San Luis Beltrán
De Enciclopedia Católica
Nació en Valencia, España, el primero de Enero de 1526; murió el 9 de octubre de 1581. Sus padres fueron Juan Beltrán y Juana Ángela Exarch. A través de su padre se relacionó con el ilustre San Vicente Ferrer, el gran taumaturgo de la Orden Dominica. La adolescencia del santo no estuvo acompañada por ninguno de los prodigios que pronostican con frecuencia la santidad heroica. A temprana edad, concibió la idea de hacerse fraile predicador, y a pesar de los esfuerzos de su padre de disuadirlo, vistió el hábito dominico en el convento de Santo Domingo, en Valencia, el 26 de agosto de 1544.Después del usual período de prueba,
en el cual se distinguió sobre sus compañeros en las cualidades de un religioso ideal, pronunció los votos que irrevocablemente lo ligaban a la vida de la perfección. El profundo significado de su profesión religiosa sirvió como estímulo al aumento de las virtudes que ya daban evidencia de ser forjado en molde heroico. En trato, era grave y al parecer sin ningún
sentido del humor, con todo, poseído de una disposición apacible y dulce con la cual se hizo estimar grandemente por aquellos con quienes llegó a estar en contacto. Mientras que él no podría reclamar los grandes regalos intelectuales y la madura erudición que han distinguido a tantos santos de la orden dominica, él se aplicó persistentemente al estudio, y proveyó su mente con las sagradas verdades expuestas en las páginas de la "Summa". En 1547 fue elevado al sacerdocio por el Arzobispo de Valencia, santo Tomás de Villanueva.
La extraordinaria santidad de vida del joven Dominico, y la influencia notable que ejerció sobre aquellos cercanos a él, lo distinguieron como alguien particularmente apropiado para conducir a otros a lo largo del camino de perfección. Por lo tanto, fue asignada al oficio de más responsabilidad de maestro de novicios, en el convento en Valencia, deberes de oficio que él cumplió en diversos intervalos para un total de treinta años.
La plaga que diezmó los habitantes de Valencia y la vecindad en 1557, proporcionó al santo una excelente oportunidad para el ejercicio de su caridad y celo. Incansablemente ayudó a las necesidades espirituales y físicas de los afligidos. Con la dulzura y la dedicación de una madre él cuidó al enfermo. Al muerto él preparó para el entierro y enterró con sus propias manos. Cuando la plaga retrocedió, el fervor del santo maestro de novicios buscó extender el alcance de su ya grande ministerio hacia el apostolado de la predicación.
Aunque no poseía ninguna de las cualidades naturales que se juzgan esenciales para un desempeño exitoso en el púlpito, él atrajo inmediatamente la atención como un predicador de gran fuerza y enorme influencia. La catedral y la mayoría de las grandes iglesias fueron puestas a su disposición, pero fueron completamente insuficientes para acomodar la multitud que deseaba escucharlo.
Llegó a serle eventualmente necesario, recurrir a las plazas públicas de la ciudad. Fue probablemente la fama de su predicación lo que atrajo la atención de Santa Teresa, que en este tiempo buscó sus consejos en el asunto de reforma de su orden.Sin saberlo sus hermanos, San Luis había acariciado largamente el deseo de incorporarse a los campos de misión del Nuevo Mundo. La esperanza de que allí, él pudiera encontrar la codiciada corona del martirio, contribuyó un no poco a intensificar su deseo. Teniendo el permiso necesario, navegó hacia América en 1562, y tocó tierra en Cartagena, donde comenzó inmediatamente la vida de misionero. El trabajo comenzado así, fue ciertamente fructífero en grado extraordinario, y mostraba claramente el sello de la aprobación Divina.
El proceso de su canonización posee testimonio convincente de la conquista maravillosa que el santo logró en este nuevo campo de trabajo. La Bula de canonización afirma que, para facilitar el trabajo de convertir a los nativos a Dios, el apóstol fue milagrosamente dotado con el don de lenguas.
