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Sábado, 23 de noviembre de 2024

Homilía

De Enciclopedia Católica

Revisión de 00:38 25 feb 2012 por Luz María Hernández Medina (Discusión | contribuciones)

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I

La palabra homilía se deriva de la palabra griega homilia (de homilein), la cual significa tener comunión o tener interacción con una persona. En este sentido homilia se usa en 1 Cor. 15,33. En Lucas 24,14, encontramos la palabra homiloun, y en Hch. 24,26, homilei, ambas usadas en el sentido de “hablar con”. En Hch. 20,11, encontramos el término homilsas; aquí se usa por primera vez para denotar un sermón a los cristianos en relación con el partir del pan. Evidentemente era un discurso informal, o exposición de la doctrina, pues se nos dice que San Pablo “habló largo rato… hasta el amanecer”. De ahí en adelante la palabra se usó como señal del culto cristiano (San Justino, “Apol. I”, c. LXVII; Ignacio, “Ep. Ad PLyc.”, V).

Orígenes fue el primero en distinguir entre logos (sermo) y homilia (tractatus). Desde la época de Orígenes homilía ha denotado, y todavía denota, un comentario, sin una introducción formal, división o conclusión, de alguna parte de la Escritura, cuya meta es explicar el sentido literal, y desarrollar el sentido espiritual del texto sagrado. El último, como regla, es el más importante; pero si, como en el caso de Orígenes, se le da más atención al primero, la homilía se llama explicativa en lugar de moral o exhortatoria. Es la forma más antigua de predicación. Se puede decir que Cristo mismo predicó en este estilo (cf. Lc. 4,16-20), pero con una diferencia que se señalará luego. Fue el tipo de predicación utilizado por los Apóstoles y los Padres al dirigirse a los fieles. En la "Primera Apología" de San Justino Mártir (c. LXVII) se lee: "En el día llamado domingo todos reunidos en el mismo lugar, donde se leían los memoriales [apomnemoneumata] de los Apóstoles y los profetas… y cuando el lector termina, el obispo pronuncia un sermón", etc.

En este sentido, la "Enciclopedia Británica" (novena edición), dice: "La costumbre de pronunciar exposiciones o comentarios más o menos improvisados sobre las lecturas del día en todo caso pasó pronto y fácilmente a la Iglesia cristiana” (es decir, a partir de la sinagoga judía). El punto de vista católico difiere de esto, y afirma que la clase de homilía que menciona San Justino no era una continuación del comentario judío sobre la Escritura, sino que era parte esencial del culto cristiano, una continuación del sermón apostólico, en cumplimiento de la comisión de Cristo a sus discípulos. De hecho, ambas tenían una similitud externa (ver Lc. 4,16-20), pero en esencia una difería de la otra tanto como la religión cristiana difiere de la judía.

La más antigua homilía existente es la llamada Segunda Epístola de Clemente a los Corintios; sin embargo, ahora se admite generalmente que no es de Clemente (vea Bardenhewer, "Patrologi", tr Shahan, p. 29.). Tenemos ciento noventa y seis de Orígenes; algunas de San Atanasio, aunque él era más un polemista que un predicador; las breves y antitéticas homilías de León I también han llegado hasta nosotros; y las más importantes son las de Gregorio I. Otros autores de homilías son: Hilario, Ambrosio, Crisóstomo, Jerónimo, Agustín, Fulgencio, Isidoro, Beda, Bernardo y muchos otros. Incluso después que el arte de la retórica influyó en la predicación, la forma de oratoria sagrada continuó, de modo que se reconocieron dos estilos de predicación: el estilo improvisado, sin pulir, o familiar, y el pulido, o preparado cuidadosamente. Buenos ejemplos de ambos se pueden ver en San Juan Crisóstomo, también en San Agustín, quien, al referirse a la predicación de la oratoria sagrada, dijo que se humilló a sí mismo para que Cristo fuese exaltado. La homilía fue el estilo favorito de predicación en la Edad Media; y muchos de los sermones predicados entonces, a partir del uso frecuente de los Textos Sagrados, podrían llamarse mosaicos bíblicos (vea Neale, "Mediaeval Sermons").

En la actualidad hay cuatro formas reconocidas de tratamiento de la homilía, pero no todas son igualmente recomendables.

  • El primer método consiste en tratar por separado cada frase del Evangelio. Este fue el método uniforme de San Anselmo, según se infiere de las dieciséis homilías que nos han llegado. No se recomienda, pues da, a lo mejor, solo un tratamiento fragmentario y disperso.
  • El segundo método es todo lo contrario; enfoca la totalidad del contenido del Evangelio en una sola idea. Usualmente se le llama “homilía superior”, y sólo difiere del sermón oficial o formal en la ausencia de introducción y peroración. Está claro que sólo ciertos evangelios pueden ser tratados de esta manera.
  • La tercera clase selecciona alguna virtud o vicio que surge del Evangelio, y trata uno o el otro con exclusión de todo lo demás. A esta clase de homilía se le llama comúnmente un “propenso”.
  • La cuarta clase es la que primero parafrasea y explica todo el Evangelio, y luego hace una aplicación de él. Éste, el método de San Juan Crisóstomo, parece ser el mejor, excepto donde se aplica la “homilía superior”, debido a que puede evitar el defecto que aqueja a la homilía, es decir, una tendencia a la falta de unidad y continuidad.

