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Jueves, 21 de noviembre de 2024

Diferencia entre revisiones de «Domingo»

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Fundador de la Orden de Predicadores, comúnmente conocida como la Orden Dominica; nació en Calaroga, en la Vieja Castilla, aproximadamente en 1170. Murió el 6 de agosto de 1221. Sus padres fueron Félix Guzmán y Joanna de Aza, quienes pertenecieron a la nobleza española, aunque es poco probable que hayan tenido nexos con los reyes de Castilla, tal y como señalan algunos biógrafos del santo.
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Domingo (día del sol), como el nombre del primer día de la semana, se deriva de la [[astrología]] egipcia.  Los siete planetas, conocidos para nosotros como Saturno, Júpiter, Marte, el Sol, Venus, Mercurio y la luna, cada uno tenía asignada una hora del día, y el planeta que regía durante la primera hora de cualquier día de la semana le daba su nombre a ese día (v. [[Calendario]].  Durante los siglos I y II se introdujo la semana de siete días a [[Roma]] desde [[Egipto]], y los nombres romanos de los planetas se le dieron a cada día sucesivo.  Las naciones teutónicas parecen haber adoptado la semana como una división de tiempo de los romanos, pero le cambiaron los nombres romanos a los nombres de las [[deidad]]es teutónicas.  De ahí que el dies Solis se convirtió en domingo (en alemán, Sonntag).  El domingo era el primer día de la semana según el método de conteo de los [[Judaísmo|judíos]], pero para los [[Cristianismo|cristianos]] comenzó a tomar el lugar del [[Sabbath]] judío en los tiempos apostólicos como el día separado para el culto público y solemne a [[Dios]].  La práctica de reunirse en el primer día de la semana para la celebración de la [[Eucaristía]] se indica en Hch. 20,7; 1 Cor. 16,2, en Ap. 1,10, y es llamado el día del Señor.  En el Didache (14) se da el precepto:  “En el Día del Señor reúnanse y partan el pan.  Y den gracias (ofrezcan la Eucaristía), después de confesar sus [[pecado]]s, que su sacrificio sea puro”.  San Ignacio (Ep. Ad Magnes. IX) dice de los cristianos que “ya no observan el Sabbath, sino que viven en la observancia del Día del Señor, en el cual nuestra vida resucitó de nuevo”.  En la Epístola de Bernabé (XV) leemos: “por lo cual, también, observamos el octavo día (es decir, el primero de la semana) con regocijo, el día también en el cual [[Jesucristo]] resucitó de entre los muertos”.
  
De Félix Guzmán personalmente se conoce poco, excepto que era cabeza de una familia de santos. A la nobleza de sangre, Joanna de Aza agregaba la nobleza de alma, lo que permitió una veneración popular y que en 1828, fuera solemnemente beatificada por León XII.
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[[San Justino]] es el primer escritor cristiano que llama al día domingo (O Apol., LXVII) en el famoso pasaje en el cual describe el culto ofrecido a Dios por los primeros cristianos en ese día.  El hecho de que se reunieran el domingo y ofrecieran culto público necesitaba cierto descanso del trabajo en ese día. Sin embargo, [[Tertuliano]] (202) es el primer escritor que menciona expresamente el descanso dominical:  “Nosotros, sin embargo, (según nos ha enseñado la tradición) en el día de la [[Resurrección]] del Señor debemos tratar no sólo de arrodillarnos, sino que debemos dejar todos los afanes y preocupaciones, posponiendo incluso nuestros negocios, a menos que queramos dar lugar al [[diablo]]” (De orat.”, XXIII; cf. “Ad nation.”, I, XIII; “apology.”, XVI).  
  
