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Miércoles, 27 de noviembre de 2024

Evangelio de Juan

De Enciclopedia Católica

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Evangelio de San Juan Este capítulo será considerado bajo los siguientes títulos

I. Contenidos y esquema del Evangelio II. Peculiaridades distintivas III. Autor IV. Circunstancias de su composición V. Preguntas críticas acerca del texto VI. Autenticidad histórica VII. Objetivo e importancia

I. CONTENIDOS Y ESQUEMA DEL EVANGELIO

De acuerdo al orden tradicional, el Evangelio de San Juan ocupa el último lugar entre los cuatro Evangelios Canónicos. Aunque en muchas de las antiguas copias este Evangelio, teniendo en cuenta la dignidad Apostólica de su autor, estaba ubicado inmediatamente después o aun antes del Evangelio de San Mateo, la ubicación que ocupa hoy fue desde el principio la más usual y la más aceptada. En cuanto a su contenido, el Evangelio de san Juan es una narración de la vida de Jesús desde su Bautismo hasta su Resurrección y su propia manifestación en medio de Sus discípulos. La crónica se divide naturalmente en cuatro secciones:

II. el prólogo (I, 1-18) contiene lo que es en cierto modo un breve resumen de todo el Evangelio en la doctrina de la Encarnación del Verbo Eterna; III. la primera parte (I, 19-XII, 50), que relata la vida pública de Jesús desde su Bautismo hasta la Víspera) de su Pasión. IV. la segunda parte (XIII-XXI, 23), que relata la historia de la Pasión y Resurrección del Salvador) V. un corto epílogo (XXI, 23-25), que se refiere a la mayoría de las palabras y hechos del Salvador que no están descritos en el Evangelio.

Cuando consideramos la distribución del material por parte del Evangelista, encontramos que sigue un orden histórico de los sucesos, como es evidente por el análisis previo. Pero el autor tiene además una especial preocupación por determinar exactamente el momento en que ocurren y la conexión de los distintos sucesos ajustados dentro de su estructura cronológica. Esto se ve claramente desde el comienzo de su narración cuando, como en un diario, él relata las circunstancias concomitantes de los comienzos del ministerio público del Salvador, con cuatro indicaciones definidas sucesivas de tiempo (i, 29, 35, 43, ii, 1). Le otorga un énfasis especial al primer milagro: “Así, en Caná de Galilea hizo Jesús el primero de los signos... ” (II, 11), y “Este segundo signo lo hizo Jesús cuando vino de Judea a Galilea” (iv, 54). Finalmente, se refiere reiteradamente a las grandes festividades nacionales y religiosas de los Judíos con el propósito de indicar la exacta secuencia histórica de los hechos relatados (II, 13; v, 1; VI, 4; VII, 2; x, 22; XII, 1, XIII, 1). Todos los exégetas antiguos y la mayoría de los modernos están plenamente justificados, por lo tanto, cuando consideran estrictamente esta distribución cronológica de los sucesos como base de sus comentarios. Las opiniones divergentes de algunos pocos estudiosos modernos no tienen un sustento objetivo ya sea en el texto del Evangelio o en su exégesis histórica.

II. PECULIARIDADES DISTINTIVAS

El cuarto Evangelio está escrito en griego, y aun un estudio superficial es suficiente para revelar muchas particularidades, que le dan a la narración un carácter distintivo. La dicción y el vocabulario son especialmente característicos. Es cierto que su vocabulario es menos rico en expresiones peculiares que el de Pablo o el de Lucas: él usa en total alrededor de noventa palabras que no se encuentran en ningún otro hagiógrafo. Son más numerosas las expresiones usadas más frecuentemente por Juan que por los otros escritores sagrados. Más aun, en comparación con los otros libros del Nuevo Testamento, la narración de San Juan contiene una proporción muy considerable de aquellas palabras y expresiones que podrían llamarse el lenguaje común de los Cuatro Evangelios. Lo que es aun más distintivo que el vocabulario es el uso gramatical de las partículas, pronombres, preposiciones, verbos, etc. en el Evangelio de San Juan. También se distingue por muchas particularidades de estilo – asíndeton, reduplicación, repetición, etc. En resumen, el Evangelista revela una estrecha intimidad con el lenguaje helenístico del siglo primero de nuestra era, que encuentra en sus manos, en ciertas expresiones, un tono hebreo. Su estilo literario es alabado merecidamente por su noble simpleza, natural y no exenta de arte. Combina armoniosamente el lenguaje rústico de los Sinópticos con la fraseología urbana de San Pablo. Lo primero que llama nuestra atención en el tema central del Evangelio es que circunscribe la narración a lo cronológico de los sucesos que tienen lugar en Judea y Jerusalén. De los hechos del Salvador en Galilea Juan relata solo unos pocos sucesos, sin entrar en detalles, y de los mismos solo dos – la multiplicación de los panes y peces (VI, 1-16), y el viaje marítimo, (VI, 17-21) – ya han sido relatados por los Evangelios Sinópticos. Una segunda particularidad del material se ve en la elección de su tema central, ya que en comparación con los otros Evangelistas, Juan relata solo unos pocos milagros y concentra su atención menos en los hechos que en los discursos de Jesús. En la mayoría de los casos los hechos sólo se relatan, como si fueran, una trama para las palabras, conversaciones, y enseñanzas del Salvador y Sus disputas con Sus adversarios. En realidad son las controversias con los miembros del Sanedrín en Jerusalén lo que parece llamar especialmente la atención del Evangelista. En estas ocasiones, el interés de San Juan es altamente teológico, tanto en la narración de las circunstancias como en el registro de los discursos y conversaciones del Salvador. Con justicia, por lo tanto, se le concedió a San Juan aun en los tiempos primitivos del Cristianismo, el título honorífico de “teólogo” de los Evangelistas. Existen, en particular, ciertas grandes verdades, a las cuales el Evangelio constantemente retorna y las cuales pueden ser consideradas como ideas gobernantes, y una mención especial debe hacerse de expresiones como Luz del Mundo, la Verdad, la Vida, la Resurrección, etc. No es infrecuente que esta y otras frases se encuentran en forma concisa y gnómica al comienzo de un coloquio o discurso del Salvador, y frecuentemente retorna, como un leitmotiv, a intervalos durante el discurso (ej. VI, 35, 48, 51, 58; x, 7, 9; XV, 1, 5; XVII, 1, 5; etc.). En un grado mayor que en los Sinópticos, la narración completa del cuarto Evangelio se centra en la Persona del Redentor. Desde las primeras frases iniciales Juan dirige su mirada al lugar más íntimo de la eternidad, a la Palabra Divina en el seno del Padre. El nunca se cansa de retratar la gloria y dignidad de la Palabra Eterna, Quien consintió en aceptar Su permanencia entre los hombres ya que, mientras reciben la revelación de Su Divina Majestad, podrán participar en la plenitud de la Verdad y de su Gracia. Como evidencia de la Divinidad del Salvador el autor relata alguna de las grandes maravillas mediante las cuales Cristo revela su gloria, aunque él intenta más bien llevarnos hacia un profundo entendimiento de la Divinidad y majestad de Cristo mediante la consideración de sus palabras, discursos y enseñanzas, e imprimir así en nuestras almas las grandes maravillas de Su divino amor.

