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Lunes, 25 de noviembre de 2024

Diferencia entre revisiones de «Iconos: ventanas a la eternidad»

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Revisión de 05:31 21 ene 2013

Icono de la autoría del Padre Elías Rivera, Centro Cultural Bizantino San Nicolás de Mira
San Nicolás de Mira por Karuz Gruber de Rivas.
Icono de la Madre de Dios(Theotokos) en estilo etíope pintado por la artista plástico e Iconógrafa Karuz Gruber
Icono de la Natividad por el Padre Elías Rivera
La veneración de los iconos con las imágenes de Cristo, la Virgen y los santos es una parte esencial de la piedad ortodoxa, y están al nivel de la veneración de la cruz y del Evangelio. [18] Para los ortodoxos, el icono es una forma particular de la tradición eclesial pintada a través de colores y figuras. [19]

Los iconos son una verdadera necesidad para el alma ortodoxa. Por eso, al entrar en un templo ortodoxo se percibe la presencia abundante de iconos, tanto en las paredes como en el iconostasio. En los momentos de florecimiento de la piedad ortodoxa, el mejor termómetro ha sido la gran producción de iconos. En ellos se refleja la gloria de Dios, a tal punto que si la arquitectura de los templos ortodoxos hace que el espacio manifieste plásticamente el Reino futuro, los iconos lo manifiestan a través de la imagen. Pero, no se trata únicamente de un arte piadoso, pues la veneración de los iconos tiene fundamentos cristológicos y cuenta como mejor sustento dogmático, la aprobación del Segundo Concilio de Nicea. [20]

En el mundo ortodoxo, los iconos ocupan un lugar privilegiado dentro de la liturgia y la espiritualidad. Ellos poseen no sólo un valor pedagógico sino mistérico. Se percibe que son portadores de la gracia divina ya que permiten entrar en comunión con la persona representada en la imagen. En esa estrecha relación imagen-prototipo, se funda su carácter sagrado, [21] pues el icono no es un retrato sino que hace presente misteriosamente al prototipo. [22] Por eso —para un fiel ortodoxo—, el icono permite de alguna manera entrar en comunión —koinonia— anticipada con el Señor, la Virgen y los santos. Así se entiende, que los iconos sean considerados por la ortodoxia como sacramentos —aunque no como los siete mysteria— de la presencia de la gloria divina. Además, los iconos se convierten en verdaderos signos escatológicos, ya que todos los elementos que confluyen en la representación del icono tienen como objetivos: expresar una realidad que escapa a los límites de este mundo, y al mismo tiempo, anunciar la transformación deificante del siglo porvenir.

Para la Iglesia Ortodoxa, el icono por excelencia es el rostro mismo de Cristo. Todos los iconos está en función del icono del Salvador «no hecho por mano humana» —acheiropoiete. [23] De esta manera, el rostro glorioso del Señor aparece como referente de toda representación icónica. En cuanto al Padre —fuente y origen de la divinidad— se evita representarlo pues quien ve al Hijo ya ve al Padre. [24] El Espíritu Santo es representado como paloma o como lengua de fuego, pero se considera que su representación está sugerida en la luz que brilla en los iconos. [25] La representación de Cristo se extiende a los miembros de su cuerpo místico: la Virgen y los santos, pues en ellos se expresa la carne deificada por el Espíritu Santo.

El icono aparece como una ventana al otro mundo, al Reino eterno. A través del icono, el ser humano entra en contacto directo con el mundo espiritual y con aquellos que están en el ámbito de lo divino. Así, las realidades escatológicas aparecen mostradas plásticamente. [26] El lenguaje de los iconos es escatológico, pues ellos manifiestan no tanto la verdad histórica de los personajes representados sino la gloria definitiva; de este modo, el icono aparece como un testimonio del «más allá» y signo elocuente de las realidades escatológicas.

En los iconos, las figuras de aquí son transfiguradas, pues aparecen cargadas de elementos divinos, y todo lo que expresa el icono hace recordar al observador la existencia de la vida eterna como «vida deificada». El icono no demuestra nada, simplemente se muestra a los ojos del espectador; además, no obliga a un razonamiento sino que invita a la contemplación. Los iconos son la presencia misteriosa de Cristo, la Virgen, los santos. En definitiva, plasman el paraíso en la tierra y de ese modo, hace que el arte haga su mayor servicio: proclamar la gloria de Dios. [27]

