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Jueves, 21 de noviembre de 2024

Flagelantes

De Enciclopedia Católica

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Los flagelantes fueron una secta fanática y herética que floreció en el siglo trece y siguientes. Su origen se atribuyó durante un tiempo a los esfuerzos misioneros de S. Antonio de Padua en las ciudades del norte de Italia a principios del siglo trece, pero Lempp (Zeitschrift für Kirchengeschichte, XII, 435) ha mostrado que esto no está claro. Cada movimiento importante, sin embargo, tiene sus precursores tanto en las ideas de las que crece y en los actos específicos que marcan su culminación Y, sin duda, la práctica de auto flagelarse, familiar a la gente como una costumbre ascética de las órdenes de observancia más severa (como los Camaldulenses, Cluniacenses y dominicos) tiene que estar en alguna relación con la idea de las también conocidas procesiones penitenciales popularizadas por los Mendicantes hacia 1233 y de alguna manera prepararon la enorme multiplicación de flagelantes a finales del siglo trece.

Se oye hablar de Flagelantes por primera vez en Perugia en 1260. La terrible plaga de 1259 la prolongada tiranía y anarquía de los estados italianos, las profecías de Joaquín de Fiore y otros que relacionaban al Anticristo y el fin del mundo, habían creado un estado de desesperación y expectativa entre los laicos devotos de las clases media y baja Entonces apareció un famoso eremita de Umbría, Raniero Fasani, que organizó una hermandad de "Disciplinati di Gesù Cristo", que se extendió con rapidez por Italia del norte y central. Las hermandades eran conocidas con varios nombres en las diferentes localidades (Battuti, Scopatori, Verberatori, etc.), pero sus prácticas eran similares en todas partes Esta epidemias mental infectó a todas las edades y condiciones. Clérigos y laicos, mujeres y hombres y hasta niños se azotaban a si mismos en reparación por los pecados de todo el mundo. Grandes procesiones que a veces llegaron a contar 10.000 almas, pasaban por las ciudades, golpeándose y llamando a los fieles al arrepentimiento. Los clérigos marchaban delante con cruces y estandartes, caminando despacio atravesando las ciudades. Con las caras cubiertas y el torso desnudo se golpeaban con látigos de cuero hasta que corría la sangre, cantando himnos y canciones de la Pasión de Cristo, entraban en las iglesias y se postraban ante el altar. Todos los que se unían a esta penitencia debían permanecer en ella treinta y tres días medio en honor a los años de la vida de Cristo en la tierra. Ni el frío ni el calor ni el barro ni la nieve eran un obstáculo para ellos.

Las procesiones continuaron en Italia durante todo el año 1260, al final del cual se extendieron más allá de los Alpes a Alsacia, Baviera, Bohemia y Polonia. En 1261, sin embargo, las autoridades civiles y religiosas se dieron cuenta del peligro de tal epidemia, aunque sus tendencias no deseadas eran, en esta ocasión más políticas que teológicas. En enero, el papa prohibió las procesiones y lo laicos s se dieron cuenta de repente de que detrás del movimiento tenía probación eclesiástica. Cesaron casi tan rápidamente como comenzaron y durante algún tiempo parecía que habían desaparecido. Pero se oyó hablar de flagelantes caminantes en Alemania 1296. En el norte de Italia, el dominico Bérgamo, que después fue beatificado, intentó resucitar la procesiones de flagelantes en 1334 y dirigió alrededor de 10.000 hombres llamados “palomas”, hasta Roma. Pero los romanos los recibieron con risas y sus seguidores le abandonaron. Fue a Aviñón a ver al papa, que le envió inmediatamente a su monasterio, con lo que el movimiento dejó de existir.

