en el otoño de 144, pues los marcionitas contaban ciento quince años y seis meses desde el tiempo de Cristo hasta el comienzo de su secta. Tertuliano habla en términos generales de cien años y más. Marción parece haber hecho causa común con Cerdo (q.v.), el gnóstico sirio, que estaba en Roma en ese tiempo; parece poco probable que su doctrina se derivara realmente de la de los gnósticos. San Ireneo relata (Contra Herejías III.3) que en un encuentro con [[San Policarpo) en Roma, Marción le preguntó: “¿Tú me reconoces?”, y aquél le contestó: “Te reconozco como el primogénito de Satanás”. Este encuentro debe haber ocurrido en 154, en cuyo tiempo Marción había desarrollado una gran y exitosa actividad, pues San Justino en su primera Apología (escrita cerca de 150) dice que la herejía de Marción estaba diseminada por todas partes. Esta media docena de años le parece a algunos como un período de tiempo muy corto para tan prodigioso éxito y ellos creen que Marción estuvo activo en Asia Menor mucho antes de venir a Roma. Clemente de Alejandría (Stromata VII.7.106) le llama el viejo contemporáneo de Basílides y Valentino, pero si es así, debe haber sido un hombre de mediana edad cuando vino a Roma, y es posible su propaganda previa en Oriente. Esta opinión es favorecida por el hecho de que la Crónica de Edesa sitúa el comienzo del marcionismo en 138. Tertuliano relata en 207 (la fecha de su Adv. Marc., IV, IV) que Marción practicaba la penitencia y aceptaba como condición para su readmisión a la Iglesia el traer de vuelta al redil a los que había hecho descarriar, pero la muerte le impidió llevar esto a cabo. No se conoce la fecha exacta de su muerte.

Doctrina y disciplina

Debemos distinguir entre la doctrina de Marción mismo y la de sus seguidores. Marción no era un soñador gnóstico. Él quería un cristianismo sin trabas e impoluto mediante su asociación con el judaísmo. El cristianismo era la nueva alianza pura y simple. A él le interesaban poco las preguntas abstractas sobre el origen del mal o sobre la esencia de la Divinidad, pero el Antiguo Testamento, por su crudeza y crueldad, era un escándalo para los fieles y un obstáculo para los gentiles refinados e intelectuales, y por tal razón debía ser dejado a un lado. Removió los dos grandes obstáculos en su camino con medidas drásticas. Él tenía que explicar la existencia del Antiguo Testamento y los explicó al postular una deidad secundaria, un demiurgo que era dios en cierto sentido, pero no el Dios supremo; él era justo, rígidamente justo, tenía sus buenas cualidades, pero no era el dios bueno, el cual era el Padre de Nuestro Señor Jesucristo. La relación metafísica entre estos dos dioses le molestaba poco a Marción; él no sabía nada sobre la emanación divina, eones, sicigias, principios del bien y el mal eternamente opuestos. Él podía ser casi un maniqueo en la práctica, pero en teoría no había logrado la absoluta consistencia que logró Mani un siglo después.

En segundo lugar, Marción tenía que explicar los pasajes del Nuevo Testamento que apoyaban el Antiguo. Decididamente eliminó todos los textos que eran contrarios a su dogma; de hecho, creó su propio Nuevo Testamento que admitía sólo un Evangelio, una mutilación de San Lucas, y un apostolicón que contenía diez epístolas de San Pablo. El manto de San Pablo había caído sobre los hombros de Marción en su lucha con los judaizantes. Los católicos de su tiempo eran sólo los judaizantes del siglo anterior. El evangelio paulino puro se había corrompido y Marción, no obscuramente, insinuaba que aún los apóstoles pilares Pedro, Santiago y Juan habían traicionado su confianza. Amaba hablar de “falsos apóstoles” y dejaba a sus oyentes inferir quiénes eran. Una vez se deshizo completamente del Antiguo Testamento, ya no deseaba cambiar nada más. El hacía su puramente Iglesia del Nuevo Testamento tan parecida a la Iglesia Católica como fuese posible, consistente con su puritanismo hondamente asentado.

La primera descripción de la doctrina de Marción data de San Justino: “Con la ayuda del diablo Marción ha contribuido en cada país a la blasfemia y a la negación a reconocer al Creador de todo el mundo como Dios.” Él reconoce otro dios quien, porque es esencialmente más grande (que el hacedor del mundo o demiurgo) ha hecho hazañas más grandes que él (hos onta meizona ta meizona para touton pepikeni). El Dios supremo es hagathos, justo y recto. El Dios bueno es todo amor, el dios inferior le da lugar a la ira feroz. Aunque menor que el Dios bueno, aún el Dios justo, como creador del mundo, tiene su esfera de actividad independiente. Ellos no son opuestos a Ormusz y Ahriman, aunque el dios bueno interfiere a favor de los hombres, porque Él solo es sabio y todopoderoso y ama la misericordia más que el castigo. Ciertamente todos los hombres fueron creados por el Demiurgo, pero por elección especial el escogió al pueblo judío como suyo propio y así se convirtió en el dios de los judíos.

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Mutilación del Nuevo Testamento

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