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Viernes, 22 de noviembre de 2024

Hipnotismo

De Enciclopedia Católica

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Por el término hipnotismo o hipnosis (griego hypnos, dormir) entendemos aquí el sueño nervioso, inducido por medios artificiales y externos, que en nuestros días ha sido objeto de experimentación y estudio metódico por hombres de ciencia, médicos o fisiólogos. Sin embargo, no difiere esencialmente del "magnetismo animal" que durante cien años logró tan notable éxito en los salones sin llegar a forzar las puertas de las academias científicas, ni del mesmerismo o el "braidismo" (N. de la T.: práctica del hipnotismo por James Braid, médico británico, a mediados del siglo XIX) que tendrán que ser explicados en el curso de la exposición histórica de este tema. Las causas del hipnotismo se han discutido y todavía están abiertas a discusión; pero lo que se ha comprobado más allá de toda posibilidad de cuestionamiento es la existencia de un tipo especial de sueño, provocado artificialmente por medio de "pases", de sensaciones agudas o prolongadas, de una atención sostenida o de un esfuerzo de la voluntad.

La creencia en un fluido sutil, impalpable, análogo al del magnetismo mineral, pero propio de los seres vivos —el “fluido magnético" o "vital"— no data del siglo XVIII, como algunos han pensado, sino que se remonta a una alta antigüedad. Plinio, Galeno y Aretæus dan testimonio de su existencia. En el siglo XV, Pomponacio observa que "ciertos hombres tienen propiedades saludables y potentes que se transmiten al exterior por evaporación y producen efectos notables sobre los cuerpos que los reciben". Ficino, por su parte, dice que "el alma, afectada por deseos apasionados, puede actuar no sólo sobre su propio cuerpo, sino también sobre un cuerpo vecino, sobre todo si este último es el más débil".

Por último, es Paracelso quien por primera vez (en "De Peste") da cuerpo a la doctrina mediante la hipótesis de un fluido que emana de las estrellas y que pone en comunicación a los seres vivos, así como un poder de atracción que habilita a las personas en buena salud para atraer a los enfermos; compara esta fuerza con la de la magnetita y la llama magnale. Y este es el componente original y fundamental del "magnetismo". La doctrina de Paracelso es retomada y desarrollada más tarde por varios escritores —Bartholin, Hahnemann, Goclénius, Roberti y Van Helmont, el campeón de la "medicina magnética", Robert Fludd, el padre Kircher, autor de un famoso tratado "De arte magneticâ ", Wirdig, Maxwell, Greatrakes, Gassner y otros. No todos experimentan de la misma manera; algunos usan munies (talismanes o cajas mágicas) para dirigir el fluido, otros operan directamente al tocarlos, frotarlos o mediante "pases".

Pero no se encuentra una teoría completa hasta que llegamos a Mesmer (1733-1815). El médico vienés supone que existe un fluido universalmente difundido, tan continuo que no admite ningún vacío, un fluido sutil más allá de la comparación y de su propia naturaleza capacitado para recibir, propagar y comunicar todos los efectos sensibles del movimiento. Propone aplicar el nombre de magnetismo animal a esa propiedad del cuerpo vivo que lo hace susceptible a la influencia de los cuerpos celestes y a la acción recíproca de los que lo rodean, propiedad que se manifiesta por su analogía con el imán. "Es por medio de este fluido", dice, "que actuamos sobre la naturaleza y sobre otros seres como nosotros; la voluntad le da movimiento y sirve para comunicarlo" (Mémoire sur la découverte du magnétisme animal).

Mesmer llegó a París en 1778, expuso públicamente su sistema y pronto ganó nombre y fama. Luego se estableció como sanador y obtuvo algunos resultados exitosos; los enfermos pronto acudieron a él en tal cantidad que no podía tratarlos individualmente, sino que tuvo que agrupar a varios de ellos alrededor de un baquet y magnetizarlos a todos juntos. El baquet magnético funcionó admirablemente. Era una tina común, cerrada con una tapa, de la que salían varias varillas de hierro pulido, dobladas hacia atrás y cada una terminaba en una punta desafilada. Estas barras de hierro, o ramas, conducían el fluido magnético a los pacientes que estaban en el círculo. El baquet era el medio más famoso y popular de producir la condición magnética, pero no el único.

Mesmer utilizó otros métodos muy parecidos a los que emplean los hipnotizadores hoy en día: movimientos del dedo o de una pequeña varilla de hierro ante el rostro, fijar los ojos del paciente en algún objeto, aplicación de las manos en el abdomen, etc. Mesmer, lamentablemente, se ocupó de los enfermos, y alrededor de su baquet tuvo la oportunidad de observar más ataques y convulsiones histéricas que estados de sonambulismo. Pero estas "convulsiones" de un nuevo tipo, lejos de dañar al magnetizador o desacreditar su método, aumentaron su crédito y su renombre. La Academia, con prejuicios contra el innovador y disgustada por la ruidosa publicidad que estaba recibiendo, no podía permanecer ajena a los resultados que producía; pronto tuvo que ceder a la presión de una opinión pública excitada y entusiasta. En 1784 se nombró una comisión para examinar la teoría y la práctica de Mesmer; entre sus miembros se encontraban los sabios más ilustres de la época: Bailly, Lavoisier, Franklin, De Jussieu. Era inevitable rendirse a las pruebas presentadas y reconocer la realidad de los hechos; pero todos los miembros de la comisión, con la única excepción de De Jussieu, se negaron a atribuir los hechos a otra causa que no fuera la imaginación o la imitación.


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Fuente: Surbled, Georges. "Hypnotism." The Catholic Encyclopedia. Vol. 7, págs. 604-610. Nueva York: Robert Appleton Company, 1910. 17 Jul. 2021 <http://www.newadvent.org/cathen/07604b.htm>.

Está siendo traducido por Luz María Hernández Medina.