III. AUTOR

Con excepción de los heréticos mencionados por Ireneo (Adv. haer., III, XI, 9) y Epifanio (Haer., li, 3), la autenticidad del cuarto Evangelio raramente fue cuestionada seriamente hasta fines del siglo dieciocho. Los primeros que cuestionaron la tradición en cuanto al autor del Evangelio fueron Evanson (1792) y Bretschneider (1820). Desde que David Friedrich Strauss (1834-40) adoptó los puntos de vista de Bretschneider y los miembros de la Escuela de Tübingen - debido a Ferdinand Christian Baur, quien niega la autenticidad de este Evangelio -, la mayoría de los críticos fuera de la Iglesia Católica niegan la autenticidad del cuarto Evangelio. Teniendo en cuenta a muchas de estas críticas, la razón principal subyace en el hecho que Juan claramente ha enfatizado la Verdadera Divinidad del Redentor como centro de la narración, en sentido estrictamente metafísico. De todas formas, aun Harnack ha tenido que admitir, aunque niega la autenticidad del cuarto Evangelio, que ha buscado en vano alguna solución satisfactoria para el planteo joánico: “Una y otra vez he intentado resolver el problema desde varias posibles teorías, las cuales me llevaron a mayores dificultades, y aun generaron mayores contradicciones”. ("Gesch. der altchristl. Lit.", I, pt. ii, Leipzig, 1897, p. 678.) Un breve examen de los argumentos tendientes a la solución del problema de la autoría del cuarto Evangelio permitirá al lector formarse un juicio independiente.

