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Sábado, 21 de diciembre de 2024

Sexualidad humana: Cristo Redentor de la sexualidad

De Enciclopedia Católica

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Dios creó al hombre a su imagen y semejanza
Caída de Adán. Durero. Nurember, 1504.
Adán y Eva de lucas Cranach, 1528.
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Rubens
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Cristo en cuanto posee con el Padre y su soplo santo y común una misma e idéntica naturaleza divina, crea sin cesar, a partir de la nada, a todos los hombres tal cuales son: almas inmortales sin sexo, pero “informando” una sexualidad psicosomática y cuerpos mortales sexuados. La distinción de los sexos proviene no de un ciego azar o tan sólo de la evolución eventual que la condicionaría, sino, en último análisis, de una sabia disposición de la providencia del Verbo eterno respecto del género humano en el cual quería insertarse, y al que quería conservar con su propia cooperación precisamente mediante esta diferenciación.

Dios no ha hecho nunca una persona humana “asexuada”; cada cual es creado con un sexo determinado. El sexo y la sexualidad, como todos los bienes materiales, psicológicos o espirituales, son objeto de la voluntad de elección del Creador, al mismo tiempo que manifiestan su sabiduría y su poder. Los órganos sexuales y la sexualidad de todos los hombres dependen siempre de Dios creador tanto en lo que se refiere a su existencia como en cuanto a su actividad. Nadie puede ejercer actividad sexual alguna sin el concurso del Verbo creador. El hombre orgulloso, que con tanta facilidad se envanece de su “potencia” sexual, no podrá ejercerla sin el concurso del Todopoderoso porque nunca podrá soslayar su dependencia ontológica con respecto a la acción de Dios. Su “potencia” sexual no es más que un abismo de impotencia ante la omnipotencia de Cristo Creador [1] . Esta sexualidad humana creada por Dios es parte integrante de la persona humana. El ConcilioVaticano II nos habla, a la vez, de la sexualidad del hombre (“indoles sexuales hominis”) [2] y del misterio del hombre[3] . Podemos, pues, legítimamente hablar no sólo de sexualidad humana específicamente distinta de la sexualidad animal – cosa que la simple razón del hombre puede ya discernir[4] , sino también de un misterio de la sexualidad humana, indemostrable por la razón a la que trasciende.

En efecto, en las condiciones actuales del género humano, elevado al orden sobrenatural, caído en el primer Adán y rescatado en el segundo, tanto la humanidad entera y solidaria como cada persona constituyen un misterio en sentido estricto [5] lo mismo en cuanto al cuerpo, destinado a la resurrección, que en cuanto al alma, llamada a la visión beatífica.

Dado que el cuerpo está sexuado y debe recibir al resucitar el efecto beatificador de la divinización consumada del alma, fijada en la visión y en el amor inmutables del Inmutable, es absolutamente imposible negar la divinización (indirecta) del sexo (directo) de la sexualidad psíquica [6] por medio de la gracia de la elevación sobrenatural. Se puede, por lo tanto, decir que la sexualidad participa en el hombre de ese misterio estrictamente dicho que él mismo constituye.

Este misterio del hombre, impenetrable incluso después de la revelación de la elevación sobrenatural y de la redención, puede, sin embargo, ser, por su parte, objeto de una inteligencia real, aunque no exhaustiva, a la luz de la analogía de las realidades que naturalmente pueda conocer, y sobre todo, iluminado por su conexión con los demás misterios revelados y con su fin último y sobrenatural [7].

Desde este punto de vista, una reflexión acerca de los diversos fines de la actividad sexual del hombre divisado hará posible comprender mejor lo que él es. El fin inmediato del acto conyugal es la expresión de amor entre los esposos; su fin mediato, la procreación de otras personas humanas con mira s ala propagación del género humano[8] ; su fin último, la gloria del Padre y del Hijo, en cuanto que están vinculados por el vínculo de su amor, que es el Espíritu. En otras palabras, el misterio de la unión de amor sexual y psicosomático de los humanos tiene por fin último la contemplación amorosa del misterio de la unión de amor, puramente espiritual, del Padre y del Hijo en el Espíritu [9] .

Pero cuando, como consecuencia de la libre correspondencia a un carisma de ese Espíritu, la persona humana prefiere abstenerse de toda la actividad sexual y consagrar totalmente a Dios su sexualidad en la virginidad o con el celibato, el bien de la Iglesia es el fin inmediato de esta consagración de la sexualidad humana, la perfección personal del consagrado su fin mediato [10] .

Con el ejercicio de la virtud, adquirida e infusa, y de la castidad, el hombre creado y divinizado reconoce de manera concreta el dominio supremo que sobre su cuerpo y sobre su alma, sobre su sexualidad psicosomática, tiene Aquel que es a la vez su creador y su fin último. La castidad le encamina hacia ese fin.