Las ventajas de la homilía son que es una forma de predicación que estuvo en uso desde el principio mismo del cristianismo; es simple y fácil de entender; provee una mejor oportunidad que el sermón oficial para entretejer la Sagrada Escritura. El momento más apropiado para la homilía es en la primera Misa; para el sermón formal, en la Misa principal; y para el sermón [[catequesis|catequético (vea oratoria sagrada), en las devociones vespertinas. En cuanto a su lugar en la Misa, la homilía es usualmente predicada después del primer Evangelio; pero San Francisco de Sales preferiría que viniese después de la Comunión, y en su carta al arzobispo de Bourges, cita las palabras de San Juan Crisóstomo : "Quam os illud quod SS Mysteria suscepit, daemonibus terrible est”; también las de San Pablo (2 Cor. 13,3); "in experimentum quaeritis ejus, qui in me loquitur Christus."

Para las homilías clementinas, vea Clementinos.


Bibliografía: KEPPLER en "Kirchenlex.", s.v. "Homiletik"; DUCHESNE, "Christian Worship" (tr. San Luis, 1908); SCHMID, "Manual of Patrology" (San Luis, 1899); THOMASSIN, "Vetus et Nova Ecclesiae Doctrina" (París, 1688); DIGBY, "Mores Catholici" (Londres, 1846); NEALE, "Mediaeval Sermons" (Londres, 1856); MACNAMARA, "Sacred Rhetoric" (Dublín, 1882); POTTER, "Sacred Eloquence" (Nueva York, 1891); SCHUECH, "The Priest in the Pulpit" (tr. Nueva York, 1905); HAMON, "Traite de la Predication" (París, 1906); MOURRET, "Lecons sur l'art de precher" (París, 1909). BARDENHEWER, "Patrology", tr. SHAHAN (San Luis, 1908): Vea la bibliografía en el artículo ORATORIA SAGRADA.

Fuente: Beecher, Patrick. "Homily." The Catholic Encyclopedia. Vol. 7. New York: Robert Appleton Company, 1910. <http://www.newadvent.org/cathen/07448a.htm>.

Traducido por Luz María Hernández Medina. rc

II

Se denomina homilía o "sermón" a la exhortación panerética, en la cual el obispo, el sacerdote o el diácono se dirigen a los fieles tras la proclamación de las lecturas y del Evangelio propios de la eucaristía, o del sacramento que se esté desarrollando. La homilía, como parte integrante de la Liturgia de la Palabra viene ya descrita en el testimonio escrito en el año 155 de san Justino en el que explica al emperador Antonino Pío, cuáles son las prácticas de los cristianos. Ya entonces como ahora la homilía se situaba entre la lectura de la Palabra y la Oración de los fieles u Oración Universal.

La función de la homilía es la de realizar una exhortación sobre las lecturas y/o el sacramento que se realiza, con el fin de hacer más inteligibles los pasajes de la Biblia que se acaban de proclamar en la asamblea litúrgica. Para la confección de la homilía suelen elegirse varias fuentes privilegiadas como son los textos de los Padres de la Iglesia o de doctores y santos de la Iglesia católica.

Según las normas litúrgicas promulgadas por el Concilio Vaticano II en la Constitución sobre la Sagrada Litúrgia, Sacrosanctum Concilium dice: ("Se recomienda encarecidamente, como parte de la misma Liturgia (de la Palabra), la homilía, en la cual se exponen durante el ciclo del año litúrgico, a partir de los textos sagrados, los misterios de la fe y las normas de la vida cristiana. Más aún: en las Misas que se celebran los domingos y fiestas de precepto, con asistencia del pueblo, nunca se omita si no es por causa grave.")

Y en la Instrucción General del Misal Romano, aprobada por Juan Pablo II el Jueves Santo del 2000, la homilía, como parte integrante de la liturgia, debe ser un comentario vivo de la Palabra de Dios que ha ser comprendido como parte integral de la acción litúrgica. La homilía la debe hacer el sacerdote que preside, un sacerdote concelebrante o un diácono, pero nunca un laico. En casos particulares y con una razón legítima, la homilía la puede hacer un Obispo o un sacerdote que están presentes en la celebración pero que no pueden concelebrar. Los domingos y días de precepto ha de haber homilía y, solamente por un motivo muy grave, se puede eliminar de las Misas que se celebran con asistencia del pueblo. El sacerdote puede hacer la homilía de pie o bien desde la sede, o bien desde el ambón (o púlpito), o, cuando sea oportuno, desde otro lugar adecuado.

En cuanto a su finalidad, (como fue expresado por algunos de los primeros documentos litúrgicos posteriores al Vaticano II) es principalmente la de instrucción del Pueblo Santo de Dios, entonces sería lógico que quedara reservada al ‘teólogo experto’, pues la homilía es un "acto de interpretación", y el predicador debe ser un ministro ordenado, instruido y que comprenda las diversas experiencias de la asamblea a la cual se dirige y que pueda "interpretar la condición humana a través de las Escrituras".