Pruebas históricas directas Si, como demanda el carácter de pregunta histórica, consultamos primero los testimonios históricos del pasado, descubrimos el hecho admitido universalmente que, desde el siglo dieciocho hasta al menos el siglo tercero, se aceptó sin cuestionamientos al Apóstol San Juan como el autor del cuarto Evangelio. Por lo tanto, al examinar las evidencias, podemos empezar desde el siglo tercero, y luego retroceder hasta el tiempo de los Apóstoles. Las traducciones más antiguas de los manuscritos del Evangelio constituyen el primer grupo de evidencias. En los títulos, tablas de contenidos, firmas, que usualmente se agregan a los textos de los Evangelios por separado, Juan es siempre mencionado como el autor de este Evangelio sin la menor indicación de duda. Si bien es cierto que la data más antigua de este extenso manuscrito es de mediados del siglo cuarto, la perfecta unanimidad de todos los códices prueba a toda crítica que los prototipos de este manuscrito, de una fecha mucho más antigua, deben haber contenido la misma indicación respecto al autor. Es similar el testimonio de las traducciones del Evangelio, de las cuales la versión Siríaca, Copta y Latina antigua se remontan es sus formas más ancestrales hasta el siglo segundo. Las evidencias aportadas por los autores eclesiásticos más tempranos, cuya referencia a cuestionamientos sobre la autoría del Evangelio es sólo incidental, están de acuerdo con las fuentes arriba mencionadas. Es verdad que San Dionisio de Alejandría (264-5), piensa en un autor distinto del Apocalipsis, debido a las especiales dificultades planteadas por los Milenaristas en Egipto; pero siempre tomó como garantizado sin lugar a dudas que el Apóstol Juan era el autor del cuarto Evangelio. Es igualmente claro el testimonio de Orígenes (m.254). Sabía por la Tradición de la Iglesia que Juan fue el último de los evangelistas en escribir su Evangelio (Eusebio, "Hist. eccl.", VI, XXV, 6), al menos en gran parte de sus comentarios al Evangelio de San Juan, deja en claro en todas partes su convicción del origen apostólico del trabajo que ha llegado hasta nosotros. El maestro de Orígenes, Clemente de Alejandría (m. antes de 215-6), relata como “tradición de los antiguos presbíteros”, que el Apóstol San Juan, el último de los Evangelistas, “lleno del Espíritu Santo ha escrito un Evangelio espiritual” (Eusebio, op. cit., VI, xiv, 7). De mayor importancia aun es el testimonio de San Ireneo, Obispo de Lyon (m. alrededor 202), quién está unido inmediatamente a la Era Apostólica a través de su maestro Policarpo, discípulo del Apóstol San Juan. El país natal de Ireneo (Asia Menor) y el escenario de su subsecuente ministerio (Galia), lo convierten en un testigo de la Verdad en ambas Iglesias de Oriente y Occidente. Cita en sus escritos al menos cien versos del cuarto Evangelio, frecuentemente con la llamada “como dice San Juan, el discípulo del Señor”. Hablando de la composición del cuarto Evangelio, dice sobre este último: “Más tarde Juan, discípulo del Señor quien descansó en Su pecho, también escribió un Evangelio, mientras residía en Éfeso en Asia” (Adv. Haer., III, i, n. 2). Tanto aquí como en los otros textos es claro que por “Juan, el discípulo del Señor”, no significa otra cosa que el Apóstol Juan. Encontramos que las mismas convicciones concernientes a la autoría del cuarto Evangelio se expresan en mayor extensión en la Iglesia Romana alrededor del 170, por los escritos del Fragmento Muratoriano (líneas 9-34). El obispo Teófilo de Antioquía en [[Siria (antes del 181) también cita el comienzo del cuarto Evangelio como palabras de San Juan (Ad Autolycum, II, XXII). Finalmente, de acuerdo con los testimonios de los manuscritos Vaticanos (Codex Regin Sueci seu Alexandrinus, 14), el Obispo Papías de Hierápolis en Frigia, discípulo inmediato del Apóstol San Juan, incluye en su gran trabajo exegético, un relato de la composición del Evangelio de San Juan durante el cual él fue empleado como escriba por el Apóstol. No es necesario repetir que, en los pasajes referidos a Papías y los otros antiguos escritores, éstos tienen en mente sólo a un Juan, llamado el Apóstol y el Evangelista, y no a otro Juan el Presbítero, para distinguirlo del Apóstol (Ver SAN JUAN EVANGELISTA).

Evidencias externas indirectas Además de los testimonios y expresiones directas, los primeros siglos del Cristianismo testifican en forma indirecta y de diversas formas el origen joánico del cuarto Evangelio. El lugar preeminente entre las evidencias indirectas debe asignarse a las numerosas citas de textos sobre el Evangelio que demuestran su existencia y el reconocimiento de su clamor para formar parte de los escritos canónigos del Nuevo Testamento, tan temprano como a comienzos del siglo segundo. San Ignacio de Antioquía, que murió bajo Trajano (98 -117), revela en sus notas, alusiones y puntos de vista teológicos encontrados en sus Epístolas, un íntimo conocimiento del cuarto Evangelio. En los escritos de la mayoría de los otros Padres Apostólicos, existe también, un conocimiento similar de este Evangelio que raramente puede ser discutido, especialmente en el caso de Policarpo; el “Martirio de Policarpo”, la “Epístola de Dioneto” y el “pastor” de Hermas (cf. la lista de acotaciones y alusiones en la Edición de los [[Padres Apostólicos de F. X. Funk). Hablando de San Papías, Eusebio dice que él usaba en sus trabajos pasajes de la Primera Epístola de San Juan. Pero esta Epístola necesariamente presupone la existencia del Evangelio, del cual es en cierta forma un trabajo introductorio o complementario. Más aun, San Ireneo (Adv. Haer., V, XXXII, 2) cita la frase de los “presbíteros” que contiene una alocución de Juan, xiv, 2, y de acuerdo a la opinión de aquellos nombrados como críticos, San Papías debe ser ubicado en el primer rango de los presbíteros. De los apologistas del siglo segundo, San Justino (m. alrededor de 166) de manera especial, indica en su doctrina del Logos, y en muchos pasajes de sus apologías la existencia del cuarto Evangelio. Su discípulo Taciano, en el esquema cronológico de su "Diatessaron", sigue el orden del cuarto Evangelio, y emplea el prólogo del mismo como introducción a su trabajo. En su “Apología” también cita un texto del Evangelio. Como Taciano, quien apostató alrededor del 172 y se unió a la secta Gnóstica de los Encratitas , varios otros herejes del siglo segundo también aportan testimonios indirectos respecto del cuarto Evangelio. Basilides apela a Juan. Valentino busca sostén a sus teorías de los eones en expresiones tomadas de Juan, su pupilo Heracleón compone, alrededor del 160, un comentario sobre el cuarto Evangelio, mientras Ptolomeo, otro de sus seguidores, da una explicación del prólogo del Evangelista. Marción preserva una porción de los textos canónicos del Evangelio de San Juan (XIII, 4-15; XXXIV, 15, 19) en su propio evangelio apócrifo. Los Montanistas deducen su doctrina del Paráclito principalmente de Juan, XV y XVI. De forma similar en su “Discurso verdadero” (alrededor 178) el filósofo pagano Celso basa alguna de sus proposiciones en pasajes del cuarto Evangelio. Por otro lado, los testimonios indirectos concernientes a este Evangelio también son sostenidos por las antiguas liturgias eclesiásticas y los monumentos de arte Cristiano primitivos. Como en estos últimos, hallamos desde los comienzos, textos del cuarto Evangelio usados en todas partes de la Iglesia, y no infrecuentemente con especial predilección. De nuevo, a modo de ejemplo, la resurrección de Lázaro representada en los dibujos de las Catacumbas, como si fuera, un monumento conmemorativo del capítulo once del Evangelio de San Juan.

