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Jueves, 21 de noviembre de 2024

Éfeso

De Enciclopedia Católica

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Concilio Latrocinio de Éfeso (LATROCINIUM). Las actas de la primera sesión de este sínodo fueron leídas en el Concilio de Calcedonia, de 451, y así se han conservado. El resto de las Actas (menos la primera sesión) solo son conocidas por una versión siríaca hecho por un monje monofisita y publicada según e manuscrito, escrito el año 535, Addait 14,530 del Museo Británico. Sobre los sucesos anteriores a la inauguración del concilio, el de agosto de 449, ver DIOSCORO. El emperador lo había convocado y el papa estuvo de acuerdo. No quedaba tiempo para que asistiera ningún obispo occidental, excepto un tal Julio - no se conoce su sede - que junto con un cerdote romano, Renato (que murió en el camino) y el diácono Hilario, después papa y que representaba a S. León. El emperador Teodosio II dio la presidencia a Dioscuro, patriarca de Alejandría ( ten uthentian kai ta proteia). El legado Julio se menciona a continuación, pero cuando su nombre fue leído en Calcedonia, los obispos gritaron: “Fue desterrado. Nadie representa a León”. El siguiente en orden era Juvenal de Jerusalén, sobre los dos patriarcas, el de Antioquía, Domnus y el de Constantinopla, S. Flaviano. Asistieron 127 obispos, ocho representantes de obispos ausentes , el diácono Hilario con su notario Dulcitio. La cuestión presenta por orden del emperador al concilio era si, en un sínodo celebrado por él en Constantinopla en noviembre de 448, había depuesto y excomulgado justamente al archimandrita Eutiques por rehusar admitir dos naturalezas en Cristo. A Flaviano y seis obispos, que habían estado presentes en ese sínodo, no se les permitió sentarse como jueces en el concilio. Se leyó el breve de convocatoria de Teodosio y entonces los legados romanos explicaron que habría sido contrario a la costumbre que el papa estuviera presente en persona, pero que había enviado una carta con ellos, en la que León apelaba a su carta dogmática a Flaviano, que quería que se leyese en el concilio y que fuera aceptada por él como regla de fe. Pero Dióscoro se encargó de que no se leyera y en vez de ella se leyó una carta del emperador que ordenaba la presencia en el concilio de monje fanático anti -nestoriano Barsumas. A continuación se procedió con la cuestión de fe. Dióscoro declaró que esto no era un asunto para investigar: sólo había que observar los hechos recientes. Fue aclamado cono guardián de la fe. Entonces se presentó a Eutiques que declaró que apoyaba el credo de Nicea, al que no se podía añadir nada y del que nada se podía quitar. Había sido condenado por Flaviano por un simple lapsus linguae aunque había declarado mantener la fe de Nicea y Éfeso y por eso había apelado a este concilio actual. Su vida había corrido peligro y ahora pedía un juicio contra las calumnias que se habían dicho contra él. No se permitió hablar al acusador de Eutiques, el Obispo Eusebio de Dorilea. Los obispos estuvieron de acuerdo en que se leyeran las actas del concilio de Constantinopla, 448, en el que se había condenado a Eutiques, pero los legados dijeron que ese había de oír primero la carta del papa. Eutiques interrumpió diciendo que no confiaba en los legados que habían estado comiendo con Flaviano y habían sido muy agasajado por él. Dioscoro decidió que las actas del juicio tenían precedencia y el resultado fue que la carta del papa nunca se leyó. La Actas se leyeron enteras ( ver EUTIQUES) y también el resultado de una investigación hecha el 13 de abril sobre las alegaciones de Eutiques de que las Actas sinodales habían sido incorrectamente redactadas y otra del 27 de abril sobre las acusaciones de Eutiques de que Flaviano había redactado la sentencia de antemano la sentencia contra él . Mientras se relataba lo del juicio, surgieron gritos de creemos en una naturaleza, dos naturalezas significa Nestorianismo, quememos a Eusebio etc. S. Flaviano se levanto diciendo que no se le había dado ninguna oportunidad de defenderse. Las actas de Latrocino de Éfeso dan 114 en forma de discursos breves absolviendo a Eutiques. Hasta se unieron a esto tres de sus jueces anteriores aunque por orden del emperador no debían votar. Barsumas intervino en último lugar. Se leyó una petición del monasterio de Eutiques que había sido excomulgado por Flaviano. Los monjes afirmaban que estaban en todo de acuerdo a Eutiques y con los santos Padres. El sínodo les absolvió. El punto siguiente en el orden era establecer la verdadera fe. Se leyó un extracto de las Actas de la primera sesión del concilio de Éfeso de 431. Muchos de los obispos y también el diácono Hilario expresaron su asentimiento, y algunos añadieron que nada se debía permitir más allá de esta fe. Dioscorohablo