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Domingo, 22 de diciembre de 2024

Santa Alianza

De Enciclopedia Católica

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El emperador Francisco I de Austria, el rey Federico Guillermo III de Prusia, y el Zar Alejandro I de Rusia, firmaron un tratado el 26 de septiembre de 1815, por el cual se unieron en una “Santa Alianza”. Aunque en sí un acto político, el tratado, en su contenido, fue una declaración puramente religiosa en su carácter. Teniendo en mente los grandes eventos que se dieron con la caída de Napoleón, y en gratitud hacia Dios por las bendiciones hacia sus pueblos, los tres monarcas declararon su firme resolución de utilizar como única regla de su futura administración, tanto en asuntos internos como externos, los principios de la religión Cristiana: justicia, amor y paz. Declararon que, lejos de ser solamente valiosa para la vida individual, la moral cristiana es también la mejor guía para la vida pública. Como consecuencia, los gobernantes declararon su mutua fraternidad, por medio de la cual, no solamente se apoyarían entre sí, sino que se abstendrían de guerrear, y guiarían sus asuntos y sus ejércitos en la misma forma. Declararon que administrarían para guiar a tres grandes ramas de la familia cristiana de naciones; sin embargo, el legítimo Señor de las naciones seguiría siendo Aquel a quien todo el poder pertenece: nuestro Divino Salvador, Jesucristo. Expresaron así mismo que manejarían todos sus asuntos en forma delicada para fortalecer sus tareas diarias con los principios y las prácticas de las enseñanzas del Salvador, porque esta era la única forma de mantener la alegría duradera que da la paz que nace de una buena conciencia. Para concluir, invitaron a todos los poderes a que se hicieran miembros de la Alianza. De hecho, Luis XVIII de Francia se les unió el 19 de noviembre y hasta el Príncipe Regente de Inglaterra hizo lo mismo.

El mundo había aprendido a no esperar de los estadistas documentos oficiales en los que prevaleciera un tono religioso. Cuando el texto del acuerdo se conoció a principios de 1816, los hombres vieron en esa Alianza el producto de una estrecha relación entre política y religión. En cierta manera, el mundo sospechaba que era una unión solapada de gobernantes e iglesias, en especial entre los dirigentes y el papado, en contra de las naciones y en contra de su libertad. Porque además del éxito de la Revolución y de Napoleón y el brusco cambio, nada llamaba más la atención del público como el renacimiento universal de la fe en las almas de los hombres, el pensamiento cristiano y la Iglesia Católica. Este cambio inesperado fue visto con sospecha, ya que era algo contrario a todos los prejuicios que se habían desarrollado como consecuencia del racionalismo del siglo XVIII. Se consideró además posible que los vencedores de Napoleón se hubiesen unido a través de la Santa Alianza con la Iglesia, la que estaba recuperando su antiguo poder, para que con su ayuda, se opusieran, por el beneficio del absolutismo papal y real, al desarrollo “liberal” de los estados y de la civilización. El juicio de la opinión pública, el cual es siempre superficial, mostró señales como evidencia de los hechos que se suponían existían detrás de dicha alianza. Entre ellos, tomados como pruebas, estaban tal vez, la restauración de los Estados de la Iglesia por parte de los Poderes, o la información casual y confusa que el público gradualmente infería de las poderosas ideas de José de Maistre, o de opiniones más circunscritas como las de Bonald, de Haller y de otros. Realmente la Iglesia, es decir su cabeza, los consejeros papales y los obispos, vieron la alianza con frialdad, ya que ésta había acogido a cismáticos, a herejes y a ortodoxos, mientras que el catolicismo, es decir la totalidad de los individuos católicos y las masas que formaban parte de la vida pública de las naciones y de los estados, veían a la alianza con recelo y hostilidad. Que haya habido excepciones individuales no prueban lo contrario, en opinión de este escritor.

En este caso, como ocurre a menudo en la historia, las palabras que parecían tener mayor importancia excitaron las nociones más extravagantes sobre el contenido y la influencia del enunciado. El siguiente es el testimonio del Príncipe Metternich, la persona más familiarizada con el tema y uno que, cercano al Zar, tuvo mucho que ver con el establecimiento de la Alianza:

La Santa Alianza, incluso ante los prejuiciados ojos de su creador {el Zar}, no tuvo otro objetivo que el de ser un manifiesto moral, mientras que a los ojos de otros signatarios del documento, carecía incluso de este valor, y consecuentemente no justificaba ninguna de las interpretaciones que al final el espíritu partidista le quiso dar. La prueba más irrefutable de la verdad de este enunciado es, probablemente, la circunstancia de que, en todo el siguiente período, no se hizo mención sobre la Santa Alianza en la correspondencia de un gabinete con el otro. La Santa Alianza no era una institución para suprimir los derechos de las naciones, para promover el absolutismo o a cualquier clase de tiranía. Era únicamente un reflejo de los sentimientos piadosos del Emperador Alejandro y la aplicación de los principios cristianos a la política.

