Visita de los Cinco Sepulcros para adorar las Cinco Llagas de Cristo
De Enciclopedia Católica
VISITA A LOS CINCO SEPULCROS PARA EL VIERNES SANTO
VISITA PRIMERA
Se adora a Jesús Sacramentado encerrado en el santo sepulcro, interiormente con un corazón contrito y humillado, y exteriormente con devoción y recogimiento. Hecha la breve adoración, penetrado del espíritu de fe viva y verdadera religión, hágase uno a sí mismo esta pregunta:
¿Quién es el que está en este sepulcro? Alma mía, tú lo sabes bien: tu Redentor amoroso, el Hijo de Dios hecho Hombre, Cristo Jesús. ¡Ah! Sí, él está encerrado en este sepulcro... Él sufrió primero una pasión dolorosa, y después espiró sobre una cruz en medio de mil insultos y de mil dolores. Su santísimo cuerpo fue puesto en un sepulcro, y tú misma estás aquí presente para visitarlo. ¡Ah! Considera que solo el amor inmenso que le tenía, lo ha reducido a este estado. Sí, él, tu Jesús, sufrió una pasión dolorosísima antes de que su cuerpo fuese colocado en este sepulcro. Él la comenzó desde el huerto de Getsemaní, reduciéndose a una tristeza y agonía mortales, sudando allí, en mucha abundancia, sangre, sacada á yira fuerza de sus venas, y salida de los poros de su inocentísima carne por el horror y espanto de su inminente pasión. ¡Ah! Reflexiona, alma mía, que él entonces pensaba en ti, y le afligía muchísimo el prever que tú le habías de corresponder con tanta ingratitud e infidelidad. ¿Y puedes, alma mía, mirar con frialdad e indiferencia este sepulcro, sin embargo, de saber que dentro de él está depositado el sacratísimo cuerpo de tu divino Redentor, el cual, por amor a ti, y por salvarte derramó primero tanta sangre en el huerto, y después en el discurso de su pasión, hasta quedarle vacías las venas? ¡Ah! Fija los ojos en este sepulcro; y llena de confusión confiesa tu dureza é ingratitud, y detestando tus pecados, pídele misericordia y perdón.
Récense devotamente tres Padre nuestros y Ave Marías, en memoria de la pasión, muerte y sepultura de nuestro divino Redentor Jesucristo, y después se hará más bien con el corazón que con tus palabras el siguiente:
COLOQUIO
¡Oh Redentor mío amorosísimo! ¿Está aquí, pues, aquel vuestro divino cuerpo, que tanto ha sufrido por mí, que hecho presa de agonías mortales antes de morir, postrado en tierra derramó á torrentes vivo sudor de sangre? ¿Y yo, reo de tantos pecados y de tantas enormidades estaba presente a vuestro pensamiento, y por este motivo la vista de vuestra inminente pasión se os hacia más acerba y dolorosa? Yo adoro profundamente a este cuerpo santísimo, é imploro, por los méritos de esta sangre derramada, la misericordia y el perdón de mis muchas iniquidades. ¡Oh sangre preciosísima de mi Jesús, lavad mi alma! Aquí junto a este santo sepulcro quede mi corazón lleno de contrición y de arrepentimiento, resuelto más que nunca a sufrir primero la muerte que volver al pecado, y a cometer ofensa contra vos, Jesús mío.
Adórese nuevamente a Jesús Sacramentado, y después sálgase de la Iglesia y váyase con recogimiento a la otra visita, Sígase este mismo método en todas las demás.
VISITA SEGUNDA
¿Quién es el que está en este sepulcro?
