Carácter
De Enciclopedia Católica
El significado técnico que el término carácter posee en la controversia teológica es muy distinto al que se le atribuye en el lenguaje de la vida común, así como en la literatura dedicada a la psicología, la ética y la educación. El interés que rodea a la concepción de carácter en estas últimas ramas de la especulación ha estado en constante aumento durante los últimos cien años.
Contenido
Psicología y Carácter
El término carácter tiene diferentes matices en diferentes contextos. En general, podemos decir que el carácter es la expresión de la personalidad de un ser humano, y que se manifiesta en su conducta. En este sentido todo hombre tiene un carácter. Al mismo tiempo, los animales no tienen carácter, sino sólo los seres humanos: implica racionalidad. Pero además de este uso, el término también se emplea en un sentido más estricto, como cuando hablamos de un hombre "de carácter". En esta connotación carácter implica una cierta unidad de cualidades con un grado reconocible de constancia o fijeza en el modo de acción. Es el quehacer de la psicología analizar los elementos constitutivos del carácter, trazar las leyes de su crecimiento, distinguir las principales agencias que contribuyen a la formación de diferentes tipos de carácter y clasificar dichos tipos. Si se ha de construir algo que se acerque a una ciencia de carácter, debe ser una psicología especial. A fines del siglo XIX y principios del XX los psicólogos franceses nos dieron una gran cantidad de observaciones agudas sobre el tema del carácter. Los principales de ellos fueron: MM. Azam, Pérez, Ribot, Paulhan, Fouilloe y Malapert. Todavía estas contribuciones no constituyen una ciencia.
El comportamiento de cada ser humano, en cualquier fase de su existencia es el resultado de un complejo conjunto de elementos. La manera en que apercibe o recibe ciertas impresiones presentes, el tipo de pensamientos que ellas despiertan, los sentimientos particulares con las que son asociadas en su mente, y las voliciones especiales a las que dan lugar son en cierta medida peculiares a sí mismo, a pesar de la naturaleza común en la que participa con otros hombres. Tomados en conjunto se dice que constituyen o, con mayor precisión tal vez, revelan su carácter.
En cualquier época de la vida madura el carácter de un hombre es el resultado de dos clases distintas de factores: los elementos originales o heredadas de su ser y los que él mismo ha adquirido. Por un lado, cada ser humano comienza con una cierta naturaleza o disposición ---una dotación natural de capacidades para el conocimiento y los sentimientos y las tendencias hacia voliciones y acción--- que varía con cada individuo. Esta disposición depende en parte de la estructura del organismo corporal y especialmente del sistema nervioso que ha heredado; en parte, quizá, también en su alma que ha sido creada. Forma su individualidad al comienzo de la vida; e incluye susceptibilidades para responder a las influencias externas, y potencialidades para el desarrollo de diversas formas que difieren con cada ser humano. Un error fundamental en la psicología inglesa desde Locke a John Stuart Mill fue el ignorar o subestimar esta diversidad de aptitud nativa en diferentes individuos.
Gran parte del tratamiento asociacionista del desarrollo de la mente humana procedió sobre el supuesto de igualdad o similitud original de la facultad mental, y por lo tanto tendió a atribuir todas las diferencias posteriores a una diversidad de circunstancias. Exageró grandemente lo que se ha llamado el papel desempeñado por la crianza en comparación con el de la naturaleza. Pasó por alto el hecho de que la capacidad y disposición original de la mente individual determina en gran medida la forma en que debe apropiarse de la experiencia que le presente su ambiente. Este error fue peculiarmente desfavorable para afrontar una explicación adecuada del carácter. Desde Darwin ha habido un retorno a la doctrina más antigua y más verdadera que reconoce plenamente la importancia de la dotación original de cada individuo. Pues, aunque el propio autor del "Origen de las Especies" exageraba la influencia del medio ambiente en su teoría biológica, él y sus seguidores fueron llevados a poner un gran énfasis en la herencia y la transmisión de padres a hijos de las variaciones individuales y hábitos adquiridos.
Los Cuatro Temperamentos
La dotación original o elemento nativo en el carácter con el que el individuo comienza la vida es prácticamente idéntico al que los antiguos y los escolásticos reconocieron bajo el término “temperamento”. Desde los tiempos de Hipócrates y Galeno se distinguen cuatro tipos principales de temperamento: el sanguíneo, el colérico, el flemático y el melancólico. Curiosamente, la especulación moderna desde Kant a Wundt y Fouillée tiende a aceptar la misma clasificación general, aunque a veces bajo otros nombres. Los antiguos consideraban que estos diferentes tipos de temperamento se debían al predominio en el organismo de los diferentes “humores”. Los autores modernos los explican diversamente por las diferencias de textura y variable solidez de los tejidos del cuerpo, por el desarrollo variable de las diferentes partes, por diversas tasas de actividad en los procesos de nutrición y de desecho, en los cambios de energía nerviosa, o en circulación, y por las diferencias de tonicidad en los nervios. Cualquiera que sea la verdadera explicación fisiológica, la cuádruple clasificación parece que representa bastante bien ciertos tipos de disposición marcadamente contrastados, a pesar de que dejan espacio para la subdivisión y formas intermedias. Por otra parte, aunque los científicos aún están lejos de concurrir en cuanto a los elementos precisos en el organismo de los que depende el temperamento, parece cierto el hecho de que las diferentes formas de temperamento tienen una base orgánica. La transmisión de padres a hijos de disposiciones hereditarias, por lo tanto, no implica ningún conflicto con la doctrina de la creación de cada alma humana.
