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Jueves, 28 de marzo de 2024

Diferencia entre revisiones de «San Gregorio de Tours»

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Nació en el 538 o 539 en la Auvernia, la actual Clermont-Ferrand y murió en Tours el 17 de Noviembre del 593 o 594. Descendía de una distinguida familia galorromana y estaban emparentados estrechamente a las familias galas más ilustres. Su nombre de pila fue Georgius Florentius, pero en memoria de su bisabuelo materno, Gregorio, Obispo de Langres, adoptó más tarde el nombre de Gregorio. Siendo muy joven perdió a su padre y fue a vivir con su tío Gallus, Obispo de Clermont, bajo quien fue educado en todo lo eclesiástico a la manera de entonces. Una recuperación inesperada de una grave enfermedad movió su mente hacia servir a la Iglesia. Gallus murió en el 554 y la madre de Gregorio se fue a vivir con unos amigos de Borgoña dejando a su hijo en Clermont al cuidado de Avitus, un sacerdote, que sería más tarde Obispo de Clermont (517-594).
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==Su Vida==
  
Avitus dirigió a su alumno al estudio de las Escrituras. Según Gregorio, la retórica y la literatura profana fueron tristemente ignoradas en su caso, omisiones que en su vida posterior lamentaría seriamente. En sus escritos se queja de su ignorancia en las reglas de la gramática, de confundir los géneros, mal empleo de los casos, no entendía el uso correcto de las preposiciones ni la sintaxis de las frases, autocensurándose que tal necesidad no se tomó demasiado en serio. Gregorio supo de gramática y literatura al igual que cualquier hombre de su tiempo; puede ser que fingiera cuando se propone como poco instruido; quizá esperara recibir alabanzas por su aprendizaje. Eufronius, Obispo de Tours, murió en el 573, y Gregorio le sucedió, Sigiberto I era entonces Rey de Austrasia y Auvernia (561-576). La muerte de Chariberto (567) le había hecho señor de Tours. El nuevo rey era conocido por Gregorio que insistió que en atención a los deseos del pueblo de Tours él debía ser su obispo; y así vino a ser que Gregorio fue a Roma para ser consagrado. El poeta, Fortunatus, celebró la elevación del nuevo obispo en un poema lleno de entusiasmo, sincero en absoluto de sus defectos ("Ad cives Turonicos de Gregorio episcopo"). Gregorio justificó esta confianza, y su gobierno episcopal eran muy loable para él y útil para su grey; las circunstancias de aquel tiempo ofrecían dificultades peculiares para el oficio de obispo que eran onerosas desde un punto de vista civil y religioso.  
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'''San Gregorio de Tours''' nació en 538 o 539 en Arverni, la moderna [[Diócesis de Clermont |Clermont-Ferrand]]; murió en [[Tours]] el 17 de noviembre de 593 o 594.  Descendía de una distinguida [[familia]] galorromana y estaba emparentado estrechamente a las más ilustres casas de [[la Galia Cristiana |la Galia]].  Originalmente fue llamado Georgio Florencio, pero en memoria de su bisabuelo materno, Gregorio, [[obispo]] de [[Langres]], adoptó más tarde el nombre de Gregorio.  Siendo muy joven perdió a su [[padres |padre]] y fue a vivir con su tío Gallo, obispo de Clermont, bajo quien fue [[educación |educado]] según el modo de todos los [[clérigo |eclesiásticos]] de su tiempo.  Una recuperación inesperada de una grave enfermedad movió su [[mente]] hacia el servicio de [[la Iglesia]].  Gallo murió en el 554 y la madre de Gregorio se fue a vivir con unos amigos de [[Borgoña]] y dejó a su hijo en Clermont al cuidado de Avito, un [[sacerdote]], que sería más tarde obispo de Clermont (517-594).
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Avito dirigió su [[discípulo]] hacia el estudio de las [[Biblia |Escrituras]].   Según Gregorio, la retórica y la literatura profana fueron lamentablemente descuidadas en su caso, omisiones que lamentaría seriamente en su vida posterior. En sus escritos se queja de su [[ignorancia]] de las leyes de la gramática, de confundir los géneros, del empleo de casos incorrectos, de no entender el uso correcto de las preposiciones ni la sintaxis de las frases, auto reproches que no necesitan ser tomados en serio.   Gregorio [[conocimiento |conocía]] la gramática y literatura tan bien como cualquier [[hombre]] de su tiempo; es una mera afectación de su parte cuando finge estar mal instruido; quizá con ello esperaba recibir alabanzas por su aprendizaje.
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Eufronius, [[obispo]] de [[Tours]], murió en el 573, y Gregorio le sucedió; Sigiberto I era entonces rey de Austrasia y Auvernia (561-576). La muerte de Cariberto (567) le había hecho señor de Tours.   El nuevo rey conocía a Gregorio e insistió que, en deferencia a los deseos del pueblo de Tours, él debía ser su obispo; y así vino a ser que Gregorio se fue a [[Roma]] para ser [[consagración |consagrado]]. El poeta [[Fortunato]] celebró la elevación del nuevo obispo en un poema lleno de entusiasmo sincero a pesar de sus defectos (N. de la T.: los defectos del poema) ("Ad cives Turonicos de Gregorio episcopo"). Gregorio justificó esta confianza, y su gobierno episcopal fue altamente loable para él y útil para su rebaño; las circunstancias de aquel tiempo ofrecían dificultades peculiares, y el oficio de obispo era oneroso desde un punto de vista civil y [[religión |religioso]].
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==Gregorio como Obispo==
  
