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Domingo, 24 de noviembre de 2024

Santa Rosa de Lima para el cristiano del siglo XXI

De Enciclopedia Católica

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Presentación

Al recibir la invitación a participar en este panel: Santa Rosa de Lima para el cristiano del siglo XXI, por asociación de ideas, vino a mi mente el pensamiento del teólogo jesuita alemán Karl Rahner: «el hombre religioso de mañana será un místico, una persona que ha experimentado algo, o no podrá seguir siendo cristiano… El cristianismo del mañana será místico o no será» .[1] Cual profeta que discierne los signos de los tiempos, Rahner afirma la perentoria exigencia de la mística, de experimentar algo para vivir la fe y mantenerla sólida, pues sólo así la fe puede permanecer inalterada en la persona y hacerse testimonio convincente para otros. El cristianismo supone –y aún necesita– de la doctrina, la ritualidad litúrgica, de la moral, pero se sostiene sólidamente en la fe que brota de una experiencia.

El papa Benedicto XVI escribió en la Carta Apostólica Porta fidei, n. 7: «La fe, en efecto, crece cuando se vive como experiencia de un amor que se recibe y se comunica como experiencia de gracia y gozo. Nos hace fecundos, porque ensancha el corazón en la esperanza y permite dar un testimonio fecundo: en efecto, abre el corazón y la mente de los que escuchan para acoger la invitación del Señor a aceptar su Palabra para ser sus discípulos». Esta descripción de la fe traza el itinerario que debiera recorrer todo cristiano, partiendo de una experiencia, ya que «no se comienza a ser cristiano por una decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro con un acontecimiento, con una Persona, que da un nuevo horizonte a la vida y, con ello, una orientación decisiva.» [2] . La idea de fe propuesta por Benedicto XVI puede convertirse en descripción de la experiencia de Rosa.

El cristiano del siglo XXI ha de ser un místico, ha de vivir la experiencia del Misterio, ha de experimentar el amor personal de Dios, de lo contrario no podrá sostener la vivencia de fe en una sociedad secularizada que vive sicut Deus non daretur (como si Dios no existiera). El año 1986, en una homilía pronunciada en el Santuario de Santa Rosa, decía el entonces Cardenal Joseph Ratzinger: «La rosa no es, sin embargo, solamente placentera a nuestros ojos, sino que con su perfume crea una nueva atmósfera alrededor de nosotros, tocando así todos nuestros sentidos y, por así decirlo, nos arrebata de este mundo cotidiano hacia un mundo mejor y más alto. Ella nos alegra precisamente porque, al menos por un instante, nos hace experimentar también el bien a través de lo bello» [3].

Hoy nosotros somos testigos de la verdad del pensamiento ratzingeriano. Rosa de Lima, con su fragancia, es el perfume de Cristo (cf. 2 Cor 2, 14) que nos alcanza e inspira. Continuaba el Cardenal Ratzinger: «Su figura humilde y pura irradia su luz a través de los siglos sin muchas palabras; ella es el perfume de Cristo que hace resonar de sí misma su anuncio más fuertemente que a través de escritos e impresos. Así ella es también una gran maestra de vida espiritual, cuyas palabras están llenas de la profundidad de una experiencia vivida de Cristo en la consumación interior de sus sufrimientos vividos en comunión con Jesús el Crucificado».[4] Gran maestra de vida espiritual, la llamó el cardenal Ratzinger. ¿Qué enseña Rosa de Lima? Sin pretensión de exhaustividad propongo algunas consideraciones sobre el magisterio de nuestra hermana y protectora.

