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Domingo, 24 de noviembre de 2024

Teatro: entadas reales

De Enciclopedia Católica

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Desde finales de la Edad Media, el desarrollo urbano y mercantil permitió el crecimiento de una burguesía y un patriciado urbanos con capacidad para financiar festejos y organizar espectáculos públicos con motivo de las visitas de monarcas y altos dignatarios, de las bodas, natalicios y exequias de miembros de la familia real, o de acontecimientos relacionados con la vida de las ciudades: aniversario de fundaciones o liberaciones, fiestas patronales, canonizaciones etc.

Estos espectáculos eran frecuentemente teatrales en la medida que se representaban en ellos alegorías con diálogos y canciones y se utilizaban recursos escenográficos: artefactos voladores, decorados efímeros, carrozas etc. Así lo han entendido muchos historiadores del teatro que no dudan en incluirlos en sus trabajos y en razón de su naturaleza teatral se aborda aquí su estudio, por otra parte de gran interés para la Historia del Arte ya que en muchos casos sabemos que la elaboración de los decorados y atrezzo para estos espectáculos corrió a cargo de pintores y entalladores, muchos de primera fila y algunos verdaderos especialistas en este tipo de encargos, un aspecto de la actividad artística del que poco ha llegado a nosotros por su carácter efímero, pero que en su momento tuvo gran importancia, mantuvo a dinastías de pintores y sirvió de vehículo de transmisión de ideas y modelos.

Probablemente la más espectacular de las fiestas cívicas, exceptuando la del Corpus, sea la Entrada Real; ceremonia con la que las ciudades de los siglos XIV-XVIII recibían a los reyes cuando acudían a visitarlas. Ya en el mundo romano existía el ritual del adventus con el que se recibía al Emperador o a los altos dignatarios del gobierno que visitaban las provincias, y la costumbre no se olvidó en la Edad Media aunque hasta finales del siglo XIII la ceremonia no pasaba de ser un homenaje por parte del pueblo encabezado por los notables de la villa que recibían al Rey en la puerta de la ciudad y renovaban sus votos de fidelidad. Desde principios del siglo XIV, sin embargo, (1301 en Flandes) la Entrada se convirtió en un espectáculo público de primera magnitud con música, danzas, desfiles, decorados y representaciones teatrales como las que Felipe IV ofreció en París a Eduardo II de Inglaterra en 1313 (se escenificó la vida de Cristo desde el Nacimiento a la Resurrección, luego el Juicio Final y una pieza profana, el Renard) o los “Misterios del Antiguo Testamento y del Nuevo” que la ciudad de París presentó al duque de Bedford en 1424.

Eran también muy frecuentes en estas Entradas Reales, especialmente en las francesas y flamencas, los cuadros vivos de temática religiosa o alegórica con figuras mudas vestidas apropiadamente y llevando rótulos identificativos. Grandioso debió de ser sin duda el tableau-vivant que la ciudad de Gante ofreció a Felipe el Bueno en su Entrada de 1458 escenificando con centenares de figuras el Retablo del Cordero Místico que los hermanos Van Eyck habían pintado años antes para la iglesia de San Bavón, patrono de la ciudad.

En España, este tipo de festejos están documentados en el área catalano-aragonesa desde finales del siglo XIV, no así en Castilla y en Portugal donde también existieron pero en fechas tardías y, según todos los indicios, como una costumbre importada a imitación de los usos franceses, flamencos, italianos y aragoneses. En Castilla, parece que la costumbre se copió de Aragón a mediados del siglo XV, extendiéndose en la época de los Reyes Católicos y desarrollándose en el siglo XVI por influencia italiana y flamenca.

En Galicia, las noticias sobre este tipo de festejos son muy escasas, en parte porque fueron muy pocos los reyes que visitaron el Reino de Galicia en la época que nos ocupa. Hay, sin embargo, algunos datos que permiten constatar que en las ciudades gallegas se hicieron Recibimientos con espectáculos de carácter teatral muy similares a los que tenemos documentados en otras zonas.

