Evangelios
De Enciclopedia Católica
(Del lat. evangelĭum, y este del gr. evangelión, buena nueva).
- 1. m. Historia de la vida, doctrina y milagros de Jesucristo, contenida en los cuatro relatos que llevan el nombre de los cuatro evangelistas y que componen el primer libro canónico del Nuevo Testamento.
- 2. m. Libro que contiene el relato de la vida y mensaje de Jesucristo.
- 3. m. En la misa, capítulo tomado de uno de los cuatro libros de los evangelistas, que se lee después de la epístola y gradual, y, en ciertas misas, al final de ellas.
- 4. m. Religión cristiana. Convertirse al evangelio.
- 5. m. coloq. Verdad indiscutible. Sus palabras son el evangelio. Decir el evangelio.
- 6. m. pl. Libro, forrado comúnmente en tela de seda, en que se contiene el principio del Evangelio de San Juan y otros tres capítulos de los otros tres evangelistas, el cual se solía poner entre algunas reliquias y dijes a los niños, colgado en la cintura.
- 7. Evangelios sinópticos: m. pl. Los de San Lucas, San Marcos y San Mateo, por presentar tales coincidencias que pueden ser apreciadas visualmente colocándolos juntos. (Fuente: Diccionario de la Real Academia de la Lengua)
La palabra “evangelio” usualmente designa un registro escrito de las palabras y obras de Cristo. Es muy probable que se deriva del anglosajón god (bueno) y spell (decir), y es generalmente tratada como el equivalente exacto del griego euaggelion (eu, bien, argello, traigo un mensaje), y del latín Evangelium, el cual ha pasado al francés, al alemán, al italiano y a otras lenguas modernas. El griego euaggelion originalmente significaba la “recompensa de buenas noticias”. Sus otros significados importantes serán dados en el cuerpo del presente artículo general sobre los Evangelios.
Contenido
Títulos de los Evangelios
Los primeros cuatro libros históricos del Nuevo Testamento llevan títulos (Euaggelion kata Matthaion, Euaggelion kata Markon, etc.), que aunque antiguos, sin embargo, no se remontan a los respectivos autores de esos escritos sagrados. El Canon Muratorio, Clemente de Alejandría y San Ireneo son testigos precisos de la existencia de dichos títulos en la última parte del siglo II de nuestra era. De hecho, la forma en que Clemente (Stromata I.21) y San Ireneo (Contra Herejías III.11.7) los utilizan implica que, ya en esa fecha tan temprana, los presentes nombres de los Evangelios habían estado en uso corriente por algún tiempo considerable. De ahí, se puede inferir que estaban prefijados a las narrativas evangélicas tan temprano como en la primera parte de dicho siglo. Sin embargo, es una posición generalmente aceptada al presente que no se remontan al siglo I de la era cristiana, o por lo menos que no son originales. Se cree que puesto que son similares para los cuatro Evangelios, aunque los mismos Evangelios fueron compuestos con algún intervalo uno del otro, esos títulos no estaban formulados, y en consecuencia, no estaban prefijados a cada narrativa individual, antes de que se hiciera la colección de los cuatro Evangelios. Además, como fue bien señalado por el Prof. Bacon “los libros históricos del Nuevo Testamento difieren de su literatura apocalíptica y epistolar, como los del Antiguo Testamento difieren de sus profecías, en ser invariablemente anónimos y por la misma razón. Las profecías ya sea en el primero o en el segundo sentido, y las cartas, para tener autoridad deben referirse a algún individuo; mientras mayor fuera su nombre, mejor. Pero la historia se consideraba una posesión común; sus hechos hablaban por sí mismos. Sólo cuando la fuente de la recolección común comenzó a mermar, y comenzaron a aparecer diferencias entre los Evangelios exactos y bien informados y los poco confiables… valió la pena para el maestro o apologista cristiano especificar si la representación dada de la tradición corriente era “según” éste o aquél compilador especial, y a especificar sus cualificaciones”. Así aparece que los presentes títulos de los Evangelios no se remontan a los evangelistas mismos.
