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Martes, 19 de marzo de 2024

Codex Amiatinus

De Enciclopedia Católica

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El más célebre manuscrito de la Biblia Vulgata Latina, notable como el mejor testigo del verdadero texto de San Jerónimo y como un estupendo espécimen de caligrafía medieval; se guarda ahora en la Biblioteca Laurentina de Florencia. Su símbolo se escribe am o A (Wordsworth). Se conserva en un inmenso tomo que mide 19 1/4 pulgadas de alto por 13 3/8 de ancho y 7 de grosor---tan impresionante, dice Hort, que llena al espectador con una sensación muy parecida a un temor reverencial. White y otros lo consideran quizás “el libro más bello del mundo”, aunque hay varios manuscritos que están tan bellamente escritos y además tienen, como el Libro de Kells o el Libro de Lindisfarne, esos exquisitos ornamentos de los que carece al Amiatino. Contiene 1029 hojas de fuerte y suave pergamino, que parece fresco hoy a pesar de su gran antigüedad, arreglado sin encuadernar en cuatro hojas, o cuaternidades. Está escrito en caracteres unciales, grandes, claros, regulares y hermosos, dos columnas por página y 43 ó 44 líneas por columna. Con frecuencia se deja un pequeño espacio entre palabras pero en general la escritura es continua. El texto se divide en secciones, que en los Evangelios corresponden cercanamente a las Secciones Amonianas. No hay signos de puntuación, pero el hábil lector era guiado para entender el sentido por un arreglo estequiométrico, similar a un verso, en codas y comatas, que corresponden más o menos a la frase principal y secundarias de una oración. Se cree que el escriba tomó como modelo para este estilo de escritura la gran Biblia de Casiodoro, pero quizás se remonta hasta San Jerónimo. Se puede ilustrar mejor con un ejemplo:

QUIA IN POTESTATE ERAT

SERMO IPSIUS

ET IN SYNAGOGA ERAT HOMO HABENS

DAEMONIUM INMUNDUM

ET EXCLAMAVIT VOCE MAGNA

DICENS

SINE QUID NOBIS ET TIBI IHU

NAZARENE VENISTI PERDERE NOS

SCIO TE QUI SIS SCS DI

ET INCREPAVIT ILLI IHS DICENS


Nótese que la sección "ET IN" y la coda comienzan casi en la misma línea perpendicular, la comata comienza más adentro bajo la tercera o segunda letra y de la misma forma la continuación de dos puntos o coma que corre más allá de una línea sola (ver página facsímil). Este arreglo, además de ayudar a entender el texto, daba a la página una apariencia espaciosa, variada y muy artística. La letra inicial de una sección se escribía frecuentemente en tinta de diferente color, así como la primera línea de un libro. Más allá de eso no había ningún otro intento de decorar el texto.

Se suele decir que el códice (o recopilación) contiene toda la Biblia; pero hay que notar que falta el Libro de Baruc, aunque la Epístola de Jeremías que normalmente forma parte de aquél, aquí va adjunta al Libro de Jeremías. Además del texto de los libros de la Escritura, contiene el "Prologus Galeatus" de San Jerónimo y sus prefacios a libros individuales; los capitula, o resúmenes de contenidos. En el primer cuaternario contiene ciertos materiales que han sido muy discutidos y han resultado muy útiles para trazar la historia del códice, entre ellos versos dedicatorios, un índice de los libros en el códice, un dibujo del Tabernáculo (antes se creyó que era el Templo de Salomón), una división de los libros bíblicos según San Jerónimo, otro de acuerdo con Hilario y San Epifanio y un tercero según San Agustín. Parte de la oración de Salomón (1 Reyes 8,22-30) se reproduce al final de Eclesiástico, en un antiguo texto latino. Ha contribuido grandemente a la discusión sobre su origen una inscripción griega al principio de Levítico, que registra que “el señor Servando preparó” este códice o parte de él.

La recuperación de la historia del Códice Amiatino, que tiene importantes consecuencias en la historia de la Vulgata misma y del texto de la Biblia, se debió a los trabajos de muchos eruditos y a la intuición de un hombre de genio, De Rossi. Al principio del códice, como hemos mencionado, hay ciertos versos dedicatorias; ellos registran el regalo del códice al venerable convento de San Salvador, por un cierto Pedro que era abad en el territorio extremo de los lombardos. El texto latino es el que sigue:

