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Viernes, 1 de noviembre de 2024

Diferencia entre revisiones de «Venerable César Baronio»

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Cardenal e historiador eclesiástico, nació en Sora, en el Reino de Nápoles el 30 de agosto de 1538; murió en Roma el 30 de junio de 1607; autor de "Annales Ecclesiatici", una obra que marcó una época en la historiografía y mereció para su autor, después de Eusebio, el título de Padre de la Historia Eclesiástica.

Baronio descendía de la rama napolitana de una antes poderosa familia, cuyo nombre, de Barono, César cambió a Baronius según la forma romana. Sus padres, humildes ciudadanos de Sora en las Sabinas a unas sesenta millas al este de Roma, no pudieron legar la antigua riqueza y poder ancestrales a su único hijo. Pero iba a poseer cualidades que proclaman mejor la nobleza---un profundo espíritu religioso, una caridad a la que repugna profundamente el egoísmo, una firmeza de la voluntad templada en la humilde obediencia, una agudeza y vigor mentales dedicados escrupulosamente a la causa de la verdad. Estas cualidades distinguieron a Baronio como par en santidad y erudición entre los santos y sabios de su tiempo. Heredó los rasgos más vigorosos del carácter de su padre, Camilo, un hombre mundano y ambicioso, cuya fuerte voluntad y tenacidad en sus propósitos iban a chocar un día con las cualidades y determinación de su hijo. A la influencia de su madre, la piadosa y caritativa Porcia Febonia, cuya dedicación a los intereses religiosos de César se vio intensificada por lo que creía un milagro al haberse salvado de la muerte en su infancia, debía sus sobresalientes cualidades y la tierna simplicidad de su fe, a la que atribuía su vívida percepción de la guía de Dios que se manifestaba en visiones y sueños. Baronio recibió su primera educación de sus inteligentes padres y en las escuelas de la cercana Veroli. Su intenso amor al estudio y su madurez intelectual animaron a su padre a enviarlo, a los 18 años, a la escuela de leyes de Nápoles: Después de unos pocos meses de confusión debido a la guerra franco-española por el dominio de Italia, se trasladó a Roma donde en 1557 se convirtió en discípulo de Cesare Costa, maestro en derecho canónico y civil.

Estaba allí cuando se encontró con alguien que iba a influir poderosamente en su destino y determinar, hasta en los detalles, su carrera y ocupaciones. Era Felipe Neri, sacerdote notable por su santidad, espíritu de piedad y caridad con los que inspiró a un pequeño grupo de sacerdotes y laicos a los que había formado en una confraternidad de buenas obras en la iglesia de San Girolamo della Carità. La importancia de este encuentro no se puede sobreestimar: el mundo pudo tener un Baronio, pero el Baronio de la historia es la obra de San Felipe Neri. Quedó impresionado por el serio estudiante de derecho de tan transparente inocencia de vida y al ver en él un sujeto obediente, lo enroló en su grupo. Esto no impidió a Baronio continuar los estudios para los que había venido a Roma, pero en todo lo demás se sometió a la dirección de Felipe de forma espontánea y completa, no sin sus sacrificios. Como muestra de su renuncia, quemó un tomo de sus propios poemas italianos en cuya composición había mostrado gran habilidad; la misma suerte corrió más tarde su diploma de doctor. Durante tres años, en su celo, anheló convertirse en un fraile capuchinos, pero Felipe se lo impidió. Pero más aflictivo aún era el amargo antagonismo de su padre que veía en todo esto sólo locura y frustración de su ambición paternal. También temía la extinción de su familia, que solo tenían a César para conseguir revivir viejas glorias. Padre e hijo se mantuvieron firmes. Camilo le cortó la escasa mesada y César se vio obligado a vivir de la hospitalidad de uno de los amigos de Felipe. Durante seis años César llevó una forma de vida semi-religiosa en la comunidad de San Girolamo, el núcleo de la Congregación del Oratorio. De Felipe recibió la dirección en el estudio y la guía espiritual y por sugerencia suya dedicó todo su tiempo libre a las obras de caridad entre los pobres y los enfermos.

Durante el año 1558 Felipe le asignó el importante trabajo de predicar en las conferencias que se daban con frecuencia en la iglesia de San Girolamo. En 1564 fue ordenado sacerdote y decidió compartir la suerte del pequeño grupo de Felipe; pero su ardor por la vida religiosa era tan intenso, que ya había emitido los votos de pobreza, castidad, humildad y obediencia a Felipe Neri como su superior. Sería el dúctil instrumento de su voluntad durante 25 años, cuyo tiempo dedicaría a la preparación de su obra sobre historia eclesiástica, en la que en adelante se centra el interés de por vida de Baronio.

