Diferencia entre revisiones de «La Virgen y el Purgatorio»
De Enciclopedia Católica
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Revisión de 17:37 18 ago 2014
Este tema es desarrollado en mi libro: La Santísima Virgen María y el Purgatorio, editado por Paulinas el año 2013. Mi intención es mostrar la relación cristocéntrica y eclesial que se da entre María y el purgatorio. Para explicar esta relación es necesario explicar tres verdades de la fe católica: (1) La existencia del purgatorio. (2) La comunión de los santos. (3) La intercesión de María por las almas del purgatorio. Estos son los tres capítulos del libro.
La existencia del purgatorio
Desde la Sagrada Escritura, leída en el Magisterio Vivo y Tradición de la Iglesia, fundamentamos la existencia del purgatorio. En primer lugar, se nos enseña que nada impuro puede entrar en comunión plena con Dios (cf. Ap 21, 27). Además, existe la necesidad de reparar en justicia los pecados cometidos, por nuestro propio bien (cf. Mt 5, 26; 18, 34ss). Asimismo, en el Antiguo Testamento se habla de la oración por los difuntos (cf. 2 M 12, 38 ss.). En todo caso, un texto clave para fundamentar el purgatorio es 1 Co 3, 10-15. En este pasaje, San Pablo nos presenta diferentes calidades de vidas de quienes fundamentaron sus existencias sobre Cristo. No todas las calidades de vida son iguales: oro, plata, piedras preciosas, madera, heno y paja. Son diferentes grados de santidad. Al final, los que edificaron sus vidas con materiales no tan nobles ―madera, heno, paja― se salvarán pero deberán pasar por una purificación como a través de fuego. En la época de los Padres de la Iglesia, San Agustín, entre otros, nos habla de la oración por los que no fueron ni tan buenos ni tan malos. Existe la conciencia, ya en los primeros siglos de la Iglesia, de que no todos los que han muerto “en Cristo” van directamente al Cielo. Por ello, tras profundizar en el depósito de la fe, la Iglesia ha definido el dogma del purgatorio en su Magisterio. Así tenemos el II Concilio de Lyon (1274). Además lo ha reafirmado en la Constitución Benedictus Deus (1336), el Concilio de Florencia (1439-1445) y la sesión XXV del Concilio de Trento (1563). En el siglo XX, podemos citar el número 49 de la Lumen gentium, el Credo del Pueblo de Dios de Pablo VI (1968), la Catequesis de Juan Pablo II del año 1999 y la Encíclica Spe Salvi del Papa Benedicto XVI.
La comunión de los Santos
La verdad de la comunión de los santos tiene como base bíblica, la imagen paulina del cuerpo de Cristo (cf. Rm 12, 12; 1 Co 12, 4-6). En este cuerpo, hay una sola Cabeza, Cristo. Todo depende de Cristo, y por tanto, toda gracia salvífica viene de esta única Cabeza. Es una comunión que se da entre vivos y difuntos en “Cristo Jesús”. En efecto, en Cristo están comunicados: los santos, las almas del purgatorio y los bautizados que peregrinan en este mundo. Tras la muerte, no se rompe la comunicación cuando estamos “en Cristo Jesús”. De ahí que en la vida y en la muerte somos del Señor (cf. Rm 14, 8). En la liturgia, sobre todo en el Sacrificio de la Misa, se realiza de manera excelente esta comunión de bienes espirituales. Ofrecer la Santa Misa por los difuntos, implica insertar a nuestro difuntos en el único acontecimiento que conduce al cielo, es decir, el misterio pascual de Cristo (cf. Hb 9, 11-12). Desde su existencia, la Iglesia ha ofrecido la Santa Misa por sus hijos difuntos. Es un testimonio claro de la convicción que tiene la Iglesia de que algunos difuntos, a pesar de haber muerto con Cristo, no están totalmente limpios para entrar al cielo.
María y el purgatorio
Se debe afirmar otra verdad: María es “Madre de la Iglesia”. Si ella ha engendrado a la Cabeza, Cristo, es también Madre espiritual de todos los miembros de ese cuerpo. Más aún, es el miembro más unido a Cristo (cf. Lc 1, 35). Por eso, María intercede con más eficacia que nadie ante Cristo por toda la Iglesia (cf. Jn 2, 1-10; Hch 1, 14). Su mediación siempre es “en Cristo”, y no está limitada sólo a este mundo, sino que como Madre de la Iglesia actúa en todo el cuerpo eclesial: los santos, las almas del purgatorio y los vivos. Conviene aquí no perder de vista los diversos testimonios de los santos (San Pedro Damián, Santa Brígida de Suecia, San Alfonso María de Ligorio, Santa Faustina Kowalska, entre otros), quienes nos hablan de la poderosa intercesión de María por las almas del purgatorio, para que se acelere en ellas su proceso de purificación. Y por supuesto, es importante señalar el uso del escapulario de la Virgen del Carmen, tan recomendado por numerosos Papas.
P. Carlos Rosell De Almeida
Rector del Seminario de Santo Toribio de Mogrovejo (Lima)