El icono sólo da lo estrictamente necesario del lado anecdótico y hace presente el original en la plenitud de sus elementos arquetípicos. Su intención es bíblica: avivar el deseo del Reino de Dios. Es decir, aquella realidad absolutamente nueva y deseable. Según Evdokimov, el icono es una invocación y un testimonio de la Parusía del Señor. Los diversos elementos que constituyen al icono hacen que éste se aleje de toda cosificación, pues el icono jamás ilustra ni dibuja con exactitud el prototipo. Lo que hace es plasmar la presencia de lo trascendente pero se salvaguarda toda objetivación. [28]

La misión del iconógrafo [29] es hacer que las figuras, formas y colores sean testimonio del Reino eterno. De esta manera, ignora toda técnica profana ya sea el naturalismo o el realismo. No admite artificios para suscitar emociones. Por eso, el icono permanece alejado del impresionismo; no conoce tres dimensiones y elimina toda insinuación de sensualidad, además es riguroso y sobrio. Para los hijos de la carne parece seco y poco emotivo. [30]

Evdokimov llama la atención de que a menudo la perspectiva en los iconos se invierte. Pues en ellos, las líneas se acercan al espectador y esto da la impresión de que sus personajes salen y van a su encuentro. Los ojos ya no buscan el punto interior propio del arte común —signo del espacio profano y caído— sino que el espacio espiritual sale hacia fuera. La perspectiva invertida toma su punto de partida en el corazón del que contempla el icono. Además, no existen pesos y los volúmenes desaparecen, mientras que las líneas doradas lo penetran todo manifestando la luz tabórica. Los iconos —afirma Evdokimov— representan al homo coelestis que deja atrás al homo terrenus. Así, los cuerpos aparecen como penetrados por el oro de la luz deificante. De este modo, el fondo dorado reemplaza al espacio tridimensional y las formas del icono remarcan la dimensión espiritual. [31]

En cuanto a las formas, en los iconos el rostro lo domina todo. [32] Incluso si hay elementos cósmicos toman cierta forma humana pues se quiere manifestar que el hombre es el «verbo cósmico». Los ojos agrandados significan que ya ven el «más allá». Los labios finos están privados de todo sensualismo —comida y pasiones— enseñando que son para alabar al Dios trinitario, consumir la Eucaristía y dar el ósculo de la paz, mientras que las orejas alargadas simbolizan que «escuchan» el silencio de la contemplación. La frente ligeramente ancha y alta es signo de la sabiduría y la capacidad contemplativa del pensamiento. Las formas de los cuerpos deben expresar todo alejamiento de la pesadez terrena. En definitiva, todo el conjunto quiere expresar el psoma pneumatikon de la consumación escatológica. [33]

Los colores poseen una misión: expresar la transfiguración de la luz tabórica. Por eso, nunca son colores tristes u opacos. Excepto algunos colores como el oro, púrpura, el azul, etc., otros pueden cambiar según el tema representado. El oro expresa la Transfiguración, [34] en cambio, el marrón sirve para expresar la humanidad de Cristo —su aspecto kenótico—. Todos los colores que se utilizan en el icono impresionan y forman diversos matices, hablando un lenguaje verdaderamente espiritual. Así, la combinación de colores como el azul pálido, el rojo bermejo, el verde claro, entre otros, permiten reflejar la luz divina e invitan a la alabanza. Un dato muy significativo es que en el icono no se hacen sombras, pues expresa una realidad divina donde no se oculta el sol; más aún, el icono debe ser como un reflejo de la luz divina, y debe expresar la gloria de Dios como anticipación parusiaca. [35]

La luz que reflejan los iconos es manifestación de la «luz tabórica». El tema de la luz en la teología ortodoxa remite siempre a la divinización —theosis— y en consecuencia a la escatología, pues si bien la deificación se inicia en la tierra—Lossky habla del comienzo de la Parusía en los santos—, la luz del hombre divinizado sólo será plena en el «octavo día» de la creación [36]

En síntesis, los iconos aparecen como «ventanas» que se abren para que los fieles ortodoxos contemplen las realidades futuras. Por eso, todo en ellos debe irradiar luz como signo indicativo de la gloria del Reino por venir. Así por ejemplo, cuando se representan a los mártires éstos no llevan los instrumentos del suplicio y las imágenes de los ermitaños aparecen con formas terrestres de los ángeles. No es casualidad que entre los iconos más importantes figuren el Pantocrator —el Cristo parusiaco— y la deisis [37] —Cristo glorioso que viene acompañado por la Virgen y San Juan Bautista como principales intercesores—. De esta manera, el arte ortodoxo expresa de manera icónica la venida de eón futuro, cuyas características —la humanidad deificada por la luz tabórica— no sólo son ilustradas sino anticipadas ya en cierta manera por los iconos.

Carlos Rosell de Almedida, Pbro.

Rector del Seminario de Tanto Toribio de Mogrovejo (Lima, Perú)