El testimonio del Evangelio por sí mismo El Evangelio por sí mismo facilita una solución totalmente inteligible a la pregunta de la autoría

(1) Carácter general del trabajo En primer lugar, del carácter general de la obra podemos obtener algunas inferencias relacionadas con su autor. A juzgar por su lenguaje, el autor es un Judío Palestino, quien estaba a su vez al tanto del griego helenista de las clases altas. También despliega un conocimiento exacto de las condiciones geográficas y sociales de Palestina aun en sus más ligeras referencias incidentales. Debe haber disfrutado de una relación personal con el Salvador y debe haber pertenecido al círculo de sus más íntimos amigos. Todo el estilo de su relato muestra que el escritor ha sido testigo ocular de la mayoría de los sucesos. Con respecto a los Apóstoles Juan y Santiago el autor muestra una minuciosa y característica reserva. Nunca menciona sus nombres, aunque de le nombre de la mayoría de los apóstoles, y solo una vez, y quizás muy incidentalmente, habla de “los hijos del Zebedeo” (XXI, 2). En varias ocasiones, relatando incidentes en los cuales el Apóstol San Juan estaba involucrado, trata intencionalmente de evitar la mención su nombre (Jn 1:37-40; 18:15, 16; cf. 20:3-10). El habla de Juan el Precursor nueve veces sin darle el título de “el Bautista”, como hacen los otros Evangelistas invariablemente para distinguirlo del Apóstol. Todas estas indicaciones apuntan claramente a la conclusión que el Apóstol Juan debe haber sido el autor del cuarto Evangelio.

(2) El testimonio expreso del autor Motivos aun más claros desde esta óptica se encuentran en el testimonio expreso del autor. Habiendo mencionado en su relato de la Crucifixión que el discípulo amado por Jesús permanecía junto a la Cruz al lado de la madre de Jesús (Jn 19:26 ss.), el agrega, después de relatar la Muerte de Cristo y de que abrieran Su costado derecho, la solemne sentencia: “El que lo vio da testimonio, y su testimonio es verdadero; y él sabe que dice la verdad para que también vosotros creáis” (XIX, 35). De acuerdo a lo que todos admiten Juan es el “discípulo que el Señor amó”. Su testimonio es contenido en el Evangelio que por muchos años consecutivos anunció en palabras de su boca y que ahora puso por escrito para instruirnos en la fe. Nos asegura, no solamente que este testimonio es verdadero, sino que él es testigo personal de esta verdad. De este modo se identifica con el discípulo amado por Jesús y de quien solo él puede dar tal testimonio por su íntimo conocimiento. En forma similar el autor repite este testimonio al final de su Evangelio. Luego de referirse nuevamente al discípulo que Jesús amó, inmediatamente agrega las palabras: “Este es el discípulo que da testimonio de estas cosas y las ha escrito, y sabemos que su testimonio es verdadero” (Jn 21:24). Como demuestra el siguiente versículo, su testimonio se refiere no solamente a los sucesos recientemente descritos sino a todo el Evangelio. Está más de acuerdo con el texto y el estilo general del Evangelista el ver estas palabras finales como de la propia composición del autor. Aunque preferimos, de todas formas, ver este versículo como un agregado del primer lector y discípulo del apóstol, el texto constituye la evidencia más temprana y venerable del origen joánico del cuarto Evangelio.

(3) Comparación del Evangelio con las Epístolas de San Juan Finalmente podemos obtener evidencia respecto al autor del Evangelio por sí mismo, comparando su trabajo con las tres Epístolas, las cuales han mantenido su lugar entre las Epístolas Católicas como escritas por el Apóstol Juan. Podemos tomar aquí como garantizadas como un hecho admitido por la mayoría de los críticos, que estas Epístolas son un trabajo del mismo escritor, y que el autor es idéntico al autor del Evangelio. En realidad los argumentos basados en la unidad de estilo y lenguaje, de la uniforme enseñanza joánica, en el testimonio de la antigüedad Cristiana, vuelven imposible cualquier duda razonable sobre la autoría en común. Al comienzo de la Segunda y Tercera Epístola el autor se denomina simplemente “el presbítero” -- evidentemente el título honorífico por el cual es comúnmente conocido entre la comunidad Cristiana. Por otra parte, en su Primera Epístola, enfatiza repetidamente y con gran sinceridad el hecho que él era un testigo ocular de los sucesos concernientes a la vida de Cristo de quien él (en su Evangelio) ha dado testimonio entre los Cristianos: “Lo que existía desde el principio, lo que hemos oído, lo que hemos visto con nuestros ojos, lo que hemos contemplado y han palpado nuestras manos a propósito del Verbo de la vida: pues la vida se ha manifestado; nosotros lo hemos visto y damos testimonio y os anunciamos la vida eterna, que estaba junto al Padre y que se nos ha manifestado; lo que hemos visto y oído, os lo anunciamos para que también vosotros estéis en comunión con nosotros (1 Jn 1:1-3; cf. 4:14). Este presbítero que encuentra suficiente usar tal título honorario sin otra calificación como su nombre propio, y que por otra parte fue ocular y auditivamente testigo de los incidentes de la vida del Salvador, no puede ser otro que el Presbítero Juan mencionado por Papías, y no puede ser otro que el Apóstol Juan (cf. SAN JUAN EVANGELISTA) Podemos por lo tanto, mantener con la mayor certeza que el Apóstol San Juan, el discípulo favorito de Jesús, fue realmente el autor del cuarto Testamento.