I. GREGORIO COMO OBISPO
 
 
Emprendió con gran celo la dura labor que le fue impuesta. En el pasado reciente el Rey Clodoveo había usado y abusado de su poder, pero sus servicios al orden social y la fama de sus hazañas justificaron los abusos de su reinado para ser en gran parte perdonados. Sus herederos, sin embargo, tuvieron menos méritos, y cuando buscaban aumentar su autoridad mediante actos violentos, provocaron una guerra civil casi inacabable. El poder suplantó al derecho de tal modo que su misma noción tendió a hacerlo desaparecer. La violencia bárbara y la crueldad estaban desenfrenadas por todas partes. Durante la guerra entre [los reyes] Sigiberto y Chilperico, Gregorio no pudo refrenar su justa indignación a la vista de las aflicciones de sus pueblos. "Esto", escribió, ha "sido más perjudicial para la Iglesia que la persecución de Diocleciano". En la Galia, al menos, cosas como ésta pudieron pasar. Las tribus teutónicas recientemente establecidas en la Galia, o vagabundeando a lo largo de todo el Imperio romano, eran conscientes de su poder físico y estaban poco dispuestas para reconocer cualquier derecho salvo el de conquista. Sus jefes exigían cuánto deseaban y el ejército tomaba el resto. Cualquiera que osara oponérseles era expulsado rápidamente de la manera más despiadada. La civilización en la que tan de repente entraron les era una fuente de molestia y confusión; los placeres materiales les atrajeron mucho más que los altos ideales de la vida romana. La embriaguez era común en todas las clases, e incluso la castidad proverbial de los francos fue pronto una gloria del pasado. La venganza desplazó a todo freno de la religión; el poderoso y el humilde, clero y laicos, era una ley hacia ellos mismos. Se pensaba popularmente que la reina Clotilde, modelo de las mujeres, había nutrido sentimientos de venganza contra los Burgundios durante más treinta años (vea, sin embargo, para su rehabilitación, G. Kurth, "Sainte Clotilde", 8. el ed., París, 1905, y el artículo CLOTILDE). Guntram, uno de los mejores reyes francos, condenó a muerte a dos médicos porque fueron incapaces de curar a la reina Austrechilde. Esta fue la clase moral de las clases altas y hace innecesario hablar de la de la multitud de los Galo-francos. Grande fue el honor de San Gregorio que en medio de estas condiciones cumplió su oficio de obispo con valor admirable y firmeza. Sus escritos y sus acciones nos muestran que estuvo sensiblemente preocupado por los intereses espirituales y temporales de su pueblo a quienes protegió como mejor pudo contra las arbitrariedades del poder civil.  
 
Emprendió con gran celo la dura labor que le fue impuesta. En el pasado reciente el Rey Clodoveo había usado y abusado de su poder, pero sus servicios al orden social y la fama de sus hazañas justificaron los abusos de su reinado para ser en gran parte perdonados. Sus herederos, sin embargo, tuvieron menos méritos, y cuando buscaban aumentar su autoridad mediante actos violentos, provocaron una guerra civil casi inacabable. El poder suplantó al derecho de tal modo que su misma noción tendió a hacerlo desaparecer. La violencia bárbara y la crueldad estaban desenfrenadas por todas partes. Durante la guerra entre [los reyes] Sigiberto y Chilperico, Gregorio no pudo refrenar su justa indignación a la vista de las aflicciones de sus pueblos. "Esto", escribió, ha "sido más perjudicial para la Iglesia que la persecución de Diocleciano". En la Galia, al menos, cosas como ésta pudieron pasar. Las tribus teutónicas recientemente establecidas en la Galia, o vagabundeando a lo largo de todo el Imperio romano, eran conscientes de su poder físico y estaban poco dispuestas para reconocer cualquier derecho salvo el de conquista. Sus jefes exigían cuánto deseaban y el ejército tomaba el resto. Cualquiera que osara oponérseles era expulsado rápidamente de la manera más despiadada. La civilización en la que tan de repente entraron les era una fuente de molestia y confusión; los placeres materiales les atrajeron mucho más que los altos ideales de la vida romana. La embriaguez era común en todas las clases, e incluso la castidad proverbial de los francos fue pronto una gloria del pasado. La venganza desplazó a todo freno de la religión; el poderoso y el humilde, clero y laicos, era una ley hacia ellos mismos. Se pensaba popularmente que la reina Clotilde, modelo de las mujeres, había nutrido sentimientos de venganza contra los Burgundios durante más treinta años (vea, sin embargo, para su rehabilitación, G. Kurth, "Sainte Clotilde", 8. el ed., París, 1905, y el artículo CLOTILDE). Guntram, uno de los mejores reyes francos, condenó a muerte a dos médicos porque fueron incapaces de curar a la reina Austrechilde. Esta fue la clase moral de las clases altas y hace innecesario hablar de la de la multitud de los Galo-francos. Grande fue el honor de San Gregorio que en medio de estas condiciones cumplió su oficio de obispo con valor admirable y firmeza. Sus escritos y sus acciones nos muestran que estuvo sensiblemente preocupado por los intereses espirituales y temporales de su pueblo a quienes protegió como mejor pudo contra las arbitrariedades del poder civil.  
  
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Tours, que desde mucho tiempo poseía la tumba de San Martín, era una de las sedes más difíciles para gobernar. La ciudad cambiaba continuamente de señores. A la muerte de Lotario [I] (561) le sucedió Chariberto, y a su muerte, volvió al reino de Sigiberto, Rey de Austrasia, aunque no hasta después de un disputado conflicto. En el 573 Chilperico, Rey de Neustria, la conquistó, pero pronto fue obligado para abandonar la ciudad. De nuevo la ganó sólo para perderla una vez más; por fin, tras el asesinato de Sigiberto en el 576, Chilperico se hizo finalmente su amo señor, y la retuvo hasta que murió en el 584. Aunque Gregorio no tomó parte directa en estas luchas de príncipes, describió para nosotros los sufrimientos que se causaron a sus pueblos y también sus propios dolores. Es fácil ver que no le gustaba Chilperico; a su regreso el rey detestó al Obispo de Tours quien sufrió mucho de los ataques de los guerrilleros reales. Un tal Leudot que había sido privado de su oficio a causa de las quejas de Gregorio acusó al obispo de declaraciones difamatorias contra la Reina Fredegunda. Gregorio fue citado ante los jueces, y declaró su inocencia bajo juramento. En el juicio su comportamiento fue tan digno y honrado que asombró a sus enemigos, incluso el mismo Chilperico quedó tan impresionado que desde entonces fue más conciliatorio en sus relaciones con su opositor. Después de la muerte de Chilperico Tours cayó en manos de Guntram, Rey de Borgoña, desde entonces comenzó para el obispo una era de paz y casi de felicidad. Conocía a Guntram desde mucho tiempo y él era conocido y de su confianza. Por el Tratado de Andelot Guntram cedió Tours a Childeberto II, el hijo de Sigiberto, en el 587. Este rey, así como su madre Brunehaut, honraron a Gregorio con su confianza particular y a menudo fue llamado a la corte, confiándole misiones importantes. Esta estima duró hasta su muerte.  
 
