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Jueves, 21 de noviembre de 2024

San Juan Macías

De Enciclopedia Católica

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Un Milagro a la vista de todos

El 23 de enero de 1949, desde Olivenza (Badajoz), la cocinera Leandra Rebello Vásquez no podía dar crédito a lo que vieron sus ojos. Se encontraba en el Hogar de Nazaret, colegio de niños acogidos a la Protección de Menores, regentado por una institución religiosa fundada por el párroco del pueblo don José Zambrano. Era domingo y, además de la comida para los 5º chavales, había de preparar alimentos para los pobres de la población. Los bienhechores designados para ese día no trajeron los alimentos. La criada encargada de preparar la comida, advirtiendo la exigua cantidad de arroz (unos 750 gramos), la arrojaba para su cocción al tiempo que se abandonó en su paisano beato Juan Macías:”¡Oh Beato, hoy los pobres se quedarán sin comida!”

A continuación, aquella minúscula cantidad de arroz, al cocer, fe vista crecer de tal modo que al instante fue preciso trasladarla a una segunda olla; lo que se hizo una y otra vez. La multiplicación del arroz duró cuatro horas de una a 5 de la tarde cuando el recipiente que rebosaba fue apartado del fuego por mandato del párroco. Del alimento gustaron hasta hartarse los chicos del hogar, como la ingente multitud de pobres y necesitados. Leandra Rebello, protagonista del milagro de este “conquistador espiritual”, presente el 28 de septiembre de 1975 en la canonización de Juan Macías, es digna sucesora de espíritus tan sencillamente magnánimos. Lo demuestra su confianza audaz que atrae el milagro del Cielo.

Nace nuestro santo en Ribera del Fresno, pueblo de la Alta Extremadura, perteneciente entonces al priorato nullius de San Marcos de León, provisorato de Llerena, de la Orden Militar de Santiago y ahora diócesis de Badajoz. Era el 2 de marzo de 1585. Sus padres, Pedro de Arcas e Inés Sánchez, eran modestos labradores. En ratos libres trabajaba como familiar del Santo Oficio. Al año siguiente nace su única hermana. Sus padres eran fervientes cristianos y transmiten a sus hijos los principios de la vida cristiana, singularmente la devoción a Nuestra Señora del Valle, patrona del pueblo, aparecida en 1428.

Huérfano y pastor

Contaba Juan 4 años, cuando la peste que asolaba Castilla segó la vida de sus padres. Con inmenso cariño recordaría al P. Blas de Acosta, prior de los Dominicos en Lima: “En sangre y virtud eran lo mejor de su país [...] Mis padres eran pobres pero santos pobres, los cuales con el sudor de su frente se sustentaban”. Mateo Sánchez e Inés Salguero, tíos y padrinos, acogieron bajo su tutela a ambos huérfanos. Desde la infancia elevaba fervientes plegarias por sus padres; con frecuencia se escapaba a la iglesia, cercana al hogar, para orar ante la talla gótica de la Virgen María. Iba también a una de las cinco ermitas, la del Cristo de la Misericordia, fuera de la población.

Todavía niño, su tío le encomienda el cuidado de un pequeño rebaño de ovejas. Un día, en que pacentaba su rebaño en la zona del Caleño y la Barrica, vio un resplandor que se le acercaba. El mismo protagonista nos narra su encuentro san Juan, que le saludó:

“- Juan, estás de enhorabuena

Yo les respondí del mismo modo.

•Yo soy Juan Evangelista, que vengo del cielo y me envía Dios para que te acompañe porque miró tu humildad. No lo dudes.

Y yo le dije:

•¿Pues quién es san Juan Evangelista? - El querido discípulo del Señor. Y vengo a acompañarte de buena gana, porque te tiene escogido para sí. Téngote que llevar a unas tierras muy remotas y lejanas adonde te han de labrar templos. Y te doy por señal de esto que tu madre, Inés Sánchez, cuando murió, de la cama subió al cielo, y tu padre, Pedro de Arcas, que murió primero que ella, estuvo algún tiempo en el purgatorio, pero ya tiene el premio de sus trabajos en la gloria.

Cuando supe de mi amigo san Juan la nueva de mis padres y la buena dicha mía, le respondí:

•Hágase en mí la voluntad de Dios, que no quiero sino lo que El quiere.

Desde este instante, 1592, a los 7 años de edad, Juan pasa su niñez orando a Dios y rogando a su amigo Evangelista que le guiara durante la vida. Pablo VI en la bula de canonización resalta esta función de consejero de san Juan Evangelista en su vida.