Maestra que enseña el absoluto de Dios en la propia vida

En un mundo relativista, en el que se quiere imponer la dictadura del relativismo, ¡qué importante es afirmar el absoluto de Dios! En un mundo secularista, es importante indicar que el Dios Absoluto actúa en la historia. La experiencia del desposorio místico es el reconocimiento práctico del Absoluto de Dios, donando el ser enteramente a Él mediante la unión con el Verbo encarnado. La persona reconoce a Dios como Absoluto, como Amor primero y se desposa con el Amado para ser transformada. El matrimonio espiritual vivido por Rosa consolidó la unión con el Señor, fue unión vital, capaz de transformar la vida. Es esa la esencia de la experiencia mística que no es patrimonio de algunos sino posibilidad de todos los bautizados. Rosa, mujer común de su tiempo (socio-económico-culturalmente hablando), con problemáticas análogas a la de tantos cristianos, sin huir del mundo, trabajando para ayudar a su familia sumergida en estrechez económica, viviendo relaciones en ocasiones difíciles con su madre, puesta bajo sospecha por la Inquisición, vivió tribulaciones que no la sumieron en depresión psicológica o desaliento radical. Se mantuvo en pie pues supo relativizarlo todo desde el amor de Cristo, lo Absoluto en su vida. Unida a Él se dejó transformar, hallando las nuevas posibilidades que brotan en quien se abre a la acción del Espíritu. La santa limeña vivió la alegría de quien encuentra el amor de Dios y así halló la orientación fundamental de su vida, el amor por excelencia que colma de alegría. Hoy es preciso hallar la alegría de la fe para vivirla en medio de un mundo que hostiliza al creyente, quien en medio de las agitadas aguas del mar del mundo puede mantenerse firme e incluso caminar sobre las aguas de la dificultad sólo si permanece con los ojos del alma fijos en Jesús, para experimentar el amor de Dios y la fuerza que de él proviene. Enseña el papa Francisco: «Sólo gracias a ese encuentro —o reencuentro— con el amor de Dios, que se convierte en feliz amistad, somos rescatados de nuestra conciencia aislada y de la autorreferencialidad. Llegamos a ser plenamente humanos cuando somos más que humanos, cuando le permitimos a Dios que nos lleve más allá de nosotros mismos para alcanzar nuestro ser más verdadero.» [5]. Es esa la esencia de la mística y es la invitación del Santo Padre a todos. No es utopía irrealizable sino posibilidad real, como lo enseña con su vida la querida santa limeña.

