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Domingo, 22 de diciembre de 2024

Utraquismo

De Enciclopedia Católica

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El principal dogma y uno de cuatro artículos de los calixtinos o husitas. Fue promulgado por primera vez en 1414 por Jacobo de Mies, profesor de filosofía de la Universidad de Praga. John Hus no fue su autor ni su exponente. Él era profesor de la universidad arriba mencionada que requería que sus bachilleres dictaran cátedra sobre las obras de un doctor de Paris, Praga, u Oxford; y, en cumplimiento de esta ley, aparentemente Hus basó sus enseñanzas en los escritos de John Wyclif, un egresado de Oxford. Las opiniones de Wyclif, que fueron la causa del utraquismo, fueron absorbidas por los estudiantes de Praga y, después de que Hus fue confinado a prisión, la influencia wyclifiana se manifestó en las exigencias de los husitas de que la Comunión se administrara bajo las dos formas como requisito para la salvación. Esta herejía fue condenada en los Concilios de Constanza, Basilea y Trento (Denzinger-Bannwart, 626, 930 sqq.).

El utraquismo, explicado en pocas palabras, significa lo siguiente: el hombre, para ser salvado, debe recibir, la Sagrada Comunión cuándo y dónde desee, bajo las especies de pan y vino (sub utraque specie). Esto, según el líder de los husitas, es precepto divino. Porque, “Si no comiereis la carne del Hijo del hombre, y no bebiereis su sangre, no tendréis vida en vosotros” (Juan, vi, 54). Recibir sólo la Sagrada Hostia no es “beber” sino “comer” la Sangre de Cristo. Según el husita, el hecho de que se trata de un precepto Divino es aún más evidente con base e la tradición, ya que, hasta los siglos XI o XII, se ofrecían el Cáliz y la Hostia a los fieles cuando comulgaban. Si a esto se agrega que se confiere más gracia por la recepción de la Eucaristía bajo las dos especies, según sostenía Jacobo de Mies, es evidente que la Comunión sub uraque specie es obligatoria. Esta conclusión fue rechazada por el Concilio de Constanza (Denzinger-Bannwart, 626). Vinieron luego las guerras de los husitas. Para lograr la paz, el Concilio de Basilea (1431) permitió la Comunión bajo ambas especies a aquellos que habían llegado al uso de razón y se encontraban en estado de gracia, con las siguientes condiciones: que los husitas confesaran que el Cuerpo, la Sangre, el Alma y la Divinidad de Cristo estaban presentes en su totalidad y completamente tanto bajo la especie del pan como bajo la especie del vino; y que se retractaran de su declaración de que era necesaria la Comunión bajo ambas especies para la salvación (Mansi, XXX). Algunos husitas estuvieron de acuerdo con esto y se les dio el nombre de calixtinos, por su uso del Cáliz. Los otros, bajo la dirección de Ziska, llamados taboritas, por habitar en la cima de una montaña, se negaron y fueron derrotados por George Podiebrad en 1453, fecha a partir de la cual el utraquismo en Praga se convirtió prácticamente en un símbolo vacío. Sin embargo, todavía es una de las afirmaciones del anglicanismo y se enumera entre “Las razones evidentes en contra de la unión con la Iglesia de Roma” (Londres, 1880). La Iglesia Católica nunca ha dicho que la Comunión bajo ambas especies sea de por sí pecaminosa o herética. La Iglesia no ha ofrecido libremente el Cáliz a los laicos por reverencia hacia la Preciosa Sangre y condenó a los husitas por sostener que era esencial para la salvación, amenazando revivir así una herejía.