Aunque nuestro temperamento original se nos es dado así independientemente de nuestra voluntad, nosotros mismos jugamos un papel importante en el moldeo de nuestro carácter, y así llegamos a ser responsables de ciertas cualidades éticas en él. El término carácter se ha definido como "una voluntad completamente formada". Sería más exacto decir que el carácter es "el temperamento natural, completamente formado por la voluntad". Es, de hecho, el resultado de la combinación de nuestra disposición original con nuestros hábitos adquiridos. Como la cualidad, forma y estructura del organismo y de sus diferentes partes se pueden modificar de diversas maneras en el proceso de crecimiento ---sobre todo durante la plasticidad de principios de la vida--- por variaciones en la nutrición, el ejercicio y el medio ambiente, así las facultades del alma pueden ser desarrolladas de diversas maneras por la manera en que se ejerce, y por la naturaleza de los objetos sobre los que se emplean sus facultades.
Entre los elementos adquiridos que van a la edificación del carácter pueden distinguirse los relacionados con la cognición, ya sean sensoriales o intelectuales, y los que pertenecen a las actividades emocionales y volitivas del alma. El ejercicio fortalece el poder y amplía las posibilidades de cada facultad, y crea, no raramente, un antojo por más ejercicio en la misma dirección. El uso regular del intelecto, la actividad controlada de la imaginación, la práctica del juicio y de la reflexión, contribuyen a la formación de hábitos de la mente más o menos inteligentes y refinados. La indulgencia frecuente en las formas particulares de las emociones, tales como la ira, la envidia, la simpatía, la melancolía, el miedo, y similares, fomenta tendencias hacia estos sentimientos que dan una inclinación subconsciente para una gran parte de la conducta del hombre. Pero, finalmente, el ejercicio de la voluntad desempeña el papel predominante en moldear el tipo de carácter que se está formando. La forma y el grado en que se inician las corrientes de pensamiento y las oleadas de emoción, guiados y controlados por la voluntad, o permitidos a seguir el curso del impulso espontáneo, tienen no menos efecto en la determinación del tipo de carácter resultante que la calidad de los propios pensamientos o emociones.
La vida del animal inferior se rige exclusivamente por el instinto de dentro, y por circunstancias accidentales desde afuera. Por lo tanto, es incapaz de adquirir un carácter. El hombre, a través del despertar de la razón y el crecimiento de la reflexión, por el ejercicio de la elección deliberada contra los movimientos del impulso, desarrolla gradualmente el autocontrol; y es por el ejercicio de este poder que se forma especialmente el carácter moral. El carácter es en realidad el resultado de una serie de voluntades, y es por esta razón por la que somos responsables de nuestros caracteres, así como lo somos de los hábitos individuales que van a constituirlos.
Tipos de Caracteres
Comenzando desde la base de los cuatro temperamentos fundamentales, diferentes escritores han adoptado varias clasificaciones de los tipos de carácter. A. Bain y M. Pérez tienen como tipos principales el intelectual, el emocional y el volitivo o energético, tomando como su principio de división el fenómeno de movimiento, que distingue los caracteres como animado, lento, ardiente, y équilibrés o bien balanceado. M. Ribot, procediendo de un fundamento de división más subjetivo y excluyendo a los tipos indefinidos e inestables como, en sentido estricto, sin carácter, reconoce como las formas más generales: el sensible, subdividido en el humilde, contemplativo y emocional; el activo, subdividido en los grandes y los mediocres; y los apáticos, que se subdivide en el puramente apáticos o indolentes; y los calculateurs o inteligentes. Por combinación de éstos a su vez producen nuevos tipos. M. Fouillée toma como su esquema el sensible, intelectual y volitivo y mediante combinaciones cruzadas y subdivisiones elabora un plan igualmente complejo. M. M. Paulhan, Queyrat y Fouillée y Malapert tienen cada uno diferentes divisiones propias, estableciendo de este modo, en todo caso, la imposibilidad de alcanzar un acuerdo sobre el tema.
Etología
Estos esfuerzos sugieren naturalmente la pregunta: ¿Es posible una ciencia del carácter? Mill le dedicó una importante sección en el libro VI de su " Lógica" para responder a esta pregunta. Él sostiene que puede haber una verdadera ciencia de la naturaleza humana, aunque no, como en el caso de las ciencias físicas, una ciencia exacta. Las leyes que puede formular son solo generalizaciones aproximadas expresivas de las tendencias. No puede intentar predicciones exactas, debido a la complejidad y la incertidumbre de las causas en acción. Aunque la humanidad no tiene ni un carácter universal, existen leyes universales de la formación del carácter. La determinación de estas leyes constituye el objeto de la ciencia de la etología. Al ser los fenómenos tan complejos, el método de investigación debe ser deductivo. Tenemos que sacar inferencias a partir de principios psicológicos generales, y luego verificarlas mediante el estudio de casos individuales concretos.
