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Domingo, 22 de diciembre de 2024

Teatro: Teatro nobiliario y espectáculos urbanos en el siglo XVII

De Enciclopedia Católica

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A lo largo de las páginas anteriores me he referido en numerosas ocasiones a los espectáculos barrocos que tenían lugar en las Entradas, Recibimientos y otras solemnidades, y he hecho repetida alusión a los espectáculos taurinos, mascaradas, juegos de sortija, carros engalanados y arquitecturas efímeras que acompañaban los festejos.

Nunca falta en el Barroco pretexto para la fiesta con la que el urbanismo y la arquitectura de la época adquieren su verdadero sentido: natalicios regios, canonizaciones, proclamaciones reales, consagraciones de edificios religiosos y los más variados acontecimientos son celebrados con procesiones gremiales, máscaras, toros y representaciones teatrales en las que las plazas y balcones se convierten en escenarios y plateas para el espectáculo urbano.

Entre los nacimientos de príncipes que sabemos se celebraron en Galicia en la época que nos ocupa destacan los de Felipe II (1527), su hija Isabel Clara Eugenia (1566) y Felipe IV (1605); en las canonizaciones sobresalen la de San Ignacio en 1622, solemnizada con un espectacular octavario de festejos, (aunque con menos solemnidad ya se había celebrado su beatificación en 1610) y la de Santo Tomás de Villanueva, arzobispo de Valencia, cuya elevación a los altares en 1658 fue seguida en los dos años siguientes por grandes fiestas en todos los reinos peninsulares. En el capítulo de las consagraciones e inauguraciones tenemos noticias, entre otras, de las de San Martín Pinario en 1648 y la Iglesia de la Compañía en 1673, ciñéndonos sólo a la ciudad de Santiago en la que también se celebraron con festejos y representaciones teatrales en 1630 y 1680 el triunfo en los pleitos del compatronazgo.

Por lo que respecta a las proclamaciones reales, eran fiestas con motivaciones políticas y de propaganda monárquica. Al principio se trataba de una ceremonia muy sencilla: el pueblo era convocado ante la Casa Consistorial y un oficial (desde Felipe II el Alférez Mayor) alzaba los pendones del nuevo rey, proclamaba el comienzo de su reinado y el pueblo gritaba tres ¡Vivas!. Posteriormente la ceremonia se fue complicando y se procuró la participación del clero, de las autoridades con trajes de gala y de los gremios que representaban un número musical o de danza ante el Ayuntamiento.

En Galicia hay noticias de la proclamación de Felipe II en 1556 en A Coruña donde se elevaron pendones con las armas del rey, del reino y de la ciudad “el cual pendón ha de ser de tafetán colorado con sus borlas y cordones y bordadura”, y se corrieron tres toros por las calles. No sabemos si en estas fechas había espectáculos de mayor entidad como sucedía en siglos posteriores en los que era costumbre que los regidores saliesen del ayuntamiento a caballo con porteros, timbales y clarines, dirigiéndose a la casa del Alférez Mayor que acudía engalanado con su caballo (a veces de luto por el rey muerto), rodeado de lacayos y portando el pendón. Cabalgaban todos hasta la casa consistorial donde tenía lugar la proclamación en un tablado levantado al efecto y después había desfile por las calles, cohetes, salvas, y en ocasiones se erigían arcos de madera. Terminado todo había baile y se daba un “refresco” al pueblo en el que se gastaban respetables cantidades.

Un acontecimiento que proporcionaba un inmejorable pretexto para la fiesta era la firma de tratados de paz o la celebración de victorias militares que en ocasiones podían escenificarse ante el pueblo que acudía al festejo. Sin llegar a ser una auténtica representación, la fiesta que tuvo lugar en Pontevedra para celebrar la firma de la paz de Chateau-Cambresis en 1559 consistió en un espectáculo parateatral que presentó a los ciudadanos un suntuoso cortejo integrado por los protagonistas del acuerdo: el Papa Pio V, Felipe II, su padre el Emperador ya fallecido y el rey de Francia Enrique II, que montados en “sendas mulas muy ataviadas” y con el San Miguel de la Moureira “armado de todas armas, caballero en un hacaneo” recorrieron acompañados por las danzas gremiales las calles de la población.