Los nestorianos fueron condenados en el período patrístico, y los heréticos en el Concilio de Trento, porque negaban la Presencia Real, total y completa bajo cada una de las dos especies (Denzinger Bannwart, 930 sqq.; Mansi, XXX). Los nestorianos habían negado que la Presencia Real se encontrara total y completa bajo cada especie. Según ellos, el pan contenía solamente el Cuerpo de Cristo y el vino únicamente Su Sangre. Esto es una herejía; porque, según lo anota la Iglesia (y el texto está en griego auténtico), “De manera que cualquiera que comiere este pan, o bebiere el cáliz del Señor indignamente, reo será del cuerpo y de la sangre del Señor” (I Cor., xi, 27). Sabiendo que “Cristo resucitado de entre los muertos no muere ya otra vez” (Rom., vi, 9). La separación de la carne y la sangre es la muerte, y, por consiguiente, la presencia de Cristo total y completa bajo cada una de las especies es dogma de la fe católica. La teología católica ofrece esta explicación: por las palabras de la consagración, el Cuerpo de Cristo se encuentra bajo la apariencia del pan, y Su Sangre, bajo la apariencia del vino. El Cuerpo y la Sangre, el Alma y la Divinidad de Jesucristo forman una Persona indivisible y tienen que encontrarse unidas. Esa virtud de fuerza que une el cuerpo con la sangre y viceversa, en la Eucaristía, es lo que se conoce en teología católica como concomitancia. El utraquismo tendía a deshacer este dogma porque declaraba esencial para la salvación la comunión bajo las dos especies. Esto equivalía virtualmente a negar que Cristo estuviera total y completamente presente bajo cada especie. Iba más allá, al declarar que la Comunión, la recepción de la Eucaristía, era absolutamente necesaria para la salvación.

Los teólogos distinguen entre dos tipos de necesidad: la de medio y la de precepto. Necesidad de medio es el uso absolutamente obligatorio de aquellas cosas necesarias para alcanzar un propósito. Es una “necesidad imperativa” que surge de la misma naturaleza de las cosas. La necesidad de precepto es una obligación impuesta por una orden, y por una buena razón, aquella que se prescribe y que puede dispensarse. Los husitas sostenían que la Eucaristía era un medio necesario para la salvación, de tal forma que quienes morían sin haber recibido la Eucaristía, por ejemplo, los dementes, o los jóvenes, según los husitas, no podían salvarse. Todo esto lo deducían de las palabras de Cristo: “Si no comiereis la carne del Hijo del hombre, y no bebiereis su sangre, no tendréis vida en vosotros” (Juan, vi, 54). Ahora la Iglesia católica, niega que la Eucaristía sea necesaria como medio de salvación. Ordena que los fieles reciban la Eucaristía, enfatiza su importancia, y declara que es prácticamente imposible permanecer por mucho tiempo en estado de gracia sin la recepción de este sacramento. Esto es un precepto; es posible una dispensa del mismo. Por consiguiente, si alguno muriere sin este sacramento, su condenación eterna no sería una consecuencia necesaria, sólo por esta razón. Esto queda claro a partir de la práctica de la Iglesia Primitiva. Aún cuando prevalecía la comunión bajo ambas especies, algunos recibían sólo una de las dos especies. Así solía administrarse a los enfermos, y la Iglesia nunca los ha considerado perdidos. En cuanto al texto que aparentemente obliga a comulgar bajo ambas especies, es cuestión de interpretación. La Iglesia Católica es la única intérprete autorizada de la doctrina de Cristo; a ninguna otra se le ha conferido este poder. Omitiendo aquí los muchos significados que los teólogos católicos atribuyen a este versículo. “Si no comiereis la carne del Hijo del hombre, y no bebiereis su sangre, no tendréis vida en vosotros” (Juan, vi, 54), debe anotarse que la Iglesia Católica ha declarado oficialmente que éstas palabras no hacen obligatoria la comunión bajo las dos especies (Denzinger-Bannwart, 930). Esta conclusión se basa en la Escritura: “Quien comiere de este pan, vivirá eternamente; y el pan que yo daré, es mi misma carne, la cual daré yo para la vida o salvación del mundo” (Juan, vi, 52). Es cierto que algunos teólogos creen que se confiere más gracia con la Comunión bajo las dos especies. Sin embargo, este es un aspecto especulativo, no práctico. No afecta el dogma de la Iglesia ni es una opinión común, ni mucho menos, de todos los teólogos católicos.

B. HUGHES Transcrito por Tomas Hancil y Joseph P. Thomas Traducido por Rosario Camacho-Koppel www.catholicmedia.net