Es muy imprudente establecer límites a los avances del conocimiento; pero se puede afirmar que, en todo caso, no tenemos en la actualidad nada que se aproxime a una ciencia del carácter. Como hemos dicho, ya hay en existencia considerable literatura dedicada al análisis psicológico de los constituyentes de las diferentes formas de carácter, al estudio de las condiciones generales de su crecimiento y a la clasificación de los tipos de carácter. Pero los resultados, hasta ahora alcanzados, tienen poco reclamo al título de una ciencia. Hay, además, dos obstáculos, que aunque quizás no sean absolutamente fatales para la posibilidad de una ciencia, son dificultades más graves a las percibidas por Mill. En primer lugar, está el elemento de la individualidad subyacente en la raíz de cada carácter y que determina variamente sus crecimientos, incluso en circunstancias similares, como vemos en dos niños de la misma familia. El punto de vista equivocado respecto a la igualdad y similitud original de diferentes mentes naturalmente implicó una subestimación errónea de esta dificultad. En segundo lugar, está el hecho del libre albedrío, negado por Mill. No afirmamos que el libre albedrío es irreconciliable con una ciencia cuyas leyes son generalizaciones aproximadas según Mill concibió que lo son las de la etología. Todos los anti deterministas permiten suficiente uniformidad en la influencia del motivo sobe la acción para satisfacer esta condición. Aún así la admisión del libre albedrío en la edificación del carácter aumentar indiscutiblemente la imprevisibilidad de la conducta futura y en consecuencia de una ciencia de carácter.
Ética y Cáracter
Mientras que la psicología investiga el crecimiento de los diferentes tipos de carácter, la ética considera el valor relativo de tales tipos y las virtudes que los constituyen. El problema del verdadero ideal moral es, principalmente en algunos sistemas éticos, y parcialmente en todos los sistemas, una pregunta del valor relativo de los diferentes tipos de carácter. El efecto sobre el carácter del agente de una forma particular de conducta es una prueba universalmente aceptada de su calidad moral.
Los diferentes sistemas de ética enfatizan la importancia de las diferentes virtudes en la constitución del carácter moral ideal. Con el utilitario, que coloca el fin ético en el máximo de felicidad temporal para toda la comunidad, la benevolencia formará el elemento principal en el carácter ideal. Para los estoicos, la fortaleza y el auto dominio son las excelencias principales. El hedonista egoísta parecería obligado a alabar la prudencia iluminada como la más alta virtud. Para el cristiano, Cristo es, por supuesto, el verdadero ejemplo de carácter ideal. La gran multitud de variados tipos de perfección moral que se nos presenta en las vidas de los santos que se han esforzado por imitarlo muestran las muchas caras y rica fecundidad de ese ideal.
En todas las concepciones del carácter ideal la fortaleza constituye una característica esencial. La firmeza de voluntad, la fortaleza, constancia en la adhesión a un principio o a la búsqueda de un objetivo noble tienen un lugar tan importante que en el lenguaje común ser un hombre de carácter es con frecuencia equivalente a ser capaz de adherirse a un propósito fijo. Pero la fuerza de este tipo puede degenerar fácilmente en la obstinación irracional o en fanatismo estrecho. Otra esencial es la virtud de la justicia, el constante reconocimiento práctico de los derechos y reclamos de los demás ---que implican, por supuesto, todos nuestros deberes para con Dios Todopoderoso. Además de éstos se incluyen los hábitos de la caridad y magnanimidad, con la templanza y la moderación en el control de nuestros más bajos apetitos. Por último, mientras más rica sea la cultura de la mente, más grande el horizonte intelectual, más amplias las simpatías y más equilibrados los resortes de acción en el alma, más se aproximará el carácter al ideal de la perfección humana.
Educación y Carácter
El verdadero objetivo de la educación no es simplemente el cultivo del intelecto, sino también la formación del carácter moral. El aumento de la inteligencia o habilidad física pueden ser tan fácilmente empleadas en detrimento como para el beneficio de la comunidad, si no va acompañada de una mejor voluntad; ambos no necesariamente van de la mano. Según es función de la ética determinar el ideal del carácter humano, así mismo es el quehacer de la teoría o la ciencia de la educación estudiar los procesos por los cuales se puede alcanzar ese fin y estimar la eficiencia relativa de los diferentes sistemas y métodos educativos en la persecución de ese objetivo. Por último, es el deber del arte de la educación aplicar las conclusiones así alcanzadas, para practicar y adaptar la maquinaria disponible para la realización de la verdadera finalidad de la educación en la formación del más alto tipo de carácter humano ideal.
Fuente: Maher, Michael. "Character." The Catholic Encyclopedia. Vol. 3. New York: Robert Appleton Company, 1908. 2 Oct. 2015 <http://www.newadvent.org/cathen/03584b.htm>.
Traducido por Luz María Hernández Medina