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Jueves, 21 de noviembre de 2024

Tiempo

De Enciclopedia Católica

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El problema del tiempo es uno de los más difíciles y fuertemente debatidos en el campo de la filosofía natural. Para llegar a una orientación satisfactoria respecto a esta discusión, es importante distinguir dos preguntas:

  • ¿Cuáles son las notas o elementos que componen nuestra representación subjetiva del tiempo?
  • ¿A qué realidad externa corresponde esta representación?

El tiempo como un Concepto Subjetivo

En cuanto a la primera pregunta, los filósofos y científicos en general concuerdan en esto: que la noción o concepto de tiempo contiene tres ideas distintas fundidas en un todo indivisible.

  • Primero está la idea de sucesión. Toda mente distingue en tiempo el pasado, presente y futuro, o sea, partes que excluyen esencialmente la simultaneidad y pueden ser percibidas sólo una detrás de la otra.
  • Además, tiempo implica continuidad. Hablando de eventos aquí abajo, en nuestra propia vida, no podemos concebir la posibilidad de un intervalo de duración, aunque sea corto, en el cual dejemos de envejecer, o en el cual un momento deje de seguir a otro momento. La marcha del tiempo no conoce pausa ni interrupción.
  • Por último, una sucesión continua no puede ser una sucesión continua de nada. Por lo tanto el concepto de tiempo representa para nosotros una realidad cuyas partes se suceden de forma continua. Importa poco aquí si esta realidad es puramente ideal, o si se percibe fuera de nosotros, pues estamos tratando sólo con el concepto de tiempo.

Tales son los tres elementos esenciales de la representación subjetiva. De estas consideraciones parece que la pregunta de tiempo pertenece al dominio de la cosmología. Debido a su carácter de continuo, sucesivo, divisible y medible, el tiempo pertenece a la categoría de cantidad, que es un atributo general de los cuerpos, y la cosmología tiene como su objeto la esencia y atributos generales de la materia.

El Tiempo como una Realidad Objetiva

La segunda pregunta, relativa a la objetividad del concepto de tiempo, es una sobre la que tanto filósofos como científicos están divididos; se pueden enumerar no menos de quince diferentes opiniones; éstas, sin embargo, pueden ser agrupadas en tres clases. Una clase abarca las opiniones subjetivas, de las cuales Kant es el representante principal; éstas consideran el tiempo completamente como una creación del sujeto cognoscente. Para Kant y sus seguidores el tiempo es una forma a priori, una disposición natural por virtud de la cual el sentido interno viste los actos de los sentidos externos, y en consecuencia el fenómeno que estos actos representan, con las características distintivas de tiempo. A través de esta forma captamos los fenómenos internos y externos como simultáneos o sucesivos, anteriores o posteriores entre sí, y son sometidos a los juicios de tiempo universales y necesarios. A esta clase pertenecen también un grupo de opiniones que, sin ser tan minuciosamente subjetivas, le atribuyen al tiempo sólo una existencia conceptual.

Para Leibniz y otros el tiempo es “el orden de las sucesiones”, o una relación entre las cosas que se suceden entre sí; pero si estas cosas son reales, la mente las percibe bajo la forma de instantes entre los cuales establece una relación que es puramente mental. Según Balmes, el tiempo es una relación entre ser y no ser; el tiempo subjetivo es la percepción de esta relación; el tiempo objetivo es la relación misma en las cosas. Aunque las dos ideas de ser y no ser se hallan en toda sucesión, la relación entre estas dos ideas no puede representar para nosotros una continuidad real, y por lo tanto permanece en el orden ideal. Locke considera el tiempo como una parte de la duración infinita, expresada por medidas periódicas tal como la revolución de la tierra alrededor del sol.

Según Spencer, un tiempo particular es la relación entre dos en la serie de estados de conciencia. La noción abstracta de una relación de posiciones agregadas entre los estados de conciencia constituye la noción de tiempo en general. Spencer le atribuye a esta relación un carácter esencialmente relativo, y le atribuye objetividad relativa al tiempo psicológico solamente. Para Bergson el tiempo homogéneo no es ni una propiedad de las cosas ni una condición esencial de nuestra facultad cognoscitiva; es un esquema abstracto de sucesión en general, una pura ficción, que sin embargo hace posible para nosotros actuar sobre la materia. Pero además de este tiempo homogéneo, Bergson reconoce una duración real, o más bien, una multiplicidad de duraciones de elasticidades desiguales que pertenecen a los actos de nuestra conciencia así como a las cosas externas. Los sistemas de René Descartes y de Baumann también deben ser clasificados como idealistas.