Tours, que desde mucho tiempo poseía la tumba de San Martín, era una de las sedes más difíciles para gobernar. La ciudad cambiaba continuamente de señores. A la muerte de Lotario [I] (561) le sucedió Chariberto, y a su muerte, volvió al reino de Sigiberto, Rey de Austrasia, aunque no hasta después de un disputado conflicto. En el 573 Chilperico, Rey de Neustria, la conquistó, pero pronto fue obligado para abandonar la ciudad. De nuevo la ganó sólo para perderla una vez más; por fin, tras el asesinato de Sigiberto en el 576, Chilperico se hizo finalmente su amo señor, y la retuvo hasta que murió en el 584. Aunque Gregorio no tomó parte directa en estas luchas de príncipes, describió para nosotros los sufrimientos que se causaron a sus pueblos y también sus propios dolores. Es fácil ver que no le gustaba Chilperico; a su regreso el rey detestó al Obispo de Tours quien sufrió mucho de los ataques de los guerrilleros reales. Un tal Leudot que había sido privado de su oficio a causa de las quejas de Gregorio acusó al obispo de declaraciones difamatorias contra la Reina Fredegunda. Gregorio fue citado ante los jueces, y declaró su inocencia bajo juramento. En el juicio su comportamiento fue tan digno y honrado que asombró a sus enemigos, incluso el mismo Chilperico quedó tan impresionado que desde entonces fue más conciliatorio en sus relaciones con su opositor. Después de la muerte de Chilperico Tours cayó en manos de Guntram, Rey de Borgoña, desde entonces comenzó para el obispo una era de paz y casi de felicidad. Conocía a Guntram desde mucho tiempo y él era conocido y de su confianza. Por el Tratado de Andelot Guntram cedió Tours a Childeberto II, el hijo de Sigiberto, en el 587. Este rey, así como su madre Brunehaut, honraron a Gregorio con su confianza particular y a menudo fue llamado a la corte, confiándole misiones importantes. Esta estima duró hasta su muerte.  
  
II. GREGORIO COMO HISTORIADOR
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==Gregorio como Historiador==
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Gregorio comenzó a escribir desde el tiempo de su elección al episcopado. Sus asuntos parecen haber sido escogido al comienzo de su actividad literaria, menos por su importancia que con el propósito de la edificación. Los milagros de San. Martín parecen ser que fueron su tema principal y siempre apreció más los temas hagiográficos. Incluso en sus escritos estrictamente históricos, los detalles biográficos ocupan a menudo un lugar bastante desproporcionado con su importancia. Sus obras completas tratan de muchos asuntos, y están resumidas por él como sigue: "Decem libros historiarum, septem miraculorum, unum de vita patrum scripsi; in psalterii tractatu librum unum commentatus sum; de cursibus etiam ecclesiasticis unum librum condidi", i. e. he escrito diez libros de "historia", siete de "milagros", uno de la vida de los Padres, un comentario en un libro a los salmos y un libro sobre la liturgia eclesiástica. El "Liber de miraculis beati Andreae apostoli" y el "Passio sanctorum martyrum septem dormientium apud Ephesum" no fueron mencionados por él, pero indudablemente son de su mano. Sus escritos hagiográficos deben leerse naturalmente, siguiendo el espíritu y el gusto propios de su tiempo. Un decreto de Rey Guntram, tomado del "Historiae Francorum", ilustra ambos bastante acertadamente: "Nosotros creemos que el Señor que gobierna todas las cosas por Su poderío, se apaciguará por nuestro esfuerzos al defender la justicia y lo correcto entre todo el pueblo. Estando nuestro Padre y nuestro Rey, siempre presto al socorro de la debilidad humana por Su gracia, Dios concederá todas nuestras necesidades más generosamente cuando Él nos vea fiel en la observancia de Sus preceptos y mandamientos". La actitud mental del rey difería un poco, claro está, de la de su pueblo. Casi todos fueron persuadidos profundamente que todos los hechos habían sido previstos divinamente; a veces incluso, a extremos supersticiosos. Así, a pesar de la degradación social y los crímenes de entonces, el pueblo estaba en guardia de las manifestaciones sobrenaturales, o lo que ellos creyeron ser tales. De esta manera, por cierto, se alzó una devoción religiosa, real y activa, pero también impulsiva y no controlada por la razón debidamente. La providencia parecía intervenir tan directamente en cada mínimo detalle que los hombres agradecían a Dios ciegamente tanto por la muerte de su enemigo así como por alguna gracia maravillosa que se les había concedido. El hombre de aquella época tenía muy presente el mundo sobrenatural; Dios y Sus santos parecían relacionarse en la vida íntima e inmediata de los hombres y sus asuntos. Las tumbas y reliquias de los santos se volvieron los centros de su actividad milagrosa. En las narraciones hagiográficas de entonces los que se negaban a creer en los milagros son la excepción, y generalmente fueron representados como a los que les pasa algo malo, a menos que se arrepientan de su incredulidad. De vez en cuando aparece una reacción contra esta credulidad excesiva; aquí y allá algún individuo afirma que ciertos milagros son ficticios y a veces son fraude. El esfuerzos de hombres sensatos procuran calmar la credulidad demasiado apasionada de muchos. Gregorio nos cuenta de un abad que severamente castigó a un monje joven que creyó que tenía trabajado un milagro: "Mi hijo", dijo al abad, " se esfuerza con toda la humildad para crecer en el temor del Señor, en lugar de entrometerse en milagros".  
 
Gregorio comenzó a escribir desde el tiempo de su elección al episcopado. Sus asuntos parecen haber sido escogido al comienzo de su actividad literaria, menos por su importancia que con el propósito de la edificación. Los milagros de San. Martín parecen ser que fueron su tema principal y siempre apreció más los temas hagiográficos. Incluso en sus escritos estrictamente históricos, los detalles biográficos ocupan a menudo un lugar bastante desproporcionado con su importancia. Sus obras completas tratan de muchos asuntos, y están resumidas por él como sigue: "Decem libros historiarum, septem miraculorum, unum de vita patrum scripsi; in psalterii tractatu librum unum commentatus sum; de cursibus etiam ecclesiasticis unum librum condidi", i. e. he escrito diez libros de "historia", siete de "milagros", uno de la vida de los Padres, un comentario en un libro a los salmos y un libro sobre la liturgia eclesiástica. El "Liber de miraculis beati Andreae apostoli" y el "Passio sanctorum martyrum septem dormientium apud Ephesum" no fueron mencionados por él, pero indudablemente son de su mano. Sus escritos hagiográficos deben leerse naturalmente, siguiendo el espíritu y el gusto propios de su tiempo. Un decreto de Rey Guntram, tomado del "Historiae Francorum", ilustra ambos bastante acertadamente: "Nosotros creemos que el Señor que gobierna todas las cosas por Su poderío, se apaciguará por nuestro esfuerzos al defender la justicia y lo correcto entre todo el pueblo. Estando nuestro Padre y nuestro Rey, siempre presto al socorro de la debilidad humana por Su gracia, Dios concederá todas nuestras necesidades más generosamente cuando Él nos vea fiel en la observancia de Sus preceptos y mandamientos". La actitud mental del rey difería un poco, claro está, de la de su pueblo. Casi todos fueron persuadidos profundamente que todos los hechos habían sido previstos divinamente; a veces incluso, a extremos supersticiosos. Así, a pesar de la degradación social y los crímenes de entonces, el pueblo estaba en guardia de las manifestaciones sobrenaturales, o lo que ellos creyeron ser tales. De esta manera, por cierto, se alzó una devoción religiosa, real y activa, pero también impulsiva y no controlada por la razón debidamente. La providencia parecía intervenir tan directamente en cada mínimo detalle que los hombres agradecían a Dios ciegamente tanto por la muerte de su enemigo así como por alguna gracia maravillosa que se les había concedido. El hombre de aquella época tenía muy presente el mundo sobrenatural; Dios y Sus santos parecían relacionarse en la vida íntima e inmediata de los hombres y sus asuntos. Las tumbas y reliquias de los santos se volvieron los centros de su actividad milagrosa. En las narraciones hagiográficas de entonces los que se negaban a creer en los milagros son la excepción, y generalmente fueron representados como a los que les pasa algo malo, a menos que se arrepientan de su incredulidad. De vez en cuando aparece una reacción contra esta credulidad excesiva; aquí y allá algún individuo afirma que ciertos milagros son ficticios y a veces son fraude. El esfuerzos de hombres sensatos procuran calmar la credulidad demasiado apasionada de muchos. Gregorio nos cuenta de un abad que severamente castigó a un monje joven que creyó que tenía trabajado un milagro: "Mi hijo", dijo al abad, " se esfuerza con toda la humildad para crecer en el temor del Señor, en lugar de entrometerse en milagros".  
  