La primera palabra común a los títulos de nuestros cuatro Evangelios es Euaggelion, algunos de cuyos significados todavía hay que establecer. La palabra, en el Nuevo Testamento, tiene el significado específico de “las buenas nuevas del reino” (cf. [[Evangelio según san Mateo|Mt. 4,23; [[Evangelio según San Marcos|Mc. 1,15). En ese sentido, que debe ser considerado primario desde el punto de vista cristiano, Euaggelion denota las buenas noticias de salvación anunciadas al mundo en relación con Jesucristo, y, en un sentido más general, la revelación completa de la Redención que trajo Cristo (cf. Mt. 9,35; 24,14; etc.; Mc. 1,14; 13,10; 16,15; Hch. 20,24; Rm. 1,1.9.16; 10,16; etc.). Por supuesto, éste era el único significado conectado con la palabra mientras no se hubiese redactado ningún registro auténtico de las buenas nuevas de salvación. De hecho, permaneció como el único uso incluso después de que tales registros escritos habían sido recibidos por algún tiempo en la Iglesia cristiana: como sólo había un Evangelio, esto es, sólo una revelación de la salvación por Jesucristo, así los varios registros de ella no se consideraban como varios Evangelios, sino sólo como diferentes relatos de uno y el mismo Evangelio. Sin embargo, gradualmente un significado derivado fue pareado con la palabra Euaggelion. Así, en su primera Apología (c. LXVI), San Justino habla de las “Memorias de los Apóstoles que son llamadas Euaggelia”, refiriéndose claramente, de este modo, no a la substancia de la historia evangélica, sino a los libros mismos en los cuales estaba registrada. Es cierto que en este pasaje de San Justino tenemos el primer uso indudable del término en ese sentido derivado. Pero ya que el santo Doctor nos da a entender que en su día la palabra Euaggelion tenía ese significado corriente, es sólo natural pensar que ya había sido empleando por algún tiempo antes. Sin embargo, parece que Zahn está correcto en reclamar que el uso del término Euaggelion, con el significado de registro escrito de las obras y palabras de Cristo, se remonta al comienzo del siglo II de la era cristiana.
La segunda palabra común a los títulos de los Evangelios canónicos es la preposición kata “según”, cuyo significado ha sido por mucho tiempo asunto de discusión entre los eruditos bíblicos. Aparte de varios significados secundarios conectados con esa partícula griega, se le han adscrito dos acepciones diferentes. Muchos autores dicen que no significa “escrito por”, sino “redactado según la concepción de” San Mateo, San Marcos, etc. A sus ojos, los títulos de nuestros Evangelios no intentaban indicar autoría, sino establecer la autoridad garantizando lo que se relaciona, del mismo modo que “el Evangelio según los hebreos” o “el Evangelio según los egipcios” no significa el evangelio escrito por los hebreos o los egipcios, sino esa forma peculiar de Evangelio que los hebreos o egipcios aceptaban. Sin embargo, la mayoría de los estudiosos han preferido considerar que la preposición kata denota autoría, casi del mismo modo que, en Diodoro Sículo, la Historia de Herodoto es llamada He kath Herodoton historia. Al presente, se admite generalmente que, si los títulos de los Evangelios canónicos hubiesen querido establecer la autoridad esencial o garante, y no indicar el autor, el segundo Evangelio se llamaría, de acuerdo con la creencia de los tiempos primitivos, “el Evangelio según San Pedro”, y el tercero “el Evangelio según San Pablo”. Al mismo tiempo se cree correctamente que estos títulos denotan autoría, con una sombra peculiar de significado que no es expresado por los títulos prefijados a las Epístolas de San Pablo, al Apocalipsis de San Juan, etc. El uso del caso genitivo en los últimos títulos (Paulou Epistolai, Apokalypsis Ioannou, etc.) no tiene otro objeto que el de adscribir el contenido de tales obras al escritor cuyo nombre llevan. El uso de la preposición kata (según), por el contrario, mientras que se refiere a la composición de los contenidos del Primer Evangelio de San Mateo, a la del de San Marcos, etc., implica que prácticamente los mismos contenidos, la misma buena nueva o Evangelio, ha sido relatada por más de un narrador. Así “el Evangelio según Mateo” es equivalente a la historia del Evangelio en la forma que Mateo la redactó; “el Evangelio según Marcos” designa historia evangélica de otra forma, es decir, la forma en que San Marcos la presentó por escrito, etc. (cf. Maldonado “In quatuor Evangelistas”, cap. I).