IV. CIRCUNSTANCIAS DE SU COMPOSICIÓN

Sin pasar por alto las íntimas circunstancias que las leyendas primitivas revisten sobre la composición del cuarto Evangelio, discutiremos brevemente el tiempo y lugar de la composición, y los primeros lectores del Evangelio. Respecto a la fecha de su composición no poseemos información histórica cierta. De acuerdo con la opinión general, el Evangelio debe ser remitido a la última década de la primera centuria, o para ser más precisos, al año 96 o uno de los siguientes. Las bases para sustentar esta opinión se resumen brevemente en lo que sigue:

 cuarto Evangelio fue compuesto después de los tres Sinópticos;  fue escrito después de la muerte de Pedro dado que el último capítulo - especialmente XXI, 18 -19 presupone la muerte del Príncipe de los Apóstoles;  también fue escrito después de la destrucción de Jerusalén y del Templo, ya que el Evangelista se refiere a los Judíos (cf. particularmente XI, 18; XVIII, 1; XIX, 41) que parece indicar que el fin de la ciudad y de su gente como nación ya ha sucedido;  el texto de XXI, 23, parece indicar que Juan era de edad muy avanzada cuando escribió el Evangelio;  aquellos que niegan la Divinidad de Cristo punto principal al cual San Juan presta especial atención a lo largo de su Evangelio, comienzan a diseminar su herejía alrededor de fines de la primera centuria;  finalmente, tenemos evidencia directa respecto a la fecha de su composición. El llamado "Prólogo Monarquiano" del cuarto Evangelio) que probablemente fue escrito alrededor del año 200 o algo más tarde, dice respecto de la fecha de la aparición del Evangelio: "Él (el Apóstol Juan) escribió su Evangelio en la Provincia de Asia después de haber compuesto el Apocalipsis en la Isla de Patmos. El destierro de Juan a Patmos ocurrió en el último año del reinado de Domiciano) (esto es alrededor del 95). Pocos meses antes de su muerte (18 de Septiembre del 96), el emperador discontinuó la persecución de los Cristianos y llamó a los exilados [[[Eusebio]] "Hist. eccl.", III, XX, nn. 5 - 7]. Esta evidencia podría por lo tanto referir la composición del Evangelio al año 96 d. C. o a uno de los años inmediatamente siguientes.

El lugar de su composición fue, de acuerdo al prólogo arriba mencionado, en la provincia de Asia. Todavía en forma más precisa en los tratados de San Ireneo, éste nos dice que Juan escribió su Evangelio “en Éfeso en Asia” (Adv. haer., III, i, 2). Todas las otras referencias tempranas están de acuerdo con este relato. Los primeros lectores del Evangelio fueron los cristianos de la segunda y tercera generación en Asia Menor. No había necesidad de iniciarlos en los elementos de la Fe; en consecuencia Juan debe haber intentado más bien confirmarlos contra los ataques de sus oponentes, en la Fe legada por sus padres.

V. PREGUNTAS CRÍTICAS ACERCA DEL TEXTO

Respecto del texto del Evangelio, las críticas tienen en cuenta tres pasajes, 5:3-4; 7:53-8:11; y 21.

Juan 5: 3 - 4 El capítulo cinco relata la cura del paralítico en la piscina de Betsaida en Jerusalén. De acuerdo con la Vulgata el texto de la segunda parte del versículo tres y del versículo cuatro es como sigue “...esperando la agitación del agua. Porque el Ángel del Señor bajaba de tiempo en tiempo a la piscina y agitaba el agua; y el primero que se metía después de la agitación del agua, quedaba curado de cualquier mal que tuviera”. Pero estas palabras faltan en los tres manuscritos más antiguos, el Codex Vaticanus (B), el Codex Sinaítico (aleph), y el Codex Bez (D), en el texto original de los palimpsestos de San Efrén (C), en la traducción siríaca de Cureton, así como en la traducción copta y sahídica, en varios minúsculos, en tres manuscritos de Italia, en cuatro de la Vulgata, y en varios manuscritos armenios. Otras copias agregan a las palabras un signo crítico que indica una duda de su autenticidad. El pasaje es observado por lo tanto por la mayoría de las críticos modernos, incluyendo los exégetas Católicos, Schegg, Schanz, Belser, etc., como un agregado de Papías o de algún otro discípulo del Apóstol. Otros exégetas como Corluy, Comely, Knabenbauer y Murillo defienden la autenticidad del pasaje insistiendo en importantes evidencias internas y externas a su favor. En primer lugar las palabras se encuentran en el Codex Alejandrino (A), el Codex Ephraemi enmendado (C), en casi todos los manuscritos minúsculos, en seis manuscritos de Italia, en la mayoría de los volúmenes de la Vulgata, incluyendo al mejor, en el Peshito Sirio, en la traducción siria de Filoxeno (con una nota de crítica), en las traducciones Persas, Árabe y Eslovaca y en algunos manuscritos del texto Armenio. Es más importante el hecho que, aun antes de la fecha de nuestros actuales volúmenes, estas palabras se encontraban en los Padres griegos y Latinos y en los textos del Evangelio. Esto está claro en Tertuliano [De bapt., I (antes 202)], Dídimo de Alejandría [De Trin., II, XIV (alrededor 381)], San Juan Crisóstomo, San Cirilo de Alejandría, San Ambrosio, y en San Agustín [Sermón XV (al. XII), De verbis Evangelii S. Joannis) aunque este último, en su tratado del Evangelio de San Juan, omite el pasaje. El contexto narrativo parece necesario para presuponer la presencia de estas palabras. La respuesta subsecuente del hombre enfermo (v. 7) “Señor no tengo a nadie que me meta en la piscina cuando se mueve el agua; mientras voy, baja otro antes que yo”, difícilmente se hace inteligible sin el versículo 4, y el Evangelista no está acostumbrado a omitir del texto este tipo de información necesaria. Luego ambos bandos tienen buenos argumentos para sostener sus opiniones, y no hay una decisión final sobre la cuestión; desde el punto de vista de la crítica de los textos, ambas parecen posibles.