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La fama de Gregorio como un historiador reside en su "Historiae Francorum" en diez libros, con el fin de pasar a la posteridad el conocimiento de su propio tiempo, como el autor nos asegura en el prólogo. El libro I contiene un resumen de la historia del mundo desde Adán a la conquista de la Galia por los francos, y de allí a la muerte de San Martín (397). el Libro II trata de Clodoveo, el fundador del imperio franco. El libro III se reduce al reino de Teodoberto (548). el Libro IV finaliza con Sigiberto (575), y contiene la historia de muchos hechos con el conocimiento personal del historiador. Según Arndt estos cuatro libros fueron escritos en el 575. Los libros V y VI tratan de hechos que tuvieron lugar entre el 575 y el 584, y fueron escrito en 585. Los restantes cuatro libros cubren los años entre el 584 al 591, y fueron escrito a intervalos que no pueden ser determinados con exactatitud. De hecho, Gregorio los relata como declarados anteriormente la historia de su era, pero en la narración siempre toma una parte prominente. El arte de exponer, rastrear los efectos hasta sus causas, descubrir los motivos que influyeron en los caracteres por él descrito, fueron desconocidos para Gregorio. Él escribe una historia clara , lisa y llana acerca de lo que él vio y oyó. Aparte de lo que le preocupa, siempre intenta declarar la verdad imparcialmente, y en lugares incluso donde su esfuerzo da alguna clase de crítica. Este obra es único en su tipo. Sin él el origen histórico de la monarquía franca nos sería desconocido hasta en el detalle mas pequeño. ¿Hizo Gregorio, sin embargo, que se apreciara el espíritu y tendencias de su tiempo correctamente? Está abierta la cuestión. Su mente siempre se ocupó con los hechos extraordinarios: los crímenes, los milagros, las guerras, los excesos de cada tipo; para él los eventos ordinarios eran demasiado comunes para ser noticias. No obstante, para comprender la historia religiosa o secular de un pueblo claramente, es más importante saber su vida popular diaria que aprenderlo de los hechos poderosos de la casa reinante. La moralidad del pueblo es a menudo superior a la de sus clases gobernantes. En los tiempos de Gregorio, las grandes fuerzas morales y religiosas, queridas por el pueblo, debieron haber estado fermentando el país, contrapesando la fuerza bruta e inmoralidad de los reyes francos, y así salvar a la nueva raza fuerte de agotarse en la lucha civil. Del relato de Gregorio, sin embargo, uno podría sacar la conclusión que el pueblo estaba satisfecho con su religión. Lo que Gregorio falló al notar de un modo exigente, quizás porque no registró el alcance del obra, un contemporáneo, el griego Agathias, lo ha observado y lo ha registrado.  
 
La fama de Gregorio como un historiador reside en su "Historiae Francorum" en diez libros, con el fin de pasar a la posteridad el conocimiento de su propio tiempo, como el autor nos asegura en el prólogo. El libro I contiene un resumen de la historia del mundo desde Adán a la conquista de la Galia por los francos, y de allí a la muerte de San Martín (397). el Libro II trata de Clodoveo, el fundador del imperio franco. El libro III se reduce al reino de Teodoberto (548). el Libro IV finaliza con Sigiberto (575), y contiene la historia de muchos hechos con el conocimiento personal del historiador. Según Arndt estos cuatro libros fueron escritos en el 575. Los libros V y VI tratan de hechos que tuvieron lugar entre el 575 y el 584, y fueron escrito en 585. Los restantes cuatro libros cubren los años entre el 584 al 591, y fueron escrito a intervalos que no pueden ser determinados con exactatitud. De hecho, Gregorio los relata como declarados anteriormente la historia de su era, pero en la narración siempre toma una parte prominente. El arte de exponer, rastrear los efectos hasta sus causas, descubrir los motivos que influyeron en los caracteres por él descrito, fueron desconocidos para Gregorio. Él escribe una historia clara , lisa y llana acerca de lo que él vio y oyó. Aparte de lo que le preocupa, siempre intenta declarar la verdad imparcialmente, y en lugares incluso donde su esfuerzo da alguna clase de crítica. Este obra es único en su tipo. Sin él el origen histórico de la monarquía franca nos sería desconocido hasta en el detalle mas pequeño. ¿Hizo Gregorio, sin embargo, que se apreciara el espíritu y tendencias de su tiempo correctamente? Está abierta la cuestión. Su mente siempre se ocupó con los hechos extraordinarios: los crímenes, los milagros, las guerras, los excesos de cada tipo; para él los eventos ordinarios eran demasiado comunes para ser noticias. No obstante, para comprender la historia religiosa o secular de un pueblo claramente, es más importante saber su vida popular diaria que aprenderlo de los hechos poderosos de la casa reinante. La moralidad del pueblo es a menudo superior a la de sus clases gobernantes. En los tiempos de Gregorio, las grandes fuerzas morales y religiosas, queridas por el pueblo, debieron haber estado fermentando el país, contrapesando la fuerza bruta e inmoralidad de los reyes francos, y así salvar a la nueva raza fuerte de agotarse en la lucha civil. Del relato de Gregorio, sin embargo, uno podría sacar la conclusión que el pueblo estaba satisfecho con su religión. Lo que Gregorio falló al notar de un modo exigente, quizás porque no registró el alcance del obra, un contemporáneo, el griego Agathias, lo ha observado y lo ha registrado.  
  