El mérito de la idea es de Felipe, como el mismo Baronio testifica con filial devoción en los “Anales”. El santo sentía fuertemente la aflicción y desánimo causados en los círculos católicos por la publicación de las “Centurias de Magdeburgo” (Ecclesiastica Historia: integram ecclesiae Christi ideam complectens, congesta per aliquot studiosos et pios viros in urbe Magdeburgica, 13 vols., Basilea, 1559-74). El propósito de esa obra era comprometer la historia a la causa del protestantismo, demostrando lo mucho que se había alejado la Iglesia Católica de las enseñanzas y prácticas primitivas, en contraste con la consonancia de la Iglesia Reformada. La idea había sido concebida en 1552 por Mathias Flach Francowiez (Flacius Illyricus) y, con la colaboración de varios intelectuales luteranos, de los príncipes evangélicos y otros protestantes ricos, fue completada con rapidez. Sus trece volúmenes trataban cada uno de un siglo de la era cristiana, de ahí el nombre de “Centuriadores” que se aplicó a los autores. Aunque la obra tenía el gran mérito de ser pionera en el campo de la historia eclesiástica modernizada y desplegaba un considerable espíritu crítico, su apariencia parcializada e inescrupulosa y su tergiversación de la catolicidad, la predestinaban a un honor efímero. Es interesante sólo como una marca hundida en el campo de la literatura histórica, y como el estímulo para el genio de Baronio. Sin embargo, la publicación de sus primeros volúmenes, en un tiempo cuando su valor polémico la hacía aceptable a los protestantes, proveyó a los reformadores con una formidable arma de ataque contra la Iglesia Católica, la cual hizo mucho daño.

La posibilidad de un contraataque tentaba a los intelectuales católicos, pero nada adecuado salió a la luz, porque la ciencia histórica era aún una cuestión del futuro. Su fundador era aún un joven de veinte años y tenía pocos conocimientos de historia. Fue en ese joven en el que Felipe Neri vio un posible David que pudiera derrotar a los filisteos de Magdeburgo. Inmediatamente dirigió a Baronio para que dedicara sus conferencias en San Girolamo exclusivamente a la Historia de la Iglesia. Baronio estaba desconcertado. La historia no le atraía. Prefería mostrar su celo en las conferencias sobre temas morales en las que había dado ya señales de su valer en el año anterior. Pero obedeció y tres años después había ya cubierto el campo de la historia eclesiástica en sus conferencias y había desarrollado un nuevo entusiasmo por los estudios históricos. Antes de su ordenación impartió el curso dos veces y otras cinco veces más lo repitió en los siguientes veinticinco años, perfeccionando su trabajo con cada serie subsiguiente. Se familiarizó con los primeros historiadores y con los Padres. Las bibliotecas de Roma le proporcionaron un gran número de documentos no publicados. Monumentos, monedas e inscripciones le contaban historias insospechadas.

Lo que hizo en y sobre Roma, lo hicieron por él por todas partes corresponsales voluntarios y el nombre de Baronio llegó a ser conocido en toda Europa como sinónimo de penetración histórica sin precedentes, poder de investigación y celo por la verificación. Felipe debió comunicarle antes de 1569 su plan de organizar de forma permanente el material recogido, pero a pesar de la importancia de la obra, fue obligado por su maestro a compartirlo todo en los ejercicios del ahora creciente Oratorio. En la iglesia de San Giovanni dei Fiorentini, donde prestó sus servicios desde 1564 a 1575, tomó parte en la administración parroquial y en los servicios domésticos. "Baronius coquus perpetuus" (cocinero perpetuo) decía la leyenda jocosa escrita en la cocina del Oratorio, en la que con frecuencia recibía a distinguidos visitantes. Añadía otras generosamente a las muchas mortificaciones impuestas por Felipe, por cuyo medio adquirió los desórdenes digestivos que a menudo le torturaban y que al final causaron su muerte. A pesar de los obstáculos, su prodigiosa capacidad de trabajo y su hábito de dormir solo cuatro o cinco horas hicieron posible el asombroso progreso en sus investigaciones. Después de la fundación canónica del Oratorio (15 de julio de 1575) residió en Santa María en Vallicella, hogar definitivo de la nueva congregación, y siguió llevando la misma vida ocupada. A principio de los ochenta habían madurado los planes para la publicación de la nueva historia de la iglesia, y en 1584, un cuarto de siglo después de comenzar su preparación, Baronio tenía la obra bastante adelantada, cuando su paciencia sufrió una nueva prueba. El Papa Gregorio XIII le confió la revisión del Martirologio Romano. Era una obra necesaria por la confusión en los días de fiesta debido a la [Reforma del Calendario]] Gregoriano (1582); además era la ocasión oportuna para corregir muchos errores de copistas que se habían ido acumulando en el Martirologio. Baronio dedicó dos años a una amplia investigación y a la aguda crítica que la obra requería. Sus anotaciones y correcciones se publicaron en 1586 y en una segunda edición corrigió varios errores por los que le criticaron el haberlos pasado por alto en la primera (Martyrologium Romanum, cum Notationibus Caesaris Baronii, Rome, 1589).

