Jacob
De Enciclopedia Católica
En su camino hacia allá, tuvo en Luza la visión de ángeles ascendiendo y descendiendo por una misteriosa escalera que se extendía desde la tierra hasta el cielo, y de Yahveh renovándole las gloriosas promesas que Él había hecho a Abraham y a Isaac; como consecuencia de esto, él llamó a ese lugar Betel, e hizo la promesa solemne de rendir culto exclusivamente a Yahveh si Él lo acompañaba en su camino y lo devolvía seguro a su hogar (28,11-22). Las relaciones de Jacob con la familia de Labán forman un interesante episodio, los detalles del cual son perfectamente verdaderos en la vida oriental y no necesitan ser expuestos aquí. Además de bendecirlo con once hijos, Dios otorgó a Jacob una gran prosperidad material, de modo que Labán estaba naturalmente deseoso de retenerlo. Pero Jacob, muy hastiado con los frecuentes engaños de Labán, y también mandado por Dios a regresar, partió en secreto, y, aunque alcanzado y amenazado por su indignado suegro, él se las arregló para apaciguarlo y proseguir su propio camino hacia Canaán (caps. 29 - 31). Se las ingenió también---después de una visión de ángeles en Mahanaim, y una noche completa de lucha con Dios en Penuel, en cuya ocasión recibió una nueva bendición y el significativo nombre de Israel---para calmar a su hermano Esaú, quién había venido a enfrentarse con él junto a 400 hombres (32 – 33,16).
Pasando a través de Sukkot, Jacob primero se instaló cerca de Salem, una ciudad de los siquemitas, y allí erigió un altar al Dios de Israel (33,17-20). Se vio obligado a marcharse debido a la gran cantidad de enemigos cananeos---cuya ocasión es incierta---se fue a Betel, donde cumplió el voto que había hecho en su camino a Jarán (34 – 35,15). Continuando más hacia el sur, llegó a Arribando desde el lejano sur, llegó a Efratá, donde sepultó a Raquel, que murió dando a luz a Benjamín, y donde erigió una estela en el sitio de su tumba. De allí, a través de Migdal Éder, llegó a Hebrón, donde se unió a Esaú para el funeral de su padre (35,16-29).
En Hebrón, Jacob vivió tranquilamente a la cabeza de una numerosa familia de pastores, y recibió con pena inconsolable la aparente evidencia de la cruel muerte de José, pasó por la opresión de la hambruna, y aceptando muy renuentemente su separación de Benjamín (37,1-4; 42,35-38; 43,1-14). La noticia de que José estaba vivo y lo invitaba a venir a Egipto revivió al patriarca, quien, pasando a través de Berseba, llegó a Egipto con sus hijos y nietos (45,25 - 49). Ahí le fue dado reunirse nuevamente con José, para disfrutar los honores conferidos a él por el Faraón, y para pasar prósperamente sus últimos días en las tierras de Gosén. Allí, en su lecho de muerte, predijo el futuro de fortunas de los respectivos descendientes de sus hijos, y falleció a la edad de 147 años. (46,29 - 49). De acuerdo a sus últimos deseos, fue sepultado en la tierra de Canaán (1,1-13). A pesar de las variadas dificultades encontradas en el examen de la narrativa bíblica y tratadas en detalle por los comentaristas, es completamente cierto que la historia de Jacob es la de una persona real cuyos hechos reales son registrados con substancial precisión. El carácter de Jacob es una mezcla del bien y del mal, gradualmente escarmentado por la experiencia de una vida larga, y sobre todo el no ser digno de ser usado por Dios con el propósito de mostrar su misericordia hacia el pueblo elegido. Las leyendas talmúdicas acerca de Jacob son la cumbre de la fantasía.
Fuente: Gigot, Francis. "Jacob." The Catholic Encyclopedia. Vol. 8. New York: Robert Appleton Company, 1910. <http://www.newadvent.org/cathen/08261a.htm>.
Traducido por Miguel A. Casas. L H M