GREGORIO COMO TEÓLOGO
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==Gregorio como Teólogo==
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Las ideas teológicas de Gregorio aparecen no sólo en las introducciones de sus varios obras, y sobre todo en su "Historiae Francorum", sino también a propósito por todos sus escritos. Siendo su educación teológica no muy profunda escribió una obra inmediatamente teológica en el carácter, su comentario a los salmos. El libro se tituló "De cursu stellarum ratio" ( Sobre los rumbos de las estrellas) escrita con un propósito práctico para conocer el tiempo, según la posición de las estrellas, cuando los oficios nocturnos debían cantarse. La "Historiae Francorum" hace conocer, en su página de apertura, los puntos de vistas teológicos de Gregorio. La enseñanza de Nicea eran su guía; la doctrina de la Iglesia estaba fuera de toda la discusión. Dios Padre nunca pudo ser sin la sabiduría, la luz, la vida, la verdad, la justicia,; el Hijo es todos eso; el Padre por consiguiente nunca estuvo sin el Hijo. En Jesús Cristo Gregorio ve al Señor de la Gloria Eterna y el Juez de la humanidad. A veces habla de la muerte y la sangre de Cristo como el medio de la redención, aunque no está claro que comprendiera el significado interno de esta doctrina. Vio en la Muerte de Cristo un crimen cometido por los judíos; en la Resurrección, por otro lado, le parecía que contemplaba la Redención de la humanidad. De los salmos había aprendido que Jesús había salvado al mundo por Su sangre, pero la idea de Gregorio de Cristo no era la del Cordero matado por los pecados "del mundo"; sino más bien la de un gran rey que había dejado una herencia a su pueblo. Por lo general sus escritos teológicos exponen la influencia de las ideas franca de realeza. Parece que no estuvo profundamente versado en la enseñanza y las escrituras de los Padres sobre la Encarnación y Muerte de Cristo. Esto es evidente en la historia que cuenta de una discusión que tuvo un día en presencia de Rey Chilperico con un comerciante judío. El judío había preguntado sobre la posibilidad del hecho de la Encarnación y Muerte de Jesús, y Gregorio, sin dar una respuesta directa, siguió para afirmar que la Encarnación y Muerte del Hijo de Dios eran necesarias, ya que el hombre culpable estaba en el poder del Diablo y sólo así podría ser salvado por Dios encarnado. El judío, fingiendo estar convencido, dio la respuesta,: "Pero dónde está la necesidad de Dios sufrir para redimir al hombre? " Gregorio le recordó que el pecado era una ofensa, y que la muerte de Jesús era el único medio de apaciguar a Dios. El judío preguntó a su vez por qué Dios no pudo enviar a un profeta o a un apóstol para ganar la humanidad de vuelta al camino de salvación, en lugar de humillarse tomando la carne humana. Gregorio sólo pudo contestar lamentando la incredulidad de aquéllos que no creerían a los profetas y a quién puso aquellos que predicaron la penitencia a la muerte. Y a eso el judío permaneció sin contestar. Esta controversia muestra la carencia de habilidad dialéctica y teológica de Gregorio.  
 
Las ideas teológicas de Gregorio aparecen no sólo en las introducciones de sus varios obras, y sobre todo en su "Historiae Francorum", sino también a propósito por todos sus escritos. Siendo su educación teológica no muy profunda escribió una obra inmediatamente teológica en el carácter, su comentario a los salmos. El libro se tituló "De cursu stellarum ratio" ( Sobre los rumbos de las estrellas) escrita con un propósito práctico para conocer el tiempo, según la posición de las estrellas, cuando los oficios nocturnos debían cantarse. La "Historiae Francorum" hace conocer, en su página de apertura, los puntos de vistas teológicos de Gregorio. La enseñanza de Nicea eran su guía; la doctrina de la Iglesia estaba fuera de toda la discusión. Dios Padre nunca pudo ser sin la sabiduría, la luz, la vida, la verdad, la justicia,; el Hijo es todos eso; el Padre por consiguiente nunca estuvo sin el Hijo. En Jesús Cristo Gregorio ve al Señor de la Gloria Eterna y el Juez de la humanidad. A veces habla de la muerte y la sangre de Cristo como el medio de la redención, aunque no está claro que comprendiera el significado interno de esta doctrina. Vio en la Muerte de Cristo un crimen cometido por los judíos; en la Resurrección, por otro lado, le parecía que contemplaba la Redención de la humanidad. De los salmos había aprendido que Jesús había salvado al mundo por Su sangre, pero la idea de Gregorio de Cristo no era la del Cordero matado por los pecados "del mundo"; sino más bien la de un gran rey que había dejado una herencia a su pueblo. Por lo general sus escritos teológicos exponen la influencia de las ideas franca de realeza. Parece que no estuvo profundamente versado en la enseñanza y las escrituras de los Padres sobre la Encarnación y Muerte de Cristo. Esto es evidente en la historia que cuenta de una discusión que tuvo un día en presencia de Rey Chilperico con un comerciante judío. El judío había preguntado sobre la posibilidad del hecho de la Encarnación y Muerte de Jesús, y Gregorio, sin dar una respuesta directa, siguió para afirmar que la Encarnación y Muerte del Hijo de Dios eran necesarias, ya que el hombre culpable estaba en el poder del Diablo y sólo así podría ser salvado por Dios encarnado. El judío, fingiendo estar convencido, dio la respuesta,: "Pero dónde está la necesidad de Dios sufrir para redimir al hombre? " Gregorio le recordó que el pecado era una ofensa, y que la muerte de Jesús era el único medio de apaciguar a Dios. El judío preguntó a su vez por qué Dios no pudo enviar a un profeta o a un apóstol para ganar la humanidad de vuelta al camino de salvación, en lugar de humillarse tomando la carne humana. Gregorio sólo pudo contestar lamentando la incredulidad de aquéllos que no creerían a los profetas y a quién puso aquellos que predicaron la penitencia a la muerte. Y a eso el judío permaneció sin contestar. Esta controversia muestra la carencia de habilidad dialéctica y teológica de Gregorio.  
  
H. LECLERCQ
 
  
Transcrito por Judy Levandoski
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'''Fuente''':  Leclercq, Henri. "St. Gregory of Tours." The Catholic Encyclopedia. Vol. 7, págs. 18-21. New York: Robert Appleton Company, 1910. 14 Dec. 2019 <http://www.newadvent.org/cathen/07018b.htm>.
  