Las dificultades que halló Baronio para la publicación de los “Anales” fueron muchas y muy molestas. Preparó su manuscrito sin ayuda, escribiendo cada página con su propia mano, sin que sus hermanos oratorianos de Roma pudieran ayudarle. Los de Nápoles, que le ayudaron a revisar su copia, eran poco competentes y casi exasperantes por sus retrasos y juicios poco críticos. El mismo leyó las pruebas. Los impresores, en la infancia de tal arte, no eran ni rápidos ni meticulosos. En la primavera de 1588 apareció el primer volumen y fue aclamado universalmente por la sorprendente riqueza informativa, su espléndida erudición y la oportuna reivindicación de las posturas papales; eclipsó a las “Centurias”. Las más altas autoridades civiles y eclesiásticas felicitaron al autor, pero fue aún más gratificante la verdaderamente fenomenal venta del libro y la inmediata petición de traducción a los principales idiomas europeos. La intención de Baronio era producir un libro cada año, pero el segundo no estuvo listo hasta 1590. Los siguientes cuatro aparecieron anualmente, el séptimo a finales de 1596 y los otros cinco en intervalos aún más largos hasta 1607, cuando, justo antes de su muerte terminó el duodécimo volumen, el cual supo por una visión que sería el último. Llevó la historia hasta 1198, el año de la accesión del Papa Inocencio III.

La vida de estudiante de Baronio durante los veinte años de publicaciones fue aún más perturbada que antes. Su creciente fama le trajo duras penas a su humildad. Tres Papas sucesivos quisieron nombrarle obispo. En 1593 sucedió al anciano Felipe como Superior del Oratorio, y a la muerte de éste en 1596, fue reelecto para otros tres años. En 1595 era confesor del Papa Clemente VIII, el cual le nombró protonotario apostólico y el 5 de junio de 1596, le creó cardenal. Baronio lamentó amargamente su remoción del Oratorio para residir en el Vaticano, o incluso lejos de Roma cuando la corte papal salía de la ciudad, lo cual era doblemente penoso, pues no podía seguir trabajando en sus Anales. En 1597 Clemente le concedió el más alto tributo a su erudición al nombrarle bibliotecario del Vaticano. Este puesto, junto con el cargo de la recién fundada prensa vaticana y sus deberes en las Congregaciones, le dejaban aun menos tiempo para trabajar en sus Anales.

Además tenía problemas de otra clase. Su celo por las libertades de la Iglesia le había ganado la antipatía de Felipe II de España, el cual, debido a que era el soberano católico más poderoso de Europa, intentaba ejercer influencia indebida en el papado. Más aun, incurrió en el disgusto de Felipe al apoyar la causa de su enemigo, el excomulgado Enrique IV de Francia, por cuya absolución Baronio abogaba ardorosamente. Los Anales fueron condenados por la Inquisición Española. Más tarde, cuando publicó su tratado sobre la monarquía de Sicilia, probando el reclamo anterior del papado al de España en la soberanía de Sicilia y Nápoles, provocó una amarga hostilidad de Felipe II y de Felipe III. Pero hallaba solaz en el hecho de que la enemistad de España sería un buen obstáculo en la creciente posibilidad de ser nombrado Papa. Pero esa esperanza se puso gravemente a prueba en los dos cónclaves de 1605. Baronio era el candidato de la mayoría de los cardenales y a pesar de la oposición española hubiera sido elegido si no hubiera movido toda su diplomacia para evitarlo. Treinta y siete votos de los cuarenta necesarios en el primer cónclave y un violento intento de precipitar su “adoración” en el segundo, atestiguan la alta estima que se le tenía.

En la primavera de 1607 Baronio regresó al Oratorio pues una visión le había advertido que su año 69 sería el último de su vida y había llegado al último volumen previsto de sus Anales. Fue trasladado a Frescati muy enfermo, pero viendo llegar el final, volvió a Roma, donde murió el 30 de junio de 1607. Su tumba se colocó a la izquierda del altar mayor de la iglesia de Santa María en Vallicella (Chiesa Nuova).