En 1348 la Peste Negra barrió Europa, devastando el continente durante los dos años siguientes. En 1348 ocurrió un terrible terremoto en Italia. Los escándalos que se daban tanto en la Iglesia como en el Estado intensificaron en la mente popular el sentimiento de que llegaba el fin de todas las cosas. Repentinamente volvieron las compañías de flagelantes y rápidamente se expandieron a través de los Alpes, por Hungría y Suiza. En 1349 habían llegado a Flandes, Holanda, Bohemia, Polonia y Dinamarca. En septiembre de ese año habían llegado a Inglaterra, aunque allí tuvieron poco éxito. Los ingleses observaban a los fanáticos con tranquilo interés y hasta expresaban piedad y a veces admiración por su devoción, pero nadie se unió a ellos y los intentos de proselitismo fueron un completo fracaso.

Mientras tanto, el movimiento en Italia, más de acuerdo con el temperamento de la gente, tan intenso, tan entusiasta y al mismo tiempo tan practico en las cosas de religión, se extendió rápidamente por todas las clases de la comunidad. La difusión fue caracterizada y ayudada por los laudi populares, canciones populares de la Pasión de Cristo y de los Dolores de Nuestra Señora y en este resurgir aparecieron innumerables hermandades dedicadas a la penitencia y a las obras de misericordia de trabajo corporal, Así, los "Battuti" de Siena, Bolonia, Gubbio fundaron las Case di Dio, que enseguida se convirtieron en centros en los que se podían reunir para sus ejercicios piadosos y penitenciales y hospicios en los que se aliviaba a los necesitados. Aunque las tendencias heréticas aparecieron enseguida, la sana fe italiana era favorable a su crecimiento. Las confraternidades se adaptaban a la organización eclesiástica permanente y no pocas de ellas han continuado, al menos como asociaciones caritativas, hay hoy. Es de notar que las canciones de los Laudesi durante sus procesiones tendían más y más a manifestarse con un carácter dramático. De ellas surgió con el tiempo las obras populares de teatro de misterios, del que salió el drama italiano.

En cuanto el movimiento de los flagelantes cruzó los Alpes para entrar en los países teutónicos, cambió su naturaleza. La idea fue recibida con entusiasmo y enseguida se desarrolló un ceremonial al mismo tiempo que se daba forma a una doctrina especializada que pronto degeneró en herejía. Al principio los flagelantes se convirtieron en una secta organizada, con una disciplina severa y declaraciones extravagantes. Llevaban un hábito blanco y capa, cada uno con una cruz roja, por lo que en algunos sitios se les llamaba “Hermandad de la Cruz”.

El que deseaba unirse a esta hermandad era obligado a permanecer en ella durante treinta y tres días y medio, jurar obediencia a los “maestros” de la organización y poseer al menos cuatro peniques diarios para su sustento, estar reconciliado con todos los hombres y, si estaba casado, tener el permiso de su esposa.

El ceremonial de los Flagelantes pare ser muy parecido en todas las ciudades del norte, dos veces al día, yendo lentamente a la plaza pública a la iglesia principal, se quitaban los zapatos, se desnudaban hasta la cintura y se postraban formando un gran círculo. Con la postura indicaban la naturaleza de los pecados que querían expiar: el asesino yacía sobre su espalda, el adúltero sobre su rostro, el perjuro de lado levantando tres dedos etc. En primer lugar eran golpeados por el “Maestro” y después se les ordenaba con una fórmula concreta que se levantasen, permanecían en círculo y se azotaban severamente, gratando que su sangre se unía a la de Cristo y que su penitencia preservaba al mundo de su destrucción. Al final el “maestro” leía una carta que supuestamente había suido entregada por un ángel a la iglesia de S. Pedro de Roma, en la que se decía que Cristo, enfadado por la maldad de los hombres, había amenazado con destruir el mundo, pero que, por la intercesión de la Virgen María, había ordenado que todos los que se unían a la hermandad durante treinta y tres días y medio, se salvaría. La lectura de esta “carta”, después de la profunda impresión que causaba la penitencia de los Flagelantes, producía entre el público situaciones de extrema excitación. A pesar de las protestas y críticas de las gentes educadas, miles se unieron den la hermandad.