Incluso “paces” locales daban lugar a festejos que pervivían en el tiempo como la “representación y otras invenciones de regocijo” que se celebraban anualmente en Betanzos durante los siglos XVI y XVII en recuerdo de la paz establecida entre dos familias enemigas de la nobleza local: los Vilouzás y los Pardo; fiestas que consistían al parecer en unas justas ficticias presididas por un “Rey”, una “Reina” y un “Conde”.

En la Galicia de la Edad Moderna, como en el resto de España y de Europa, la fiesta, la liturgia y el teatro se entremezclan con la vida para convertirse en espectáculo urbano casi con cualquier pretexto. Aunque escapa ligeramente de los límites cronológicos de este estudio, es ejemplar de esta tendencia el conjunto de festejos que tuvieron lugar en A Coruña en 1674, organizados por la Real Audiencia con motivo de la captura y ejecución de un vecino del coto de Anca (Neda), conocido como el Bureleiro, que se confesó autor de una serie de profanaciones de iglesias en la zona de Betanzos que habría cometido instigado por el vecino de Bayona (Francia) Juan Brache “de profession judio”. Esto dio pié a la realización de fiestas “en desagravio de la Magestad de Christo Sacramentado” para las cuales se levantó un espectacular monumento en la Iglesia de San Francisco que “fue en sentir de todos los que juzgan, entendida y desapasionadamente, el mas suntuoso, grave y aliñado que se ha visto en esta Ciudad y Reyno, y pudiera merecerse la admiracion, y aplauso en cualquiera de los demas Reynos de España, donde suele ser mas frequente, y esmerada la curiosidad”.

A juzgar por la descripción que de él se nos ha conservado y aún descontando la tópica hipérbole del género, debió de ser de notable espectacularidad con sus efectos lumínicos, sus pirámides escalonadas, pinturas, cielos concéntricos y colgaduras que fueron traídas desde Monforte.

El 19 de Noviembre de 1674 hubo por la mañana Misa solemne, se inauguró el monumento, se pronunciaron tres sermones y se colgaron en el pórtico del convento franciscano las composiciones (villancicos, endechas, coplas...) realizadas para la ocasión. Por la tarde hubo música a cargo de toda la capilla de la Catedral de Santiago que se desplazó a Coruña para la fiesta, y “diferentes danças y representaciones que en esta Ciudad se executan con gran propiedad y gala”. Al atardecer hubo fuegos artificiales y por la noche luminarias y procesión de los “caladiños”.

La convivencia en estos festejos de lo sagrado y lo profano, de la liturgia, la literatura, el arte efímero y el teatro, la música y la danza, dan la medida exacta de lo que fue el espectáculo urbano del barroco en Galicia. En la mayoría de estas fiestas el espectáculo callejero se completa con representaciones teatrales patrocinadas por cabildos, ayuntamientos, gremios y cofradías o por los miembros de las principales casas de la nobleza gallega como los Lemos, los Andrade o los Azevedo y Zúñiga que organizaron festejos y representaciones teatrales en sus señoríos de Monforte, Pontedeume o Monterrei.

En el caso de Monforte, se conservan noticias muy precisas de los festejos y representaciones patrocinados por los VII Condes de Lemos, D. Pedro Fernández de Castro y Dª Catalina de la Cerda y Sandoval en 1619 (4-7 de agosto) con motivo de la inauguración del Colegio de Santa María de la Antigua, en 1620 (6-11 de septiembre) con ocasión de unas fiestas de la Virgen del Rosario de cuya cofradía eran Mayordomos los Condes ese año, y en 1622, 1634 y 1646 por diferentes efemérides del convento de Santa Clara de la localidad.

En todas estas ocasiones, además de los habituales desfiles, máscaras, entremeses, toros y juegos de cañas, presentes en toda fiesta urbana del Barroco, se representaron obras teatrales en castellano siguiendo los deseos del Conde, gran aficionado al teatro, mecenas de dramaturgos como Cervantes, Lope y Quevedo y autor él mismo de varios poemas, del famoso opúsculo reivindicativo del voto en Cortes para Galicia (El Búho gallego) y de dos comedias perdidas: una, titulada La casa confusa, representada ante la corte de Felipe III en la iglesia del Convento de las Dominicas de San Blas de Lerma el 16 de octubre de 1617; y otra, de título desconocido, representada en Monforte en 1620 con ocasión de las fiestas del Rosario.