El cardenal Baronio dejó una reputación de profunda santidad que llevó al Papa Benedicto XIV a proclamarle “Venerable” (12 de enero de 1745). Las restauraciones que hizo en su iglesia titular de los santos Nereo y Aquileo y en San Gregorio en el Coelio aún nos da una idea de su celo por el culto decoroso. Pero los Anales constituyen el más conspicuo y permanente monumento de su genio y devoción a la Iglesia. Durante tres siglos han sido la inspiración de los estudiantes de historia y un depósito inagotable para la investigación. Ninguna otra obra ha tratado de forma tan completa la época que estudia. En ninguna parte se hallan reunidos tantos y tan importantes documentos. Los especialistas imparciales reconocen en ellos la piedra angular de la verdadera ciencia histórica y en su autor, las cualidades de un historiador modelo: diligencia infatigable en la investigación, pasión por la verificación, juicio preciso y lealtad constante a la verdad. Hasta en las agrias controversias que provocaron sus primeros volúmenes, la mayoría de los críticos eruditos reconocían su meticulosidad y honestidad. Pero esto no implica que la obra fuese impecable o final. Aunque era un maestro, Baronio era un pionero dotado con un espíritu crítico mucho más desarrollado, por decirlo de alguna manera, que el de sus contemporáneos, pero era tímido al ejercitarlo. Sin embargo estimuló un espíritu crítico que infaliblemente haría avanzar la ciencia histórica más allá del alcance logrado por él.

Con esta visión más amplia, sus sucesores han sido capaces de someter los Anales a bastantes correcciones críticas. Su escaso conocimiento del griego y del hebreo limitaba sus recursos al tratar de las cuestiones orientales. A pesar de su cuidado, citaba muchos documentos como auténticos que una crítica más conocedora ha rechazado como apócrifos. Su defecto más serio venía precisamente de la exactitud con la que intentaba fijar su historia en una forma estrictamente analítica. El intento de atribuir a cada año sucesivo sus propios sucesos le metió en numerosos errores cronológicos. El mismo Baronio reconoció que esa era una posibilidad e hizo muchas correcciones en su segunda edición (Maguncia 1601-05); y más tarde, sus aliados y no sus enemigos fueron los que hicieron los mayores esfuerzos de revisión cronológica, un punto aparentemente perdido para aquéllos que se refieren a la “refutación” de Pagi de los errores de Baronio. Hay que recordar la diversidad de opiniones en asuntos de cronología entre los principales exponentes de la ciencia histórica actual para hallar la paliación a las equivocaciones del fundador de esa ciencia. Dígase lo que se diga en justicia sobre Baronio, sigue siendo verdad que el valor actual de sus obras se debe medir a la luz de esos defectos, y que los estudiantes deben referirse a las ediciones críticas de los Anales para sacar provecho, teniendo en mente que los errores de Baronio afectan poco al valor de su precioso legado, a su diligencia y genio pasado a los historiadores posteriores. La más extensa obra de correcciones es la de Pagi: "Critica historico-chronologica in Annales", etc. (3ª ed., Amberes, 1727, 4 vols.). Su prefacio contiene un buen estudio de la crítica pionera de los Anales.

A los doce volúmenes originales de los Anales de Baronio se han ido añadiendo continuaciones siguiendo su estilo. Los más valiosos son los de los tres oratorianos: Raynaldus, el más hábil continuador, que con los materiales acumulados por Baronio llevó la historia hasta el año 1565 (Roma, 1646-77, 9 vols.); James Laderchi, que la continuó hasta 1571 (Roma, 1728-37, 3 vols.); y Augustin Theiner, hasta 1583 (Roma, 1856). Menos notables son las continuaciones del dominico polaco Bzovius, 1198 a 1571 (Colonia, 1621-30, 9 vols.), y el obispo francés Sponde 1198 a 1647 (París, 1659). Mansi hizo un buen estudio de la obra de los continuadores en la edición Bar-le-Duc de Baronio, XX, p III-XI. Se han realizado muchos epítomes de la obra; el mejor es el de Sponde (Colonia 1690, 2 vols.). Como ejemplo del trabajo científico de una pequeña parte del campo cubierto por Baronio, se puede citar a Rauschen, "Jahrbücher der Christlichen Kirche unter dem Kaiser Theodosius dem Grossen. Versuch einer Erneuerung der Annales Ecelesiastici des Baronius für die Jahre 378-395" (Friburgo im Br., 1897). Las mejores ediciones de Baronio son las de Lucca (1738-59, 38 vols.) y Bar-le-Duc (1864-83, 37 vols.); la primera contiene las continuaciones de Raynald y Laderchi, la crítica de Pagi y otros y está enriquecido con las notas del arzobispo Mansi; la segunda contiene lo mejor de la primera y las adiciones editoriales del P. Theiner, cuya continuación iba a ser incluida. La publicación se suspendió con la historia del año 1571. Baronio publicó muchas otras obras menores, muchas de las cuales encontraron su sitio en los Anales. Su “Vida de San Gregorio Nacianceno se halla en Acta SS., XV, 371-427.


Fuente: Peterson, John Bertram. "Venerable Cesare Baronius." The Catholic Encyclopedia. Vol. 2. New York: Robert Appleton Company, 1907. <http://www.newadvent.org/cathen/02304b.htm>.

Traducido por Pedro Royo. L H M.