Herramientas personales
En la EC encontrarás artículos autorizados
sobre la fe católica
Domingo, 24 de noviembre de 2024

Afectividad

De Enciclopedia Católica

Saltar a: navegación, buscar
Jc3a9sus-et-le-perroquet.jpg


  • ARETÉ - RECONCILIAR LAS HERIDAS AFECTIVOEMOCIONALES [1]
  • ARETÉ - RECONCILIAR LAS HERIDAS AFECTIVOEMOCIONALES II PARTE [2]
  • Fuente: Centro ARETE[3]

Enlaces relacionados

  • Afectividad

LA MADUREZ AFECTIVA

Aproximándonos al tema

¿Qué significa ser maduros afectivos? ¿Cómo podemos avanzar en nuestra propia madurez afectiva? Son dos de las muchas preguntas que nos hacemos cuándo escuchamos la palabra afectividad o cuándo se nos dice que vamos a desarrollar el amplio tema de la madurez afectiva.

Lo primero que tenemos que hacer es definir o acercarnos al concepto de afectividad. ¿Qué es la afectividad?

El psiquiatra español en su libro los lenguajes del deseo dice lo siguiente:

“Es el modo en que somos impactados internamente por las circunstancias que se producen a nuestro alrededor. Es en la intimidad de la persona donde esto resuena, en la sacralidad de cada uno. La afectividad es un universo emotivo formado por un sistema complejo de sentimientos, emociones, pasiones, motivaciones, ilusiones y deseos. Cada uno tiene una geografía particular, pero su contenido se entrecruza, se combina, mezclándose, formando uniones lógicas y caprichosas que requieren ser estudiadas con rigor para adentrarnos en la selva espesa de la semántica afectiva”

Rojas afirma que la afectividad está constituida por cinco vertientes.

En primer lugar lo físico; todas las manifestaciones afectivas tienen una resonancia somática, física, fisiológica aunque la diversidad en cantidad y calidad es muy variada. La máxima intensidad se da en las emociones y la mínima en los estados de ánimo y los sentimientos.

La segunda vertiente es la psicológica se refiere a las vivencias y experiencias interiores que dejan huella en nuestras existencias y en nuestras historias personales.

Nuestra afectividad se manifiesta en nuestro exterior a través de nuestras conductas y comportamientos; es la tercera vertiente.

La cuarta vertiente es la cognitiva, puesto que normalmente tras las emociones o sentimientos existen pensamientos, cogniciones, ideas y conceptos.

Rojas afirma que la quinta vertiente es la asertiva refiriéndose a las habilidades sociales, es decir, a la capacidad de relacionarnos con los otros. El ser humano vuelca sus afectos, emociones y sentimientos a los demás. También es posible que bloquee o no exprese adecuadamente dichos afectos y emociones.

Desde la mirada integral del ser humano no podemos olvidarnos de la dimensión espiritual que tiene también la afectividad.

La persona humana posee una dimensión espiritual. No es solo cuerpo y alma. El hombre es capaz de buscar y relacionarse con el ser supremo y con los valores trascendentales. El ser humano posee la capacidad de amar y ser amado. En lo más profundo de su ser tiene la capacidad de entregarse y servir a los demás, de amarse a sí mismo y de relacionarse con la naturaleza.

¿Qué es la madurez afectiva?

Con lo dicho anteriormente vemos entonces que la afectividad no es solamente algo psicológico sino que implica a todo ser humano como ser integral que posee tres dimensiones; la corporal, la psicológica y la espiritual. El ser humano es unidad inseparable bio-psico-espiritual. Cuando hablamos de madurez afectiva estamos hablando de la armonía y maestría personal que existen en las 6 vertientes o dimensiones anteriormente mencionadas: física, psicológica, conductual, cognitivo, asertivo y espiritual. En este contexto estamos hablando de la armonía entre la inteligencia (mente), afectividad (corazón) y voluntad (acción|Actos humanos).

La Madurez afectiva implica que la persona despliegue sus dones y capacidades, amando a Dios, a sí mismo y a los demás.

Este tema hoy en día es muy importante; vemos mucha gente deprimida, triste, sin un sentido en su vida. Hoy en día se ven muchas distorsiones afectivas o pecado o incluso desviaciones sexuales que como sabemos pueden tener su raíz en lo afectivo.

El maduro afectivo es el que se conoce a sí mismo; el que puede responder la pregunta sobre la propia identidad en el día a día.

Por otro lado es el que vive la libertad y la autenticidad, es decir, el que no es esclavo de nada ni de nadie. A veces somos esclavos de nuestras emociones o sentimientos o del que dirán, de la opinión de otros. Vivimos muy pendientes de la valoración de otros. No es raro que haya quienes son esclavos del vicio del juego, sexo, alcohol o drogas. Estas adicciones se generan muchas veces en medio de carencias y vacios afectivos.

El maduro afectivo es el que decodifica adecuadamente sus dinamismos y necesidades fundamentales, ama a Dios teniendo una vida espiritual intensa y cotidiana, vive en presencia de Dios, piensa como el Señor, se acepta, valora y ama a sí mismo, ama a los demás comunicándose con ellos, teniendo amigos, es el que se realiza en el apostolado de la vida cotidiana. Importante comprender el apostolado como “Sobreabundancia de Sobreabundancia de amor”.

La madurez afectiva me lleva a vivir y desplegar adecuadamente mis emociones y mis sentimientos: “Yo no soy solo mis emociones y sentimientos”.