Traducido por Juan Miguel Rodríguez Sánchez, Marbella, España.
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Traducido por Juan Miguel Rodríguez Sánchez, Marbella, España. lmhm

Revisión de 13:11 14 dic 2019

Su Vida

San Gregorio de Tours nació en 538 o 539 en Arverni, la moderna Clermont-Ferrand; murió en Tours el 17 de noviembre de 593 o 594. Descendía de una distinguida familia galorromana y estaba emparentado estrechamente a las más ilustres casas de la Galia. Originalmente fue llamado Georgio Florencio, pero en memoria de su bisabuelo materno, Gregorio, obispo de Langres, adoptó más tarde el nombre de Gregorio. Siendo muy joven perdió a su padre y fue a vivir con su tío Gallo, obispo de Clermont, bajo quien fue educado según el modo de todos los eclesiásticos de su tiempo. Una recuperación inesperada de una grave enfermedad movió su mente hacia el servicio de la Iglesia. Gallo murió en el 554 y la madre de Gregorio se fue a vivir con unos amigos de Borgoña y dejó a su hijo en Clermont al cuidado de Avito, un sacerdote, que sería más tarde obispo de Clermont (517-594).

Avito dirigió su discípulo hacia el estudio de las Escrituras. Según Gregorio, la retórica y la literatura profana fueron lamentablemente descuidadas en su caso, omisiones que lamentaría seriamente en su vida posterior. En sus escritos se queja de su ignorancia de las leyes de la gramática, de confundir los géneros, del empleo de casos incorrectos, de no entender el uso correcto de las preposiciones ni la sintaxis de las frases, auto reproches que no necesitan ser tomados en serio. Gregorio conocía la gramática y literatura tan bien como cualquier hombre de su tiempo; es una mera afectación de su parte cuando finge estar mal instruido; quizá con ello esperaba recibir alabanzas por su aprendizaje.

Eufronius, obispo de Tours, murió en el 573, y Gregorio le sucedió; Sigiberto I era entonces rey de Austrasia y Auvernia (561-576). La muerte de Cariberto (567) le había hecho señor de Tours. El nuevo rey conocía a Gregorio e insistió que, en deferencia a los deseos del pueblo de Tours, él debía ser su obispo; y así vino a ser que Gregorio se fue a Roma para ser consagrado. El poeta Fortunato celebró la elevación del nuevo obispo en un poema lleno de entusiasmo sincero a pesar de sus defectos (N. de la T.: los defectos del poema) ("Ad cives Turonicos de Gregorio episcopo"). Gregorio justificó esta confianza, y su gobierno episcopal fue altamente loable para él y útil para su rebaño; las circunstancias de aquel tiempo ofrecían dificultades peculiares, y el oficio de obispo era oneroso desde un punto de vista civil y religioso.

Gregorio como Obispo

Emprendió con gran celo la dura labor que le fue impuesta. En el pasado reciente el Rey Clodoveo había usado y abusado de su poder, pero sus servicios al orden social y la fama de sus hazañas justificaron los abusos de su reinado para ser en gran parte perdonados. Sus herederos, sin embargo, tuvieron menos méritos, y cuando buscaban aumentar su autoridad mediante actos violentos, provocaron una guerra civil casi inacabable. El poder suplantó al derecho de tal modo que su misma noción tendió a hacerlo desaparecer. La violencia bárbara y la crueldad estaban desenfrenadas por todas partes. Durante la guerra entre [los reyes] Sigiberto y Chilperico, Gregorio no pudo refrenar su justa indignación a la vista de las aflicciones de sus pueblos. "Esto", escribió, ha "sido más perjudicial para la Iglesia que la persecución de Diocleciano". En la Galia, al menos, cosas como ésta pudieron pasar. Las tribus teutónicas recientemente establecidas en la Galia, o vagabundeando a lo largo de todo el Imperio romano, eran conscientes de su poder físico y estaban poco dispuestas para reconocer cualquier derecho salvo el de conquista. Sus jefes exigían cuánto deseaban y el ejército tomaba el resto. Cualquiera que osara oponérseles era expulsado rápidamente de la manera más despiadada. La civilización en la que tan de repente entraron les era una fuente de molestia y confusión; los placeres materiales les atrajeron mucho más que los altos ideales de la vida romana. La embriaguez era común en todas las clases, e incluso la castidad proverbial de los francos fue pronto una gloria del pasado. La venganza desplazó a todo freno de la religión; el poderoso y el humilde, clero y laicos, era una ley hacia ellos mismos. Se pensaba popularmente que la reina Clotilde, modelo de las mujeres, había nutrido sentimientos de venganza contra los Burgundios durante más treinta años (vea, sin embargo, para su rehabilitación, G. Kurth, "Sainte Clotilde", 8. el ed., París, 1905, y el artículo CLOTILDE). Guntram, uno de los mejores reyes francos, condenó a muerte a dos médicos porque fueron incapaces de curar a la reina Austrechilde. Esta fue la clase moral de las clases altas y hace innecesario hablar de la de la multitud de los Galo-francos. Grande fue el honor de San Gregorio que en medio de estas condiciones cumplió su oficio de obispo con valor admirable y firmeza. Sus escritos y sus acciones nos muestran que estuvo sensiblemente preocupado por los intereses espirituales y temporales de su pueblo a quienes protegió como mejor pudo contra las arbitrariedades del poder civil.

Entre sus obras por el bienestar general siempre defendió lo que era correcto y justo con prudencia y valor. Por su oficio fue el protector del débil y como tal siempre se opuso a sus opresores. En él se ve lo mejor del episcopado Merovingio. La moralidad social del siglo sexto no tiene parangón más valeroso ni más inteligente que este cultivado señor. Gregorio explicó el gobierno del mundo por la intervención constante y sobrenatural: la ayuda directa de Dios, la intercesión de los santos y el recurso a los milagros trabajados en sus tumbas. También tomó una parte importante al aumentar el número de iglesias, que eran entonces los centros de la vida religiosa de la Galia. La iglesia catedral de Tours, derribada por un incendio bajo su predecesor, fue reconstruida, y la iglesia de Santa Perpetua se restauró y decoró. Desde los días de Clodoveo la Iglesia había tenido, a través de sus obispos, una posición preponderante en el mundo franco. Para el pueblo los obispos eran los representantes directos de Dios, dispensadores de Sus gracias divinas tal como el rey concedía favores terrenales. Esto no era debido, sin embargo, a su posición moral o religiosa, sino a su influencia social. Con el despliegue por la Galia de la salvaje civilización bárbara, la vieja civilización romana, sobre todo la administración municipal, fue incapaz de hacerle frente. La autoridad civil no podía llevar a cabo las responsabilidades anteriores y pronto fueron descuidando sus obligaciones. Las oficinas públicas de por sí desatentas, sin embargo, correspondieron a las necesidades sociales que de algún modo debían satisfacerse. En esta coyuntura los obispos llenando este vacío y se hicieron políticamente más importantes bajo los franco que lo habían sido bajo el régimen romano. Los reyes francos con satisfacción los reconocieron como sus auxiliares indispensables. Ellos poseían la ciencia y la enseñanza, mientras atendieron los servicios señalados en misiones diferentes que libremente les fueron encomendadas y que sólo ellos estaban capacitados para cumplirlas. Por otro lado, fueron lentos al reprobar a sus señores bárbaros u oponer resistencia. El propio Gregorio le dice en su contestación a Childerico: "Si uno de nosotros fuera a dejar el camino de la justicia, le correspondería a vos ponerle derecho; si vos, sin embargo, se arriesga a desviarse, ¿Quién le podría corregir o podría oponérsele? ". El único deber que los obispos parece haber predicado a los reyes francos fue el cumplimiento a conciencia de sus deberes reales por el bienestar de sus almas. Este deber que los reyes no negaron, a menudo no lo ejecutaron o se refugiaron en una conciencia demasiado tolerante.