En oposición a esta clase de opiniones que representan la existencia del tiempo como puramente conceptual, una segunda clase lo representa como algo que tiene realidad completa fuera de nuestras mentes. Estas opiniones pueden justamente ser descritas como ultra-realistas. Ciertos filósofos, notablemente Gassendi y los antiguos materialistas griegos, consideran el tiempo como un ser sui generis, independiente de todas las cosas creadas y capaz de sobrevivir la destrucción de todas ellas. Infinito en su extensión, es el receptáculo en el cual están contenidos todos los eventos de este mundo. Siempre idéntico a sí mismo, permea todas las cosas, regula su curso y preserva en el flujo continuo de sus partes un modo de sucesión absolutamente regular. Otros filósofos, por ejemplo, Clarke y Newton, identifican el tiempo con la eternidad de Dios o lo consideran como un resultado inmediato y necesario de la existencia de Dios, de modo que, incluso si no hubiese cosas creadas, la continuidad de la existencia Divina incluiría como su consecuencia la duración o tiempo.

Estos filósofos ultra-realistas hacen al tiempo real; otros además lo hacen un ser completo, pero del orden accidental. Para De San el tiempo es un accidente sui generis, distinto de todos los accidentes ordinarios; es constituido como el movimiento local de partes que se suceden entre sí de forma continua, pero con uniformidad perfecta; por este accidente, que es siempre inherente a la substancia, los seres y los accidentes del ser continúan su existencia envueltos en una sucesión que es uniforme siempre y por doquier. Por último, según el Dr. Hallez, la existencia substancial de los seres mismos aumenta intrínsecamente sin cesar, y este aumento continuo y regular no es de ningún modo ocasional o transitorio, sino que permanece siempre como una adquisición verdadera para el ser que es su sujeto. El tiempo es la representación de este incremento cuantitativo. Para resumir, todos los sistemas de esta segunda clase tienen como su característica distintiva la afirmación de una realidad concreta externa---ya sea substancial o accidental---que corresponde adecuadamente al concepto abstracto de tiempo, de modo que nuestra representación del tiempo es sólo una copia de la realidad.

Entre estas dos clases extremas de opiniones está el sistema propuesto por la mayoría de los escolásticos, antiguos y modernos. Para ellos el concepto del tiempo es en parte subjetivo y en parte objetivo. Se vuelve concreto en el movimiento continuo, notablemente en el local; pero el movimiento se convierte en tiempo sólo con la intervención de nuestra inteligencia. Definen el tiempo como la medida de movimiento según un orden de anterioridad y posterioridad (numerous motus secundum prius et posterius). Una vez el pensamiento divide el movimiento local en partes, todos los elementos del concepto de tiempo se hallan en él. Siendo el movimiento algo objetivamente distinto del resto, es algo real; está dotado con la verdadera continuidad; sin embargo, en la medida en que es dividido por la inteligencia, contiene partes sucesivas realmente distintas entre sí---algunas anteriores, otras posteriores---entre las que colocamos un presente fugaz. Por lo tanto, en la elaboración de la idea de tiempo, el movimiento le provee a la inteligencia con una realidad continua y sucesiva que es el objeto real del concepto, mientras que la inteligencia lo concibe en lo que tiene en común con todo movimiento---o sea, sin sus notas específicas e individuales---y lo hace formalmente tiempo, al dividir la continuidad del movimiento, haciendo real esa distinción de partes que el movimiento posee sólo potencialmente. De hecho, dicen los escolásticos, nunca percibimos el tiempo aparte del movimiento, y todas nuestras medidas de duración temporal se toman prestadas del movimiento local, particularmente el movimiento aparente de los cielos.

Cualquiera sea su objetividad, el tiempo posee tres propiedades inalienables. Primera, es irreversible; la unión de sus partes, o el orden de su sucesión, no puede ser cambiado; el pasado no vuelve. Según Kant, la razón de esta propiedad se halla en la aplicación del tiempo al principio de causalidad. Como las partes del tiempo, dice él, poseen entre sí la relación de causa y efecto, y como la causa es esencialmente antecedente a su efecto, es imposible revertir esa relación. Según los escolásticos, esta inmutabilidad está basada en la misma naturaleza del movimiento concreto, del cual una parte es esencialmente anterior a la otra. Segundo, el tiempo es la medida de los eventos en este mundo. Esto levanta un problema espinoso, que hasta ahora no ha sido teóricamente resuelto. El tiempo puede ser una medida permanente sólo si es concretado en el movimiento uniforme. Ahora bien, para conocer la uniformidad de un movimiento, debemos conocer no sólo el espacio atravesado, sino la velocidad del tránsito, que es el tiempo. Aquí hay incuestionablemente un círculo vicioso. Por último, para aquellos que concretizan tiempo en movimiento, una pregunta mucho más debatida es, si el tiempo o movimiento pueden ser infinitos, o sea, sin comienzo. Santo Tomás de Aquino y algunos de los escolásticos no ven en esto una imposibilidad absoluta, pero muchos pensadores modernos tienen una opinión diferente.


Fuente: Nys, Désiré. "Time." The Catholic Encyclopedia. Vol. 14. New York: Robert Appleton Company, 1912. <http://www.newadvent.org/cathen/14726a.htm>.

Traducido por Luz María Hernández Medina.