Juan 7: 53 – 8: 11 Este pasaje se refiere al relato de la adúltera. La evidencia crítica externa parece en este caso aportar una decisión más clara contra la autenticidad de este pasaje. Está ausente en los cuatro manuscritos más antiguos (B, A, C, y aleph) y en muchos otros, mientras que en muchas copias es admitido sólo con una nota crítica, indicativa de su dudosa autenticidad. Tampoco se lo encuentra en la traducción siria de Cureton, en la sinaítica, en la traducción Gótica en la mayoría de los códices Peshitas, o en la traducción Copta y Armenia, o finalmente en los manuscritos más antigüos de Italia. Ninguno de los Padres griegos ha tratado el incidente en sus comentarios, y entre los escritores latinos, Tertuliano, Cipriano e Hilario no parecen tener conocimiento de esta perícopa . No obstante el peso de la evidencia externa de estas importantes autoridades, es posible aducir testimonios más importantes en favor de la autenticidad de este pasaje. Desde los manuscritos, conocemos por la autoridad de San Jerónimo que el incidente “está contenido en muchos códices griegos y Latinos” (Contra Pelagium, II, xvii), testimonio sostenido hoy en día por los Códices de Bez de Canterbury (D) y muchos otros. La autenticidad del pasaje también es favorecida por la Vulgata, los Árabes Etíopes, y las traducciones eslovenias, así como por muchos manuscritos de Italia y textos sirios y armenios. Sobre los comentarios de los Padres Griegos, los libros de Orígenes que tratan con esta parte del Evangelio no existen más; solo ha llegado hasta nosotros una porción de los comentarios de San Cirilo de Alejandría, mientras que las homilías de San Juan Crisóstomo sobre el cuarto Evangelio deben considerarse como un tratado de pasajes selectos del Evangelio más que de todo el texto. Entre los Padres Latinos, San Ambrosio y San Agustín incluyen la perícopa en sus textos, y buscan una explicación a su omisión de otros manuscritos en el hecho que podría fácilmente dar lugar a ofender (cf. especialmente Agustín, "De coniugiis adulteris", II, vii). Por lo tanto es más fácil explicar la omisión del incidente de muchas de las copias, que el agregado de dicho pasaje en versiones tan antiguas de todas partes de la Iglesia. Más aún, los críticos admiten que tanto el estilo como el modo de presentación no tienen la más mínima traza de origen apócrifo, sino que revelan la mano de un auténtico maestro. No debe darse gran importancia a las diferencias en el vocabulario que pudiera encontrarse entre este pasaje y el resto del Evangelio, dado que la correcta lectura de los textos es en muchas partes dudosa, y cualquiera de estas diferencias de lenguaje puede ser fácilmente armonizada con el fuerte estilo individual del Evangelista. Es por lo tanto posible, aun desde un punto de vista estrictamente crítico, aducir una fuerte evidencia en favor de la canonicidad y carácter inspirado de esta perícopa, que por decisión del Concilio de Trento, forma parte de la Sagrada Biblia.

Juan 21 Respecto al último capítulo del Evangelio serán suficientes unas pocas consideraciones. Los últimos dos versículos del capítulo veinte indican muy claramente que el Evangelista trató de terminar aquí su trabajo: “Jesús realizó en presencia de los discípulos otras muchas señales que no están escritas en este libro. Éstas han sido escritas para que creáis que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios, y para que creyendo tengáis vida en su nombre” (xx, 30 – 31) Pero la conclusión que puede deducirse de ésto, es que el capítulo veintiuno fue agregado posteriormente y debe por lo tanto considerarse como un apéndice del Evangelio. La opinión actualmente es bastante general, aun entre los críticos, en que el vocabulario, estilo, y modo de presentación en general, junto con el tema principal del pasaje, revelan un autor común de este capítulo con las partes precedentes de este cuarto Evangelio.

