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Viernes, 22 de noviembre de 2024

Arrio

De Enciclopedia Católica

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Heresiarca, nació alrededor de 250, murió en 336 d.C. Se dice que era de ascendencia libia y que su padre se llamó Amonio. En el 306, Arrio, que había aprendido sus puntos de vista religiosos de Luciano, el presbítero de Antioquía y después mártir, se puso de parte de Melecio, un cismático egipcio, contra Pedro, obispo de Alejandría. Siguió una reconciliación y Pedro ordenó diácono a Arrio. Discusiones posteriores llevaron al obispo a excomulgar a este inquieto eclesiástico que, sin embargo, se ganó la amistad de Aquilas, sucesor de Pedro, que le ordenó presbítero en 313 y le puso a cargo del muy conocido distrito de Alejandría, llamado Baucalis. Esto permitió a Arrio exponer las Sagradas Escrituras oficialmente y ejerció mucha influencia cuando en 318 estalló su disputa con el obispo Alejandro, sobre la verdad fundamental de la sustancia y filiación divina de Nuestro Señor (ver Arrianismo). Mientras muchos prelados sirios seguían al innovador, él fue condenado en Alejandría en 321 por su diocesano en un sínodo de cerca de cien obispos egipcios y libios.

Destituido y excomulgado, el heresiarca huyó a Palestina. Dirigió una declaración de principios completamente, a Eusebio de Nicomedia que aun así se convirtió en su defensor de por vida y quien había ganado la estima de Constantino por sus logros mundanos.

En su casa el proscrito, siempre un escritor dispuesto, componía en verso y en prosa una defensa de sus principios que llamó "Thalia", del que han sobrevivido algunos fragmentos. También se dice que publicó canciones para los marineros, molineros y viajeros con las que ilustraba su credo. Era un hombre más alto de lo normal, delgado, ascético y severo, descrito con vivos colores por Epifanio (Heresies, 69, 3); pero su carácter moral nunca fue juzgado excepto dudosamente de ambición por Teodoreto Debía ser ya de edad avanzada cuando, tras inútiles negociaciones y una visita a Egipto, apareció en Nicea en el año 325, donde la confesión de fe que presentó fue completamente destrozada. Más de trescientos obispos lo anatematizaron junto con sus escritos y sus seguidores y fue desterrado al Ilírico. Dos prelados compartieron su destino: Tehonas de Marmarica y Secundus de Ptolemaida. Sus libros fueron quemados.

Los arrianos, junto con sus amigos melecianos, crearon dificultades en Alejandría. En 328, Eusebio de Nicomedia, mediante cartas indulgentes, persuadió a Constantino que le llamara del exilio. El emperador no sólo permitió su vuelta sino que ordenó a San Atanasio que le reconciliara con la Iglesia. Ante la negativa del santo, siguieron los disturbios.

El arreglado y parcial Sínodo de Tiro en el año 335 depuso a Atanasio con cargos fútiles. Ahora se perseguía a los católicos; Arrio tuvo una entrevista con Constantino y sometió un credo, que el emperador juzgó ortodoxo. Por un rescripto imperial Arrio le requirió a Alejandro de Constantinopla que le diera la Comunión; pero el golpe de la Providencia derrotó un intento que los católicos consideraban un sacrilegio. El heresiarca murió repentinamente y fue enterrado por su propia gente.

Él tenía modales persuasivos, un estilo evasivo y un temperamento polemizador, pero en la controversia que lleva su nombre solo importó al principio. No representaba la tradición de Alejandría, sino las sutilezas tópicas de Antioquía. De ahí que su desaparición de la escena no detuvo a con los combatientes ni terminó la lucha que él había imprudentemente provocado. Teólogo de partido, no tenía los rasgos del genio; y él fue el producto, no el fundador, de una escuela.


Bibliografía: SOZOMEN, H.E., 1, 68, 69; THEODORET, H.E., 1; SOCRATES, H.E., 1; PHILOSTORG., 1; ATHAN., De Synodis; EUSEB., De Vita Constantini; RUFIN., H.E., 1; TRAVASA, Vita di Ario (Venice, 1746); GIBBON, XXI; NEWMAN, Arrianos, 2, 3; Tractos, Causas del Arrianismo. Ver también ARRIANISMO.


Fuente: Barry, William. "Arius." The Catholic Encyclopedia. Vol. 1. New York: Robert Appleton Company, 1907. <http://www.newadvent.org/cathen/01718a.htm>.

Traducido por Pedro Royo. L H M