El ejemplo de los padres afectó a los niños. No solamente a Santo Domingo, sino también a sus hermanos Antonio y Manes, quienes se distinguieron por su extraordinaria santidad. Antonio, el mayor, llegó a ser un sacerdote secular, habiendo distribuido su patrimonio entre los pobres, ingresó a un hospital en donde se quedó por el resto de su vida atendiendo enfermos. Manes, siguiendo los pasos de Domingo, llegó a ser fraile predicador, y fue beatificado por Gregorio XVI.
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Éstas y otras indicaciones similares muestran que durante los primeros tres siglos la práctica y la tradición habían [[Consagración|consagrado]] el domingo para el culto público a Dios, por medio de la participación en la Misa y el descanso de todo trabajo.  A principios del siglo IV legislación positiva, tanto civil como eclesiástica, comenzó a hacer estos [[deber]]es más definidos.  El [[Concilio de Elvira]] (300) [[decreto|decretó]]:  “Si alguien en la ciudad deja de venir a la iglesia por tres domingos, que sea [[Excomunión|excomulgado]] por un corto tiempo para que se corrija” (XXI).  En las Constituciones Apostólicas, que pertenecen al final del siglo IV, se prescriben tanto la asistencia a Misa como el descanso del trabajo y el precepto se atribuye a los [[apóstoles]]. La enseñanza explícita de [[Jesucristo]] y [[San Pablo]] previno a los primeros cristianos de caer en los excesos del [[sabatarianismo]] judío en la observancia del domingo, y aun encontramos a [[San Cesáreo]] de [[Arlés]] en el siglo VI enseñando que los [[Comunión de los Santos|santos]] [[Padres de la Iglesia]] habían decretado que la gloria total del Sabbath judío había sido transferida al domingo, y que los cristianos debían guardar el sagrado día del domingo del mismo modo que los judíos habían ordenado guardar el día del sábado.  El insistió especialmente en que la gente escuchara la Misa completa y en que no abandonaran la iglesia hasta que se hubiesen leído la Epístola y el Evangelio. Les enseñó que debían venir a las [[Vísperas]] y pasar el resto del día en lecturas [[Virtud de Religión|piadosas]] y en la [[oración]].  Al igual que con el sábado judío, la observancia del domingo cristiano comenzaba en el crepúsculo del sábado y duraba hasta la misma hora en domingo.  Hasta tiempos muy recientes algunos [[Teología|teólogos]] enseñaban que había [[obligación]], bajo pena de [[pecado]] venial, tanto de asistir a las vísperas como de asistir a Misa, pero esa opinión no descansa en bases certeras y ahora comúnmente se abandonó.  La opinión común mantiene que, mientras que es altamente conveniente estar presente en las Vísperas el domingo, no hay obligación estricta de hacerlo.  El método de calcular el domingo desde una puesta de sol a otra continuó en algunos lugares hasta el siglo XVII, pero en general desde la [[Edad Media]] se ha seguido la práctica de contarlo desde medianoche a medianoche.  Cuando se introdujo el sistema [[parroquia]]l, se le enseñó a los [[laicos]] que ellos debían oír [[Misa]] y la predicación de la Palabra de Dios los domingos en su iglesia parroquial. Sin embargo, hacia finales del siglo XIII, los [[fraile]]s comenzaron a enseñar que el precepto de oír Misa podía ser cumplido si se asistía a Misa en sus iglesias, y después de largas y severas luchas la [[Santa Sede]] permitió esto claramente.  Hoy día, el precepto puede ser cumplido si se participa en la Misa en cualquier lugar excepto en un oratorio estrictamente privado, y que la Misa no sea celebrada en un [[altar portátil]] por un privilegio que sea meramente personal.
  
Se dice que el nacimiento y la infancia del santo fueron acompañados por maravillosas predicciones que estarían relacionadas con su santidad y grandes logros por causa de la religión. De los siete a los catorce años hizo sus estudios primarios bajo la tutela de un tío materno, el arzipriestre Gumiel de Izán, que no se encontraba muy distante de Calaroga.
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La obligación de cesar el trabajo el domingo permaneció algo indefinido por muchos siglos.  Un [[concilio]] en [[Laodicea, efectuado a fines del siglo IV, se dio por satisfecho al prescribir que en el Día del Señor los [[fieles]] debían abstenerse de trabajar hasta donde fuera posible.  A comienzos del siglo VI San Cesáreo, como hemos visto, y otros mostraron una inclinación a aplicar la [[ley]] del Sabbath judía a la observancia del domingo cristiano.  El Concilio efectuado en [[Orleans]] en el año 538 reprobó esta tendencia como judía y no cristiana.  Desde el siglo VIII la ley comenzó a ser formulada como existe al presente, y los concilios locales prohibieron el trabajo servil, las compras y ventas públicas, los alegatos en las cortes judiciales y el hacer [[juramento]]s públicos y solemnes. 
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Hay un gran cuerpo de legislación sobre el descanso dominical lado a lado con la eclesiástica. Comienza con un edicto de [[Constantino]], el primer emperador cristiano, quien prohibió a los jueces celebrar sesiones y a la gente trabajar en domingo.  Él hizo una excepción a favor de la agricultura.  El violar la ley del descanso dominical era castigada por la legislación anglosajona en [[Inglaterra]] como otros crímenes y delitos menos graves.  Después de la [[Reforma]], bajo la influencia de los [[puritanos]], se aprobaron muchas leyes cuyo efecto es todavía visible en el rigor del Sabbath inglés.  Ese es el caso mucho más en [[Escocia]].  No hay legislación federal en los [[Estados Unidos]] sobre la observancia del domingo, pero casi todos los estados de la Unión tienen estatutos que tienden a reprimir el trabajo innecesario y a restringir el tráfico de licor.  En otros aspectos la legislación de los diferentes estados sobre este asunto muestra considerable variedad.  En el continente [[Europa|europeo]] en años recientes se han aprobado leyes severas validando la observancia del descanso dominical para el beneficio de los trabajadores.
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En 1184 Santo Domingo ingresó a la Universidad de Palencia. Allí permaneció durante diez años realizando sus estudios con tal ardor y éxito, que llegó a contar con admiración generalizada. En medio de las frivolidades de la ciudad universitaria, la vida del futuro santo fue caracterizada por seriedad de propósito y austeridad en las formas de conducción personal; eran señales de lo que se podría esperar en el futuro.
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'''Bibliografía''':  VILLIEN, Hist. des commandements de l'Eglise (Paris, 1909); DUBLANCHY in Dict. de theol. cathol., s.v. DIMANCHE (Paris, 1911); SLATER, Manual de Teología Moral (Nueva York, 1908); generalmente los teólogos morales.
  
