Concilio de Sárdica
De Enciclopedia Católica
Uno de la serie de concilios convocados para ajustar las dificultades doctrinales y de otra índole causadas por la herejía arriana, efectuado muy probablemente en 343. (Para la fecha vea Hefele, French Tr., “Historia de los Concilios”, II, pt. II, 737-42, y Duchesne, “Hist. ancienne de l’Eglise@, II, 215.) Fue convocado por los Emperadores Constante y Constancio debido a los ruegos urgentes del Papa San Julio I. Hosio de Córdoba y otros obispos occidentales, deseosos de paz y esperando asegurar un juicio final sobre el caso de San Atanasio y otros obispos condenados y reivindicados alternativamente por concilios en Oriente y Occidente; deseosos también de resolver definitivamente la confusión surgida de las muchas fórmulas doctrinales en circulación, sugirieron que todos los asuntos debían referirse a un concilio general. Para que el concilio fuera completamente representativo, se escogió a Sárdica en Dacia (ahora Sofía en Bulgaria) como el lugar de la reunión. San Atanasio, expulsado de Alejandría por el Prefecto Filadrio en 339, fue llamado por el Emperador Constante de Roma, donde él había tomado el último lugar se encontró con Hosio, que fue comisionado por el Papa y el emperador para presidir el concilio, y al cual acompañó a Sárdica. El Papa Julio fue representado por los sacerdotes Arquidamo y Filóxenes y por el diácono León. Noventa y seis obispos occidentales se presentaron a Sárdica: los de Oriente no eran tan numerosos.
Estando en minoría, los obispos orientales decidieron actuar como un cuerpo, y, temiendo defecciones, se alojaron en el mismo lugar. Por razón de no querer reconocer a Atanasio, Marcelo de Ancira, y Asclepas, quienes habían sido excomulgados (v. excomunión) en sínodos orientales, rehusaron estar en concilio con los obispos occidentales. Hosio de Córdoba trató de efectuar un compromiso al invitarlos a presentar privadamente ante él sus quejas contra Atanasio, y prometiendo, en caso de que Atanasio fuese absuelto, llevárselo a España. Estas propuestas fracasaron. Los obispos orientales---aunque el concilio había sido convocado expresamente con el propósito de reabrir el caso respecto a aquellos que habían sido excomulgados---defendieron su conducta con el alegato ficticio de que un concilio no podía revisar las decisiones de otro. Ellos se retiraron de Sárdica y se reunieron en Filipópolis, donde redactaron una encíclica y un nuevo credo, que falsamente dataron en Sárdica. Los obispos occidentales, así abandonados, examinaron los casos de Atanasio, Marcelo y Asclepas. No se consideró una nueva investigación de los cargos contra Atanasio, ya que éstos fueron rechazados, y él y los otros dos obispos, a quienes se le permitió presentar documentos exculpatorios, fueron declarados inocentes. Además de esto, se pasó censura sobre los orientales por haber abandonado el concilio, y muchos de ellos fueron depuestos y excomulgados.
Se discutió el asunto de un nuevo credo que contuviera algunas adiciones al de Nicea, pero aunque el foro había sido extendido, los obispos decidieron sabiamente no añadir nada al símbolo aceptado, y así los arrianos no tuvieran pretexto para decir que hasta el momento ellos no habían sido condenados explícitamente. Aunque la forma del credo propuesta fue presentada al concilio, sólo se insertó un fragmento en la encíclica que dirigió el concilio a “todos los obispos de la Iglesia Católica”. Antes de separarse, los obispos aprobaron muchos cánones importantes, especialmente respecto de la transferencia y juicio a obispos y apelaciones. Estos cánones, con los demás documentos del concilio, fueron enviados al Papa Julio con una carta firmada por la mayoría de los obispos presentes. El concilio fracasó completamente en lograr su propósito. No se aseguró la pacificación de la Iglesia, y los obispos orientales se volvieron más atrevidos y contumaces.
Fuente: Healy, Patrick. "Council of Sardica." The Catholic Encyclopedia. Vol. 13. New York: Robert Appleton Company, 1912. <http://www.newadvent.org/cathen/13473a.htm>. Transcrito por Christine J. Murray. Traducido al castellano por Luz María Hernández Medina.