entonces, declarando que la consecuencia era que Flaviano y Eusebio fueran depuestos. Más 110 obispos dieron su voto oralmente. Las firmas de 135 obispos están en las actas. Flaviano y Eusebio habían interpuesto antes una apelación al papa y a un concilio bajo su autoridad. Sus cartas formales de apelación fueron publicadas por Amelli. En Calcedonia se demostró que lo que cuentan las actas sobre esta escena final no es fiable. A los secretarios de los obispos se les había impedido violentamente que tomaran notas. Se declaró que tanto Barsumas como golpearon a Flaviano, aunque esto puede ser exagerado pero debemos creer que muchos obispos se arrojaron de rodillas para rogar que Dióscoro tuviera misericordia con Flaviano y que entraron los militares en el recinto así como los Parabolani; que siguió una escena de violencia; que los obispos firmaron por miedo bajo coacción y por miedo un papel en blancor , que otros no firmaron nada, y más tarde se pusieron los nombres de todos los que estuvieron presente. E legado papal , Hilario, solo dijo una palabra en latín, Contradicitur, anulando la sentencia en nombre del papa.. Después huyó con dificultad. Flaviano fue deportado al exilio y murió pocos días después en Lidia. Nada más de las actas se leyó en Calcedonia. Pero sabemos por Teodoreto, Evagrio y otros que el Concilio Latrocinio de Éfeso depuso el mismo Teodoreto, a Domnus y a Ibas. Las actas siríacas retoman la historia donde la dejan las de Calcedonia. De la primera sesión se sabe que se conservaron solo los documentos formales, cartas del emperador, peticiones de Eutiques, aunque no en el mismo manuscrito. Está claro que el editor monofisita desaprobaba la primera sesión y la omitió a propósito, no por los procedimientos dictatoriales de Dioscuro, sino porque lo monofisitas en general condenaban a Eutiques como hereje, y no querían recordar su rehabilitación por un concilio que consideraban ecuménico. En la siguiente sesión, según las actas siríacas, estuvieron presente 113, incluido Barsumas. Aparecen nueve nombres nuevos Se mando buscar a los legados, porque no aparecían, pero solo se pudo encontrar al notario Dulcitio, que además estaba enfermo. Los legados se habían sacudido el polvo de sus sandalias contra la asamblea. En Calcedonia se acusó a Dioscoro de que “había celebrado un concilio (ecuménico) sin la Sede Apostólica, lo que nunca estaba permitido”.Esto se refiere claramente a haber continuado el concilio después de la partida de los legados. El primer caso fue el de Ibas, Obispo de Edessa. Este famoso campeón del partido antioqueno había sido acusado de crímenes ante Domnus, obispo de Antioquía aunque no había sido declarado culpable poco antes de la Pascua de Resurrección de 448. Sus acusadores habían ido a Constantinopla y conseguido del emperador que se celebrase un nuevo juicio. El obispo Focio de Tiro, Eustaquio de Berito y Uranio de Imeria examinaron el asunto. Estos obispos se reunieron en Tiro en febrero de 449, depusieron a Berito y volvieron a Tiro, después declararon no culpable a Ibas, una vez más, junto a su compañero en la acusación Daniel, obispo de Harran y Juan de Teodosianópolis. Los obispos habían sido demasiado transigentes y se envió a Queroeas, gobernador de Osrhoene, que fuera a Edesa a investigar. Fue recibido por el pueblo en 12 de abril con gritos en honor del emperador (en el informe llena dos o tres paginas para contarlo), del gobernador, del fallecido obispo Rabbula y contra Nestorio e Ibas. Queroeas envió a Constantinopla dos cartas suyas y un informe elaborado detallando las acusaciones que pudo juntar contra Ibas. El emperador ordenó que se eligiera un nuevo obispo. Y fue este informe, que proporcionaba todos los detalles del asunto, el que se leyó por orden de Dioscuro. Cuando se leyó la famosa carta de Ibas a Maris, se oyeron gritos como…¡”Estas cosas ensucian nuestros oídos…Cirilo es inmortal…Que se queme a Ibas en medio de la ciudad de Antioquía…De nada sirve el exilio. Nestorio e Ibas debe ser quemados juntos”! Eulogio, un sacerdote de Edessa pronunció un discurso final de condena. La sentencia fue emitida contra Ibas: deposición y excomunicación sin ninguna sugerencia de que se le citara ni que se oyera su defensa. Es escandaloso ver que los tres obispos que le habían absuelto unos pocos meses antes, ahora no querían otra cosa que mostrar su acuerdo con las condenas. Hasta intentaron olvidar lo que se había probado en Tiro y Berito. En el caso siguiente, el del sobrino de Ibas, Daniel de Herran, declararon que en Tiro habían visto claramente su culpa y no le habían condenado porque había renunciado voluntariamente. Fue rápidamente depuesto por acuerdo de todo el concilio. No estaba presente y no pudo defenderse. El siguiente fue el turno de Ireneo, que había sido un influyente laico en el