Grandes procesiones marchaban de ciudad en ciudad con cruces, antorchas y banderas precediéndoles. Caminaban despacio, en filas de tres o cuatro hombro con hombro llevando sus látigos de nudos y cantando sus melancólicos himnos. A medida que crecía su número, las pretensiones de sus líderes aumentaban. Profesaban un horror ridículo al contacto hasta accidental con las mujeres e insistían en que era una obligación ayunar rígidamente los viernes. Difundían dudas sobre la necesidad o hasta del deseo de los sacramentos y pretendían absolverse unos a otros, arrojar los malos espíritus y hasta realizar milagros. Afirmaban que la jurisdicción eclesiástica ordinaria estaba suspendida y que sus peregrinajes continuarían durante treinta y tres años y medio. Sin duda algunos de ellos esperaban establecer una institución rival de la iglesia católica que durase mucho tiempo pero las autoridades actuaron tratando de suprimir todo el movimiento. Porque mientras crecía en Alemania y los Países Bajos, también había penetrado en Francia.

Al principio este fatuus novus ritus fue bien recibido. En 1348 4el papa Clemente VI había permitido procesiones similares en Aviñón en rogativas contra la peste. Sin embargo las autoridades se alarmaron pronto la ver la rápida expansión de las tendencias heréticas de los flagelantes, especialmente entre las turbulentas gentes del sur de Francia. A petición de la universidad de París, el papa ordenó una investigación cuidadosa, condenó el movimiento y prohibió las procesiones, en cartas del 20 de octubre de 1349 que fueron enviadas a los obispos de Francia Alemania, Polonia, Suecia e Inglaterra Esta condena coincidió con la reacción natural de la opinión pública y los Flagelantes se encontraron que habían pasado de ser una poderosa amenaza a todo el orden establecido a convertirse en una secta en rápido declive. Pero aunque fueron duramente golpeados, la tendencia de los Flagelantes no se podía dar por erradicada, ya que durante todo el siglo catorce y quince se dieron recrudecimientos de esta y otras herejías similares. Hacia 1360 apareció en Alemania un tal Konrad Schmid, que se llamaba a si mismo Enoc, pretendiendo que toda la autoridad eclesiástica estaba derogada o, mejor dicho, trasferida a él mismo. Miles de jóvenes le siguieron pudiendo continuar con su propaganda hasta 1369 en que la vigorosas medidas tomadas por la Inquisición terminaron con la secta. Pero aún se oye sobre juicios de condenación de Flagelantes en 1414 en Ertfurt, en 1446 en Nordhausen, en 1453 en Sangerhausen, y hasta en 1481 en Halberstadt. De nuevo los “Albati” o “Bianchi” suenan en Provenza alrededor de 1399 con sus procesiones de 9 días, durante los que se golpeaban y cantaban el “Stabat Mater”.Al final del siglo catorce, el gran dominico S. Vicente Ferrer extendió esta devoción penitencial por el norte de España y masas de devotos le seguían en sus peregrinajes misioneros por Francia España y el Norte de Italia.

De hecho, la gran eclosión de 1349, aunque más extendida y formidable que otros fanatismos similares, era uno más de la serie de levantamientos populares que se dieron a intervalos irregulares desde 1260 hasta el final del siglo quince. La causa que generaba estos movimientos fue siempre una oscura amalgama de de horror y corrupción, el deseo de imitar las heroicas expiaciones de los grandes penitentes, de visión apocalíptica y la desesperación ante la corrupción que invadía el Estado y la iglesia. Todas estas cosas incendian las mentes del populacho muy maltratado en Europa central. Bastaba una ocasión suficiente, como la tiranía acumulada de algunos gobernadores insignificantes, el horror de una gran plaga o la predicación ardiente de algún santo ascético para incendiar a toda la cristiandad. El impulso, como el fuego, se expandía entre la gente y como él moría, aunque para reanimarse de nuevo aquí y allá. Al principio de cada caso los efectos eran generalmente buenos: los enemigos se reconciliaban, se pagaban las deudas, se soltaba a los presos, se devolvían los bienes conseguidos de malas maneras. Pero era un mero revivir y la reacción como siempre era peor que la corrupción anterior. A veces se sospechaba que el movimiento se utilizaba abusivamente para fines políticos y más frecuentemente era un ejemplo de la tendencia fatal del pietismo emocional a degenerar en herejía. El movimiento de los Flagelantes fue una de las manías que afligieron los finales del Medievo; otros fueron: la manía de las danzas, las razias contra los judíos que las procesiones de Flagelantes de 1349 estimulaban, las cruzadas de los niños etc. Y según el temperamento de los pueblos entre los que se extendía el movimiento se convertía en revolución y en herejía fanática, o en un relámpago de devoción que pronto se quedaba en prácticas piadosas y buenas obras o en un mero espectáculo que levantaba la curiosidad u la piedad de los que los observaban.