En los festejos monfortinos de 1619 se representó el domingo 4 de agosto la Comedia Margarita que resultó “muy lucida asi por la música, que da vida a las comedias, como por representar los mejores oficiales que hay en esta tierra, saliendo todos costosa y biçarramente dispuestos”. A continuación hubo danzas, música, toros, juegos de cañas... y se levantó un gran castillo del que salía una “sierpe de inmensa grandeza, que por siete cabezas echaba fuego a porfia, y esparziendo por todos lados coetes lançaba lo que traía en el estomago”. El lunes y martes hubo de nuevo danzas, música y juegos y el miércoles se puso en escena la Comedia de Pulqueria que “Salió muy bien por el aparato tan grande que tenía, que adornaba sobremanera y por representarse como se podía desear...”.

Extraordinaria suntuosidad tuvieron las fiestas de 1620, publicitadas en todo el reino y a las que acudió la práctica totalidad de la nobleza gallega y numerosos caballeros castellanos y portugueses para participar en los juegos de cañas. Su espectacularidad las sitúa al nivel de cualquiera de las del resto de la Península y en Galicia no debieron de tener parangón a juzgar por los relatos que insisten en el asombro de los espectadores incluidos los portugueses y los nobles de la corte.

Entre banquete y banquete tuvieron lugar las habituales corridas de toros, juegos de cañas, desfiles de máscaras, danzas, foliones, música y una representación nocturna de la Guerra de Troya en el campo del Colegio de la Compañia, el cual fue iluminado con hogueras y cercado con tablas levantándose en su centro un “lienço de muro almenado y torreado” representando la ciudad de Troya que fue atacada en primer lugar por “dos grandes serpientes que con su iluminación volaron contra el muro (...) arroxando de si multitud de coetes de varias formas, y en él prendieron imnumerables ruedas y artificios que le aclararon, de suerte que parecía arderse todo”, a continuación pasó a la carga una escuadra de navíos “llevando dentro cada uno ocho mosqueteros (...) disparando y iendo alrasando con estruendo terrible” y, por último, apareció un caballo de madera “figura del preñado Paladión, tan grande que pudieran caver dentro cinquenta hombres”.

Los que con “espadas, rodelas, montantes y lanzas de fuego” habían defendido hasta entonces la fortaleza vieron como el caballo, “acompañándole gran número de gaytas con el tropel del pueblo”, arrojó por su boca grandes llamaradas que prendieron en los muros y almenas de la ciudadela quemándola y ardiendo también él en la hoguera, al tiempo que por la plaza salía un toro de madera sobre ruedas que según el cronista, era tan real que uno de los perros del Conde hizo presa en su oreja y no quiso soltarlo hasta que toro fue quemado al final del festejo.

Hubo también, como no podía ser menos, misas y sermones, y se representaron en el claustro del convento de San Vicente dos piezas teatrales: una Comedia del Rosario escrita por Lope de Vega para la ocasión “con muchas y bien executadas apariencias, que entretubo y deleitó, fortaleciendo y aumentando la devocion del Rosario” y otra de título desconocido obra como hemos visto del Conde D. Pedro Fernández de Castro: “comedia grave, cortesana y festicia, compuesta por el propio Conde, que dio mucho gusto por guardar en su composición todo el rigor del arte”.

En cuanto a los festejos de 1622, 1634 y 1646 fueron de menor entidad y esencialmente religiosos pero asistió a ellos una nutrida representación de la nobleza gallega, la capilla de cantores de la Catedral compostelana y el propio arzobispo de Santiago, junto a los obispos de Ourense y Astorga, que acudió a los de 1646 celebrados del 27 al 30 de agosto para solemnizar la inauguración del edificio definitivo del convento y su iglesia. En estos últimos se hicieron espectaculares procesiones, se levantaron altares urbanos ante los que se cantaron motetes y villancicos, se representaron “bonitas y muy edificantes comedias” y tuvo lugar un torneo a pié.

Por lo que respecta a Monterrei y Verín, las noticias son menos abundantes pero sabemos que también hubo representaciones, no sólo en el colegio de los jesuitas, sino también en las plazas públicas con asistencia de gentes de los alrededores, tanto en el Corpus como en otras festividades. Los condes de Monterrei, del linaje de los Zúñiga-Acevedo, aunque sólo residieron esporádicamente en la villa, edificaron en ella un elegante palacio y patrocinaron algunos festejos y espectáculos.