Maestra del arte de la oración

La oración colecta de la Misa de Santa Rosa pone de relieve su consagración a la oración. La oración no fue sólo la recitación de fórmulas sino el diálogo hondo, profundo, perseverante, constante con el Señor. Rosa fue una orante desde su niñez y por toda su vida. En un mundo en el que se proclama la autoafirmación narcisista del hombre, el subjetivismo sin límites que llega a generar autorreferencialidad, es clara la necesidad de la oración como experiencia de salida del solipsismo y apertura humilde al Dios Amor. ¡Cuánta necesidad de oración podemos percibir hoy! La oración es la puerta para entrar a nuestro castillo interior y encontrar allí, en el centro y mitad, la morada donde pasan las cosas más secretas entre Dios y el alma, como enseñaba la gran Maestra de espirituales, Santa Teresa de Jesús. Se ha recordado estos días la influencia posible en Rosa de los místicos renanos, sobre todo Enrique Susón y Juan Taulero. Ambos destacan la importancia de la oración y de la consideración en ella de la Pasión de Cristo, fuente de amor y humildad. Rosa se sumergió, mediante la oración, en el abismo del amor mostrado en la Pasión del Señor al punto de querer gritar en la Plaza Mayor que no hay fuera de la cruz otro camino para llegar al cielo. Su oración auténtica la transformó cada día, le permitió la vida virtuosa, sin desatender las responsabilidades de la vida cotidiana sino viviendo en plenitud, con deseo de cielo y por eso responsable con el día a día. La oración la hizo fuerte y perseverante, configurándola con el Esposo de su alma; la oración iluminó las noches del alma, pudiéndose leer su experiencia a la luz de la enseñanza hecha poema del santo doctor de la unión transformante: «Oh noche que guiaste! ¡Oh noche amable más que la alborada: oh noche que juntaste Amado con Amada. Amada en el Amado transformada!»[6] . El testimonio de oración de santa Rosa nos enseña a buscar la intimidad cordial con el Señor, a saber emplear el tiempo junto a Él para alcanzar fecundidad espiritual. 3.- Maestra de caridad fraterna. La caridad, bien sabemos, es la virtud teologal que conduce a amar a Dios sobre todas las cosas y amar a los demás como Dios les ama. Santa Rosa dio sobradas pruebas de amor a Dios y se aplicó decididamente al amor a los demás. Amor a los de su casa, contribuyendo al sostenimiento del hogar con su trabajo, como declaró en el Proceso Ordinario el Contador Gonzalo de la Maza: «oyó decir este testigo diversas veces y en particular a la dicha María de Oliva su madre, que desde muy tiernos años los había la dicha Rosa de Santa María, su hija, ayudado con la continua labor de sus manos, que fueron muy primas en cuanto hacía» [7] . Pero la caridad de Rosa trascendió el amor servicial a los suyos, prolongándose en amor servicial a los necesitados. En la homilía ya citada, el Cardenal Ratzinger dijo: «Puesto que ella ama a Cristo, el despreciado, el doliente, Aquel que por nosotros se ha hecho pobre, ella también ama a todos los pobres que llegaron a ser sus hermanos más cercanos. El amor preferencial por los pobres no es un descubrimiento de nuestro siglo –al máximo es un redescubrimiento– puesto que esta jerarquía del amor era bien clara para todos los grandes santos. Era clarísima sobre todo para Rosa de Lima» [8] . La santa limeña nos invita a no desentendernos de la exigencia de la caridad fraterna sino a vivirla de modo eximio como expresión clara del amor a Cristo, mediante la atención amorosa y servicial a los más necesitados, sirviendo en ellos a Aquel que no vino a ser servido sino a servir (cf. Mc 10, 45).

Maestra de vida penitente

Es conocido de todos que la joven santa limeña se consagró a la penitencia, tal como era concebida en su tiempo. Tratando de la penitencia, el beato papa Pablo VI enseña que: «la misión de llevar en el cuerpo y en el alma la "mortificación" del Señor, afecta a toda la vida del bautizado, en todos sus momentos y expresiones.» [9]. En el mundo hedonista que vivimos, inmersos en la cultura del bienestar y del deleite, el testimonio de Rosa de Santa María propone la importancia de la penitencia, que como enseña magistralmente Pablo VI: «la verdadera penitencia no puede prescindir, en ninguna época de una "ascesis" que incluya la mortificación del cuerpo; todo nuestro ser, cuerpo y alma... La necesidad de la mortificación del cuerpo se manifiesta, pues, claramente, si se considera la fragilidad de nuestra naturaleza, en la cual, después del pecado de Adán, la carne y el espíritu tienen deseos contrarios. Este ejercicio de mortificación del cuerpo —ajeno a cualquier forma de estoicismo— no implica una condena de la carne, que el Hijo de Dios se dignó asumir; al contrario, la mortificación corporal mira por la "liberación" del hombre, que con frecuencia se encuentra, por causa de la concupiscencia desordenada, como encadenado por la parte sensitiva de su ser; por medio del "ayuno corporal" el hombre adquiere vigor y, "esforzado por la saludable templanza cuaresmal, restaña la herida que en nuestra naturaleza humana había causado el desorden".

En el Nuevo Testamento y en la historia de la Iglesia —aunque el deber de hacer penitencia esté motivado sobre todo por la participación en los sufrimientos de Cristo—, se afirma, sin embargo, la necesidad de la ascesis que castiga el cuerpo y lo reduce a esclavitud, con particular insistencia para seguir el ejemplo de Cristo» . Recordando la posibilidad de ver en dimensión penitencial las exigencias de la vida diaria que suponen abnegación, se recuerda en el documento señalado la exigencia de la penitencia voluntaria. Santa Rosa se yergue señera como ejemplo de generosidad penitencial para caminar hacia la eternidad feliz estando más ligeros de equipaje, a fin de hacer más fácil el camino hacia el cielo.