Emigrante hacia el Nuevo Mundo

El aire migratorio que flotaba en el ambiente, tanto por parte de los conquistadores como de los misioneros, fue contagiando a nuestro pastor. Y así, en la Navidad de 1613, se despidió de sus familiares y amigos para marchar a Sevilla rumbo a América. Se embarcaría como criado de algún mercader que pagara su viaje y le diera un trabajo como medio de vida. 6 años de espera entre Jerez de la Frontera y Sevilla templaron su espíritu en la paciencia y perseverancia. Allí convive con mendigos y labradores, camina con los arrieros, se mezcla con los pobres que se amontonaban en las puertas de los conventos. En 1619 embarcó en Sevilla rumbo a Cartagena de Indias con un mercader, prestando sus servicios de pastor. Aquí pudo tratar con misioneros deseos de evangelizar las nuevas tierras. Al llegar a Cartagena se queda sin trabajo y sin sueldo. No obstante, reparte y socorre a los más necesitados con lo poco que tenía, recorre los templos de la ciudad y busca trabajo para ganarse el pan de cada día.

En 1620 se dirige hacia Lima. Camina a sus 34 años por la ruta abierta por sus paisanos: Bogotá, Pasto, Quito... Se detiene en Pacasmayo para honrar la advocación de Nuestra Señora de Guadalupe y llega por fin a Lima. Aquí trabaja como pastor, en San Lázaro, al servicio de Pedro Jiménez Melacho. En 1622 entra como lego dominico en el convento de Santa María Magdalena y se despide de su amo con estas palabras:

Haga la cuenta de la soldada que me debe y dará de ella a las pobres buenas y necesitadas hasta 200 pesos. Lo demás envíelo al portero de la Casa, fray Pablo, para el convento. Yo no le he defraudado en nada. Perdóneme los descuidos que como hombre flaco habré tenido.

En el nuevo convento, se sentirá como pez en el agua. Su compañero, otro santo, san Martín de Porras, el popular Fray Escoba, le animará a seguir practicando su amor fraterno y su humildad. También él era lego y también portero. Los dos llevarán una vida intensa de oración y de penitencia, con la asistencia directa y distribución diaria de alimentos a los pobres que acudían diariamente a la portería. Se privaba de parte de su alimento para repartirlo entre los más necesitados.

El conocido historiador G. Lohmann nos des describe su espíritu penitente: “Su descanso se limita a recostarse de bruces, el rostro apoyado sobre los brazos, arrodillado delante de una imagen de la Reina de los Cielos, en su advocación de Belén, colocada a la cabecera de su cama. Incansable en mortificarse, ceñía permanentemente su cuerpo, oculto debajo del hábito, con unos ásperos cilicios”. El mismo dirá:” Jamás le tuve amistad al cuerpo, tratélo como a enemigo; dábale muchas y ásperas disciplinas con cordeles y cadenas de hierro. Ahora me pesa y le demando perdón, que al fin me ha ayudado a ganar el reino de los cielos”. Cómo resuenan los ecos de santidad de su paisano Pedro de Alcántara o la nueva tierra abonada en su actual Lima por Santa Rosa (muerta en 1617) Su ascetismo nada tiene de adustez, nace del más puro amor a Dios, de su felicidad de sentirse abarcado por su don: “Muchas veces orando a deshoras de la noche, llegaban los pajarillos a cantar. Y yo apostaba con ellos a quién alababa más al Señor. Ellos cantaba y yo replicaba con ellos”.

42 años de portero

Cruzar el océano, 12.000 kilómetros, para desempeñar el cargo de portero no parece encajar en el cuadro de los grandes misioneros. Pero él ha sido el único misionero extremeño canonizado. Desde la portería del convento, de su prosa ordinaria compone un poema heroico extraordinario. Provee el sustento diario de cuantos se acercan a su puerta en busca de socorro. “Al pedir a los ricos para sus pobres, les enseñaba a pensar en los demás; al dar al pobre lo exhortaba a no odiar”- apuntará Pablo VI.

Destaca su filial devoción a la Virgen María. En 1630 se le apareció Nuestra Señora del Rosario en la capilla de su convento con motivo de un temblor de tierra. El mismo Juan contó que Nuestra Señora del Valle, cuya imagen veneraba en el cuadro que tenía en su celda, le había hablado y concedido cuanto le había pedido. Con el rezo del Rosario invocaba a la Trinidad por medio de María. Su contemplación le llevaba a amar a la naturaleza, al prójimo, su vida consagrada. Dios obró por su intercesión varios milagros entre los que sobresalen las constantes multiplicaciones de alimentos. Al finalizar el mes de agosto de 1645 enfermó de disentería. Su celda era visitada por los pobres y los ricos. A su cabecera se hallaba el virrey, marqués de Mancera. Murió el 17 de septiembre de 1645, contaba 6º años. Gregorio XVI le beatificó en 1837 y Pablo VI le canonizó en 1975.

José Antonio Benito

Universidad Sedes Sapientiae

Edición del texto: José Gálvez Krüger