Tours, que desde mucho tiempo poseía la tumba de San Martín, era una de las sedes más difíciles para gobernar. La ciudad cambiaba continuamente de señores. A la muerte de Lotario [I] (561) le sucedió Chariberto, y a su muerte, volvió al reino de Sigiberto, Rey de Austrasia, aunque no hasta después de un disputado conflicto. En el 573 Chilperico, Rey de Neustria, la conquistó, pero pronto fue obligado para abandonar la ciudad. De nuevo la ganó sólo para perderla una vez más; por fin, tras el asesinato de Sigiberto en el 576, Chilperico se hizo finalmente su amo señor, y la retuvo hasta que murió en el 584. Aunque Gregorio no tomó parte directa en estas luchas de príncipes, describió para nosotros los sufrimientos que se causaron a sus pueblos y también sus propios dolores. Es fácil ver que no le gustaba Chilperico; a su regreso el rey detestó al Obispo de Tours quien sufrió mucho de los ataques de los guerrilleros reales. Un tal Leudot que había sido privado de su oficio a causa de las quejas de Gregorio acusó al obispo de declaraciones difamatorias contra la Reina Fredegunda. Gregorio fue citado ante los jueces, y declaró su inocencia bajo juramento. En el juicio su comportamiento fue tan digno y honrado que asombró a sus enemigos, incluso el mismo Chilperico quedó tan impresionado que desde entonces fue más conciliatorio en sus relaciones con su opositor. Después de la muerte de Chilperico Tours cayó en manos de Guntram, Rey de Borgoña, desde entonces comenzó para el obispo una era de paz y casi de felicidad. Conocía a Guntram desde mucho tiempo y él era conocido y de su confianza. Por el Tratado de Andelot Guntram cedió Tours a Childeberto II, el hijo de Sigiberto, en el 587. Este rey, así como su madre Brunehaut, honraron a Gregorio con su confianza particular y a menudo fue llamado a la corte, confiándole misiones importantes. Esta estima duró hasta su muerte.

Gregorio como Historiador

Gregorio comenzó a escribir desde el tiempo de su elección al episcopado. Sus asuntos parecen haber sido escogido al comienzo de su actividad literaria, menos por su importancia que con el propósito de la edificación. Los milagros de San. Martín parecen ser que fueron su tema principal y siempre apreció más los temas hagiográficos. Incluso en sus escritos estrictamente históricos, los detalles biográficos ocupan a menudo un lugar bastante desproporcionado con su importancia. Sus obras completas tratan de muchos asuntos, y están resumidas por él como sigue: "Decem libros historiarum, septem miraculorum, unum de vita patrum scripsi; in psalterii tractatu librum unum commentatus sum; de cursibus etiam ecclesiasticis unum librum condidi", i. e. he escrito diez libros de "historia", siete de "milagros", uno de la vida de los Padres, un comentario en un libro a los salmos y un libro sobre la liturgia eclesiástica. El "Liber de miraculis beati Andreae apostoli" y el "Passio sanctorum martyrum septem dormientium apud Ephesum" no fueron mencionados por él, pero indudablemente son de su mano. Sus escritos hagiográficos deben leerse naturalmente, siguiendo el espíritu y el gusto propios de su tiempo. Un decreto de Rey Guntram, tomado del "Historiae Francorum", ilustra ambos bastante acertadamente: "Nosotros creemos que el Señor que gobierna todas las cosas por Su poderío, se apaciguará por nuestro esfuerzos al defender la justicia y lo correcto entre todo el pueblo. Estando nuestro Padre y nuestro Rey, siempre presto al socorro de la debilidad humana por Su gracia, Dios concederá todas nuestras necesidades más generosamente cuando Él nos vea fiel en la observancia de Sus preceptos y mandamientos". La actitud mental del rey difería un poco, claro está, de la de su pueblo. Casi todos fueron persuadidos profundamente que todos los hechos habían sido previstos divinamente; a veces incluso, a extremos supersticiosos. Así, a pesar de la degradación social y los crímenes de entonces, el pueblo estaba en guardia de las manifestaciones sobrenaturales, o lo que ellos creyeron ser tales. De esta manera, por cierto, se alzó una devoción religiosa, real y activa, pero también impulsiva y no controlada por la razón debidamente. La providencia parecía intervenir tan directamente en cada mínimo detalle que los hombres agradecían a Dios ciegamente tanto por la muerte de su enemigo así como por alguna gracia maravillosa que se les había concedido. El hombre de aquella época tenía muy presente el mundo sobrenatural; Dios y Sus santos parecían relacionarse en la vida íntima e inmediata de los hombres y sus asuntos. Las tumbas y reliquias de los santos se volvieron los centros de su actividad milagrosa. En las narraciones hagiográficas de entonces los que se negaban a creer en los milagros son la excepción, y generalmente fueron representados como a los que les pasa algo malo, a menos que se arrepientan de su incredulidad. De vez en cuando aparece una reacción contra esta credulidad excesiva; aquí y allá algún individuo afirma que ciertos milagros son ficticios y a veces son fraude. El esfuerzos de hombres sensatos procuran calmar la credulidad demasiado apasionada de muchos. Gregorio nos cuenta de un abad que severamente castigó a un monje joven que creyó que tenía trabajado un milagro: "Mi hijo", dijo al abad, " se esfuerza con toda la humildad para crecer en el temor del Señor, en lugar de entrometerse en milagros".

El propio Gregorio, aunque relata una gran cantidad de milagros, parece haber dudado de algunos de ellos alguna vez. Supo que hombres sin escrúpulos solían abusar de la credulidad delos creyentes y muchos estaban de acuerdo con él. No todos deseaban considerar un sueño como una manifestación sobrenatural. Esta desconfianza, sin embargo, afectó sólo a casos particulares; como creencia, la regla en la multiplicidad de milagros fue general. La primera obra de Gregorio fue un relato en cuatro libros de los milagros de San Martín, el famoso taumaturgo galo. Su primer libro fue escrito en el 575, el segundo después del 581, el tercero se completó aproximadamente en el 587; el cuarto nunca fue completado. Después de terminar los primeros dos libros empezó un relato sobre los milagros de un santo de Auvernia por entonces famoso, "De passione et virtutibus sancti Juliani martyris”. Julián había muerto en los alrededores de Clermont-Ferrand y su tumba en Brioude fue un lugar de peregrinación bien conocido. En el 587, Gregorio empezó su "Liber in gloria martyrum“, o "Libro de las Glorias de los Mártires". se trata casi exclusivamente de los milagros forjados en la Galia por los mártires de las persecuciones romanas. Bastante similar es el "Liber in gloria confessorum” un cuadro vívido de las costumbres y modales contemporáneas o cuasi-contemporáneas. El "Liber vitae Patrum", es el más importante e interesante obra hagiográfico de Gregorio, nos da información muy curiosa acerca de las clases altas del período.