Pero cubierta por esta forma exterior llena de austeridad, dentro de sí, mantuvo mucha ternura en su corazón. En una ocasión llegó a vender sus libros, anotados con su propia mano, para ayudar a los pobres de Palencia. Su biógrafo y contemporáneo Bartolomé de Trent, indica que en dos ocasiones trató de venderse a sí mismo como esclavo a fin de obtener dinero que posibilitara la liberación de aquellos que se encontraban cautivos por los moros.
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Slater, Thomas. "Sunday." The Catholic Encyclopedia. Vol. 14. New York: Robert Appleton Company, 1912. <http://www.newadvent.org/cathen/14335a.htm>.
  
Estos hechos conviene mencionarlos en vista de la caracterización cínica que han hecho del santo algunos escritores no católicos, lo que ha sido algo injusto hacia uno de los más caritativos hombres. En lo que respecta a la fecha de su ordenación, existe silencio entre su biógrafos; no se tienen datos confiables al respecto.
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Traducido por L H M.
 
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De conformidad con lo dado a conocer por el Hermano Esteban, Prior Provincial de Lombardía, y dado el proceso de canonización, Domingo aún era un estudiante en Palencia, cuadno Don Martín de Bazán, el Obispo de Osma, le llamó para que fuera miembro de la catedral, a efecto de asistir en el proceso de reforma que se llevaba a cabo.
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El obispo se dio cuenta de la importancia de su plan de reforma, y puso de ejemplo la santidad de Domingo. No se sintió defraudado con el resultado. El santo logró convertir a los miembros en cañones regulares. Domingo fue nombrado sub-prior de la reforma.
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Cuando don Diego de Azevedo llegó a ser Obispo de Osma en 1201, Domingo llegó a ser superior del capítulo, con el título de prior. Como canon de Osma, pasó cerca de nueve años de su vida escondido, buscando comunión con Dios en contemplación, raramente llegando a estar más allá de los confines del convento.
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En 1203 Alfonso IX, Rey de Castilla, envió al Obispo de Osma ante el Señor de Marches, presumiblemente un príncipe danés, a fin de solitita la mano de la hija de este último para el Príncipe Fernando. Para ser parte de quienes le acompañarían, Don Diego seleccionó a Santo Domingo. Al pasar por Toulouse en vías de completar su misión, se indica que vieron con mucha tristeza el trabajo que estaban haciendo los herejes albigenses.
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Fue ante la consideración de estos hechos, que Domingo concibió inicialmente la idea de fundar una orden para combatir la herejía con la luz del evangelio, por medio de prédicas. La misión fue llevada a cabo de manera satisfactoria, y Diego y Domingo fueron enviados en una segunda misión diplomática, acompañando a la princesa a Castilla.
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Esta misión fue interrumpida, sin embargo, debido a la súbita muerte de la dama en cuestión. Los dos eclesiásticos estaban ahora en condiciones de ir a donde quisieran, y ellos decidieron encaminarse a Roma, a donde llegaron a fines de 1204. La misión era posibilitar que Diego renunciara a su obispado, a fin de que se dedicara a la conversión de los infieles en tierras lejanas.
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Inocencio III sin embargo, rechazó aprobar este proyecto y en lugar de ello envió al obispo y a su acompañante a Languedoc para unir fuerzas con los cistercianos a quienes se les había confiado una cruzada contra los albigenses. La escena que encontraron los enviados a su arribo al lugar de destino no fue para nada estimulante.
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Los cistercianos, debido a su forma más bien mundana de vida, no había presentado gran confrontación con los albigenses. Ellos realizaban su trabajo en medio de pompa y contando con mucho confort de vida. Ante ello, los líderes de la herejía imponían un riguroso ascetismo, lo que atrajo la admiración y respeto de sus seguidores.
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Diego y Domingo rápidamente advirtieron que la falla que estaba teniendo el apostolado cistercense era causada por lo hábitos indulgentes con los que llevaban la vida los monjes. Ante ello establecieron formas más austeras de vida. El resultado fue un aumento en el número de convertidos. Las disputas heréticas jugaban un papel muy importante en la actividad de los herejes.
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Domingo y su compañero no perdieron tiempo en participar y enfrentar este tipo de discusiones teológicas. En cada oportunidad que se presentó, aceptaron el desafío. El aprendizaje que el santo había recibido en Palencia resultó ser de mucha utilidad aquí. Se señala que al no poder vencerlos en la discusión, los herejes recurrieron a insultos y amenazas de violencia.
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El trabajo apostólico se realizaba en Fanjeaux, Montpellier, Servian, Béziers y Carcasona. Se tenía la sede principal en Prouille. Allí desde el inicio, se instituyeron procedimientos en función de proteger a las mujeres de la influencia de la herejía. Muchas mujeres se habían integrado ya a la fe cátara de los albigenses y eran de las más activas propagandistas.
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Muchas de estas mujeres habían construido conventos a los cuales eran enviados los hijos de muchos nobles católicos. Allí junto a la educación se impartía la herejía. Era necesario que las mujeres que se habían convertido a la herejía fueran protegidas incluso dentro de sus propios hogares. Para hacer más efectiva la labor, Santo Domingo con el permiso de Foulques, Obispo de Toulouse, estableció un convento en Prouille en 1206. Es a partir de allí que con la influencia en Roma de San Sixto, se establece la norma y la constitución que regirá desde entonces la vida de las monjas de la Segunda Orden de Santo Domingo.
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El año de 1208 abrió una nueva etapa en la vida del fundador. El 15 de enero de ese año, Pierre de Castelnau, uno de los delegados cistercenses fue asesinado. Este abominable crimen precipitó la cruzada bajo el mando de Simón de Montefort, quien sin contemplaciones hizo subyugar a los herejes. Santo Domingo participó en la dantescas escenas que siguieron, pero se dice que siempre del lado de la misericordia, blandiendo las armas del espíritu mientras otros imponían la desolación y la muerte con las espadas.
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Algunos historiadores puntualizan que durante el saqueo de Béziers, Domingo apareció en las calles con cruz en mano, intercediendo sin éxito por las vidas de las mujeres y los niños, de los ancianos y los desposeídos. Este testimonio sin embargo, está basado en los documentos de Touron, al cual se considera apócrifo. El testimonio más confiable con el que cuentan los historiadores probaría que el santo no estuvo ni en la ciudad ni en los alrededores, cuando se realizó la masacre y el saqueo de Béziers por los cruzados. Encontramos al santo generalmente en el período siguiente al ejército católico, reavivando la fe y reconciliando a los herejes en las ciudades que se habían capturado, por Montefort.
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Fue muy probablemente el 1 de septiembre de 1209 cuando Santo Domingo estableció el primer contacto con Montefort, y formó con éste una íntima amistad que duraría hasta la muerte del sangriento cruzado, ocurrida el 25 de junio de 1218 en Toulouse. Encontramos a Domingo de lado de Montefort en el sitio a la ciudad de Lavaur en 1211, y en 1212 en la captura de la La Penne d´Ajen.
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En la última parte de 1212 trabajó en Pamiers, dada la invitación que al respecto le hiciera Montefort, en restauración de la religión y la moralidad, inmediatamente antes de la batalla de Muret. El 12 de septiembre de 1213, encontramos a Domingo en el concilio que precedió la batalla. Durante el progreso del conflicto y la matanza, se arrodilló ante el altar de la iglesia de Saint-Jacques, rezando por el triunfo de las fuerzas católicas.
