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Martes, 19 de marzo de 2024

Purgatorio y los Padres occidentales

De Enciclopedia Católica

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Tertuliano dice que un presbítero acompañó a un difunto con la oración en el intervalo de tiempo que media entre la muerte y la sepultura. A Tertuliano debemos el conocimiento relativo a la costumbre de ofrecer la Eucaristía por los difuntos en el día de su entierro y en el aniversario de su muerte.

San Cipriano refiere que los obispos, sus antecesores, habían dado una ley, que prohibía a un moribundo constituir a un clérigo en albacea, y que, si alguno hiciese esto, no se ofreciese el sacrificio por él, ya que no merecía ser nombrado en el altar, en la oración del sacerdote, el que quiso separar del altar a los sacerdotes y ministros.

San Ambrosio, escribiendo a un amigo que llora la muerte de su hermana, le hace esta recomendación: “Es más conveniente asistirla con nuestras plegarias que llorarla tanto, sino encomendad su alma a Dios por medio de oblaciones”.

San Jerónimo en su carta a Panmaquio para consolarle por la muerte de su esposa, hace el elogio de su conducta: “Otros colocan sobre la tumba de sus esposas ramos de violetas, de rosas, de lirios, de purpúreas flores, y este es todo su consuelo. Nuestro querido Panmaquio derrama el perfume de la limosna sobre una ceniza santificada, sobre unos huesos venerables. He aquí lo que él hace en su honor, acordándose que está escrito: Como el agua apaga el fuego, así la limosna borra el pecado, (Eccli, 3,33).

San Agustín dice : “No hay que negar que las almas de los difuntos son aliviadas por su piedad de los suyos que viven, cuando se ofrece por ellos el sacrificio del mediador, o en la Iglesia se hacen limosnas. Mas estos sufragios aprovechan a los que cuando vivían merecieron que les fuesen provechosos después de la muerte”. En otra parte el mismo santo Doctor se expresa así: “Todos los fieles saben que la Iglesia tiene por costumbre recitar el nombre de los mártires ante el altar de Dios, donde no se ora por ellos; pero lo hace por los demás difuntos. Pues es injuriar al mártir rogar por él, al cual debemos encomendarnos con nuestras oraciones”. En el libro “De Civitate Dei”: “La “oración de la misma Iglesia o de ciertas personas piadosas es vida a favor de ciertos difuntos, mas no por aquellos que regenerados en Cristo vivieron mal, que no fueron dignos de tal misericordia, ni por aquellos que vivieron tan bien que no tuvieron necesidad de ella”. Finalmente, en el libro “De cura pro mortuis gerenda”: “En los Libros de los Macabeos (2 Mac 12,43) leemos que se ofreció sacrificio por los muertos. Pero aunque en ninguna parte de las antiguas Escrituras se leyese, no es poca la autoridad de la Iglesia universal que resplandece en esta costumbre, cuando en las oraciones del sacerdote que se dirigen al Señor Dios en su altar, tiene su lugar, también, el recuerdo de los difuntos”.

Tomado de Juan Rosanas S.J., El Purgatorio (Tratado Dogmático), Colección Vida Espiritual, Editorial Poblet, Buenos Aires, 1949. Transcrito por José Gálvez Krüger para la Enciclopedia Católica.