¡Ah! Lo sé bien. Está encerrado en este sepulcro mi adorable Salvador. Pero ¡ay de mí! ¡A qué estado está reducido su divino cuerpo! ¡Qué llagado se baila y despedazado de mil maneras por aquellos bárbaros azotes, que pocas horas antes causaron en él un estrago sangriento! ¡Oh alma mía! qué caro costaron a tu Redentor tus muchas perversas satisfacciones, y aquellos tus pecados, ¡por los cuales se encargó de aplacar a la divina justicia! ¡Piensa cuantas llagas has abierto en aquel cuerpo santísimo, que a lo presente adoras encerrado en este sepulcro! ¡Qué injusticia! ¡Qué crueldad! Conoció Pilato la inocencia de Jesús Nazareno, y, sin embargo, mandó que lo azotaran. ¡Oh, con cuánto exceso se ejecutaron órdenes tan inhumanas! ¡Oh mansísimo Cordero! No abristeis la boca para pronunciar ni un lamento: sufristeis toda la furiosa tempestad de golpes que se descargó sobre vuestro inocentísimo cuerpo. No hay duda que fueron muy bárbaros aquellos verdugos ejecutores de tal carnicería; pero tú también, alma mía, tuviste parte en su crueldad, porque tus muchos pecados fueron causa de un ejemplar tan atroz. Aunque es verdad que visitas ahora el sepulcro, en que está el sagrado cuerpo de tu Redentor exangüe por tus pecados; con todo, alma mía, él es todavía todo amor y misericordia para ti, si postrada aquí detestas sinceramente tus culpas, é imploras los méritos infinitos de aquella misma sangre que hiciste derramar con aquellos azotes tan crueles. ¿Y puedes permanecer todavía indecisa? ¿Y puedes no rendirte a los llamamientos de la gracia? ¡Ah! no. Si este sepulcro te reprende tu iniquidad, la misma gracia fe llama al arrepentimiento, y te asegura el perdón.
Récense los tres Padre nuestros y Ave Marías, como en la primera visita, y después el siguiente:
COLOQUIO
¡Amabilísimo Redentor mío! ¡A qué estado, pues, han reducido vuestro inocentísimo cuerpo mis grandes pecados! ¡Ah! ¡Qué tantas heridas y tantas llagas son también obra mía, habiendo concurrido con mis iniquidades a vuestros bárbaros azotes! En cada uno de ellos os acordabais de mí; y yo pecador estaba presente a vuestro pensamiento. Y sabiendo todo esto, ¿cómo puedo mirar con indiferencia este sepulcro que encierra un cuerpo tan despedazado por mí y por mi beneficio? ¡Ah! Amoroso Salvador, no permitas que me separe de este santo sepulcro sin haber primero despedazado mi corazón con la contrición más sincera. ¡Ah! sí, aquí dejo el horrendo número de mis culpas, y de aquí me separo resuelto con vuestra gracia de morir antes que volver a cometer el pecado.
VISITA TERCERA
¿Quién es el que está en este sepulcro?
Aquí está tu Redentor adorable. ¡Ah! vuelve, alma mía, con tu imaginación una mirada a su cabeza sacrosanta, y vedla agujereada en cien partes, pues sobre ella se puso y apretó una corona de agudísimas espinas ¡Ay de mí, qué dolor tan acerbo sufrió el paciente Señor, y cuanta sangre viva venía a llover de sus santísimas sienes! Pilato no mandó semejante coronación; sino que fue una bárbara invención de aquellos crueles verdugos: invención muchas veces renovada en Jesús por tus pecados, especialmente de pensamiento. ¿y no los detestaré alguna vez? ¿Los continuaré cometiendo en lo sucesivo? Esta corona de espinas no fue solamente instrumento de un dolor atroz, sino también de burla y de grande ignominia; porque por medio de él se pretendió saludar a Jesús Nazareno como Rey de los judíos. Una corona de espinas; he aquí la diadema que se le puso en la cabeza: un vil pedazo de caña; he aquí el cetro que se le puso en las manos. V de este modo el verdadero Rey de la gloria viene a ser objeto de escarnios y de irrisiones; pero ¡cuánta parte he tenido en estas irrisiones y escarnios ¡Jesús mío ¡ojalá no fuese así! Al sufrir esta dolorosa igualmente que ignominiosa coronación de espinas, vuela, alma mía, a tu Redentor, que estás adorando en el santo sepulcro, vuela a satisfacer a la divina Majestad que has ofendido con tus muchas irreverencias, especialmente delante de tu Señor Sacramentado, y que has ofendido también con tantos malos pensamientos, que has hecho el objeto de tu voluntaria complacencia, por la que también concurriste a apretar sobre aquella divina cabeza la corona de espinas, y a burlar con impío insulto a tu mismo Salvador. ¡Ay! Llora y detesta tus culpas al pie de su sepulcro, y por aquella sangre que salió en tanta abundancia de las heridas de aquellas espinas, implora con confianza la misericordia y el perdón.