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El triunfo en Muret fue considerado notable y Simon de Montefort señaló que se había logrado debido a las oraciones de Santo Domingo. En gratitud a Dios por este triunfo, se dice que el jefe de los cruzados erigió una capilla en la iglesia de Saint-Jacques, que se indica dedicó a Nuestra Señora del Rosario. Se puede ver que la tradición del Rosario que se dice fue revelada a Santo Domingo, ya era bastante común en ese tiempo.
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Este fue también el controversial período en el cual se funda la Inquisición por Santo Domingo, quien es nombrado como el primer inquisidor. Este tema, en capítulo aparte recibirá notable atención, pero aquí diremos que la operación de la inquisición estaba ya en operaciones en 1198, o sea siete años antes de que el santo tomara parte en el apostolado de Languedoc, y mientras permanecía como un obscuro canon en Osma.
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Si se le ha identificado con las operaciones de la inquisición, ha sido en su capacidad de teólogo, en su papel de defensa de la ortodoxia. Cualquiera que haya sido la influencia que haya tenido con la malévola institución, se señala que siempre estuvo del lado de la misericordia, y el perdón como lo atestigua el caso de Ponce Roger.
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Mientras tanto, aumentaba la reputación del santo en función de su heroica santidad, su celo apostólico, y el profundo aprendizaje que tenía. Fue candidato varias veces a ser obispo, en tres oportunidades perdió ser un integrante del episcopado.
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En julio de 1212 se le seleccionó para obispo de la saqueada Béziers. Nuevamente los canones de Saint-Lizier le desearon para que sucediera a García de L´Orte como obispo de Comminges. Finalmente en 1215, el esfuerzo fue hecho por García de L´Orte, que había sido transferido de Comminges a Auch, para que el santo fuera obispo de Navarra. Pero Santo Domingo rechazó todos estos honores episcopales, indicando que prefería luchar en la noche, que aceptar cargos en el episcopado. De Muret, Domingo regresó a Carcasona, donde reasumió su prédica con éxito.
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No fue sino hasta 1214 que regresó a Toulouse. La influencia de su prédica y su santa forma de vida, atrajo a un pequeño número de seguidores y discípulos que estaban deseosos de seguirle. Santo Domingo no olvido ni por un momento su propósito, establecido once años antes, en cuanto a fundar una orden religiosa dedicada a combatir la herejía y a propagar la verdadera religión. El tiempo para ese entonces parecía oportuno para la realización de su plan. Con la aprobación del Obispo de Foulques, de Toulouse, principió la organización de sus seguidores.
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Santo Domingo y sus discípulos contaron con una fuente fija de recursos en Foulques; fue capellán allí y en julio de 1215 canonicamente estableció la comunidad como una organización religiosa de su diócesis, cuya misión era la propagación de la verdadera doctrina y las buenas costumbres morales, la extirpación de la herejía.
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Durante ese tiempo, Pierre de Ceilán, un rico ciudadano de Toulouse, que se había colocado bajo la dirección de Santo Domingo, puso a disposición muchas de sus propiedades. Fue así que se tuvo el primer convento de la Orden de los Predicadores, fundado el 25 de abril de 1215.
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Estuvieron allí un año, cuando Foulques les estableció en la iglesia de San Romano. Aunque la pequeña comunidad había mostrado eficiencia en el servicio a la Iglesia, y los objetivos estaban plenamente justificados, esto no satisfacía el propósito de su fundador. Era en el mejor de los casos una organización diocesana, y Santo Domingo soñaba con una orden de carácter mundial, que llevara su apostolado hasta el último confín del mundo. Pero, aunque era desconocido para el santo, otros eventos fueron tomando forma para llevar a cabo sus propósitos.
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En noviembre de 1215, un concilio ecuménico se reunió en Roma “para deliberar sobre las mejoras morales, la extinción de la herejía y el fortalecimiento de la fe”. Eran exactamente los mismos propósitos que Domingo había establecido para su orden. Con el Obispo de Toulouse, estuvo presente en las deliberaciones del concilio. Desde el principio se hacía sentir que las condiciones parecían favorecer sus propósitos con gran éxito.
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El concilio amargamente reprimió a los obispos por no haber sido diligentes en cuanto a desarrollar la prédica. En el canon X, ellos establecieron que se requería de hombres capaces de predicar la palabra de Dios a las gentes. Bajo estas circunstancias, apareció como razonable estar de acuerdo con la confirmación de la orden que proponía Domingo, a fin de llevar a cabo estas aspiraciones.
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El concilio estaba más que ansioso de que se llevaran a la práctica tales recomendaciones; pero al mismo tiempo se oponía a la institución de nuevas órdenes, y de debía legislar en términos que no dejaran lugar a imprecisiones. Más aún, la prédica se había percibido siempre como una de las funciones primarias de los episcopados.
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Había que agregar otro elemento, para llevar a cabo una función tan importante, el recurrir a bien intencionados, pero simples sacerdotes, era algo que estaba más allá del alcance de las mentalidades conservadoras de la mayoría de los delegados. Cuando, por tanto, se rechazó aprobar la orden, la noticia no era del todo inesperada para Santo Domingo.
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Retornando a Languedoc al cierre del concilio en diciembre de 1215, el fundador les comunicó a su pequeño número de seguidores, que Roma no estaba dispuesta a establecer nuevas reglas, para nuevas órdenes. Por tanto adoptaron la vieja norma de San Agustín, la cual podía adaptarse fácilmente a las formas que deseaban. Habiendo hecho esto, Santo Domingo apareció ante el Papa en el mes de agosto de 1216, y nuevamente solicitó la confirmación de su orden. Esta vez fue recibido más favorablemente, y el 22 de diciembre de 1216, se emitió la Bula de confirmación que se deseaba.
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Santo Domingo permaneció la siguiente Cuaresma predicando en varias Iglesias de Roma, y ante el Papa y su corte. Fue en ese tiempo en que recibió el cargo y el título de Maestro del Sagrado Palacio, o Teólogo Papal, como es más comúnmente conocido. Siempre este cargo ha sido cubierto por miembros de la orden, desde esos días hasta la actualidad.
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El 15 de agosto de 1217, se tuvo una reunión en Prouille para discutir asuntos de la orden. Había tomado la determinación heroica de desplegar a su pequeño grupo de diecisiete seguidores, en toda Europa.
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El resultado probó ser sabio, a pesar de que a primera vista, desde la perspectiva de la humana prudencia, esa decisión parecía suicida. Para facilitar al expansión de la orden, Honorio III, el 11 de febrero de 1218, emitió una Bula a todos los arzobispos, obispos, abades y priores, requiriendo su favor en pro de la Orden de los Predicadores. Por medio de otra Bula, del 3 de diciembre de 1218, Honorio III estableció para la orden, la Iglesia de San Sixto en Roma.
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De esa manera, en medio de las tumbas de la Vía Appia, fue fundado el primer monasterio de la orden en Roma. Casi inmediatamente luego de haber tomado posesión de San Sixto, y a invitación de Honorio, Santo Domingo principió la difícil tarea de restaurar la disciplina religiosa entre las varias comunidades de mujeres de Roma. En un tiempo relativamente corto, la meta fue alcanzada, para gran satisfacción del Papa.
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El santo pudo asegurar con gran eficiencia la tarea del apostolado, utilizando su experiencia en la Universidad de Palencia, las situaciones prácticas que tuvo que acometer en sus encuentros con los albigences, y la apreciación que tenía de las necesidades de su tiempo. A sus seguidores se les debía proporcionar la mejor educación posible. Fue por esta razón que a partir de la dispersión de Prouille, despachó a Mateo de Francia y a dos seguidores, para ir a París.