Aunque como herejía peligrosa no se vuelve a oír hablar de los Flagelantes después del siglo quince, sus prácticas revivieron una y otra vez como medio de penitencia pública ortodoxa. En Francia, durante el siglo dieciséis se oye hablar de hermandades blancas, negras, grises y azules. En Aviñón, 1574, Catalina de Médicis dirigió una procesión de Penitentes Negros. En Paris, 1583, el rey Enrique III se convirtió en protector del los "Blancs Battus de l'Annonciation".

El Jueves Santo de ese año organizó una gran procesión desde los Agustinos a Notre-Dame en la que fueron obligados a participar todos los grandes dignatarios del reino acompañándole a él. Las risas de los parisinos, sin embargo, que se tomaron todo el asunto como una broma, obligó al rey a retirar su patronazgo. En el siglo diecisiete, los escándalos que surgieron en esas hermandades hicieron que el Parlamento de París las suprimiera y entre los esfuerzos combinados de la ley, los galicanos y los escépticos hicieron que esas prácticas desaparecieran. A lo largo del siglo diecisiete y dieciocho las procesiones de Flagelantes y la autoflagelación fueron fomentadas por los jesuitas en Austria y los Países Bajos, así como en los lejanos países que evangelizaban: India, Persia, Japón, la Filipinas, Méjico y los Estados Unidos de America tuvieron sus procesiones de flagelantes: En América Central y del Sur aun continúan en ciertos lugares, reguladas y controladas por el papa León XIII. En Italia en general y en el Tirol procesiones similares sobrevivieron hasta el siglo diecinueve; en la misma Roma tenían lugar en las iglesias de jesuitas hasta 1870, y en fechas posteriores en algunas zonas de Toscana y Sicilia. Sin embargo, siempre han tenido lugar bajo el control de las autoridades eclesiásticas y no se deben conectar con las epidemias heréticas de la Baja Edad media


Bibliografía: Uno de los mejores relatos sobre la flagelación y los flagelantes está en el artículo de HAUPT Geisselune, kirchliche, und Geisslerbruderschaften, en Realencykl. für prot. Theol. Contiene unas completas y excelentes biografías. Algunos de los testimonios originales de la epidemia de 1260 se pueden encontrar en PERTZ, Mon. Germ. Hist., XVII, 102-3, 105, 191, 402, 531, 714; XIX, 179. Respecto a la herejía de 1348 se puede consultar: Chroniken der deutschen Städte, VII, 204 ss.; IX, 105 ss.; Forschungen zur deutschen Geschichte, XXI (1881), 21 ss.; Recueil des chroniques de Flandre, II (Bruges, 1841), 111 ss.; FREDERICQ, Corpus documentorum inquisitionis hæreticæ pravitatis neerlandicæ, I (Ghent, 1889), 190 ss.; BERLIÈRE, Trois traités inédits sur les Flagellants de 1349, en Revue Bénédictine, July, 1908. En excelentes relatos se hallan en MURATORI Antiquitt. Ital. med., ævi, VI (Milan, 1738-42), diss. lxxv; GRETSER, Opera, IV (Ratisbon, 1734), 43-5; ZÖCKLER, Askese und Mönchtum, II (Frankfort, 1897), 518, 530-7.

Fuente: Toke, Leslie. "Flagellants." The Catholic Encyclopedia. Vol. 6, págs. 89-92. New York: Robert Appleton Company, 1909. 17 Jun. 2020 <http://www.newadvent.org/cathen/06089c.htm>.

Traducido por Pedro Royo.