Plagas de Egipto
De Enciclopedia Católica
Diez calamidades infligidas a los egipcios para vencer la obstinación del Faraón y obligarlo a dejar que los israelitas salieran de Egipto (Éxodo 7,8 – 12,30; Sal. 78(77),42-51; 105(104),26-36). La notificación de Moisés al Faraón sobre la voluntad de Dios sólo fue un agravante para la condición de los israelitas, y el asombro de cambiar la vara de Aarón en una serpiente, lo que se produjo como prueba de la misión divina de Moisés, no causó impresión, pues fue imitada por los magos egipcios (Éx. 5; 7,8-13). Antes que el faraón cediera, se requirió una serie de aflicciones, las cuales culminaron con la destrucción de todos los primogénitos de Egipto.
De las diez plagas siete fueron producidas a través de la acción de Moisés y Aarón o de Moisés solo, y tres, principalmente las cuarta, quinta y décima, por la acción directa de Dios mismo. No se puede establecer con certeza el intervalo de tiempo durante el cual ocurrieron. Las últimas cuatro deben haber ocurrido en cercana sucesión entre el comienzo de marzo y los primeros días de abril; pues cuando el granizo cayó la cebada estaba en las espigas y el lino en capullo, lo cual en el Bajo Egipto ocurre por marzo, y los israelitas salieron el 14 de nisán, el cual cae en la última parte de marzo o en los primeros días de abril. Las primera seis parecen haberse sucedido a intervalos cortos, pero el intervalo entre ellas y las últimas cuatro, si alguno, es incierto. El relato bíblico de la impresión de que las diez plagas fueron una serie de golpes en rápida sucesión, y esto es lo que parece que requirió el caso. La escena de las entrevistas de Moisés y Aarón con el faraón fue Tanis o Soan en el Bajo Egipto (Sal. 78(77),12.43).
En la primera plaga, el agua del río y de todos los canales y [[piscinas de Egipto se tornó en sangre y se corrompió, de modo que no era potable, e incluso los peces se morían (Éx. 7,14-25). Los comentadores están divididos en cuanto a si el agua realmente se convirtió en sangre, o si sólo se produjo un fenómeno similar a la decoloración roja del Nilo durante su inundación anual, la cual da al agua la apariencia de sangre. Esta última opinión se acepta generalmente. Sin embargo, se debe notar que la decoloración roja no es usual en el Bajo Egipto, y que cuando se decolora, el agua es potable, aunque es durante la primera etapa de la subida (verde). Además, el cambio no se realizó durante la inundación (cf. Éx. 7,15).
La segunda plaga vino siete días después. Aarón extendió su mano sobre las aguas y apareció un sinnúmero de ranas, que cubrieron la tierra y penetraron a la tierra para el gran descontento de los habitantes. Faraón ahora prometió dejar ir a los israelitas a sacrificar al desierto si se removían las ranas, pero rompió su promesa al cumplirse su petición. La tercera plaga consistió de enjambres de mosquitos que atormentaban al hombre y a las bestias. Los magos, que de algún modo habían imitado los dos primeros portentos, no pudieron imitar éste, y se vieron forzados a exclamar: “Este es el dedo de Dios”. La cuarta fue una plaga de tábanos. Ahora faraón permitió a los israelitas marcharse en una jornada de tres días al desierto, pero cuando por la oración de Moisés los tábanos se alejaron, él falló en cumplir su promesa. La quinta fue una epidemia en el ganado que mató a todas las bestias de Egipto, mientras que no hacía daño a las de los israelitas. La sexta consistió de úlceras que se produjeron en hombres y bestias. La séptima fue una pavorosa tormenta de granizo. “El granizo destruyó todo cuanto había en el campo en la tierra de Egipto, desde los hombres hasta las bestias; el granizo machacó toda hierba del campo, y quebró todos los árboles del campo. Sólo en la región de Gösen, donde habitaban los israelitas, no hubo granizo.” (Éx. 9,25-26). El asustado rey prometió de nuevo y se obstinó de nuevo al cesar la tormenta. Con la amenaza de una inaudita plaga de langostas (la octava) los siervos de faraón intercedieron y él dejó ir a los hombres, pero se negó a conceder más. Por lo tanto, Moisés extendió su vara y un viento solano trajo innumerables langostas que devoraron lo que había dejado el granizo. La novena plaga fue una horrible oscuridad que durante tres días cubrió a todo Egipto excepto la tierra de Gosen. La causa inmediata de la plaga fue probablemente el “hamsin”, un viento del sur o suroeste cargado con arena y polvo, que sopla alrededor del equinoccio de primavera y a veces produce oscuridad que rivaliza con las peores neblinas de Londres. Puesto que el faraón, aunque deseaba que se fueran, insistía en que dejaran los rebaños, la final y más dolorosa plaga (la décima) los golpeó---la destrucción en una noche de todos los primogénitos de Egipto.
Como las plagas de Egipto encuentran paralelos en fenómenos naturales del país, muchos las consideran como meros eventos naturales. La última evidentemente no admite una explicación natural, puesto que una epidemia no selecciona a sus víctimas según el método. Otras, no importa cuán naturales sean a veces, pueden en ese caso ser consideradas milagrosas debido al modo en que se producen. Éstas pertenecen a la clase de milagros que los teólogos llaman pre-naturales. Para no mencionar que fueron de intensidad extraordinaria, y que la primera ocurrió en un tiempo y lugar inusual y con efectos inusitados, ocurrieron en el mismo tiempo y modo predichos. Muchos de ellos se produjeron por orden de Moisés y cesaron por su oración, en un caso al tiempo fijado por faraón mismo. Los fenómenos puramente naturales, es claro, no ocurren bajo tales condiciones. Además, los fenómenos ordinarios, que eran bien conocidos por los egipcios, no hubiesen producido tan honda impresión en el faraón y su corte.
Bibliografía: VIGOUROUX, La Bible et les découv. mod., II (París, 1889), 285 ss.; HUMMELAUER, Com. sobre el Éxodo y Levítico (Paris, 1897), 83 ss.; SELBST, Handbuch zur biblisch. Geschichte (Friburgo, 1910), 405 ss.
Fuente: Bechtel, Florentine. "Plagues of Egypt." The Catholic Encyclopedia. Vol. 12. New York: Robert Appleton Company, 1911. <http://www.newadvent.org/cathen/12143a.htm>.
Traducido por Luz María Hernández Medina