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Se estableció una fundación en las vecindades de la universidad, y los frailes tomaron posesión de la misma en octubre de 1217. Mateo de Francia fue nombrado superior, y Miguel de Fabra fue colocado a cargo de los estudios como conferencista. El 6 de agosto del siguiente año, Jean de Barastre, decano de San Quentin y profesor de teología, cedió a la comunidad el hospicio de San-Jacques, el cual había construido para su propio uso.
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Habiendo establecido una fundación en París, Santo Domingo determinó luego que había que establecer una base de la orden en la Universidad de Boloña. Bertrand de Garrigua, fue enviado a París y Juan de Navarra a Roma, con cartas del Papa Honorio en las cuales se establecía la deseada fundación.
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A su arribo a Boloña, la Iglesia de Santa María de la Mascarella fue colocada a disposición de la nueva orden. Crecía tan rápidamente la comunidad de San Sixto, que se necesitaron más espacios de manera urgente. Honorio, quien parecía disfrutar proveyendo por cada necesidad que tuviera la orden, hasta donde alcanzara su poder, se encontró con Santo Domingo y le cedió la Basílica de Santa Sabina.
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Hacia fines de 1218, habiendo nombrado a Reinaldo de Orleáns como su vicario en Italia, el santo, acompañado por varios de sus seguidores, salió hacia España. Durante el camino fueron visitadas Boloña, Prouille, Toulouse, y Fanjeaux. Desde Prouille, fueron enviados dos integrantes de la orden para establecer un convento en Lyons.
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Llegaron a Segovia antes de Navidad. En febrero del año siguiente, fundó el primer monasterio de la orden en España. Virando hacia el sur, fundaron un convento para mujeres en Madrid, similar al de Prouille. Es muy probable que en este viaje, el santo también estableciera un convento relacionado con su alma mater, la Universidad de Palencia. A invitación del Obispo de Barcelona, se estableció una casa de la orden en esa ciudad.
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Nuevamente, volviendo sus pasos hacia Roma, cruzó los Alpes y visitó las fundaciones de Toulouse y París. Durante su estancia en este último país hizo construir casas de la orden en Limoges, Metz, Reims, Poitiers y Orleáns, las cuales en muy poco tiempo se transformaron en centros de la actividad dominica. Desde París fue a Italia, arribando a Boloña en julio de 1219.
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Aquí dedicó varios meses a la formación religiosa de los discípulos que le esperaban, y luego en Prouille, los envió a toda Italia. Entre las fundaciones que realizó en este tiempo se encuentran las de Bergamo, Asti, Verona, Florencia, Brescia y Faenza. Desde Boloña fue a Viterbo. Su llegada a la corte papal fue la señal que se tuvo para indicar que se harían nuevos favores a la orden.
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Notables, entre las muestras de estima, se encontraban varias cartas de Honorio, en las que se daba cuenta de la asistencia que habían dado los padres en las distintas fundaciones. En marzo del mismo año, Honorio por medio de sus representantes, le concedió a la orden la iglesia de San Eustorgio en Milán. Al mismo tiempo que autorizó una fundación en Viterbo.
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En su retorno a Roma, a fines de 1219, Domingo envió cartas a todos los conventos anunciando el primer capítulo general de la orden, a ser desarrollado en Boloña en la festividad del siguiente Pentecostés. Un poco antes, Honorio III, le había conferido al fundador de la orden, el título de Maestro General, el que ya para entonces se había tenido para fines prácticos, pero a manera de tácito consentimiento.
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En la primera sesión del capítulo en la primavera siguiente, el santo presentó ante sus seguidores su renuncia al cargo de maestro general. No es necesario decir que la renuncia no fue aceptada y que el fundador permaneció como cabeza de la institución por el resto de su vida.
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Casi de inmediato, al cerrarse el capítulo de Boloña, Honorio III envió cartas a los abades y priores de San Vittorio, Sillia, Mansu, Floria, Vallombrosa y Aquila; en las mismas se les ordenaba que asuntos religiosos quedaran bajo el liderazgo de Santo Domingo, se hacía referencia a la cruzada en Lombardía, donde la herejía había desarrollado alarmantes proporciones.
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Por varias razones, los planes del Papa nunca se llevaron a cabo. El apoyo prometió no se concretó. Domingo junto con un pequeño número de sus seguidores se lanzó a la tarea de tratar de recuperar a los herejes hacia la Iglesia. Se dice que unos 100,000 infieles fueron convertidos por la prédica y los milagros del santo.
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De acuerdo con Lacordaire y otros, fue durante su prédica en Lombargía que el santo instituyó la Milicia de Jesucristo, o la tercera orden, como es reconocida. Esta organización consistía de hombres y mujeres que viviendo en el mundo, protegían los derechos y las propiedades de la Iglesia. Hacia fines de 1221, Santo Domingo regresó a Roma, por sexta y última vez. Aquí, de nuevo, recibió muchas y muy valiosas concesiones para la orden.
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En enero, febrero y marzo de 1221, tres consecutivas Bulas fueron emitidas relacionadas con la orden de todos los prelados de la Iglesia. El treinta de mayo de 1221, se le encontró de nuevo en Boloña presidiendo el segundo capítulo general de la orden. Al final del evento fue para Venecia, a fin de visitar al Cardenal Ugolino, a quien le debía muchos actos substanciales de amabilidad.
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Había recién regresado a Boloña, cuando le atacó una seria enfermedad. Murió luego de tres semanas, soportando el sufrimiento con heroica paciencia. En una Bula fechada en Spoleto, el 13 de julio de 1234, Gregorio IX hizo que su culto fuera obligatorio en toda la Iglesia.
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La vida de Santo Domingo fue de incansable esfuerzo al servicio de Dios. Mientras viajaba de un lugar a otro, predicaba y oraba casi de manera ininterrumpida. Sus penitencias fueron de tal magnitud que puso en riesgo su propia vida.
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Mientras su caridad fue sin fronteras, nunca permitió que la misma interfiriera con el sentido profundo de su acción en la vida. El tenía abominación por la herejía y trabajó para extirparla; lo hizo porque amaba la verdad, y amaba las almas por los que trabajaba. Nunca falló en distinguir entre el pecado y el pecador. No es de extrañarse entonces, que este atleta de Dios se haya conquistado a sí mismo, antes que conquistar a otros; fue muchas veces escogido para mostrar el poder de Dios.
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La falla del fuego en Fanjeaux en cuanto a consumir la disertación que había empleado contra los herejes, y que fue lanzada dos veces al fuego; el levantamiento de la vida de Napoleón Orsini; la aparición de los anales en el refectorio de Saint Sixtus en respuesta a sus oraciones, son algunos de los sucesos sobrenaturales por medio de los cuales Dios respondió a sus plegarias, a la eminente santidad de Su servidor.
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No debemos sorprendernos, por tanto, que luego de firmar la Bula de canonización el 13 de julio de 1234, Gregorio IX declaró que no dudaba de la santidad de Santo Domingo, como no dudaba de la santidad de San Pedro y San Pablo.
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JOHN B. O'CONNER
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Transcripción de Martin Wallace, O.P.
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Traducción al castellano de Giovanni E. Reyes
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Última revisión de 02:08 14 nov 2008