Cantidad de Evangelios
El nombre evangelio, designando un relato escrito de las obras y palabras de Cristo, ha sido y todavía es aplicado a un gran número de narraciones relacionadas con la vida de Cristo, que circulaban antes y después de la composición de nuestro Tercer Evangelio (cf. [[Evangelio de San Lucas|Lc. 1,1-4). Nos han llegado los títulos de algunas cincuenta de tales obras, dato que muestra el inmenso interés que se centraba, aun en fechas tempranas, en la Persona y obras de Cristo. Sin embargo, sólo se ha conservado alguna información respecto a veinte de estos “evangelios”. Sus nombres, según dados por Harnack (Chronologie, I, 589 ss.), son los siguientes:
- 1-4. Los Evangelios Canónicos
- 5. El Evangelio según los hebreos
- 6. El Evangelio de Pedro
- 7. El Evangelio según los egipcios
- 8. El Evangelio de Matías
- 9. El Evangelio de Felipe
- 10. El Evangelio de Tomás
- 11. El Proto-Evangelio de Santiago
- 12. El Evangelio de Nicodemo (Acta Pilati)
- 13. El Evangelio de los Doce Apóstoles
- 14. El Evangelio de Basílides
- 15. El Evangelio de Valentino
- 16. El Evangelio de Marción
- 17. El Evangelio de Eva
- 18. El Evangelio de Judas
- 19. El escrito Genna Marias
- 20. El Evangelio Teleioseos
A pesar de la fecha temprana que a veces se reclama para estas obras, no es probable que ninguna de ellas, fuera de nuestros Evangelios canónicos, deba ser contada entre los intentos de narrar la vida de Cristo, de la cual San Lucas habla en el prólogo a su Evangelio. Muchas de ellas, hasta donde se puede descubrir, son producciones tardías, cuyo carácter apócrifo admiten generalmente los eruditos contemporáneos (ver Apócrifo).
Ciertamente es imposible al presente describir la forma precisa en que, de las numerosas obras adscritas a algún apóstol, o que simplemente lleva el nombre de evangelio, sólo cuatro, dos de las cuales no son atribuidas a apóstoles, llegaron a ser considerados como sagrados y canónicos. Sin embargo, continúa siendo cierto que todo el testimonio temprano que tiene una incidencia clara sobre el número de Evangelios canónicos reconoce los tales cuatro Evangelios y más ninguno. Así, Eusebio (m. 340) al juntar los libros del Canon universalmente admitidos, en distinción de aquellos que algunos habían cuestionado, escribe: “Y aquí, entre los primeros, debe ser colocado el santo quatemion de los Evangelios”, mientras que categoriza el “Evangelio según los hebreos” entre los segundos, esto es, entre los escritos disputados (Historia de la Iglesia III.25). Clemente de Alejandría (m. c. 220) y Tertuliano (m. 220) estaban familiarizados con nuestros cuatro Evangelios, y los citaban y comentaban sobre ellos a menudo. Tertuliano habla también de la antigua versión latina conocida por él y sus lectores, y al hacerlo nos remonta más allá de su tiempo. El santo obispo de Lyons, Ireneo (m. 202), quien había conocido a San Policarpo en Asia Menor, no sólo admite y cita nuestros cuatro Evangelios, sino que argumenta que ellos deben ser sólo cuatro, ni más ni menos. Él dice: “No es posible que los Evangelios sean ni más ni menos de los que son. Pues ya que hay cuatro zonas en el mundo en que vivimos, y cuatro vientos principales, mientras que la Iglesia está dispersa a través del mundo, y el pilar y base de la Iglesia es el Evangelio y el Espíritu de vida; es adecuado que tengamos cuatro pilares, respirando la inmortalidad por todos lados y vivificando nuestra carne… Las criaturas vivientes son cuadriformes, y el Evangelio es cuadriforme, como lo es también el curso seguido por el Señor” (Contra Herejías III.11.8).