Récense los tres Padre nuestros y Ave Marías, como en la primera visita, y después el siguiente:
COLOQUIO
Redentor mío amorosísimo; mientras que os adoro encerrado en este santo sepulcro, estoy cubierto de rubor, y al mismo tiempo de confusión, porque también yo tuve parte en el gran tormento que sufristeis poco hace, cuando se os puso en la cabeza la dolorosa corona de espinas. Jamás en lo de adelante abrigaré ideas de orgullo ni de soberbia: jamás detendré mis pensamientos sobre objetos que lisonjeen mis pasiones. Esto os prometo, Jesús mío, y espero cumplirlo ayudado de vuestra gracia. En tanto, postrado aquí delante de vos, intento adoraros, daros gracias y suplicaros. Esta adoración compense los insultos que os hicieron al coronaros la cabeza de espinas. Estas gracias os sean dadas por aquel amor infinito, que os hizo padecer tanto por mí. Esta súplica, en fin, alcance de vos, Jesús mío, el perdón de mis iniquidades, por los méritos infinitos de aquella preciosísima sangre que salió de vuestra herida cabeza. Así sea.
VISITA CUARTA
¿Quién es el que está en este Sepulcro?
Está encerrado aquel cuerpo santísimo de Jesucristo, que fue puesto por mí en la cruz para salvarme. Él tiene todavía abiertas las llagas en las manos y en los pies, atravesados con durísimos clavos. ¡O cuántas heridas! ¡Qué despedazamiento se hizo de la carne, de los músculos y de los nervios de aquellas manos y aquellos pies adorables! ¡Pacientísimo Redentor mío, qué pena, qué espasmo toleraste estando vuestro cuerpo pendiente de la cruz, atravesado con aquellos clavos que os teman herido! ¿V no muero yo de dolor al pie de este sepulcro que os encierra, cuando con tantos indignos y abominables pecados he renovado, una sino mil veces vuestra crucifixión en las manos y en los pies! Alma mía, este cuerpo de tu Jesús crucificado ahora difunto, está encerrado en este sepulcro. Con tu imaginación penetrada de viva fé mira muchas veces en sus manos y en sus pies abiertas todavía las llagas dolorosísimas. Velas, confúndete, y postrada en espíritu de contrición, ven a sepultarte dentro de ellas. No puede haber mejor lugar para que seas lavada de tantos pecados cometidos por pensamientos, palabras, obras, y por omisión, y para que la divina justicia no se vuelva a acordar de ellos jamás. La Magdalena llorosa no podía apartarse de la cruz, y estuvo abrazada de ella, hasta que por ella misma fue depuesto el divino Redentor. ¡Ah! Yo tampoco debería separarme de este sepulcro, en donde está el cuerpo de mi amabilísimo Jesús crucificado por mí. Ya que me es preciso abandonarlo, ¡ah! dejo aquí a lo menos mi corazón; pero arrepentido, y penetrado de un verdadero sentimiento de dolor y de contrición.
Récense los tres Padre nuestros y Ave Marías, como en la primera visita, y después el siguiente:
COLOQUIO
Crucificado Redentor mío, a quien adoro encerrado en este santo sepulcro: aquí estoy a vuestros pies; pero ¿cómo tengo corazón para comparecer en vuestra presencia con un delito tan enorme cometido por mí, y con las manos manchadas con vuestra preciosísima sangre, por haber renovado tantas veces vuestra crucifixión con mis pecados? ¡Ah! ¡no puedo negar el exceso cometido: la vista de mis culpas la tengo siempre delante de mis ojos! Pero estoy arrepentido, estoy compungido y resuello á no cometerlas jamás. ¡Ah! cuanto desesperaría del perdón si no confiase en vos, Jesús mío, que antes de morir en la cruz lo pediste también por mí a vuestro Eterno Padre. Escondedme entre tanto en vuestras llagas. Ellas sean mi refugio, especialmente en tiempo de las tentaciones: en ellas, Jesús mío, quiero vivir, y en ellas os pido morir como vuestro fiel discípulo. Amen.
