Alfredo el Grande
De Enciclopedia Católica
Rey de los Sajones Occidentales, nacido en Wantage, Berkshire, Inglaterra en 849; muere en el 899. Alfredo fue el quinto hijo de Ethelwulf, o Æthelwulf, Rey de Wessex, y de Osburh, su reina, de la real casa de los Jutes de Wight. Cuando tenía cuatro años de edad, de acuerdo a una historia que se ha repetido tan frecuentemente que generalmente se acepta como verdadera, fue enviado por su padre a Roma, donde fue ungido rey por el Papa San León IV. Esto, sin embargo, como otras muchas leyendas que han cristalizado acerca del nombre de Alfredo, no tiene fundamento. Dos años después, en 855, Ethelwulf peregrinó a Roma, llevando a Alfredo con él. Esta visita, documentada por Asser, es aceptada como auténtica por los historiadores modernos.
Ethelwulf murió en 858 y Wessex fue gobernado por sus hijos, Ethelbald, Ethelbert y Ethelred, sucesivamente hasta 871, cuando Alfredo subió al trono. Nada se sabe de sus actividades durante los reinados de Ethelbald y Ethelbert, pero John Asser, hablando de él durante el reinado de Ethelred, le da el título de Secundarius. En 868 desposó a Ealhswith, hija de Ethelred, conocido como El Grande, Regidor de los Gainas. Los Sajones Occidentales y los Mercianos estaban en guerra contra los daneses invasores, y Alfredo tomó parte activa en el conflicto. Ascendió al trono durante lo más intenso de este conflicto, pero para finales del año había logrado la paz, probablemente pagando una suma de dinero a los invasores.
Wessex disfruto de la paz por unos pocos años, pues alrededor de 875 los daneses renovaron sus ataques. Fueron expulsados entonces y nuevamente en 876 y 877, cada vez haciendo solemnes promesas de paz. En 878 vino la gran invasión bajo el mando de Guthrum. Por unos pocos meses los daneses lograron éxitos, pero alrededor de la Pascua Alfredo se estableció en Athelney y luego marchó a Brixton, reuniendo nuevas fuerzas en el camino. En la batalla de Ethandún (probablemente el actual Edington, en Wiltshire) derrotó a los daneses. Guthrum estuvo de acuerdo con firmar la paz y consintió ser bautizado. Es en conexión con esta lucha que muchas de las leyendas de Alfredo nacieron y fueron perpetuadas: la historia de los pasteles quemados, el relato de su visita al campo danés disfrazado de músico de arpa, y muchas otras.
Por quince años el reino de Alfredo estuvo en paz, pero en 903 los daneses que habían sido expulsados hicieron otro ataque violento. Esta guerra duró cuatro años y terminó con el establecimiento final de la supremacía sajona. Estas luchas tuvieron otro resultado, tan importante como la libertad de la opresión de los daneses. Las invasiones sucesivas habían terminado con la existencia de la mayoría de los reinados individuales. Alfredo hizo de Wessex un punto de reunión para todos los Sajones y al liberar el país de los invasores, sin darse cuenta unificó a Inglaterra y preparó el camino para la eventual supremacía de sus sucesores.
La leyenda popular se ha ocupado más de otras fases de la carrera de Alfredo que de sus logros militares. Se le acredita generalmente el establecimiento del juicio mediante jurado, la ley de “compromiso franco”, y otras muchas instituciones que más bien fueron el desarrollo de costumbres nacionales que existían hacía tiempo. Él es representado como el fundador de Oxford, afirmación que investigaciones recientes han desmentido. Pero incluso eliminando la parte legendaria de la historia de Alfredo, de ninguna manera disminuye su grandeza, ya que existen muchísimos logros documentados a su favor. Su propia evaluación de lo que hizo por la regeneración de Inglaterra es modesta al lado de la auténtica historia de sus actos.
Luchó, nos cuenta él, para reunir todo lo que parecía bueno en las viejas leyes inglesas y añade: “No me aventuré a fijar mucho de lo mío, porque yo no sabía que iba ser aprobado por los que venían después de nosotros”. No solo codificó y promulgó leyes, sino que busco también que fueran aplicadas, e insistió que la justicia debía ser dispensada sin miedo o favoritismo. Dedicó sus energías a restaurar lo que había sido destruido por las largas guerras con los invasores. Se reconstruyeron y fundaron monasterios, y se mando a traer a estudiosos de otras tierras. Hizo llegar al Arzobispo Plegmund y al Obispo Wetfrith de Mercia; a Grimbold y Juan el Viejo Sajón de otras tierras teutónicas; Asser, John Scotus Erigena y a muchos otros más. No solamente alentó a los intelectuales, sino que él mismo laboró y dio prueba de su aprendizaje propio. Tradujo al Anglosajón: “La Consolación de la Filosofía” de Boëthius, “La Historia del Mundo” de Orosius; la “Historia Eclesiástica” de Bede, y la “Regla Pastoral” y los “Diálogos” de San Gregorio Magno. No solamente tradujo sino que adapto la “Consolación de la Filosofía”, añadiéndole mucho material propio. La “Crónica Anglosajona”, la relación de la raza inglesa desde los primeros tiempos, fue inspirada por él.
Bibliografía: BOWKER, Editor, Alfred the Great (London, 1899); PLUMMER, Life of Alfred the Great (London, 1902); SCHMID, Die Gesetze der Angelsachsen, 2d ed. (1858). Las autoridades contemporáneas son La Vida de Alfredo por ASSER y La Crónica anglosajona . Estas y los relatos posteriores ETHELWERD, SIMEON DE DURHAM, etc. pueden ser estudiados convenientemente en CONYBEARE, Alfredo en las Crónicas (1900). Los escritos de Alfredo pueden verse en BOSWORTH, The Works of Alfred the Great (Edition de Jubileo, 1858, 2 vols.). Las leyes de Alfredo están impresas en la obra de in LIEBERMANN: Laws of the Anglo-Saxons (1903). Entre los relatos modernos se puede ver PAULI, Life of Alfred the Great . tr. WRIGHT (1852); LAPPENBERG, England under the Anglo-Saxon Kings, traducción del alemán por THORPE (1881), II; LINGARD, History of England , I; KNIGHT, Life of King Alfred (1880). Para una perspectiva literaria, ver BROOKE, History of English Literature to the Norman Conquest (London y Nueva York, 1878).
Fuente: Taaffe, Thomas. "Alfred the Great." The Catholic Encyclopedia. Vol. 1. New York: Robert Appleton Company, 1907. <http://www.newadvent.org/cathen/01309d.htm>.
Traducido por Carlos A. Urrutia.