Alrededor del tiempo cuando San Ireneo dio este testimonio explícito de nuestros cuatro Evangelios, el Canon Muratorio también fue testigo de ellos, como también lo hizo el Peshito y otras traducciones siríacas tempranas, y las varias versiones coptas del Nuevo Testamento. Lo mismo puede decirse respecto a la armonía siríaca de los Evangelios canónicos, que fue ideada por el discípulo de San Justino, Tatiano, y la cual es citada a menudo con el nombre griego de Diatessaron (To dia tessaron Euaggelion). El descubrimiento reciente de esta obra ha permitido a Harnack inferir, por algunos de sus detalles, que estaba basada en otra armonía más antigua de nuestros cuatro Evangelios, la hecha por San Hipólito de Antioquía. También ha puesto a descansar la molestosa pregunta de si San Justino usaba los Evangelios canónicos. “Puesto que Tatiano era discípulo de Justino, es inconcebible que él hubiese trabajado con Evangelios diferentes a los de su maestro, puesto que cada uno sostenía que los Evangelios que usaban eran libros de primera importancia.” (Adeney). Ciertamente, antes del descubrimiento del “Diatessaron” de Tatiano, un estudio imparcial de los escritos auténticos de Justino había aclarado que el santo doctor usaba exclusivamente los Evangelios canónicos bajo el nombre de Memorias de los Apóstoles.
De estos testimonios del siglo II, dos son particularmente notorios, es decir, los de San Justino y San Ireneo. Ya que el primer escritor pertenece a la primera mitad de dicho siglo, y se refiere a los Evangelios canónicos como una colección bien conocida y completamente auténtica, es sólo natural pensar que en la época en que escribió (cerca de 145 d.C.) los mismos Evangelios, sólo ellos, habían sido reconocidos como registros sagrados de la vida de Cristo, y que habían sido considerados como tales por lo menos tan temprano como a principios del siglo II de nuestra era. El testimonio de San Ireneo es aún más importante. “La misma absurdidad de su razonamiento testifica sobre la posición bien establecida lograda en su tiempo por los cuatro Evangelios, con la exclusión de todos los otros. El obispo de Ireneo era Potino, quien vivió hasta la edad de 90 años, e Ireneo había conocido a San Policarpo en Asia Menor. Aquí hay vínculos de conexión con el pasado que van más allá de comienzos del siglo II.” (Adeney)
En las obras de los Padres apostólicos no se halla, ciertamente, evidencia incuestionable a favor de sólo cuatro Evangelios canónicos. Pero esto es sólo lo que se esperaría de las obras de hombres que vivieron en el mismo siglo en el cual se compusieron estos registros inspirados, y en el cual la palabra Evangelio todavía se aplicaba a la buena nueva de la salvación, y no a los relatos escritos sobre ello.
Principales diferencias entre los Evangelios Canónicos y los Apócrifos
Orden de los Evangelios
Clasificación de los Evangelios
Los Evangelios y el evangelio oral
Divergencias de los Evangelios
Bibliografía: Autores católicos: MEIGNAN, Les Evangiles et la Critique (París, 1870); FILLION, Introd. gén. aux Evangiles (París, 1888); TROCHON ET LESÉTRE, Introd. à l'Ecriture sainte, III (París, 1890); BATIFFOL, Six leçons sur les Evangiles (París, 1897); CORNELY, Introd. sp. (París, 1897); JACQUIER, Hist. des Liv. du N. T., II (París, 1905); VERDUNOY, L'Evangile (Paris, 1907); BRASSAC, Manuel biblique, III (Par+is, 1908). No-Católicos: WESTCOTT, Introducción al Estudio de los Evangelios (Nueva York, 1887); WILKINSON, Cuatro conferencias sobre la Historia Primitiva de los Evangelios (Londres, 1898); GODET, Introd. Al Nuevo Testamento. (tr. Nueva York, 1899); ADENEY, Introducción Bíblica (Nueva York, 1904)
Fuente: Gigot, Francis. "Gospel and Gospels." The Catholic Encyclopedia. Vol. 6. New York: Robert Appleton Company, 1909. <http://www.newadvent.org/cathen/06655b.htm>.
Está siendo traducido por Luz María Hernández Medina.