VISITA QUINTA
¿Quién es el que está en este sepulcro?
Alma mía, aquí está el cuerpo de tu Salvador, el cual después de haber sufrido tres horas de penosísima agonía pendiente de la cruz, en medio de una total desolación en el espíritu, y de indecibles padecimientos en todo el cuerpo; finalmente, inclinada la cabeza murió. ¡Oh Dios! Jesús murió por ti, alma mía, para borrar tus pecados y para salvarte. ¿Y puedes mirar este sepulcro que encierra sin sentir una grande conmoción al reflexionar que tus pecados han sido la causa fatal de su muerte? ¡A cuantas reflexiones da lugar aquella llaga abierta en el costado de tu Redentor! Ya él había muerto; ya la divina justicia se daba por satisfecha con tal muerte; ya el mundo era salvo: pues ¿por qué después de su muerte una cruda lanzada le abrió una llaga en el costado? Llaga que verdaderamente no le causó dolor; pero que fue ciertamente llaga de amor. Adora entre tanto, alma mía, adora este costado abierto, ve tan grande herida, y penetra en ella con tu consideración; pero agradecida y comprimida de dolor. Esta llaga abierta en el costado de Jesús, fue una llaga de amor, porque quiso que fuese un refugio y un seguro asilo para las almas de los fieles. Pero ¿qué almas ¡entrarán en él? ¿Por ventura solo las inocentes, o las almas sin mancha? ¡Ah! esta llaga santísima está abierta también a los pobres pecadores, con tal de que estén verdaderamente contritos y detesten sus pecados con el dolor más sincero. Alma mía, ¡qué consuelo para ti! ¡Ah! Si tú estás verdaderamente arrepentida busca también un refugio en esta llaga, y te será concedido.
Récense los tres Padre nuestros y Ave Marías, como en la primera visita, y después el siguiente:
COLOQUIO
Al consideraros, amabilísimo Salvador mío, primero crucificado, después muerto en la cruz, herido en vuestro costado, y al fin sepultado, tiemblo de pies a cabeza al reconocer la obra indigna de mis grandes pecados. ¡Ah! mi amado Redentor, aceptad ahora mi sincero arrepentimiento, por el que, postrado delante de este santo sepulcro, detesto de corazón todas mis culpas y todas mis iniquidades. Estoy resuelto por lo mismo a comenzar una vida nueva, y así lo prometo firmemente; por otra parte, imploro de vos, Jesús mío, la gracia singularísima de poderme esconder y refugiar dentro de la llaga de vuestro santísimo costado. En ella quiero encontrar un asilo seguro en la vida y en la muerte; en ella quiero encontrar fortaleza para resistir a las tentaciones; en ella quiero encontrar paz y auxilio en todas las vicisitudes humanas; en ella, en fin, me vendrá a encontrar la muerte; y saliendo mi alma de vuestro amorosísimo costado, pasará a vuestro divino tribunal, para conseguir, como espero, una sentencia de eterna bendición. Amen.
Adórese nuevamente a Jesús Sacramentado, como en la primera visita, y concluida esta retírese cada tino a su casa; pero antes de esto, os suplico digáis dos palabras, más bien con el corazón que con la expresión de la lengua, a María Santísima, Consolad a esta Madre la más adolorida entre todas las madres, y entre todas las amantes la más desolada por la pasión y muerte de su Unigénito Hijo Jesús: rogadla que os alcance de su divino Hijo, que se adora en este sepulcro, el perdón de vuestros pecados, la perseverancia en la virtud, en fin, el paraíso. Así sea.
Fuente: Apostolado de la Piedad popular
Selección del texto: Nelson Rodolfo Sandoval
Selección de imágenes: José Gálvez Krüger