anterior concilio de Éfeso, y se había mostrado favorable a Nestorio. Después fue elegido obispo de Tiro, el emperador le había depuesto en 448, y el miserable Focio, ya mencionado, le había sucedido en el cargo. El concilio no tuvo dificultades en ratificar la deposición de Ireneo como bígamo y blasfemo. Aquilino, obispo de Biblos, que había sido consagrado por Ireneo y era amigo suyo, también fue depuesto. Sofronio, obispo de Tella, era primo de Ibas y fue acusado de magia reservándose su caso para que lo juzgara en nuevo obispo de Edessa –o que era una decisión sorprendentemente suave. El Concilio entró ya de lleno en los grandes temas. El gran Teodoreto cuya sabiduría y elocuencia en el pulpito y con la pluma eran el terror de los seguidores de Dióscuro, había sido confinado, por el emperador el año anterior, dentro de su propia diócesis, para evitar su predicación en Antioquía. Además el emperador había escrito dos veces para impedir que viniese a Éfeso al concilio. No es difícil encontrar las razones por las que se le depuso en ausencia. No había sido un nestoriano, pero sí amigo de Nestorio y durante más de tres años (431-4) el más formidable adversario de Cirilo. Pero los dos grandes teólogos habían llegado a entenderse y celebraron su acuerdo con gran gozo. Teodoreto había tratado de ser amigo de Dioscuro, pero éste lo rechazó con desdeño. Un monje de Antioquía presentó un libro con extractos de las obras de Teodoreto. Primero se leyó la magnífica carta de Teodoreto a los monjes (ver Mansi, V, 1023), después algunos párrafos de la obra perdida “apología de Diodoro y Teodoro” . El título de al obra bastó al concilio para condenarle. Dioscoro pronunció la sentencia de deposición y excomunión. Cuando Teodoreto oyó en su remota diócesis lo de esta absurda sentencia contra un hombre ausente, contra cuya reputación no se pronuncia palabra alguna, inmediatamente apeló al papa en una famosa carta (Ep. cxiii). También escribió al legado Renato (Ep. cxvi), sin saber que había muerto.. Pero el concilio tenía ante él una tarea aún mas arriesgada. Se dice que Domnus de Antioquía estuvo de acuerdo en la primera sesión sobre la exoneración de Eutiques. Pero rehusó, por razón de enfermedad, a volver a aparecer ante el concilio. Parece que estaba disgustado o aterrorizado, o ambas cosas por el tiránico comportamiento de Discuro. El concilio le había enviado un relato de lo actuado al que replicó ( si creemos a las actas) que estaba de acuerdo con todas las sentencias que se habían dictado y lamentaba que su salud le impidiera asistir es casi increíble que inmediatamente después de recibir este mensaje, el concilio procediera a oír algunas peticiones de monjes y cerdotes contra Domnus. Fue acusado de amistad con teodoreto y Flaviano, de nestorianismo, de alterar las formas del sacramento del bautismo, de introducir un obispo inmoral en Emesa, se haber sido nombrado él mismo al margen de los cánones y de ser de hecho enemigo de Dioscuro Algunas páginas del manuscrito se han perdido, lamentablemente, pero no parece que el desafortunado patriarca fuera citado para compadecer ni que se le diera una oportunidad de defenderse. Los obispos gritaban que era peor que Ibas. Fue depuesto por un voto del concilio y con este final acto de injusticia llegan las Actas a su fin. El concilio escribió la carta de costumbre al emperador (ver Perry, trans., p. 431), que se quedó encantado con el resultado confirmándolo con una carta (Mansi, VII, 495, y Perry, p. 364). Dióscoro envió una encíclica a los obispos orientales con un formato de adhesión al concilio que habían de firmar (Perry, p. 375). Fue a Constantinopla y nombró a su secretario, Anatolio, obispo de la gran sede. Juvenal de Jerusalén se había convertido en su herramienta: depuso los patriarcas de Antioquía y Constantinopla. Pero aún les quedaba un poderoso adversario. Se detuvo en Nicea y con diez obispos (sin duda los metropolitanos egipcios que había traído consigo a Éfeso) “además de todos estos crímenes extendió su locura contra aquel a quien se había confiado la guarda de la vino del Salvador” – en palabras de los obispos de Calcedonia –y excomulgó al mismísimo papa. Mientras tanto, S. León había recibido las apelaciones de Teodoreto y Flaviano (de cuya muerte aún no sabía nada) y les había escrito, y al emperador y emperatriz que todos los actos del concilio eran nulos. Excomulgó a todos los que habían tomado parte en él y absolvió a los que habían sido condenados, excepto a Domnus de Antioquía, que no parecía tener deseos de volver a su sede y se retiró a la vida monástica que abolla abandonado hacía años con disgusto. (para los resultados del Concilio Latrocinio de Efeso - el nombre se lo dio S. León, (ver CALCEDONIA, EUTIQUES, PAPA LEON I)

John Chapman.

Transcrito por Sean Hyland.

Traducido por Pedro Royo