Maestra en la devoción a Jesucristo y a Santa María

Experiencia de Cristo y su amor por los hombres, nutrida en visiones, locuciones interiores y en la contemplación de la Pasión; trato familiar con el Niño Jesús, el «Doctorcito»; encuentro intenso con Jesucristo realmente presente en el sacramento eucarístico; nutrieron su amor al Redentor. Rosa busca y halla a Cristo su Esposo, sobre todo en la experiencia eucarística. El cristiano no puede serlo sin cultivar el amor a Cristo, el Señor. Enseña el santo Papa Juan Pablo II tratando de nuestro tiempo, del inicio del tercer milenio: «No se trata, pues, de inventar un nuevo programa. El programa ya existe.

Es el de siempre, recogido por el Evangelio y la Tradición viva. Se centra, en definitiva, en Cristo mismo, al que hay que conocer, amar e imitar, para vivir en él la vida trinitaria y transformar con él la historia hasta su perfeccionamiento en la Jerusalén celeste. Es un programa que no cambia al variar los tiempos y las culturas, aunque tiene cuenta del tiempo y de la cultura para un verdadero diálogo y una comunicación eficaz. Este programa de siempre es el nuestro para el tercer milenio.» [11] . Y Rosa se hace maestra eximia en el amor a Cristo Jesús, amor que lo pone en las obras y no sólo en palabras.

Y a Jesús por María. El «apellido» religioso que gustó: de Santa María, expresa su amor entrañable a la Santísima Virgen a quien siempre experimentó como Madre, protectora, auxilio, intercesora. Tuvo visiones de Nuestra Señora que le alentaron en su caminar cotidiano tras las huellas de Cristo.

Que la celebración de este cuarto centenario del tránsito a la gloria de nuestra querida Patrona nos haga experimentar que no sólo es la defensora de esta ciudad nuestra sino la hermana que, desde su sencillez, nos hace percibir la suave y deleitante fragancia de Cristo que de ella exhala como Rosa escogida y nos estimule a aprender de ella el modo de acceder a la experiencia de Dios. Que invoquemos a Santa Rosa para que nos ayude a «experimentar algo» pues sólo si somos místicos, personas abiertas a Dios, capaces de captar las mociones del Espíritu Santo y de dejar que actúe en nuestra inteligencia y voluntad, seremos verdaderos cristianos. Desde esa experiencia de gracia, siendo místicos podremos ser cristianos en un mundo que exige decisión y determinación, coraje, la parresía que podrá hacernos discípulos y misioneros de Cristo.

Dr. Perdro Hidalgo

Rector Magnífico de la Facultad de Teología Pontificia y Civil de Lima

Notas

[1] Citado por J. MARTÍN VELASCO, Mística y Humanismo, PPC, Madrid, 2007,14.

[2] BENEDICTO XVI, Deus caritas est, 1.

[3] J. RATZINGER, Iglesia comunicadora de vida. Conferencias y Homilías pronunciadas en su visita al Perú, Lima 1986, 41.

[4] Ibíd.

[5] FRANCISCO, Evangelii gaudium, 8.

[6] SAN JUAN DE LA CRUZ, Poema Noche oscura, 5.

[7]H. JIMÉNEZ SALAS, Primer proceso ordinario para la canonización de Santa Rosa de Lima, Lima 2002, 48.

[8]J. RATZINGER, Iglesia comunicadora de vida. Conferencias y Homilías pronunciadas en su visita al Perú, Lima 1986, 42-43.

[9]PABLO VI, Constitución apostólica Paenitemini, I.


[10] PABLO VI, Constitución apostólica Paenitemini, II.

[11] JUAN PABLO II, Carta Apostólica Novo Millennio ineunte, 29.