CENOBIUM AD EXIMII MERITO

VENERABILE SALVATORIS

QUEM CAPUT ECCLESIAE

DEDICAT ALTA FIDES

PETRUS LANGOBARDORUM

EXTREMIS DE FINIB. ABBAS

DEVOTI AFFECTUS

PIGNORA MITTO MEI

San Salvador es el nombre de un monasterio sobre el monte Amiata (de ahí Amiatino) cerca de Siena, donde se guardó este códice desde el siglo IX hasta 1786, año en el que se llevó a Florencia tras la supresión del monasterio. Se suponía naturalmente que el códice era un regalo a esa casa, paro nada se sabía del donante. Bandini, bibliotecario de la Laurentina, a cuyas manos fue a parar el códice, se dio cuenta de que los nombres del donante y del receptor del regalo no pertenecían a la dedicatoria inicial. Estaban escritas por una mano diferente sobre partes de la inscripción original, como mostraban las evidentes señales de borraduras. Las letras itálicas de encima eran de la segunda mano, mientras que la letra inicial C de la primera línea y la E en la quinta eran originales. Bandini también se dio cuenta de que cenobium reemplazaba a una palabra más corta y que las últimas cinco letras de salvatoris habían sido escritas en un pergamino que no había sido borrado, de modo que las diez letras de esta palabra reemplazaban a cinco de la palabra original. El metro estaba también completamente equivocado. Encontró la clave para reconstruir las líneas originales en la expresión caput ecclesiae, que pensó que se referían a San Pedro. Y como en el medievo un título favorito para la Sede Apostólica era culmen apostolicum, reconstruyó la línea de esta manera:

CULMEN AD EXIMII MERITO VENERABILE PETRI

La conjetura produjo un verso hexámetro correcto, retenía la C original, aportaba una palabra de longitud apropiada al principio y otra al final, y aportaba un sentido que encajaba perfectamente con las probabilidades del caso. En la quinta línea, en vez de Petrus Langobardorum, Bandini sugirió Servandus Latii, por la inscripción sobre Servando mencionada arriba. Se creía que este Servando era un amigo de San Benito de Nursia al que hizo una visita a Monte Casino en 541 y que era abad de un monasterio cerca de la extremidad del Lacio.

Estas conjeturas fueron aceptadas por el mundo de los eruditos. Tischendorf, por ejemplo, setenta y cinco años después dijo que Bandini había probado tan bien su caso que no quedaba duda alguna. Y en consecuencia se estableció que el Códice Amiatino databa de mediados del siglo VI, que era el más antiguo manuscrito de la Vulgata y que fue escrito en el sur de Italia. Sin embargo, surgieron algunas protestas, como la de Paul de Lagfartde, el cual había editado la traducción de San Jerónimo del salterio hebreo, usando libremente para ese fin un códice del siglo IX. Pensaba, con muy poca imparcialidad, que Amiatino era “con toda probabilidad” de la misma mano del escriba de su salterio del siglo IX, escrito “en Reichenau en el lago Constanza”. Pero, para citar a Corssen, fue Giovanni Battista De Rossi “ese gran sabio romano, cuyas infalible perspicacia y sabiduría descubrieron enseguida el lugar de nacimiento del famoso manuscrito” (Academia, 7 de abril de 1888).

De Rossi siguió a Brandini en su reconstrucción del primer verso, pero pensó que no era probable en realidad que un abad, presentando un libro al Papa en Roma, hablara de “los extremos límites del Lacio”, ya que estaban muy cerca de Roma. Anzizni, el bibliotecario de la Laurentina, le señaló que el espacio borrado para dejar un lugar a Petrus Langobardorum era más grande de lo que requería la conjetura de Bandini. De Rossi estaba entonces ocupado en una investigación sobre la historia antigua de la Biblioteca Vaticana y, recordando un pasaje de Beda, adivinó que el nombre perdido era San Ceolfrido. Las borraduras irregulares, que parecía que se ceñían mucho a las letras, correspondieron perfectamente a esta conjetura. Entonces propuso el verso:

CEOLFRIDOUS BRITONUM EXTREMIS DE FINIB. ABBAS

La frase encajaba exactamente con un abad del fin del mundo, como se consideraba y se llamaba a Inglaterra en aquel entonces; y la historia de Ceolfrido hizo aceptables enseguida las conjeturas de De Rossi, especialmente para los eruditos ingleses. Ceolfrido era el discípulo de San Benito Biscop, quien fundó los monasterios de Wearmouth y Jarrow en Northumberland a finales del siglo VII. En aquellos días Inglaterra era la más devota hija de la Santa Sede, y el abad Benito era entusiasta en su devoción. Sus monasterios dependían directamente de Roma, a donde viajó cinco veces durante su vida, trayéndose consigo libros que le regalaba el Papa. Ceolfrido, que le había acompañado en una de esas visitas, le sucedió en 686 y heredó su gusto por los libros. Beda menciona que había tres recopilaciones de la traducción de San Jerónimo que él había hecho, una de las cuales, cuando ya era anciano (716) decidió llevar a la iglesia de San Pedro de Roma. Murió en el camino, pero su regalo fue entregado al Santo Padre, entonces Papa San Gregorio II. Este es el códice que De Rossi identificó con el Amiatino.