La ley natural de la castidad, inscrita por Dios en el corazón del hombre, confirmada y precisada por Cristo, inclina y obliga al hombre a alcanzar la visión de Dios con la pureza del corazón (Rom 2, 15; Mt 5, 8. 27.28) La revelación natural de esta ley natural (cf. Rom 2, 15 y I, 20), los mismo que su confirmación por Cristo, no es más que un complemento de la revelación de Dios vivo acerca de sí mismo como creador señor del cuerpo. Forma parte integrante de la amorosa voluntad slavífica de Crtisto con respecto al cuerpo humano. Se trata de una revelación redentora.

La lujuria, idolatría del cuerpo [11] , manifestación y castigo del orgullo del espíritu (cf. Rom I, 24-25, desconoce a la vez el dominio supremo (cf Rom I, 24-25), desconoce a la vez el dominio supremo del Creador, las aspiración y el gemido del propio cuerpo, destinado a ser resucitado por el Verbo encarnado, y su destino ontológico a la gloria (cf. Rom 8, 19-23; I Cor 15, 21-22).

En cualquier tiempo, pero especialmente en el nuestro, ésta es la forma más práctica de ateísmo práctico de gran número de cristianos de nombre, que hacen profesión de conocer a Dios, pero con su conducta reniegan de Él (Tit I, 16). Significa una opción inhumana del hombre a favor de una sexualidad puramente animal, una deshumanización voluntaria de su sexualidad (en la medida en que eso es posible) y más aún, una rebelión total, psíquica y somática, contra el proyecto divino de divinización de la sexualidad humana, que profana y prostituye lo que se había convertido en sagrado: ¿No sabéis que vuestros cuerpos son miembros de Cristo? ¿Y tomaríamos miembros de Cristo para hacer de ellos miembros de prostituta? (I Cor 6, 15; cf. V. 13 al 20) Pecado contra la voluntad divinizadota de Cristo con respecto a la sexualidad humana, nos invita a considerar el misterio de la redención de la humanidad sexuada por medio delcelibato sacerdotal del Señor.

Bertrand de Margerie S.J.

Transcrito por José Gálvez Krüger para la Enciclopedia Católica.

Tomado de: Cristo, vida del mundo. Biblioteca de Autores Cristianos

Notas

[1] Cf. San Juan de la Cruz, “Subida del monte Carmelo” I 4.

[2]GS 51,3. Distingue claramente sexualidad y lo que es capacidad de engendrar, demostrando la trascendencia de ambos en el hombre sobre el sexo, y la sexualidad en el animal.

[3]GS 22,1.

[4]GS. 51,3.

[5]DS 3005.3016 (DB 1786.1796)

[6]Cf. Nt. 4 y 6 de este capítulo. En sentido estricto, la materia incapaz de conocer y amar a Dios, no puede ser divinizada ni participar en las operaciones íntimas de la vida divina.

[7]DS 3016 (DB 1796).

[8]Cf. D.S 3838 (DB 2295). El fin inmediato es un medio en relación al fin intermedio y al fin último. El fin inmediato del matrimonio coincide, por lo tanto, con uno de sus fines secundarios, mientras que su fin mediato es idéntico a su fin primario. La procreación y educación de los hijos está, en cierto sentido, ordenada a la propagación del género humano (cf. Santo Tomás de Aquino, Suma Teológica 2-2 q. 154 a. 2, comentado por G. de Broglie, S.J. Para la moral conyugal tradicional: Doctor Communis

[9]Cf. Santo Tomás de Aquino, Super evangelium Ionnis lectura, ed. Marietti (Turin-Roma 1852) n. 2214 ( in Io 17, 11b); algunos teólogos, como Héribert Muhlen (Der Heilige Geist als Person, Münster 1967), parangonan correctamente la generación del hijo a partir y por medio de sus padres, como principio único, con la procesión del Espíritu, que procede de las dos personas, del Padre y del Hijo, como de un principio único, lo cual lo de define el concilio de Florencia (DS 1301; DB 691). No sabemos todavía cómo va a acoger la mayoría de los teólogos estos puntos de vista, tan acordes con el principio establecido por Vaticano I, acerca de la analogía en teología (DS 3016; DB 1796)

[10]Pío XII, en su encíclica acerca del Cuerpo místico, subraya que la Iglesia, como toda sociedad, está ordenada al bien de sus miembros, que son personas; y no inversamente (como ocurre con los cuerpos físicos) (AAS 35 [1943] 222; DS 3810).

[11]Cf. AA : “Todavía en nuestros días hay muchos que, fijándose más de lo razonable en los progresos de la ciencia y de la técnica, se inclinan a una especie de idolatría de las cosas temporales, y se convierten en esclavos mas que en señores”. Esto tiene especial aplicación al terreno de la sexualidad