En el siglo XII, son abundantes las noticias sobre la presencia de los reyes castellano-leoneses en tierras gallegas y tanto la Historia Compostelana como el Calixtino proporcionan numerosos datos sobre las procesiones que se organizaban para recibirlos en Compostela, y la música, cantos y bailes que siempre acompañaban las celebraciones “según costumbre de Galicia” (Historia Compostelana). Ya en el siglo XIII hay noticias de la presencia de Alfonso IX, Fernando III y Sancho IV. Sin embargo, en fechas posteriores las noticias escasean y ningún rey visitó el país desde que Pedro I y su hermanastro Enrique de Trastámara lo hicieron entre 1366-69, en el contexto de la guerra civil que mantenían, hasta los Reyes Católicos que recorrieron Galicia en 1486.

Los sucesores de Enrique de Trastámara (Juan I, Enrique III, Juan II y Enrique IV) nunca visitaron Galicia lo que justifica la afirmación de Hernando del Pulgar en su Crónica cuando refiriéndose al Reino de Galicia dice “donde los Reyes de Castilla se lee haber ido pocas veces”.

En los cien años anteriores a la visita de los Reyes Católicos solo tenemos documentadas las visitas de reyes “usurpadores” como Fernando I de Portugal, proclamado rey en 1369 en las poblaciones del sur de Galicia en las que entró triunfalmente llegando hasta A Coruña, o Jean de Gant, duque de Láncaster, quien por su matrimonio con Constanza, hija de Pedro I, se tituló rey de Castilla y León tras la muerte de Pedro en Montiel y fue reconocido como tal en A Coruña y Compostela en 1386.

Jean Froissart en sus Chroniques, nos proporciona algunos datos sobre las fiestas que se celebraron en su honor y concreta que en Compostela salió a recibirlo el pueblo y el clero en procesión ofreciéndole las llaves de la ciudad y portando reliquias, cruces y oriflamas, y que en Betanzos tuvo lugar un torneo entre un caballero inglés y otro francés. Froissart no estuvo en Galicia pero contó con relatos de primera mano ya que se entrevistó con muchos de los protagonistas, de modo que podemos dar cierto crédito a sus noticias. No sucede así con las miniaturas de los códices ilustrados de las Chroniques, que incluyen las escenas de la Entrada en Compostela y de las justas de Betanzos, ya que estos códices fueron realizados un siglo después de la redacción de la obra.

En lo referente a los reyes legítimos, sabemos que en 1486, los Reyes Católicos visitaron Galicia durante algo más de un mes (del 7 de septiembre al 16 de octubre). Procedentes de Ponferrada, se dirigieron Santiago, donde estuvieron unos veinte días, y de allí a Betanzos, A Coruña y Lugo. La visita la mencionan varios cronistas de la época (Zurita, Hernando del Pulgar....) y, aunque no anotan la existencia de espectáculos públicos, sabemos que éstos tuvieron lugar, al menos en A Coruña, por un documento del Archivo Municipal de la ciudad en el que se hace referencia a la recepción que el pueblo y las autoridades ofrecieron a los monarcas el 6 de octubre en la Puerta de la Torre, en la que reclamaron la confirmación de los privilegios de la villa, manifestaron su lealtad a la Corona y obsequiaron a los reyes con un:

“…gran Resçibimyento por mar e por tierra de estoryas e entremeses de Hercoles e Geryon e de otras ystorias en forma segund sus estorias...”.

La mención de estoryas e entremeses sitúa a los festejos coruñeses en una dimensión claramente teatral y, dado que las autoridades apenas debieron de disponer de dos semanas para organizar el Resçibimyento, no parece probable que la representación hubiese corrido a cargo de una compañía profesional ambulante sino que debieron de ser los vecinos de la ciudad quienes actuaron y poetas locales los encargados de componer las ystorias en las que se desarrollaba el conocido mito sobre la fundación de la ciudad que aparece recogido en las Cantigas de Santa María y en la Estoria de España de Alfonso X. Quizá los entremeses aludidos eran los mismos que se hacían en las procesiones del Corpus –sabemos que así se hacía en Compostela en las entradas de los arzobispos- lo que proporcionaría una prueba indirecta de la antigüedad de las procesiones en la ciudad.