Domingo (día del sol), como el nombre del primer día de la semana, se deriva de la astrología egipcia. Los siete planetas, conocidos para nosotros como Saturno, Júpiter, Marte, el Sol, Venus, Mercurio y la luna, cada uno tenía asignada una hora del día, y el planeta que regía durante la primera hora de cualquier día de la semana le daba su nombre a ese día (v. Calendario. Durante los siglos I y II se introdujo la semana de siete días a Roma desde Egipto, y los nombres romanos de los planetas se le dieron a cada día sucesivo. Las naciones teutónicas parecen haber adoptado la semana como una división de tiempo de los romanos, pero le cambiaron los nombres romanos a los nombres de las deidades teutónicas. De ahí que el dies Solis se convirtió en domingo (en alemán, Sonntag). El domingo era el primer día de la semana según el método de conteo de los judíos, pero para los cristianos comenzó a tomar el lugar del Sabbath judío en los tiempos apostólicos como el día separado para el culto público y solemne a Dios. La práctica de reunirse en el primer día de la semana para la celebración de la Eucaristía se indica en Hch. 20,7; 1 Cor. 16,2, en Ap. 1,10, y es llamado el día del Señor. En el Didache (14) se da el precepto: “En el Día del Señor reúnanse y partan el pan. Y den gracias (ofrezcan la Eucaristía), después de confesar sus pecados, que su sacrificio sea puro”. San Ignacio (Ep. Ad Magnes. IX) dice de los cristianos que “ya no observan el Sabbath, sino que viven en la observancia del Día del Señor, en el cual nuestra vida resucitó de nuevo”. En la Epístola de Bernabé (XV) leemos: “por lo cual, también, observamos el octavo día (es decir, el primero de la semana) con regocijo, el día también en el cual Jesucristo resucitó de entre los muertos”.