De Cartagena, la escena de sus primeros trabajos, San Luis fue enviado a Panamá, en donde en un tiempo comparativamente corto convirtió a unos 6,000 indios. Su siguiente misión fue en Tubera, situada cerca de la costa y a mitad de la distancia entre la ciudad de Cartagena y el río Magdalena. El éxito de sus esfuerzos en este lugar es atestiguado por las entradas de los registros bautismales, de puño y letra del santo. Estas entradas demuestran que todos los habitantes del lugar fueron recibidos por San Luis en la Iglesia. Turon fija el número de conversos en Tubera, en 10,000. Lo qué realza grandemente el mérito de este logro maravilloso es que todos habían sido adecuadamente instruidos en las enseñanzas de la Iglesia antes de recibir el bautismo, y continuados con firmeza en su fe.
De Tubera, el apóstol, dirigió sus pasos en dirección de Cipacoa y Paluato. Su éxito en el último lugar, cuya localización exacta es imposible determinar, fue un poco menos que en Tubera. En Paluato los resultados de sus celosos esfuerzos fueron algo descorazonadores. De este suelo estéril el santo se retiró a la provincia de Santa Marta, donde sus éxitos anteriores fueron repetidos. Esta cosecha dio 15,000 almas.
Mientras trabajaba en Santa Marta, una tribu de 1,500 indios vino a él de Paluato a implorar la gracia del bautismo, que antes habían rechazado. Terminado el trabajo en Santa Marta, el misionero incansable emprendió el trabajo de convertir a los guerreros caribeños, probablemente habitantes de las islas Leeward. Sus esfuerzos entre estas feroces tribus parecen no haber sido acompañados por un gran éxito. Sin embargo, el apostolado entre los caribeños proveyó la ocasión otra vez para hacer manifiesta la protección divina que cubría constantemente el ministerio de San Luis. Una bebida mortal le fue administrada por uno de los sacerdotes de la tribu. Con la intervención Divina, el veneno virulento no pudo lograr su propósito, cumpliéndose así las palabras de San Marcos: “Si beben cualquier cosa mortal, no los lastimará”(xvi, 18). Tenerife después se convirtió en el campo de los trabajos apostólicos del santo. Desgraciadamente, sin embargo, no hay registros existentes que indiquen cuál fue el resultado de su predicación. En Mompós, ciento setenta y ocho kilómetros al sureste de Cartagena, se nos dice, mas bien vagamente, que muchos miles fueron convertidos a la fe. Varias de las islas de las Indias Occidentales, principalmente las de San Vicente y Santo Tomás, fueron visitadas por San Luis en su búsqueda infatigable para las almas.
Después de que un apostolado de frutos maravillosos y perdurables, le hacían profundamente merecedor del título de apóstol de Sudamérica, él volvió por obediencia a su España natal, de la que había salido apenas siete años antes. Durante los restantes once años de su vida, muchos oficios de honor y responsabilidad le fueron encargados. No permitió que las numerosas tareas encomendadas, interfirieran con el régimen riguroso de su vida de santidad. La fama, siempre en aumento, de su santidad y sabiduría ganó la admiración y la confianza de aun los funcionarios del gobierno, que más de una vez lo consultaron en asuntos del Estado. Con la paciencia heroica que caracterizó su vida entera, él soportó la dolorosa experiencia de su última enfermedad.Fue canonizado por Clemente X en 1671 y su fiesta se sigue celebrando cada 10 de octubre.
WILBERFORCE, The Life of St. Louis Bertrand (London, 1882); TOURON, Histoire des Hommes Illustres de l'Ordre de Saint Dominique (Paris, 1747), IV 485-526; ROZE, Les Dominicains in Amérique (Paris, 1878), 290-310; BYRNE, Sketches of illustrious Dominicans (Boston, 1884), 1-95.
JOHN B. O'CONNOR Trascrito por Albert Judy, O.P.
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