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Sábado, 23 de noviembre de 2024

Augusto, Emperador

De Enciclopedia Católica

Revisión de 17:06 30 jul 2010 por Luz María Hernández Medina (Discusión | contribuciones)

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El nombre por el que usualmente se conoce a Cayo Julio César Octaviano, el primer emperador romano, durante cuyo reinado nació Jesucristo. Nació en Roma el 62 a.C. y murió el 14 d.C. También es el título que recibió del senado en el año 27 a.C., en muestra de gratitud por la restauración de algunos privilegios de los que ese cuerpo había sido privado. El nombre fue asumido en adelante por todos sus sucesores. Augusto perteneció a la gens Octavia y era hijo del pretor Cayo Octavio. Era sobrino-nieto de (Cayo) Julio Cesar, quien le nombró heredero principal en su testamento. Tras el homicidio de Julio César, el joven Octaviano se fue a Roma a tomar posesión de su herencia. Aunque originalmente pertenecía al partido republicano acabó aliándose con Marco Antonio. Por su propia popularidad y con la oposición del senado, tuvo éxito en conseguir el consulado en el 43 a.C. Ese mismo año pactó con Antonio y Lépido controlar entre los tres los asuntos de Roma durante los próximos cinco años. Este (segundo) Triunvirato (tresviri reipublicae constituendae) dividió los dominios romanos de manera que Lépido recibió España; Antonio, la Galia; y Augusto, África, Sicilia y Cerdeña. La primera movida del Triunvirato fue proceder contra los asesinos de César y contra el partido del Senado liderado por Bruto y Casio. Este último sufrió una tremenda derrota en la batalla de Filipos (42 a.C.) tras la cual el destino de Roma quedó prácticamente en manos de dos hombres. Lépido, tratado siempre con negligencia, trató de obtener Sicilia para sí mismo, pero Augusto pronto venció a sus tropas, y tras su sumisión, fue enviado a Roma donde paso el resto de su vida como pontifex maximus.

Surgió una nueva división del territorio de la República entre Antonio y Augusto, por la cual el primero tomó Oriente y el segundo, Occidente. Cuando Antonio se deshizo de Octavia, hermana de Augusto, encaprichado con Cleopatra, estalló la guerra civil entre ellos, originada sin duda por los distintos intereses de ambos y por el ya largo antagonismo entre Oriente y Occidente. Los seguidores de Antonio fueron derrotados en la batalla naval de Actium (31 a. C.) y Augusto quedó, para todos los intentos y propósitos, como el único amo del mundo romano. Logró traer la paz a la República y por su moderación en su trato con el senado, su munificencia con el ejército y su generosidad con la gente, fortaleció su posición, y se convirtió de hecho, aunque no de nombre, en el primer emperador de Roma. Su política en la preservación de las formas de administración republicanas y la preocupación por evitar toda apariencia de poder absoluto o monarquía no disminuyó su poder ni debilitó su control. No se puede negar que el carácter general de su administración y su política de centralización logró fortalecer y consolidar el débilmente organizado estado romano en un todo bien entretejido y coordinado. Fue un mecenas de las artes, letras y ciencias y dedicó grandes sumas de dinero a la organización y engrandecimiento de Roma. Es bien conocida su afirmación “la encontré de ladrillo y la dejé de mármol”.

Bajo su dirección aumentaron la industria y el comercio. La seguridad y la rapidez de los intercambios se lograron por la construcción de muchas nuevas vías. Se propuso renovar por medio de leyes el desorden y confusión de la vida y la moral surgidas en gran medida debido a las guerras civiles. La vida en su corte era sencilla y sin ostentaciones. Se publicaron leyes severas para fomentar los matrimonios y los nacimientos. Se controló la moralidad de los juegos y del teatro y se introdujeron nuevas leyes para regular la situación de los esclavos y de los hombres libres. Los cambios que impuso Augusto en su administración de Roma y su política en Oriente son de importancia especial para los historiadores del cristianismo.

El suceso más importante de su reinado fue el nacimiento de Nuestro Señor (Lucas 2:1) en Palestina. Los detalles de la vida de Cristo en la tierra desde su nacimiento a su muerte estaban muy entretejidos con los propósitos y métodos seguidos por Augusto, quien murió a los setenta y siete años de edad (14 d.C.). Después de la batalla de Actium favoreció a Herodes el Grande, le confirmó como rey de los judíos y le concedió los territorios entre Galilea y la Traconítides, con lo que se ganó su gratitud y devoción. Luego de la muerte de Herodes (750 ab urbe condita) Augusto dividió su reino entre sus hijos. Uno de ellos, Arquelao, pronto fue desterrado, y su territorio, junto con Idumea y Samaria fueron unidos a la provincia de Siria (759 A.U.C). En esta ocasión Augusto ordenó un censo de la provincia que debía ser llevado a cabo por el legado Sulpicio Quirino, y cuyas circunstancias son de gran importancia para el cálculo de la fecha de nacimiento de Cristo. (Ver Evangelio según San Lucas).


Bibliografía: Las principales fuentes para la vida de Augusto son los escritores romanos SUETONIO, TACITO, VALEYO PATERCULO Y CICERON (en sus Epístolas y Filípicas); los escritores griegos NICOLAS DE DAMASCO, DION CASIO Y PLUTARCO. Ver también su autobiografía oficial, el famoso Monumentum Ancyranum. Para el origen y carácter de las leyendas que ya desde muy temprano hicieron de Augusto uno de los “profetas de Cristo” ver GRAF, Roma nella memoria e nelle immaginazioni del Medio Evo (Turin, 1882), I, IX, 308, 331.

Fuente: Healy, Patrick. "Augustus." The Catholic Encyclopedia. Vol. 2. New York: Robert Appleton Company, 1907. <http://www.newadvent.org/cathen/02107a.htm>.

Traducido por Pedro Royo. lhm