La fama de Gregorio como un historiador reside en su "Historiae Francorum" en diez libros, con el fin de pasar a la posteridad el conocimiento de su propio tiempo, como el autor nos asegura en el prólogo. El libro I contiene un resumen de la historia del mundo desde Adán a la conquista de la Galia por los francos, y de allí a la muerte de San Martín (397). el Libro II trata de Clodoveo, el fundador del imperio franco. El libro III se reduce al reino de Teodoberto (548). el Libro IV finaliza con Sigiberto (575), y contiene la historia de muchos hechos con el conocimiento personal del historiador. Según Arndt estos cuatro libros fueron escritos en el 575. Los libros V y VI tratan de hechos que tuvieron lugar entre el 575 y el 584, y fueron escrito en 585. Los restantes cuatro libros cubren los años entre el 584 al 591, y fueron escrito a intervalos que no pueden ser determinados con exactatitud. De hecho, Gregorio los relata como declarados anteriormente la historia de su era, pero en la narración siempre toma una parte prominente. El arte de exponer, rastrear los efectos hasta sus causas, descubrir los motivos que influyeron en los caracteres por él descrito, fueron desconocidos para Gregorio. Él escribe una historia clara , lisa y llana acerca de lo que él vio y oyó. Aparte de lo que le preocupa, siempre intenta declarar la verdad imparcialmente, y en lugares incluso donde su esfuerzo da alguna clase de crítica. Este obra es único en su tipo. Sin él el origen histórico de la monarquía franca nos sería desconocido hasta en el detalle mas pequeño. ¿Hizo Gregorio, sin embargo, que se apreciara el espíritu y tendencias de su tiempo correctamente? Está abierta la cuestión. Su mente siempre se ocupó con los hechos extraordinarios: los crímenes, los milagros, las guerras, los excesos de cada tipo; para él los eventos ordinarios eran demasiado comunes para ser noticias. No obstante, para comprender la historia religiosa o secular de un pueblo claramente, es más importante saber su vida popular diaria que aprenderlo de los hechos poderosos de la casa reinante. La moralidad del pueblo es a menudo superior a la de sus clases gobernantes. En los tiempos de Gregorio, las grandes fuerzas morales y religiosas, queridas por el pueblo, debieron haber estado fermentando el país, contrapesando la fuerza bruta e inmoralidad de los reyes francos, y así salvar a la nueva raza fuerte de agotarse en la lucha civil. Del relato de Gregorio, sin embargo, uno podría sacar la conclusión que el pueblo estaba satisfecho con su religión. Lo que Gregorio falló al notar de un modo exigente, quizás porque no registró el alcance del obra, un contemporáneo, el griego Agathias, lo ha observado y lo ha registrado.

Las ideas teológicas de Gregorio aparecen no sólo en las introducciones de sus varios obras, y sobre todo en su "Historiae Francorum", sino también a propósito por todos sus escritos. Siendo su educación teológica no muy profunda escribió una obra inmediatamente teológica en el carácter, su comentario a los salmos. El libro se tituló "De cursu stellarum ratio" ( Sobre los rumbos de las estrellas) escrita con un propósito práctico para conocer el tiempo, según la posición de las estrellas, cuando los oficios nocturnos debían cantarse. La "Historiae Francorum" hace conocer, en su página de apertura, los puntos de vistas teológicos de Gregorio. La enseñanza de Nicea eran su guía; la doctrina de la Iglesia estaba fuera de toda la discusión. Dios Padre nunca pudo ser sin la sabiduría, la luz, la vida, la verdad, la justicia,; el Hijo es todos eso; el Padre por consiguiente nunca estuvo sin el Hijo. En Jesús Cristo Gregorio ve al Señor de la Gloria Eterna y el Juez de la humanidad. A veces habla de la muerte y la sangre de Cristo como el medio de la redención, aunque no está claro que comprendiera el significado interno de esta doctrina. Vio en la Muerte de Cristo un crimen cometido por los judíos; en la Resurrección, por otro lado, le parecía que contemplaba la Redención de la humanidad. De los salmos había aprendido que Jesús había salvado al mundo por Su sangre, pero la idea de Gregorio de Cristo no era la del Cordero matado por los pecados "del mundo"; sino más bien la de un gran rey que había dejado una herencia a su pueblo. Por lo general sus escritos teológicos exponen la influencia de las ideas franca de realeza. Parece que no estuvo profundamente versado en la enseñanza y las escrituras de los Padres sobre la Encarnación y Muerte de Cristo. Esto es evidente en la historia que cuenta de una discusión que tuvo un día en presencia de Rey Chilperico con un comerciante judío. El judío había preguntado sobre la posibilidad del hecho de la Encarnación y Muerte de Jesús, y Gregorio, sin dar una respuesta directa, siguió para afirmar que la Encarnación y Muerte del Hijo de Dios eran necesarias, ya que el hombre culpable estaba en el poder del Diablo y sólo así podría ser salvado por Dios encarnado. El judío, fingiendo estar convencido, dio la respuesta,: "Pero dónde está la necesidad de Dios sufrir para redimir al hombre? " Gregorio le recordó que el pecado era una ofensa, y que la muerte de Jesús era el único medio de apaciguar a Dios. El judío preguntó a su vez por qué Dios no pudo enviar a un profeta o a un apóstol para ganar la humanidad de vuelta al camino de salvación, en lugar de humillarse tomando la carne humana. Gregorio sólo pudo contestar lamentando la incredulidad de aquéllos que no creerían a los profetas y a quién puso aquellos que predicaron la penitencia a la muerte. Y a eso el judío permaneció sin contestar. Esta controversia muestra la carencia de habilidad dialéctica y teológica de Gregorio.


Fuente: Leclercq, Henri. "St. Gregory of Tours." The Catholic Encyclopedia. Vol. 7, págs. 18-21. New York: Robert Appleton Company, 1910. 14 Dec. 2019 <http://www.newadvent.org/cathen/07018b.htm>.

Traducido por Juan Miguel Rodríguez Sánchez, Marbella, España. lmhm