En el siglo XVI estuvieron en Galicia Felipe el Hermoso y Juana I de Castilla en 1506, Carlos I en 1520 para asistir a unas Cortes en Santiago y Felipe II -todavía príncipe-, como peregrino en junio de 1554. Los primeros arribaron en marzo a A Coruña, donde fueron recibidos con fiestas, pasaron después dos semanas en Santiago, y en las Actas Capitulares y el Libro de Consistorios constan los pagos de los festejos que nos informan de la confección de un palio, de pendones con las armas reales, y de una corrida de doce toros en el Obradoiro donde se emplazó, para refrescar a los reales huéspedes, una fuente que manaba vino tinto del Ulla, refinamiento muy de moda en las fiestas cortesanas de la época.

No hay noticias de que a Carlos I se le ofreciesen espectáculos o representaciones (las crónicas sólo dicen que en A Coruña salió a recibirlo a Palavea el pueblo y el Concejo y que en su partida hubo música y salvas), aunque parece probable que así ocurriese, del mismo modo que cuando su hijo Felipe visitó Galicia fue obsequiado con representaciones teatrales en A Coruña, y en Compostela se celebraron fiestas con corridas de toros en la plaza del Obradoiro y el Concejo de Santiago, a pesar de las penurias económicas que pasaba, encargó al broslador Fernando Díaz un palio bordado para la ocasión (baldaquí en los documentos), pendones y vestidos de gala para los regidores.

Incluso villas pequeñas tenían capacidad para organizar festejos de este tipo, o, al menos, para intentarlo. En Ribadeo, por ejemplo, se preparó en 1570 una recepción para la reina Ana de Austria (cuarta esposa de Felipe II) que se esperaba desembarcase en la villa (se adornó la muralla con pinturas alusivas y se construyó un trono procesional). Finalmente, sin embargo, la reina arribó a Laredo por lo que el Ayuntamiento ribadense decidió utilizar lo preparado en un festejo de celebración de la feliz llegada de la reina a España (hubo música callejera, procesión, salvas de artillería, hogueras nocturnas y corrida de dos toros).

Aunque ligeramente fuera de los límites cronológicos que me he marcado para este trabajo destaca en el capítulo de las visitas reales, por los actos festivos que generó, el viaje de la reina Mariana de Neoburgo que arribó a la ría de Ferrol en 1690, después de una penosa travesía, para dirigirse hacia la corte pasando como peregrina por Compostela. Allí los regidores a caballo fueron a recibirla al puente de la Sionlla y entraron con ella por la Puerta del Camino en la que se habían pintado las armas reales y un retrato del Rey todo enmarcado con colgaduras. Pasaron por la Plaza del Campo, donde había niños danzando en un tablado, la Quintana, donde estaban los gremios con sus juegos y músicas, y llegaron al Obradoiro donde la obsequiaron con fuegos, luminarias nocturnas y una “Ystoria y representacion de Hiercoles” para la cual se levantó un castillo con fuegos artificiales.

Se hizo también un “arco Imperial con diferentes pinturas y dibujos y en sus remates algunos retratos de ángeles y en lo último y supremo de arriba un escudo con las armas reales” y en los días siguientes hubo una “mascara que se componia de un triunfo real y mas de duscientas personas la mayor parte de a caballo segun lo requeria el papel de cada uno en que entraron muy ricos carros, el uno en que iba el rey Jupiter y la Aurora, el otro de muchisima musica cantando versos y canciones a su Magestad, y el otro que era el ultimo y remataba el triunfo llevaba todas las armas de los reinos del Rey Nuestro Señor y encima el mundo y esto se coronaba con una corona Imperial”. Tuvo lugar también una representación de Moros y Cristianos (“se hizo una rica morisca y pelea de moros y cristianos en la dicha plaza con la representacion del Señor Santiago en un caballo blanco...”), y hubo saraos, música y una “mujiganga ... (y)... diferentes entremeses y villancicos”.