VI. AUTENTICIDAD HISTÓRICA Objeciones contra el carácter histórico del cuarto Evangelio

La autenticidad histórica del cuarto Evangelio es en la actualidad negada casi universalmente fuera de la Iglesia Católica. Desde David Friedrich Strauss y Ferdinand Christian Baur este rechazo ha sido postulado en la mayoría de las investigaciones críticas de los Evangelios y de la vida de Jesús. Influido por esta tendencia prevalente, Alfredo Loisy alcanzó el punto en que niega abiertamente la realidad histórica del cuarto Evangelio; en su opinión el autor deseaba, no escribir la historia, sino vestir en un entorno simbólico sus ideas religiosas y especulaciones teológicas. Los escritos de Loisy y sus prototipos racionalistas, especialmente los escritos de los críticos germanos, han influido en muchos exégetas posteriores, quienes mientras desean mantener el punto de vista Católico en general, conceden solo en una medida muy limitada autenticidad histórica al cuarto Evangelio. Dentro de esta clase se incluyen aquellos que reconocen como históricas las líneas principales de la narración del Evangelista, pero ven en muchas partes individuales solo un embellecimiento simbólico. Otros sostiene junto con H. J. Holtzmann que debemos reconocer en el Evangelio una mezcla de lo subjetivo, las especulaciones teológicas del autor, y de lo objetivo, coleccionadas personalmente por su interrelación con Cristo, sin que tengamos ninguna oportunidad de distinguir mediante criterios seguros estos diversos elementos. Es evidente que esta hipótesis excluye cualquier pregunta ulterior respeto a la autenticidad histórica de la narrativa joánica, y más aun es cándidamente admitida por los representantes de estos puntos de vista. Al examinar las bases para esta negación o limitación de la autenticidad histórica de Juan encontramos que son referidas por los críticos casi exclusivamente por la relación entre el cuarto Evangelio y la narración de los Sinópticos. Al compararlos se descubren tres puntos de contraste: (1) respecto a los sucesos relatados; (2) en cuanto al modo de presentación; (3) la doctrina contenida en la narración.

(1) Los sucesos relatados Respecto a los sucesos relatados, el gran contraste entre Juan y los Sinópticos en la elección y arreglo de los materiales es especialmente acentuado. Los últimos nos muestran al Salvador casi exclusivamente en Galilea, trabajando entre la gente común: por el contrario, Juan, se dedica principalmente a relatar las actividades de Cristo en Judea y Sus conflictos con el Sanedrín en Jerusalén. Una solución simple a esta primera dificultad se encuentra en las especiales circunstancias relacionadas con la composición del cuarto Evangelio. Juan puede – en realidad debe – haber asumido que la narrativa de los Sinópticos era conocida por sus lectores a fines de la primera centuria. El interés y las necesidades espirituales de sus lectores demanda primeramente que complete la historia evangélica de tal modo que lleve a un conocimiento más profundo de la Persona y de la Divinidad del Salvador, contra la cual, las primeras herejías deCerinto, los Ebionitas y los Nicolaítas ya se habían diseminado entre las comunidades cristianas. Fue principalmente en Sus discusiones con los Escribas y Fariseos en Jerusalén donde Cristo habló de Su Persona y Divinidad. Por lo tanto, en su Evangelio, Juan transforma en su propósito primario dejar establecido las sublimes enseñanzas de Nuestro Salvador, para salvaguardar la Fe de los Cristianos contra los ataques de los herejes. Cuando consideramos los sucesos en forma individual en la narración, hay tres puntos a considerar en particular:

 la duración del ministerio público de Cristo se extiende en el cuarto Evangelio al menos más de dos años, probablemente más de tres años, y algunos meses. De todos modos, los Sinópticos dan cuenta de la vida pública de Jesús y de ningún modo pueden confinarse dentro del estrecho espacio de un año, como pretenden algunos críticos modernos. Los tres primeros Evangelistas también suponen el de al menos dos años y algunos meses.  la purificación del Templo es referida por Juan al comienzo del ministerio del Salvador, mientras que los Sinópticos la narran hacia el final. Pero esto de ningún modo prueba que la purificación ocurriera sólo una vez. Las críticas no logran demostrar una sola razón objetiva por la que no podamos sostener que el incidente, bajo las circunstancias relatadas en los Sinópticos como aquellas del cuarto Evangelio tuvieran su lugar histórico al comienzo o al final de la vida pública de Jesús.  A pesar de todas las objeciones presentadas, Juan está de acuerdo con Sinópticos en cuanto a la fecha de la Última Cena Ocurrió un jueves, el decimotercio día de Nisan, y la Crucifixión tuvo lugar el Viernes, el catorceavo día. El hecho que de acuerdo con Juan, Cristo celebró la Cena con sus Apóstoles el Jueves, mientas que de acuerdo con los Sinópticos, los Judíos comen el cordero pascual en Viernes, lo que no es irreconciliable con lo arriba mencionado. La solución más probable a esta cuestión descansa en la legítima y muy diseminada costumbre de acuerdo con la cual, cuando cayó el quince de Nisan en el Sabbath como sucedió el año de la Crucifixión, el cordero pascual fue muerto en las horas de la tarde del treceavo de Nisan y la fiesta pascual celebrada esa tarde o a la tarde siguiente, para evitar toda infracción del estricto descanso sabático.

(2) El modo de presentación Respecto al modo de presentación, se insiste especialmente en que lo más sublime del cuarto Evangelio es difícil de reconciliar con la simplicidad casera de los Sinópticos. Esta objeción, de todos modos, descuida completamente las grandes diferencias en las circunstancias bajo las cuales los Evangelios fueron escritos. Para la tercera generación de Cristianos en Asia que vivían en medio de florecientes escuelas, el cuarto Evangelista estaba obligado a adoptar un estilo totalmente diferente del empleado por sus predecesores al escribir para los Judíos recién convertidos y los paganos del período inicial. Otra dificultad que aparece es el hecho del peculiar estilo joánico encontrado no solo en los fragmentos narrativos del Evangelio, sino también en los discursos de Jesús y en las palabras del Bautista y de otros personajes. Pero debemos recordar que todos los discursos y coloquios debieron ser traducidos del arameo al griego, y en dicho proceso recibieron de parte del autor su unidad de estilo distintivo. Además en el Evangelio, la intención no es de ningún modo hacer un registro textual de cada sentencia y expresión de un discurso, un sermón o una disputa. Solo las ideas conductoras son ubicadas exactamente de acuerdo a su sentido original y, de este modo también, ellas vienen a reflejar el estilo del Evangelista. Finalmente, el discípulo recibió seguramente de su Maestro muchas de las metáforas y expresiones distintivas que imprimen sobre el Evangelio, su carácter particular.