Esta cita nos da el enunciado real respecto a los hechos, así como respecto al factor personal que existió para fundar la Alianza, que no fue nada más que el sentimiento piadoso del zar en ese momento. El vigoroso despertar del sentimiento religioso, provocó, especialmente en relación con el renacimiento del pensamiento cristiano, muchas manifestaciones místicas y espirituales confusas y obscuras que tuvieron una tendencia reaccionaria. Desde junio de 1815, el zar cayó bajo el hechizo de una de estas tendencias místico-espirituales, a través de la influencia de la Baronesa von Krudener, dama de ascendencia ruso-germana quien realmente era una visionaria religiosa. Sin ambicionar ejercer poder político, parece sin embargo que convenció a Alejandro con la idea de que los príncipes debían gobernar de acuerdo al dictado de la religión y bajo una forma religiosa. Mientras que la dama tenía totalmente la intención de hacer sobresalir los ideales religiosos, Alejandro de inmediato dio una forma política a la sugerencia cuando entusiasmado, y con este objetivo en mente, concibió y formuló el tratado sobre el que se basó la Santa Alianza. Su demanda no fue bienvenida por los estadistas de mente práctica como Metternich ni por los prusianos, pero sin embargo no consideraron necesario rechazar la propuesta. Atacaron meramente lo que era más objetable para ellos y Metternich calladamente reemplazó toda la alianza por la Alianza puramente política del 20 de noviembre de 1815 entre Austria, Prusia, Rusia e Inglaterra, por el Tratado de Aachen del 18 de octubre de 1818, y por los acuerdos logrados en los Congresos de Troppau (1820), Laibach (1821), y Verona (1822).

Sin embargo, la expresión “Período de la Santa Alianza” tuvo cierta justificación para los políticos europeos de los años 1815-1823, es decir durante la época cuando la influencia de Metternich estaba en su apogeo. Una rápida revisión de hechos lo probarán. Pero el término no debe ser tomado muy literalmente; por otro lado, debe admitirse que la historia, al caracterizar un período, se inclina a utilizar expresiones que sean fáciles y notorias más que definiciones exactas. Durante los años 1814 y 1815, se firmaron varios tratados entre diferentes países de Europa. En esta serie, la Santa Alianza constituyó meramente un enlace y, en sentido práctico, fue el menos importante de todos; fue también el único tratado de carácter religioso. Sin embargo, todos estos tratados tuvieron algo en común. Revivieron la idea de una Europa centralizada en la que los derechos de los estados individuales parecían estar limitados por los deberes que cada uno de esos estados tenían respecto al colegiado de estados al que pertenecían. Los signatarios anunciaron el fin de la guerra que se había mantenido desde la Guerra de los Treinta Años, por parte de aquellos poderes e intereses acaparadores que tomaban en consideración solamente el ratio status. Posteriormente determinaron que todas las demandas políticas justas fueran satisfechas, que los grandes Poderes estuviesen “saturados”, y en este aspecto, introdujeron en la ley internacional el concepto de una responsabilidad europea común, cuya aplicación iba a estar asegurada por acuerdo de los grandes Poderes en la medida en que se presentaran los casos. Esta responsabilidad común iba a ser usada para la promoción liberal de los aspectos económicos, intelectuales y sociales, pero el liberalismo político iba a ser suprimido o mantenido bajo control para reservar la administración de los asuntos públicos a los gobiernos como se había determinado especialmente. La renovación de la responsabilidad común de los estados europeos, y del esquema de administración considerado para ello, puede ser visto como la obra más característica de Metternich.

El deseo de esta responsabilidad conjunta se había desarrollado gradualmente a partir de las ideas de la política austriaca del siglo XVIII, y había sido expresada ya en los documentos que Kaunitz escribió en su vejez. Ahora ya se había formulado y hecho realidad por parte del más grande estadista de Austria. Sin embargo, entre las épocas de Kaunitz y de Metternich, había aparecido el renacimiento del sentimiento religioso en Europa. Las mentes de los hombres, se volvieron una vez más hacia el Cristianismo y hacia la Iglesia. En forma involuntaria, el curso del pensamiento europeo, incluso aquél de los estadistas más duros, volvióse nuevamente a subordinar a las categorías del pensamiento cristiano. Lo poco que Metternich se inclinó personalmente a basar sus puntos de vista politicos en la religion, no le hizo abandonar su idea de una responsabilidad común de las naciones; y su inclinación hacia la paz tenía un parecido a los ideales medievales de la unidad cristiana de naciones y de una civilización común. Tenía incluso una idea exagerada de tal semejanza, al igual que la tuvieron sus contemporáneos. Como una consecuencia de esta sobre-estimación, (porque en verdad sus ideas estaban enraizadas en el racionalismo) permitió que estos puntos de vista salieran a la luz, aunque solo fuera por un momento, en las palabras de la Santa Alianza como la apropiada “aplicación de los principios del Cristianismo a la política." Debido a la falta de resistencia que mostró hacia el zar, sus contemporáneos infirieron que la alianza proclamaba un retorno a los tiempos en que el papado y la Iglesia clamaban y ejercían el derecho de guiar a la respublica christiana. Es así como los hechos históricos son deformados y hechos confusos por parte de la imaginación, tanto del individuo como de las multitudes. La Santa Alianza se convirtió en el fantasma de la reacción mientras que en realidad, como cualquier otra cosa que incluso en forma distante armonizaba con el Cristianismo, fue una ventaja para Europa y le aseguró la paz durante una generación así como un desarrollo extraordinario de la civilización.



MARTIN SPAHN


Transcribed by Beth Ste-Marie Traducido por: Dr. Raúl Toledo, El Salvador