Pero no sólo la llegada de un miembro de la familia real generaba una recepción espectacular que también se ofrecía a los obispos cuando tomaban posesión de sus sedes y a los señores que visitaban las villas sobre las que ejercían su jurisdicción. Ya nos hemos referido a la entrada del arzobispo D. Cristóbal de Valtodano en Compostela en 1570, ocasión en la que los gremios sacaron sus entremeses del Corpus y se representó un “Auto”, y lo mismo sucedió en las de los arzobispos Liermo (1582), Andrade (1645), Carrillo (1656) y Spínola (1668). Los arzobispos eran recibidos en el Crucero de Conxo donde se les entregaban las llaves “de palo doradas” de la ciudad, desfilaban los cortejos gremiales, había representaciones teatrales en la Plaza del Campo, toros y juegos de sortija, y frecuentemente se levantaban arquitecturas efímeras (tres arcos que exaltaban las virtudes y triunfos del nuevo prelado erigió el Ayuntamiento en la entrada de D. Maximiliano de Austria en 1602). Tenemos también noticias precisas de los festejos que se celebraron en Pontevedra en 1603 con motivo de la visita de este último arzobispo, para la cual se levantó un castillo de fuegos artificiales y hubo en la Herrería un juego de sortija, máscaras, danzas gremiales, música y un banquete pantagruélico.

En Mondoñedo se recibía también a los obispos espectacularmente. Hacían éstos su entrada por la calzada romana de Lindín, atravesaban el barrio de los Molinos, juraban solemnemente los fueros municipales ante la Corporación municipal, generalmente bajo el árbol situado ante la capilla de San Roque, y se dirigían en mula hasta la plaza de la Catedral, adornada como las calles con centenares de farolillos, enramados, tapices y alfombras. Allí los recibía el cabildo catedralicio y un cortejo gremial con sus cruces, pendones y las danzas y juegos del Corpus (“delixias y regocijos” en los documentos).

Hay así mismo noticias de la celebración de Recibimientos espectaculares en villas menores cuando eran visitadas por sus señores jurisdiccionales. En Pontedeume, por ejemplo, Don Pedro Fernández de Castro, VII conde de Lemos y III conde de Andrade, visitó la villa en 1615, después de largos años de ausencia por sus ocupaciones en la Corte y en el virreinado de Nápoles, y el Ayuntamiento decidió hacer en su honor:

“...algunas fiestas en su recibimiento y despedida (...) como son arcos triunfales, poner las armas de S.E. en las puertas de la villa, pólvora, cohetes y cucañas de fuego, danzas, correrías de armas y otros regocijos que están acordados”.

Los trabajos de pintura fueron encomendados al pintor vecino de Betanzos Blas de Mariño que tuvo que esperar cuatro años para que el Concejo le pagase los 150 reales acordados “por la pintura de dos escudos de armas y otras cosas y banderillas que pintó para el recibimiento de Su Exa.”.

Tenemos también algunos datos de Recibimientos en la Universidad Compostelana, como el que se tributó en 1610 a D. Manuel de Azevedo y Zúniga, conde de Monterrei y patrono de la institución, o el de 1666 a D. Domingo Juan de Haro, conde de la misma casa; pero no debieron de revestir especial espectacularidad. El de 1666 consistió simplemente en la recepción solemne a las puertas del Colegio por parte diez claustrales y la asistencia del Conde al Claustro presidiendo desde una “silla con tapete y almohada a los pies”. En el de 1610, consta que hubo “fiesta y rrecybimº (...) con los menistriles”, pero la escasa cantidad invertida en los festejos -seis ducados- no debió de permitir grandes cosas.


[1] © Julio I. González Montañés 2002-2009.


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