Esta conjetura fue aclamada por todos como un descubrimiento genuino de gran importancia. Sin embargo, Berger puso objeciones a Britonun sugiriendo Anglorum. Hort pronto colocó el asunto más allá de la posibilidad de duda: en una vida anónima de Ceolfrido, la principal fuente de información de Beda, la cual todos pasaron por alto a pesar de haber sido publicada dos veces, Hort encontró la historia de Ceolfrido que viajaba a Roma y llevaba el códice inscrito con los siguientes versos:

CORPUS AD EXIMII MERITO VENERABILE PETRI

DEDICAT ECCLESIAE QUEM CAPUT ALTA FIDES

CEOLFRIDOUS, ANGLORUM EXTIMIS DE FINIBUS ABBAS

etc. A pesar de las variantes, no quedaba duda de la identidad con los versos dedicatorios del Amiatino; Corpus era, por supuesto, el original, no Culmen, y Anglorum, no Britonum; las otras diferencias se debían quizás a un desliz de la memoria, o esta versión puede representar el borrador original de la dedicatoria. El punto principal de De Rossi quedaba así correctamente demostrado. Estableció que el Amiatino se originó en Northumberland hacia comienzos del siglo VIII, habiendo sido hecho, como afirma Beda, por orden de Ceolfrido. Sin embargo, no se deduce que el escriba fuese un inglés, ya que la escritura y ciertas peculiaridades de la ortografía han llevado a varios a pensar que era un italiano. Sabemos que estos dos monasterios habían traído un músico romano para que enseñara a los monjes el canto romano y puede que, para un propósito similar, se hubieran procurado un hábil calígrafo de Italia. La escritura del Amiatino se parece mucho a algunos fragmentos del Evangelio según San Lucas de un manuscrito de Durham, también a fragmentos del Nuevo Testamento encuadernados con el salterio de Utrecht y al San Juan de Stonyhurst. Estos hechos, junto a la afirmación de Beda de que Ceolfrido había escrito tres códices, indican que “había una importante y floreciente escuela de caligrafía en Wearmouth o Jarrow en los siglos VII y VIII de la que hasta hace poco no teníamos conocimiento en absoluto” (White). Esta conclusión se confirma por las peculiaridades en el texto y en algunos de los resúmenes.

El contenido del primer cuaternario del Amiatino coincide tan notablemente con descripciones del célebre Códice Grandior de Casiodoro que se supone que las hojas fueron transferidas de él físicamente. La conjetura se ha vuelto más fidedigna por el hecho de que este códice fue en verdad visto en Inglaterra por Beda, quizás antes de que Amiatino fuese llevado a Roma. Por otra parte, los contenidos de nuestro códice no corresponden exactamente con la lista prefijada que trata de dar los contenidos. Estas razones, sin embargo, probarían solamente que el Códice Grandior sirvió como modelo, lo cual parece indudable; mientras que por otra parte se han aducido razones de peso contra la otra atractiva hipótesis.

A pesar de la disminución de su edad por un siglo y medio, Amiatino mantiene el primer lugar por la pureza del texto entre los manuscritos de la Vulgata. Su excelencia se explica mejor sobre la base de que su prototipo era un manuscrito antiguo italiano, quizá uno de los que trajo a Roma San Benito Biscop, quizás uno que trajo Adriano, abad de un monasterio cerca de Nápoles cuando en 668 acompañó a Benito y a Teodoro a Inglaterra. Es notable que Amiatino y los otros códices de Nortumbria estén más cercanos en el texto a los manuscritos italianos, especialmente del sur de Italia, y a manuscritos que delatan ascendencia italiana. El grupo al que pertenece está muy relacionado con los más estimados de los manuscritos griegos existentes, aleph, B (Ver Manuscritos de la Biblia; Crítica Textual).

El texto del Antiguo Testamento no tiene igual pureza en todas partes; Berger, por ejemplo, nota la inferioridad de Sabiduría y Eclesiástico y Tischendorf la de Macabeos. El salterio no presenta el texto de la Vulgata, sino la traducción de San Jerónimo a partir del hebreo (cf. Salterio; Vulgata). La excelencia del texto Amiatino no es un descubrimiento nuevo; ya era conocido por los revisores sixtinos de la Vulgata que lo usaban constantemente y lo preferían, en general, a los demás. A esto se debe mayormente la comparativa pureza del texto de la Vulgata oficial y su exención de tantas corrupciones encontrados en el texto griego recibido, que se apoya, como es sabido, en algunos de los últimos y más imperfectos manuscritos griegos


Fuente: Fenlon, John FranciSan "Codex AmiatinuSan" The Catholic Encyclopedia. Vol. 4. New York: Robert Appleton Company, 1908. <http://www.newadvent.org/cathen/04081a.htm>.

Traducido por Pedro Royo. L H M.