Hubo también representaciones teatrales en la iglesia parroquial de Verín a juzgar por Libro de Visitas en el que consta una prohibición de 1635 por la que se ordena que “no agan ni representen comedias ningunas dentro desta iglesia atento a la grande yndecencia que dello se sigue y otros muchos ynconbinientes”.

En el caso de Pontedeume, tenemos algunas noticias de Recibimientos espectaculares y de fiestas en el desaparecido palacio de los condes en Pontedeume, tanto durante la época de los Andrade como cuando el título pasó a la casa de Lemos. Ya en 1427-28, cuando visitaron Galicia el infante Don Enrique de Aragón y el Conde de Haro, Nuño Freire de Andrade “O Mao” agasajó a los huéspedes con una serie de festejos y banquetes pantagruélicos que resultaron memorables para los cronistas y provocaron no pocos conflictos con los vasallos obligados a pagarlos.

La afición a los excesos en el boato la heredó su hijo, Fernán Pérez de Andrade II, que se desplazaba siempre con “...quando menos veinte (...) peones, muchos pajes y moços de cámara, con todos los ofiçios que entonçes podía traer un gran señor. Traía continuamente dos o tres trompetas”.

Mantuvieron el estilo fastuoso de la casa sus sucesores, Diego de Andrade (“Traía su estado cumplido, atabales y tamboril, y treinta peones continuos”) y su hijo el conde Fernando de Andrade que organizaba fiestas a principios del siglo XVI en sus palacios de A Coruña y Pontedeume para entretener a su mujer, la siempre aburrida condesa Dª Francisca de Zúñiga. Al parecer lo más frecuente en estas fiestas eran las partidas de naipes, a los que la condesa era muy aficionada, pero de acuerdo con las declaraciones de varios testigos del pleito Monterrei-Lemos el conde organizaba también “justas e torneos e juegos de cañas”.

De finales del siglo XVI, se conserva un texto de teatro nobiliario: el fragmentario Diálogo de Alberte e Bieito, totalmente en gallego, probablemente representado en Pontevedra y relacionado, según sus editores, Rosario Álvarez y Xosé L. Rodríguez Montederramo, con la estancia en Galicia del primer conde de Gondomar (D. Diego Sarmiento de Acuña) entre 1595-96.

Conservado en un Ms. del Archivo de la Casa de Alba (ADA 124/207), pero muy dañado en el incendio del Palacio de Liria de 1936, solo pueden leerse completos 188 de sus 602 versos y unos 100 parcialmente. El argumento de la obra es muy sencillo y refleja la situación de pobreza y crisis económica de Galicia en esa época, agravada por los abusos de la justicia y la soldadesca que pululaba por caminos y villas. La obra comienza con unas 'Cantigas' en 'off' que atraen la atención de Bieito, un anciano labrador de la aldea de Gargallóns (Campo Lameiro) que aparece en escena e inicia su parlamento interrogándose en voz alta sobre las voces que escucha, las cuales proceden de su sobrino Alberte, que retorna a casa después de una penosa experiencia y físicamente maltrecho. El encuentro alborozado entre ambos tiene lugar, a la caída de la tarde, en el camino que conduce a su aldea y allí, parados en una encrucijada, comienza el diálogo, en el que se hace un repaso de las penurias, desgracias y abusos sufridos por ambos. Por lo que respecta a su forma métrica, está escrito en quintillas con el primer verso de pié quebrado, en rima consonante 4a-8a-8b-8b-8a.


Desa sorte parece que todo é morte, pois non queda can nen gato que mirando ben seu trato en todo non desconforte.


El teatro nobiliario del siglo XVII no ha dejado muchas más noticias pero debió de estar bastante extendido y contar incluso con la participación de la propia nobleza como sucedió en A Coruña en 1673 cuando los familiares y amigos del VI Conde de Aranda, entonces Capitán General de Galicia, representaron una comedia en su palacio en el contexto de las fiestas celebradas en la ciudad con motivo del cumpleaños de la Reina Gobernadora y contando con la asistencia de una nutrida representación de la sociedad coruñesa.


[1] © Julio I. González Montañés 2002-2009.


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