San Justino es el primer escritor cristiano que llama al día domingo (O Apol., LXVII) en el famoso pasaje en el cual describe el culto ofrecido a Dios por los primeros cristianos en ese día. El hecho de que se reunieran el domingo y ofrecieran culto público necesitaba cierto descanso del trabajo en ese día. Sin embargo, Tertuliano (202) es el primer escritor que menciona expresamente el descanso dominical: “Nosotros, sin embargo, (según nos ha enseñado la tradición) en el día de la Resurrección del Señor debemos tratar no sólo de arrodillarnos, sino que debemos dejar todos los afanes y preocupaciones, posponiendo incluso nuestros negocios, a menos que queramos dar lugar al diablo” (De orat.”, XXIII; cf. “Ad nation.”, I, XIII; “apology.”, XVI).

Éstas y otras indicaciones similares muestran que durante los primeros tres siglos la práctica y la tradición habían consagrado el domingo para el culto público a Dios, por medio de la participación en la Misa y el descanso de todo trabajo. A principios del siglo IV legislación positiva, tanto civil como eclesiástica, comenzó a hacer estos deberes más definidos. El Concilio de Elvira (300) decretó: “Si alguien en la ciudad deja de venir a la iglesia por tres domingos, que sea excomulgado por un corto tiempo para que se corrija” (XXI). En las Constituciones Apostólicas, que pertenecen al final del siglo IV, se prescriben tanto la asistencia a Misa como el descanso del trabajo y el precepto se atribuye a los apóstoles. La enseñanza explícita de Jesucristo y San Pablo previno a los primeros cristianos de caer en los excesos del sabatarianismo judío en la observancia del domingo, y aun encontramos a San Cesáreo de Arlés en el siglo VI enseñando que los santos Padres de la Iglesia habían decretado que la gloria total del Sabbath judío había sido transferida al domingo, y que los cristianos debían guardar el sagrado día del domingo del mismo modo que los judíos habían ordenado guardar el día del sábado. El insistió especialmente en que la gente escuchara la Misa completa y en que no abandonaran la iglesia hasta que se hubiesen leído la Epístola y el Evangelio. Les enseñó que debían venir a las Vísperas y pasar el resto del día en lecturas piadosas y en la oración. Al igual que con el sábado judío, la observancia del domingo cristiano comenzaba en el crepúsculo del sábado y duraba hasta la misma hora en domingo. Hasta tiempos muy recientes algunos teólogos enseñaban que había obligación, bajo pena de pecado venial, tanto de asistir a las vísperas como de asistir a Misa, pero esa opinión no descansa en bases certeras y ahora comúnmente se abandonó. La opinión común mantiene que, mientras que es altamente conveniente estar presente en las Vísperas el domingo, no hay obligación estricta de hacerlo. El método de calcular el domingo desde una puesta de sol a otra continuó en algunos lugares hasta el siglo XVII, pero en general desde la Edad Media se ha seguido la práctica de contarlo desde medianoche a medianoche. Cuando se introdujo el sistema parroquial, se le enseñó a los laicos que ellos debían oír Misa y la predicación de la Palabra de Dios los domingos en su iglesia parroquial. Sin embargo, hacia finales del siglo XIII, los frailes comenzaron a enseñar que el precepto de oír Misa podía ser cumplido si se asistía a Misa en sus iglesias, y después de largas y severas luchas la Santa Sede permitió esto claramente. Hoy día, el precepto puede ser cumplido si se participa en la Misa en cualquier lugar excepto en un oratorio estrictamente privado, y que la Misa no sea celebrada en un altar portátil por un privilegio que sea meramente personal.