Hoy en día vivimos muchas veces esclavos de lo sentimental o emocional, olvidándonos que la mente o razón es la llamada a regir nuestros sentimientos y emociones.

Vivimos también muchas veces esclavos del capricho, mimo o engreimiento, haciendo lo que nos provoca, solamente lo que nos gusta y nos olvidamos que es importante regirse por valores o principios.

La madurez afectiva me conduce a vivir con un amor centrado en el Señor, viviendo mi sexualidad y genitalidad según el Plan de Dios de acuerdo a la vocación a la que he sido convocado.

El sexo no es un instinto ciego, ni algo incontrolable, es una tendencia que yo puedo manejar, controlar, encausar y encaminar. No somos animales que no pueden controlar sus instintos ciegos. La sexualidad y la genitalidad son posibles ordenarlas y adecuarlas al Plan de Dios. Es un tema de madurez, de armonía, de señorío de sí mismo, de control, de fuerza de voluntad, en última instancia de amor a Dios y a uno mismo.

Factores determinantes para una madurez afectiva

Es preciso reconocer que, aunque distintos factores biológicos y psicológicos juegan un papel importante, la familia es el factor más determinante en el desarrollo del mundo afectivo de la persona. Podemos afirmar que las carencias afectivas, por exceso o por defecto, afectan a la conducta humana.

Uno lo ve en la práctica profesional como psicólogo. Cuando uno atiende a una persona, rápidamente se da cuenta si viene o no de una familia disfuncional.

Los padres educan (o maleducan) en la afectividad a través de las interacciones entre sí mismos y a través de las interacciones con sus hijos.

Los sentimientos básicos de cada persona tienen mucho que ver con lo que ha percibido en los sentimientos de sus padres. Ahora bien: ¿los padres educan sentimentalmente? Sí, aunque no con nuevas estrategias o nuevas habilidades, sino con el modo en el que expresan y acogen los sentimientos propios y ajenos.

El mundo afectivo está inmerso en cada persona desde el momento de su nacimiento. Se establece progresivamente a partir de un “clima afectivo “aportado por los padres inicialmente en el seno de la familia y complementado o ampliado por las relaciones educativas, sociales, laborales, del medio cultural en que se desarrolla la actividad personal .

La estabilidad o madurez afectiva requiere de una armonía entre el sentimiento y la razón.

Cuando existe un predominio de lo racional, en detrimento de la parte afectiva, el resultado puede ser una personalidad fría, calculadora, incapaz de darle cabida a los lazos afectivos. Por el contrario, cuando predomina la parte afectiva y no interviene la razón, se desarrolla una personalidad extremadamente sensible que dificulta al individuo ver los acontecimientos de su vida de una manera objetiva.

Para alcanzar la madurez afectiva es necesario tener autoconocimiento, auto aceptación y autocontrol. Si uno no se conoce a sí mismo, no se está en disposición de conocer a los demás. Si no se aceptan las propias limitaciones y cualidades, tampoco se puede aceptar la de los otros, y si no se tiene la capacidad de autodominio, no se pueden desarrollar relaciones afectivas sanas.

Una persona no necesariamente “nace” inseguro. La inseguridad se “aprende” en el ambiente social de la persona. La seguridad es una consecuencia del nivel de recta valoración de sí mismo o recto amor a uno mismo. Esta se construye desde la infancia a partir de las comparaciones con los demás y de las reacciones de los demás hacia uno mismo.

Quienes tienen un mayor impacto en el desarrollo de seguridad en el niño son las personas afectivamente más cercanas; los padres, hermanos, los familiares, profesores y los compañeros de escuela. Éstos pueden “potenciar o disminuir el sentimiento de seguridad”. Por ejemplo, un niño que experimenta la ruptura conyugal de sus padres tendrá mayores posibilidades de crecer con falta de seguridad.

La persona que tiene problemas de apego o vínculo es comúnmente insegura.

Cuando encuentra una relación que le ofrece un sentido de valía personal, el inseguro tiende a desarrollar una relación de dependencia excesiva. A menudo, el inseguro se siente atraído por personas tan inseguras como él o ella misma.

El resultado es una relación frágil, inestable, y por lo general, de corta duración.

Para poder alcanzar una estabilidad afectiva es esencial que exista una permanencia en los lazos afectivos.

El ser humano necesita crecer en un hogar donde existan un padre y una madre que lo amen y que se amen entre sí. La estabilidad en el matrimonio es esencial para el bienestar del hijo y de la pareja.

Conclusión

El amor es el motor de la existencia humana y es el primer “sentimiento” que conoce el niño después de nacer.

Somos creados para amar sin límites, sin embargo por diversas causas muchas veces vivimos en medio de la inmadurez y desequilibrio afectivo y emocional.

Se trata de volver sobre nosotros mismos, de conocernos, entendernos, de descubrirnos y aceptarnos. En la medida que me conozca y acepte me voy a valorar y en la medida que me valore me voy amar, de esa manera me iré disponiendo para amar adecuadamente a los que me rodean.

Se trata entonces de madurar integralmente como personas humanas, como cristianos y en nuestra vocación particular. La madurez humana y cristiana es integral y parte de nuestra opción radical por el Señor Jesús, surge de nuestro amor al Único maestro.


Humberto Del Castillo Drago

Sodálite - Psicólogo.

Director General del Centro Areté