(3) El contenido doctrinario La diferencia en contenido doctrinal subyace sólo en las formas externas y no se extiende a las verdades propiamente dichas. Una explicación satisfactoria del carácter dogmático de la narración de San Juan, en comparación con el acento en el aspecto moral que los Sinópticos dan a los discursos de Jesús, se encuentra en las características de sus lectores, de quienes ya se ha hecho referencia repetidamente. También debe atribuirse a la misma causa las profundas diferencias entre los Evangelios, a saber, porque Juan centra su enseñanza alrededor de la Persona de Jesús, mientras los Sinópticos la sustituyen por El Reino de Dios. A fines de la primera centuria no hacía falta que el Evangelista repitiera las lecciones respecto al Reino de los Cielos, ya ampliamente tratada por sus predecesores. Su principal tarea era enfatizar, en oposición a los herejes, la verdad fundamental de la Divinidad del Fundador de este Reino, y la de relatar aquellas palabras y acciones del Redentor en las cuales Él ha revelado propiamente Su majestad y Su gloria, y conducir así la Fe hacia un conocimiento más profundo de esta verdad. Es superfluo explicar que en la enseñanza en sí, especialmente respecto a la Persona del Redentor, no hay ni la más mínima contradicción entre Juan y los Sinópticos. Los mismos críticos han admitido que aun en los Evangelios Sinópticos Cristo, cuando Él habla de Su relación con el Padre, asume el solemne modo “joánico” de hablar. Será suficiente con recordar las impresionantes palabras: “nadie conoce al Hijo sino el Padre, ni nadie conoce al Padre sino el Hijo y aquel a quien el Hijo quiera revelarlo”(Mt 11:27; Luc 10:22).

(4) Evidencias a favor de la Autenticidad histórica del Evangelio Las razones que se arguyen en contra de la autenticidad del cuarto Evangelio están desprovistas de cualquier fuerza conclusiva. Por otra parte, todo el carácter de la narración responde por su autenticidad. Desde el mismo comienzo los sucesos son retratados con la precisión de un testigo ocular; las más mínimas circunstancias subsidiarias son mencionadas; no se ha podido encontrar la menor sugerencia que el autor tuviera en mente cualquier otro objeto que el de relatar la más estricta verdad histórica. Una lectura concienzuda de los pasajes que describen el llamado a los primeros discípulos (I, 35 – 51), las Bodas de Caná (II, 1 – 11), la conversión de la mujer Samaritana (IV, 3 – 42), la curación del ciego de nacimiento (IX, 1 – 41), la resurrección de Lázaro (XI, 1 – 47), son suficientes para convencer a cualquiera que dicha crónica debe necesariamente llevar a los lectores a un error, si los sucesos que se describen no fueran la verdad en sentido histórico. Debe agregarse a esto la aseveración expresa hecha en forma repetida por el Evangelista que él habla la Verdad y clama para que se crea sin dudas en sus palabras (19:35; 20:30 ss.; 21:24; 1 Jn 1:1-4). Rechazar estas aseveraciones en rotular al Evangelista de ser un despreciable impostor, y hacer de su Evangelio un enigma tanto histórico como psicológico imposible de resolver. Y finalmente, el veredicto de todo el Cristianismo pasado tiene ciertamente un clamor distintivo a considerar en esta cuestión, desde que el cuarto Evangelio ha sido indudablemente aceptado como una de las fuentes principales e históricamente creíbles sobre nuestros conocimientos de la vida de Jesucristo. Con toda justicia, por ello, las opiniones en contrario han sido condenadas por las cláusulas 16 – 18 del Decreto “Lamentabili” (3 de julio de 1907) y por el decreto de la Comisión Bíblica del 29 de mayo de 1907.

VII. OBJETO E IMPORTANCIA

La intención del Evangelista al componer el Evangelio está expresada en las palabras que ya hemos remarcado: “Sin embargo, éstos han sido escritos para que creáis que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios, y para que creyendo tengáis vida en su nombre” (XX, 31) Desea también mediante su trabajo confirmar la fe de los discípulos en el carácter Mesiánico y en la Majestad Divina de Cristo. Para alcanzar su objetivo, selecciona principalmente aquellos discursos y coloquios de Jesús en los cuales la auto – revelación del Salvador dan un mayor énfasis en la Divina Majestad de Su Persona. De este modo, Juan desea asegurar la fidelidad contra las tentaciones y las falsas enseñanzas mediante las cuales los herejes pudieran perjudicar la pureza de la Fe. Respecto a la narración de los Evangelistas más tempranos, la actitud de Juan es la de quien busca rellenar la historia de las obras y palabras del Salvador, mientras procura confirmar de ser malinterpretados a algunos sucesos. Su Evangelio por lo tanto forma una gloriosa conclusión del jubiloso mensaje de la Palabra Eterna. Para siempre permanecerá para la Iglesia como el más sublime testimonio de la Fe en el Hijo de Dios, la lámpara radiante de la verdad de su doctrina, la fuente incesante de amoroso entusiasmo en la devoción de su Maestro, Quien la amará hasta el fin.

Escrito por Leopoldo Fonck. Transcripción Michael Little. Traducción Angel Nadales.