La obligación de cesar el trabajo el domingo permaneció algo indefinido por muchos siglos. Un concilio en [[Laodicea, efectuado a fines del siglo IV, se dio por satisfecho al prescribir que en el Día del Señor los fieles debían abstenerse de trabajar hasta donde fuera posible. A comienzos del siglo VI San Cesáreo, como hemos visto, y otros mostraron una inclinación a aplicar la ley del Sabbath judía a la observancia del domingo cristiano. El Concilio efectuado en Orleans en el año 538 reprobó esta tendencia como judía y no cristiana. Desde el siglo VIII la ley comenzó a ser formulada como existe al presente, y los concilios locales prohibieron el trabajo servil, las compras y ventas públicas, los alegatos en las cortes judiciales y el hacer juramentos públicos y solemnes. Hay un gran cuerpo de legislación sobre el descanso dominical lado a lado con la eclesiástica. Comienza con un edicto de Constantino, el primer emperador cristiano, quien prohibió a los jueces celebrar sesiones y a la gente trabajar en domingo. Él hizo una excepción a favor de la agricultura. El violar la ley del descanso dominical era castigada por la legislación anglosajona en Inglaterra como otros crímenes y delitos menos graves. Después de la Reforma, bajo la influencia de los puritanos, se aprobaron muchas leyes cuyo efecto es todavía visible en el rigor del Sabbath inglés. Ese es el caso mucho más en Escocia. No hay legislación federal en los Estados Unidos sobre la observancia del domingo, pero casi todos los estados de la Unión tienen estatutos que tienden a reprimir el trabajo innecesario y a restringir el tráfico de licor. En otros aspectos la legislación de los diferentes estados sobre este asunto muestra considerable variedad. En el continente europeo en años recientes se han aprobado leyes severas validando la observancia del descanso dominical para el beneficio de los trabajadores.


Bibliografía: VILLIEN, Hist. des commandements de l'Eglise (Paris, 1909); DUBLANCHY in Dict. de theol. cathol., s.v. DIMANCHE (Paris, 1911); SLATER, Manual de Teología Moral (Nueva York, 1908); generalmente los teólogos morales.

Slater, Thomas. "Sunday." The Catholic Encyclopedia. Vol. 14. New York: Robert Appleton Company, 1912. <http://www.newadvent.org/cathen/14335a.htm>.

Traducido por L H M.